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Subí por Wyemore hasta Witcham, vi el centelleo de unas luces azules dirigiéndose hacia Kossuth Street y continué andando. Me interné dos manzanas más en el distrito residencial y giré a la derecha en Gerard Avenue. La gente se arremolinaba en las aceras, vuelta hacia el sonido de las sirenas.

—Señor, ¿sabe qué ha pasado? —me preguntó un hombre que sujetaba de la mano a una Blancanieves calzada con zapatillas.

—Oí a unos críos prendiendo petardos —respondí—. Quizá provocaron un incendio.

Continué andando y me aseguré de mantener el lado izquierdo de la cara fuera de la vista, porque había una farola cerca y mi cuero cabelludo aún rezumaba sangre.

Cuatro manzanas más adelante tomé la dirección de regreso a Witcham. A esta distancia al sur de Kossuth, Witcham Street se hallaba oscura y silenciosa. Todos los coches patrulla disponibles probablemente se encontraban en la escena del crimen. Bien. Casi había alcanzado la esquina de Grove y Witcham cuando mis rodillas se volvieron de goma. Miré en derredor y, al no divisar a nadie, me senté en el bordillo. No podía permitirme el lujo de detenerme, pero lo necesitaba. Había vomitado todo el contenido de mi estómago, no había comido nada en todo el día salvo una pequeña chocolatina (y no recordaba si había conseguido siquiera devorarla entera antes de que Turcotte me asaltara), y acababa de superar un violento interludio del que había salido herido; cuán gravemente herido aún lo ignoraba. O me detenía y permitía que mi cuerpo se reorganizara o me desmayaría en la acera.

Coloqué la cabeza entre las rodillas y respiré con una serie de inspiraciones lentas y profundas, tal como había aprendido en el curso de la Cruz Roja que había seguido para obtener la certificación de socorrista en la época de la facultad. Al principio no cesaba de ver la cabeza de Tugga Dunning al estallar bajo la descendente fuerza trituradora del martillo, y ello solo empeoró el desfallecimiento. Después pensé en Harry; le había salpicado la sangre de su hermano, pero por lo demás había salido ileso. Y en Ellen, que no se había hundido en un coma del que nunca emergería. Y en Troy. Y en Doris. Cabía la posibilidad de que el brazo gravemente fracturado le doliera durante el resto de su vida, pero al menos iba a tener una vida.

—Lo conseguí, Al —musité.

Pero ¿qué había hecho en 2011? ¿Qué le había hecho a 2011? Se trataba de preguntas que aún debían ser respondidas. Si hubiera sucedido algo terrible a causa del efecto mariposa, podría volver atrás y anularlo…, a menos que, al variar el curso de las vidas de la familia Dunning, de algún modo hubiera variado también el curso de la vida de Al Templeton. ¿Y si el restaurante ya no se encontraba donde lo había dejado? ¿Y si resultaba que nunca lo trasladó desde Auburn? ¿O que, de entrada, nunca abrió un restaurante? No parecía probable…, pero ahí estaba yo, sentado en un bordillo de 1958, la sangre rezumando de un corte de pelo practicado en 1958, ¿y cuán probable era eso?

Me puse en pie, me tambaleé, y luego emprendí la marcha. A mi derecha, Witcham Street abajo, puede ver el destello estroboscópico de luces azules. Una multitud se congregaba en la esquina de Kossuth, pero de espaldas a mí. La iglesia donde había dejado el coche quedaba al otro lado de la calle. El Sunliner era ahora el único vehículo en el aparcamiento, pero parecía en perfecto estado; ningún bromista de Halloween había desinflado los neumáticos. Vi entonces un cuadrado de papel amarillo bajo uno de los limpiaparabrisas. La imagen de Míster Tarjeta Amarilla me cruzó la mente como un relámpago y se me encogió el estómago. Lo arranqué de la varilla y exhalé un suspiro de alivio cuando leí lo que había escrito: ÚNETE A TUS AMIGOS Y VECINOS EN LA HOMILÍA DE ESTE DOMINGO A LAS 9.00 ¡LOS RECIÉN LLEGADOS SIEMPRE SON BIENVENIDDOS! RECUERDA, «LA VIDA ES LA PREGUNTA, JESÚS ES LA RESPUESTA».

—Creía que las drogas duras eran la respuesta, y vaya si no me vendrían bien unas cuantas ahora mismo —musité, y abrí la puerta del conductor. Pensé en la bolsa de papel abandonada detrás del garaje de la casa en Wyemore Lane. Los policías que investigaran la zona tenían muchas probabilidades de descubrirla. Dentro hallarían unas pocas chocolatinas, un frasco casi vacío de Kaopectate… y el equivalente a un montón de pañales para adulto.

Me pregunté qué conclusión extraerían de ello.

Aunque no demasiado.