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Soy una de esas personas que no sabe realmente qué piensa hasta que lo escribe, de modo que dediqué la mayor parte de ese fin de semana a tomar notas de lo que había visto en Derry, lo que había hecho y lo que planeaba hacer. Para ampliar la información, decidí explicar en primer lugar cómo había llegado a Derry, y el domingo me di cuenta de que había iniciado un trabajo demasiado extenso para una libreta de bolsillo y un bolígrafo. El lunes salí a comprar una máquina de escribir portátil. Mi intención había sido acudir a la tienda local de artículos de oficina, pero entonces vi la tarjeta de Chaz Frati encima de la mesa de la cocina y decidí ir allí. Estaba en East Side Drive, una casa de empeños casi tan amplia como unos grandes almacenes. Siguiendo la tradición, había tres bolas doradas sobre la puerta, pero también algo más: una sirena de yeso que batía su cola de pez y guiñaba un ojo. Ésta, al exhibirse en público, se tapaba los pechos con un biquini. Frati no estaba presente, pero conseguí una espléndida Smith-Corona por doce dólares. Le dije al dependiente que comunicara al señor Frati que George, el tipo de los bienes raíces, había venido.

—Con mucho gusto, señor. ¿Quiere dejar su tarjeta?

Mierda. Tendría que imprimir varias…, lo cual, después de todo, implicaba una visita a Suministros Empresariales Derry.

—Me las he olvidado en la otra chaqueta —dije—, pero creo que se acordará de mí. Tomamos una copa en El Farolero.

Esa tarde empecé a ampliar mis notas.