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¿Cómo debería relataros mis siete semanas en Derry? ¿Cómo explicar el modo en que llegué a odiarla y a temerla?

No se debía a que la ciudad guardara secretos (aunque lo hacía), ni a que crímenes terribles, algunos de los cuales aún sin resolver, se hubieran cometido allí (aunque así había sido). «Los malos tiempos han terminado», había dicho la chica llamada Beverly, el chico llamado Richie había coincidido, y yo mismo había llegado a creerlo…, aunque también llegué a creer que la sombra nunca abandonaría completamente aquella ciudad con su extraño centro hundido.

Era la sensación de inminente fracaso lo que me incitaba a odiarla. Y aquella impresión de estar en una celda de paredes elásticas. Si quisiera marcharme, me soltaría (¡de buen grado!), pero si me quedaba, se ceñiría con más fuerza en torno a mí. Se ceñiría hasta impedirme respirar. Además —he aquí la parte mala—, marcharme no era una opción, porque ahora había visto a Harry antes de la cojera y antes de la confiada y levemente aturdida sonrisa. Le había visto antes de convertirse en Harry el Sapo, brincando calle a-ba-jo.

También había visto a su hermana. Ahora era más que un nombre en una redacción minuciosamente escrita, una niña sin rostro a quien le encantaba recoger flores y ponerlas en boteyas. A veces yacía despierto pensando en cómo planeaba salir al «truco o trato» vestida de Princesa Summerfall Winterspring. A menos que yo hiciera algo, eso nunca sucedería. Había un ataúd esperándola tras una larga e infructuosa lucha por su vida. Había un ataúd esperando a su madre, cuyo nombre de pila aún ignoraba. Y otro para Troy. Y otro para Arthur, conocido como Tugga.

Si permitía que sucediera, no concebía cómo podría vivir conmigo mismo. Por tanto, me quedé, pero no fue fácil. Y cada vez que pensaba en que tendría que volver a ponerme en la misma situación en Dallas, mi mente amenazaba con bloquearse. Al menos, Dallas no sería como Derry. Porque ningún lugar en la tierra podía ser como Derry.

Entonces, ¿cómo debería explicároslo?

En mi vida como profesor, solía insistir machaconamente en la noción de simplicidad. Tanto en la ficción como en la no ficción, existe solo una pregunta y una repuesta. «¿Qué ocurrió?», pregunta el lector. «Esto es lo que ocurrió», contesta el escritor. «Esto… y esto… y también esto». Simplificar. Es el único camino seguro a casa.

De modo que lo intentaré, aunque deberéis tener presente que en Derry la realidad es una fina capa de hielo en la superficie de un profundo lago de agua oscura. Pero aun así:

¿Qué ocurrió?

Esto ocurrió. Y esto. Y también esto.