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Conseguí la ropa que Al me había recomendado en Mason’s Menswear, y el dependiente me dijo que sí, que aceptarían encantados un cheque siempre y cuando estuviera girado en un banco local. Gracias a Lorraine, pude satisfacer ese requisito.

De vuelta en El Alegre Elefante Blanco, el beatnik me observó en silencio mientras yo pasaba el contenido de las tres bolsas de compra a mi nueva maleta. Cuando la cerré, finalmente me ofreció su opinión.

—Una manera curiosa de comprar, compadre.

—Supongo que sí —dije—. Pero este viejo mundo también es curioso, ¿verdad?

Esbozó una sonrisa en respuesta.

—En mi opinión, esa es la razón por la que Dios lo inclinó antes de dejarlo suelto. Choca ese pellejo, hermano. —Extendió la mano, con la palma hacia arriba.

Por un instante fue como intentar averiguar qué representaba la palabra Drexel unida a una serie de números. Entonces me acordé de una película, La chica de las carreras, y comprendí que el beatnik me ofrecía la versión de los años cincuenta de chocar los puños. Arrastré mi palma sobre la suya, sintiendo el calor y el sudor, pensando de nuevo: Esto es real. Está pasando de verdad.

—Salud, colega —dije.