Mi depósito de mil dólares en el Hometown Trust no provocó ningún arqueamiento de cejas. El reciente corte de pelo seguramente ayudó, pero creo que se debió sobre todo al hecho de estar en una sociedad de pagos al contado donde las tarjetas de crédito aún seguían en pañales… y probablemente eran contempladas con suspicacia por ahorrativos yanquis. Una cajera de severa belleza con el cabello arreglado en ceñidos tirabuzones y un camafeo en el cuello contó el dinero, anotó la cantidad en un libro de contabilidad, y luego llamó al director adjunto, que lo volvió a contar, comprobó el registro, y después me extendió un recibo que mostraba tanto el depósito como el total disponible en mi nueva cuenta corriente.
—Si me permite una sugerencia, es una suma considerable para llevar en cheques, señor Amberson. ¿Le interesaría abrir una cuenta de ahorros? Actualmente ofrecemos un tres por ciento de interés, capitalizado trimestralmente. —Ensanchó los ojos para mostrarme cuan increíbles eran estas condiciones. Se daba un aire a aquel director de orquesta cubano de antaño, Xavier Cugat.
—Gracias, pero tengo que efectuar una buena cantidad de transacciones. —Bajé la voz—. Un cierre inmobiliario. O en eso confío.
—Buena suerte —respondió, bajando su propia voz al mismo tono de confidencialidad—. Lorraine le facilitará los cheques. ¿Le alcanza con cincuenta?
—Cincuenta será suficiente.
—Más adelante podremos proporcionárselos con su nombre y su dirección. —Enarcó las cejas, convirtiendo la afirmación en un interrogante.
—Tengo previsto viajar a Derry, pero estaré en contacto.
—Perfecto. Yo estoy en Drexel ocho cuatro-siete-siete-siete.
No supe de qué hablaba hasta que me deslizó su tarjeta a través de la ventanilla. Grabado en ella, se leía: Gregory Dusen, Director Adjunto, y DRexel 8-4777.
Lorraine me entregó los cheques y un talonario de falsa piel de cocodrilo para guardarlos. Le di las gracias y los dejé caer en mi maletín. En la puerta me detuve para mirar hacia atrás. Un par de cajeros trabajaban con calculadoras; por lo demás, todas las transacciones pertenecían a la variedad de las sumas con lápiz y papel. Se me ocurrió que, salvo por unas cuantas excepciones, Charles Dickens se habría sentido aquí como en casa. También se me ocurrió que vivir en el pasado se asemejaba un poco a vivir bajo el agua y respirar a través de un tubo.