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Aún faltaban unos minutos para las seis y media, pero encontré a Al en el listín telefónico y marqué su número sin vacilación. Tampoco le desperté. Contestó al primer timbrazo, con voz tan áspera y cavernosa que resultaba difícil de comprender: parecía más el ladrido de un perro que una voz humana.

—Eh, socio, ¿te levantas con las estrellas o qué?

—Quiero enseñarte algo. Una redacción de clase. Conoces incluso a quien la escribió, o deberías; tienes su foto en el Muro de los Famosos.

Tosió y a continuación dijo:

—Tengo muchas fotos en el Muro de los Famosos, socio. Creo que incluso hay una de Frank Anicetti, de cuando el primer Festival Moxie. Échame un cable.

—Prefiero enseñártelo. ¿Puedo pasarme?

—Si te atreves a verme en albornoz, bienvenido seas. Pero tengo que preguntártelo ya, ahora que has tenido una noche para meditarlo. ¿Has tomado una decisión?

—Creo que primero necesito hacer otro viaje al pasado.

Colgué sin darle tiempo a formular más preguntas.