Al dejó que le acompañara al dormitorio e incluso musitó un «Gracias, socio» cuando me arrodillé para desatarle los cordones de los zapatos y quitárselos. Solo puso impedimentos cuando me ofrecí a ayudarle en el cuarto de baño.
—Hacer del mundo un lugar mejor es importante, pero también lo es que uno sea capaz de ir al váter por su propio pie.
—Mientras estés seguro de poder lograrlo.
—Esta noche estoy seguro de que puedo, y mañana ya me preocuparé de mañana. Vete a casa, Jake. Empieza a leer el cuaderno; contiene mucha información. Consúltalo con la almohada. Ven a verme por la mañana y dime lo que hayas decidido. Yo aún seguiré aquí.
—¿Con un noventa y cinco por ciento de probabilidad?
—Con un noventa y siete, por lo menos. En conjunto, me siento bastante animado. Ni siquiera confiaba en llegar tan lejos contigo. Solo el hecho de habértelo contado, y que me creas, me quita un peso de encima.
Yo no estaba tan seguro de que lo creía, ni siquiera después de mi aventura de aquella tarde, pero no lo mencioné. Le di las buenas noches, le recordé que no perdiera la cuenta de las pastillas («Sí, vale»), y me marché. Fuera, me detuve a contemplar al gnomo que enarbolaba la bandera de la Estrella Solitaria, y un minuto después caminaba hacia el coche.
No juegues con Texas, pensé… pero a lo mejor lo hacía. Y dadas las dificultades que había tenido Al para cambiar el pasado —los neumáticos pinchados, la avería del motor, el puente derruido— se me ocurrió la idea de que, si continuaba adelante, sería Texas la que jugaría conmigo.