5

—¿Cuánto tiempo tengo para decidirme? —pregunté.

—No mucho. El restaurante desaparece a final de mes. He hablado con un abogado para ver si se podía ganar más tiempo, interponer una demanda, o algo, pero no fue muy optimista. ¿Alguna vez has visto un letrero en una tienda de muebles que dice LIQUIDACIÓN POR FIN DE ARRENDAMIENTO?

—Claro.

—Nueve de cada diez casos son trucos de venta, pero mi caso es el décimo. Y no estoy hablando de una tienda de saldos cualquiera. Estoy hablando de Bean’s, y en Maine, L. L. Bean es el mayor simio de la jungla. En cuanto llegue el 1 de julio, el restaurante desaparecerá como la Enron. Pero eso no es lo importante. Puede que el 1 de julio yo ya me haya ido. Puedo pillar un resfriado y morir de neumonía en tres días. Puede darme un infarto o un derrame cerebral. O podría matarme accidentalmente con esas malditas píldoras de OxyContina. La enfermera a domicilio me pregunta a diario si tengo cuidado en no sobrepasar la dosis, y tengo cuidado, pero noto que le preocupa entrar una mañana y encontrarme muerto, seguramente por haberme colocado y haber perdido la cuenta. Además, las píldoras inhiben los procesos respiratorios, y mis pulmones están hechos polvo. Y encima, he adelgazado una barbaridad.

—¿De verdad? No me había fijado.

—A nadie le gustan los listillos, socio. Lo aprenderás cuando llegues a mi edad. En cualquier caso, quiero que te lleves el cuaderno y esto. —Me tendió una llave—. Es del restaurante. Si por algún motivo me llamaras mañana y la enfermera te dijera que he fallecido durante la noche, tendrás que moverte rápido. Siempre suponiendo que decidas moverte, claro.

—Al, no estás planeando…

—Solo intento ser precavido. Porque esto es importante, Jake. En lo que mí respecta, es más importante que cualquier otra cosa. Si alguna vez quisiste cambiar el mundo, esta es tu oportunidad. Salvar a Kennedy, salvar a su hermano, salvar a Martin Luther King. Detener los disturbios raciales. Impedir Vietnam, tal vez. —Se inclinó hacia delante—. Deshazte de un miserable descarriado, socio, y podrías salvar millones de vidas.

—Es un truco de venta de la hostia —dije—, pero no necesito la llave. Cuando mañana salga el sol, aún seguirás en el gran autobús azul.

—Hay un noventa y cinco por ciento de probabilidades. Pero no es suficiente. Toma la condenada llave.

Cogí la condenada llave y la guardé en el bolsillo.

—Te dejo para que descanses.

—Antes de que te vayas, una cosa más. Necesito hablarte de Carolyn Poulin y Andy Cullum. Vuelve a sentarte, Jake. Solo serán unos minutos.

Permanecí de pie.

—No, no. Estás agotado. Necesitas dormir.

—Dormiré cuando me muera. Ahora, siéntate.