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Harry Dunning se graduó de manera triunfal. Yo asistí a la pequeña ceremonia en el gimnasio del instituto, por invitación suya. En realidad, él no tenía a nadie más, así que acepté con mucho gusto.

Tras la bendición (pronunciada por el padre Bandy, quien raramente se perdía un acto del instituto), me abrí paso entre el remolino de amigos y familiares hasta donde, solitario, se encontraba Harry envuelto en su inflada toga negra, sosteniendo el diploma en una mano y el birrete alquilado en la otra. Le cogí el gorro para poder estrecharle la mano. Sonrió, exponiendo una dentadura con muchos agujeros y varias piezas torcidas. Aun así, esgrimía una sonrisa radiante y cautivadora.

—Gracias por venir, señor Epping. Muchas gracias.

—Ha sido un placer. Y puedes llamarme Jake. Es un pequeño privilegio que concedo a los estudiantes que tienen edad suficiente para ser mi padre.

Por un momento pareció confundido, entonces se echó a reír.

—Sí, supongo que es así, ¿no? ¡Ostras!

Yo también me eché a reír. Un montón de gente reía a nuestro alrededor. Y corrían las lágrimas, por supuesto. Lo que para mí entraña tanta dificultad, resulta fácil para muchas personas.

—¡Y ese sobresaliente alto! ¡Ostras! ¡Nunca en toda mi vida había sacado un sobresaliente alto! ¡Ni siquiera lo esperaba!

—Te lo merecías, Harry. Y bueno, ¿qué es lo primero que vas a hacer como graduado de secundaria?

Su sonrisa desapareció por un segundo; era una perspectiva que no había contemplado.

—Pues supongo que volveré a casa. Tengo una casita alquilada en Goddard Street, ¿sabe? —Alzó el diploma, sujetándolo cuidadosamente con las yemas de los dedos, como si la tinta pudiera correrse—. Le pondré un marco y lo colgaré en la pared. Después supongo que me serviré una copa de vino y me sentaré en el sofá y me quedaré admirándolo hasta la hora de dormir.

—Parece un buen plan —dije—, pero antes, ¿te gustaría acompañarme a comer una hamburguesa con patatas fritas? Podríamos ir a Al’s.

Esperaba una mueca como respuesta, aunque, por supuesto, estaba juzgando a Harry tomando como patrón a mis colegas. Por no mencionar a la mayoría de los chicos a los que enseñábamos; evitaban Al’s como la peste y solían frecuentar el Dairy Queen frente al instituto o el Hi-Hat en la 196, cerca de donde en otro tiempo estuvo el viejo autocine de Lisbon.

—Sería estupendo, señor Epping. ¡Gracias!

—Jake, ¿recuerdas?

—Jake, claro.

De modo que llevé a Harry a Al’s, donde yo era el único cliente asiduo de entre el profesorado y, aunque aquel verano había contratado a una camarera, nos sirvió el propio Al. Como de costumbre, un cigarrillo (ilegal en establecimientos públicos hosteleros, pero eso nunca fue un impedimento) ardía en la comisura de sus labios, y entornaba el ojo del mismo lado a causa del humo. Cuando vio la toga de graduación doblada y comprendió el motivo de la celebración, insistió en correr con la cuenta (si podía llamarse así; las comidas en Al’s eran extraordinariamente baratas, lo cual había suscitado rumores acerca del destino de ciertos animales callejeros de la vecindad). Además, nos sacó una foto, que más tarde colgó en lo que él denominaba Muro Local de los Famosos. Entre los «famosos» representados se incluía al difunto Albert Dunton, fundador de la Joyería Dunton; a Earl Higgins, un antiguo director del instituto; a John Crafts, fundador de Automóviles John Crafts, y, por supuesto, al padre Bandy, de la iglesia de San Cirilo. (El sacerdote estaba emparejado con el papa Juan XXIII; este último no por ser lugareño, sino por la veneración de Al Templeton, quien se definía como «un buen católico»). La foto que Al sacó aquel día muestra a Harry Dunning con una gran sonrisa. Yo posaba a su lado, y ambos sujetábamos el diploma. Su corbata estaba ligeramente torcida. Lo recuerdo porque me hizo pensar en aquellos garabatos que trazaba al final de las y minúsculas. Lo recuerdo todo. Lo recuerdo muy bien.