Tengo las manos hundidas en la tierra; el cuerpo cansado, pero no permitiré que este trabajo me arrebate mis pensamientos. Porque eso es lo que quieren los funcionarios: obreros que trabajan pero no piensan.
«No entres dócil.»
De manera que lucho. Lucho del único modo que sé, pensando en Ky, aunque el dolor de su ausencia sea tan lacerante que apenas lo soporto. Planto las semillas y las cubro de tierra. ¿Crecerán hacia el sol? ¿Saldrá algo mal y jamás asomarán la cabeza, jamás se convertirán en nada y sólo se pudrirán? Pienso en él, pienso en él, pienso en él.
Pienso en mi familia. En Bram. En mis padres. Todo esto me ha enseñado algo sobre el amor, sobre el amor que siento por Ky, por Xander, y sobre el amor que mis padres, Bram y yo nos tenemos. Cuando llegamos a nuestro nuevo hogar, mis padres solicitaron un traslado de tres meses para mí porque daba muestras de rebelión. Los funcionarios de nuestro pueblo consultaron mis datos; éstos constataron la afirmación de mis padres. Mi padre mencionó el campo de trabajo que tenía en mente: agricultura intensiva, sembrar un cultivo experimental de invierno en una provincia occidental por la que discurre el río Sísifo. Él, Xander y mi madre me mantienen informada de todo lo que averiguan sobre el posible paradero de Ky. Aquí me hallo más cerca de él. Lo siento.
Pienso en Xander. Podríamos haber sido felices, lo sé, y eso quizá sea lo más duro. Podría haber cogido su mano, cálida y fuerte, y podríamos haber tenido lo que tienen mis padres. Y habría sido hermoso. Lo habría sido.
No llevamos cadenas. No tenemos adonde ir. Nos extenúan con trabajo; no nos pegan ni nos lastiman. Sólo quieren cansarnos.
Y estoy cansada.
Cuando pienso en que puedo terminar rindiéndome, recuerdo la última parte de la historia que Ky me dio, la parte que por fin leí antes de que abandonáramos nuestro hogar para siempre: «Cassia», escribió en la parte de arriba, en letras que eran esbeltas, claras y audaces, que se rizaban y fluían y convertían mi nombre en algo hermoso, en algo más que una palabra. Una declaración, un pedazo de canción, un fragmento de arte, creado por sus manos.
Sólo había un Ky dibujado en la servilleta. Sonriendo. Una sonrisa en la que pude ver tanto a la persona que fue como a la persona en la que se había convertido. Volvía a tener las manos vacías y abiertas, alargadas hacia mí.
Cassia:
Ahora sé qué vida mía es la real, pase lo que pase. Es la vida contigo.
Por algún motivo, saber que incluso una sola persona conoce mi historia lo cambia todo. Quizá sea como dice el poema. Quizá ésta sea mi forma de no partir dócil.
Te quiero.
También tuve que quemar esa parte de la historia, pero abracé el calor de ese «Te quiero», como el color rojo, como un nuevo comienzo.
Si no conociera los retazos de la historia de Ky ni las palabras de mis poemas, quizá me rendiría. Pero pienso en mis palabras, en las pastillas y la brújula que tengo escondidas, y en mi familia y Xander, que me envían mensajes al terminal del campo de trabajo diciéndome que siguen buscando, que continúan ayudándome.
A veces, al mirar las pálidas semillas que esparzo en la negra tierra, me acuerdo de cuando imaginé que podía volar la noche de mi banquete. La negrura que queda atrás no me preocupa; ni tampoco las estrellas que me aguardan. Pienso en que la mejor manera de volar quizá sea con las manos llenas de tierra para no olvidar nunca de dónde venimos y cuán duro puede ser a veces andar.
Y también me miro las manos, que se mueven en una trayectoria de mi invención, mis propias palabras. Es difícil, y todavía no se me da bien. Las escribo en la tierra que siembro y luego las piso, cavo agujeros en ellas, echo semillas para ver si crecerán. Robo un trozo de madera chamuscada de una de las hogueras y escribo en una servilleta. Después, en otra hoguera, rozo las llamas con ella y las palabras mueren. Polvo y cenizas.
Mis palabras son siempre efímeras. Tengo que destruirlas antes de que alguien las vea.
Pero las recuerdo todas.
Por alguna razón, el acto de escribirlas me ayuda a recordarlas. Con cada palabra que escribo, estoy un poco más cerca de hallar las correctas. Y cuando vea de nuevo a Ky, lo cual sé que sucederá, le susurraré al oído las palabras que he escrito. Y éstas dejarán de ser polvo y cenizas y cobrarán vida.