Capítulo 4

«¿Qué?»

Estupefacta, toco la pantalla y la cara se disuelve bajo las yemas de mis dedos, fragmentándose en motas que parecen polvo. Aparecen palabras, pero, antes de que pueda leerlas, la pantalla se vacía. ¡Otra vez!

—¿Qué pasa? —digo en voz alta.

La pantalla se ha quedado en blanco. Como mi mente. Esto es mil veces peor que la pantalla vacía de anoche. Entonces sabía qué significaba. Ahora no tengo la menor idea. Nunca he oído que sucediera nada semejante.

«No lo entiendo. La Sociedad no comete errores.»

Pero ¿qué otra cosa puede ser si no? Nadie tiene dos parejas.

—¿Cassia? —Xander me llama desde la puerta.

—Ya voy —respondo, sacando la microficha del terminal y metiéndomela en el bolsillo. Respiro hondo y abro la puerta.

—He visto en tu microficha que te encanta la bicicleta estática —comenta Xander muy serio cuando salgo y cierro la puerta, lo cual me hace reír pese a lo que acaba de ocurrir.

De todos los ejercicios entre los que podemos elegir, el que más detesto con diferencia es la bicicleta estática. Y él lo sabe. Siempre discutimos sobre eso. Me parece absurdo montar en algo que no se mueve y tener que pedalear continuamente. Él arguye que si me gusta correr en la pista dual, es casi lo mismo. «Es muy distinto», le digo, pero no sé explicar por qué.

—¿Te has pasado todo el día contemplando mi cara en la pantalla del terminal? —pregunta.

Sólo está bromeando, pero de pronto se me corta la respiración. Él ya ha echado un vistazo a su microficha. ¿Habrá visto alguna otra cara además de la mía? Qué extraño se me hace ocultar algo, sobre todo a él.

—Pues claro que no —respondo, intentando seguirle la corriente—. Es sábado, ¿recuerdas? He tenido que trabajar.

—Y yo, pero eso no me ha impedido echarle un vistazo. He leído todos tus datos estadísticos y he repasado todas las instrucciones para el cortejo.

Sin saberlo, con esas palabras me arroja un salvavidas. La preocupación ya no me ahoga. Me llega al cuello, y sigue azotándome en frías oleadas, pero ya puedo respirar. Xander cree que estamos emparejados. No le ha sucedido nada extraño cuando ha mirado su microficha. Eso ya es algo…

—¿Te has leído todas las instrucciones?

—Claro. ¿Tú no?

—Todavía no.

Me siento estúpida al confesarlo, pero Xander vuelve a reírse.

—No son muy interesantes —observa—. Excepto una.

Me guiña el ojo.

—Ah, ¿sí? —digo distraída.

Veo a otros jóvenes de nuestra edad que se reúnen en nuestra calle y se dirigen al centro recreativo como nosotros. Se saludan, se llaman, y llevan la misma ropa que nosotros. Pero esta noche hay una diferencia. Unos observan. Y otros somos observados: Xander y yo.

Todas las miradas nos escrutan, se detienen en nosotros, se apartan, vuelven a observarnos.

No estoy habituada a esto. Xander y yo no somos forasteros; somos ciudadanos sanos y normales, formamos parte de este grupo.

Pero ahora me siento distinta, como si un fino muro transparente se alzara entre quienes me miran y yo. Nos vemos, pero no podemos atravesarlo.

—¿Estás bien? —pregunta Xander.

Me doy cuenta demasiado tarde de que debería haber reaccionado a su comentario y haberle preguntado qué instrucción le parece interesante. Si no me sereno pronto, sabrá que me ocurre algo. Nos conocemos demasiado bien.

Xander me coge por el brazo cuando doblamos la esquina y salimos del distrito de los Arces. Al cabo de unos pasos, desliza la mano por mi brazo y entrelaza sus dedos con los míos. Se acerca a mi oído.

—Una de las instrucciones decía que podemos expresar afecto físico si queremos.

Y yo quiero. Pese a toda la tensión que siento, notar su mano en la mía sin nada que nos separe me resulta grato, y también nuevo. Me sorprende que Xander lo haga con tanta naturalidad. Mientras caminamos, reconozco la emoción que percibo en las caras de las chicas que nos miran. Son celos, simple y llanamente. Me relajo un poco, porque sé la razón. Ninguna de nosotras pensaba que podría tener al rubio, al carismàtico y al inteligente de Xander. Estábamos seguras de que lo emparejarían con otra chica de otra ciudad, de otra provincia.

Pero no ha sido así. Lo han emparejado conmigo.

Mantengo los dedos entrelazados con los suyos mientras nos dirigimos al centro recreativo. Puede que, si no le suelto la mano, eso demuestre que estamos destinados a ser pareja. Que la otra cara que he visto en la pantalla no significa nada, que únicamente ha sido un fallo momentáneo de la microficha.

Sólo que a la persona que he visto, la persona que no era Xander, también la conozco.