Capítulo 56

Entretanto

Emma Thompson y George Clooney estaban sentados en un banco junto al lago y daban de comer a los patos. Cada vez que uno de ellos comía un trozo de pan envenenado de Clooney, Emma devolvía al animal a la vida, lo cual resultaba muy frustrante para Clooney. Sin embargo, aún lo enfurecía más saber que tan sólo había sido una simple variable en el método probatorio de Dios.

—Así pues —preguntó finalmente Clooney, cuando se dio cuenta de que también llevaba las de perder en la lucha por los patos—, ¿nunca habrá un juicio final?

—La humanidad ya es adulta —contestó Emma.

—Pero ni de lejos perfecta.

—Ningún adulto lo es —dijo Emma, sonriendo satisfecha.

Clooney no podía sonreír satisfecho; había pasado toda su existencia esperando febrilmente la batalla final y ahora, de golpe y porrazo, su razón de ser se había volatilizado. Así debían de sentirse los parados que estaban dispuestos a vender su alma por un nuevo trabajo.

—Tendrás lo que deseabas más ardientemente —lo animó Emma.

—¿Libre albedrío? —Satanás apenas se atrevía a albergar la esperanza.

—Sí, podrás viajar a la isla de los mares del Sur, como siempre has querido.

Clooney sonrió profundamente aliviado. Podría vivir solo y no tendría que seguir ocupándose de pecadores incordiantes. Dios le acababa de regalar un reino de los cielos particular.

—¿Puedo…? —empezó a decir.

—No, no puedes llevarte a la dibujante.

Clooney se mordió el labio, luego se encogió de hombros y dijo:

—No se puede tener todo —y se fue sin dar las gracias. Volaría a los mares del Sur en el jet privado del gobernador de California.

Mientras Satanás desaparecía, Joshua se acercó por el paseo del lago y se sentó en el banco con Emma Thompson.

—Y tú, hijo mío, ¿vuelves conmigo al cielo?

—No —contestó Joshua resuelto.

—¿Te quedas con Marie? —Emma estaba sorprendida, pero no disgustada; Joshua podía hacer lo que quisiera con su libre albedrío.

—Tampoco. Pero gracias a ella sé lo que tengo que hacer.

—¿Y qué es? —Emma estaba realmente intrigada.

—Recorreré el mundo.

—¿Y no volverás a ver a Marie?

—Sí, la veré —contestó Joshua con la voz cargada de melancolía—, regresaré de vez en cuando, sin que ella se entere, para ver si está bien… y si lo están sus hijos… y sus nietos.

—¿Y también sus biznietos? —Emma esbozó una sonrisa.

—Y los hijos de sus biznietos —contestó Jesús, devolviéndole la sonrisa.