Entretanto
Satanás, todavía con la figura de Alicia Keys, se dirigió con sus tres jinetes del Apocalipsis a la pista de aterrizaje de un aeropuerto militar. Allí embarcarían en un jet privado que los llevaría a Jerusalén y que pertenecía a un culturista austríaco que tenía muchísimo que agradecer a Satanás.
Mientras subían a bordo, ligeros de equipaje, Kata no dejaba de luchar desesperadamente por su alma, haciéndole comentarios a Satanás sobre lo inútil que era todo aquel montaje de los jinetes del Apocalipsis.
—Por descontado, perderemos la batalla final; Dios es más fuerte que tú, ¿no?
—No la perderemos —replicó Satanás.
—Pues está escrito que perderemos contra Jesús y que seremos arrojados vivos al estanque de fuego —apuntó con cara de miedo el sacerdote con deportivas, en tanto que Sven, nervioso ante esa perspectiva, empezó a morderse las uñas.
—Eso no pasará —declaró Satanás severamente, y se dispuso a subir los últimos peldaños de la escalerilla de embarque.
—Pero a lo mejor tú eres un instrumento de Dios, igual que los jinetes somos tus instrumentos —insistió Kata.
La frente oscura y femenina de Satanás se frunció. La mujer que tanto lo fascinaba le había tocado una fibra sensible; hacía mucho que abrigaba esa duda, desde su época como serpiente en el paraíso con Adán y Eva. En aquel entonces, con el asunto de la manzana, Satanás no consiguió quitarse de encima la sensación de que, en cierto modo, estaba siendo utilizado por el Señor de los cielos.
—Le estás haciendo el juego a Dios con todas tus acciones —comentó Kata.
Satanás se detuvo, la preciosa dibujante tenía razón: lo estaba preparando todo siguiendo con exactitud el programa y, si continuaba así, probablemente también perdería, siguiendo con exactitud el programa.
—Es posible —concedió, después de mucho cavilar.
Kata no se lo podía creer, había sembrado la duda en Satanás.
—No volaremos a Jerusalén —anunció.
Las esperanzas de Kata aumentaron, ¿podía ser realmente tan fácil?
—Y no iniciaremos la batalla final el martes de la semana que viene.
Kata lo celebró interiormente, ¡era tan fácil! Había apartado a Satanás de sus planes. Pero, mientras ella lo celebraba, Satanás anunció:
—¡Empezaremos la guerra contra el bien hoy mismo! ¡En Malente!
Y Kata pensó: las cosas no están saliendo como esperaba.
—¡Enseguida tendréis vuestros caballos! —informó Satanás.
—¿Caballos? —preguntó Kata, que ya los odiaba cuando sus compañeras de clase aún se empapelaban el cuarto con pósters de la revista ecuestre Wendy.
—Por algo no sois los peatones del Apocalipsis —se burló Satanás, sin mucha gracia en opinión de Kata, y aclaró—: Tú serás el segundo jinete más poderoso.
Un hecho que puso celosos a Sven y al sacerdote con deportivas.
—Sólo la segunda más poderosa, ¿no soy tu favorita? —preguntó Kata, mordaz.
—Sí, lo eres. Pero la plaza del jinete más poderoso ya está adjudicada. Ahí no valen mis influencias. Es alguien que se pasea por el mundo desde el inicio de los tiempos —explicó Satanás con una voz que sobrecogió a Kata—. Me gustaría presentarte a esa criatura —dijo, y señaló a Marie, que, para asombro de Kata, salió del jet y se plantó en la escalerilla—. Éste es el jinete llamado Muerte —anunció Satanás.
—Ésa es mi hermana —replicó Kata perpleja.
Satanás sonrió.
—A la muerte le gusta adoptar la figura de una persona a la que pronto va a llevarse.