Capítulo 21

Entretanto

Gabriel aguardaba despierto a Jesús en la cocina de la casa parroquial. Su amada tenía un compromiso en Hamburgo y no podía pasar la noche con él. Dios, cuánto echaba de menos a Silvia aunque sólo hiciera unas horas que no la veía. En momentos melancólicos como ése, Gabriel estaba convencido de que el amor tenía más desventajas que ventajas. Y de que Dios quizás pasaba por una mala racha cuando inventó el amor, tan imperfecto como era.

Sí, claro, el Todopoderoso nunca tenía una mala racha, eso lo sabía él, un antiguo ángel, pero no había otro modo de explicar la nostalgia que le provocaba el amor. ¿Qué sentido tenía?

Era como un ardor de estómago. No alcanzaba a comprender el misterio divino que se ocultaba detrás.

* * *

Jesús regresó por fin a la casa parroquial. Se le veía muy absorto en sus pensamientos.

—¿Qué te preocupa, Señor? —preguntó Gabriel.

—¿Qué sabes de Marie? —preguntó Jesús.

«Oh, no», pensó Gabriel, «esa mujer, ¿sigue inquietando al Mesías?».

—Perdona, Señor —contestó—, pero Marie es lo que, en este mundo y de manera algo profana, calificamos de «mediocre».

—A mí no me parece en absoluto mediocre. Al contrario, veo algo especial en ella.

—¿Algo especial? —La voz de Gabriel sonó ligeramente aguda—. ¿Estamos hablando de la misma Marie?

—Me ha hecho reír —lo interrumpió Jesús.

—¿Cómo, se ha tirado contra una pared? —preguntó Gabriel, y al instante se espantó de sí mismo. Notó que lo embargaba una ligera rabia hacia Marie. ¿No podía dejar en paz al Mesías?

—No, no se ha tirado contra una pared. ¿Cómo se te ha ocurrido? —preguntó Jesús, y Gabriel se alegró en ese momento de que Jesús fuera ajeno a la ironía.

—¿Le falta un poco de fe? —quiso saber Jesús.

—¿Un poco? —Gabriel suspiró levemente. Y añadió en pensamientos: si a ella le falta «un poco» de fe, Goliat sólo los tenía «un poco» grandes.

Jesús parecía pensativo.

—¿No pretenderás convertirla? —tanteó Gabriel—. No tienes tiempo, piensa en tu misión.

—Sólo quiero saber más cosas de ella —replicó Jesús, y se encerró en su habitación.

Gabriel se quedó mirando fijamente la puerta cerrada y se preguntó: «¿acabará sintiendo Jesús algo por Marie?». Gabriel se rió de sí mismo. Aquella idea era un desatino. Cierto que Jesús podía tener esos sentimientos, pero Marie no tenía ni de lejos la personalidad de María Magdalena. No tenía siquiera la personalidad de Salomé; como mucho, la de la esposa de Lot. Seguramente, Jesús sólo quería convertir a una oveja descarriada.