Capítulo 19

Joshua me llevó por encima del lago.

Sí, me llevó de verdad por encima del lago. Y yo pensé, no muy desencaminada: «me lleva por encima del lago».

Sí, claro, en esa situación podría haber pensado muchas cosas más: «Joshua me ha sacado del fondo del lago. Me ha salvado la vida». Y, sobre todo: «¡Hostia santa, es realmente Jesús!».

Pero mi cerebro no pasaba de «me lleva por encima del lago». Se quedó colgado en ese hecho, como un ordenador que no consigue iniciar un programa. No estaba en condiciones de procesar el pensamiento «¡Hostia santa, es realmente Jesús!».

Cuando mi cerebro pudo dar por fin un minipaso, prefirió pensar por seguridad en cosas más intrascendentes como «ningún hombre había conseguido nunca llevarme en brazos». Una vez que Sven, en un alarde de romanticismo, intentó cruzar el umbral conmigo en brazos, estuvo a punto de acabar con una hernia discal.

La lluvia y el viento siguieron azotándome la cara hasta que Joshua amenazó al cielo y gritó al lago:

—¡Calla, enmudece!

El viento se aquietó y se hizo completa calma. Sí, aquel hombre no necesitaba ni chubasquero ni paraguas.

Cuando Joshua pisó la orilla al cabo de cinco minutos, los nubarrones habían retrocedido ante el crepúsculo. Me dejó en un banco. Yo estaba empapada, al contrario que Joshua, y temblaba de frío como nunca en la vida. Los pulmones aún me ardían.

—Puedo quitarte el dolor —dijo Joshua con toda tranquilidad.

Iba a tocarme, igual que había tocado a la hija de Swetlana, pero yo grité:

—¡¡¡Noooooooo!!!

No quería ni que me rozara. Todo aquello era demasiado para mí. ¡Excesivo!

Joshua se detuvo. Si mi grito histérico lo había desconcertado, no dejó que se le notara.

—Pero —dijo Joshua— estás helada.

Intentó tocarme de nuevo.

—¡No me toques! —bramé. Le tenía tanto miedo que seguramente fue una reacción natural a lo sobrenatural.

—¿Me tienes miedo?

Muy perspicaz.

—No temas —dijo con voz suave, pero no logró abrirse paso a través de mi pánico.

—¡NO ME TOQUES!

—Como quieras —asintió.

—¡Esfúmate! —le grité con mis últimas fuerzas, y tuve un ataque de tos.

Joshua seguía mirándome, preocupado. ¿Significaba algo para él o se preocupaba tanto por todas las personas a las que salvaba de ahogarse?

—Con «esfúmate» quiero decir «vete al cuerno» —jadeé despavorida, y continué tosiendo.

—Como quieras —dijo otra vez en tono tranquilo y respetuoso, y se fue.

Me dejó empapada y tosiendo en el banco porque yo quise.

Joshua desapareció de mi vista por una esquina. La lluvia había cesado gracias a su conjuro, pero yo temblaba todavía más que antes y la tos era insoportable. Tenía que irme a casa como fuera o me moriría de una pulmonía en aquel banco. Me enderecé, valerosa. Seguro que conseguía llegar a casa. Eso estaba chupado. Me levanté del banco, di medio paso y me desplomé inconsciente.