Entretanto
Hay personas que, por amor, sacrifican su matrimonio, otras su profesión y otras su sistema nervioso. Pero, comparadas con el pastor Gabriel, todos eran simples aficionados de pacotilla. Treinta años atrás, no sólo había sacrificado la que había sido su existencia hasta entonces, sino también cosas nada despreciables, como sus alas y la inmortalidad. Y todo porque, siendo un ángel, se había enamorado de una mortal. Muchos ángeles lo hacen, pero Gabriel siempre había pensado que a él nunca le ocurriría. Él era un arcángel. ¡El arcángel Gabriel! ¡El responsable de todos los ángeles! El que había anunciado a María que tendría un hijo.
Pero un día vio en la Tierra a una chica que le tocó el corazón (metafóricamente hablando, ya que los ángeles no tienen órganos). Más aún: al verla, se alegró de no tener órganos, porque seguramente se le habrían descolocado de pura excitación.
Gabriel se enamoró perdidamente a primera vista. Y eso que a lo largo de su existencia inmortal había visto a mujeres mucho más guapas: Cleopatra, María Magdalena, aquella muchacha misteriosa que pintó Leonardo da Vinci… Y también había conocido a mujeres mucho más valientes; Juana de Arco, por ejemplo, era impresionante, aunque a veces desconcertara con su furor.
En cambio, la dama de la que se enamoró era de lo más normal. Una más entre miles, qué va, entre millones. Gabriel no conseguía explicarse por qué precisamente aquella mujer le fascinaba tanto, por qué de repente añoraba cosas tan tontas como pasarse horas acariciándole el cabello. Sí, el amor tenía la increíble y desconcertante cualidad de ser inexplicable. Incluso para un ángel.
Gabriel luchó mucho tiempo contra sus sentimientos, pero acabó pidiéndole a Dios que lo convirtiera en humano para poder cortejar a aquella mujer. Dios le escuchó, Gabriel perdió las alas, vino al mundo como mortal e intentó ganarse el corazón de su adorada. En vano, ya que ella no lo amaba.
¡Esos estúpidos humanos con su libre albedrío!
La mujer que tanto amaba se casó con otro. Y tuvo dos criaturas con aquel hombre. Llamadas Kata y Marie.
* * *
A la mañana siguiente de la boda anulada de Marie, Gabriel fue a Hamburgo y se presentó por sorpresa en la puerta de la madre de Marie, con la que había mantenido contacto durante aquellas décadas. Ella no sabía que él aún la amaba. Tampoco sabía que Gabriel había sido un ángel. Dios le había prohibido, igual que a los otros trescientos ángeles que a lo largo de los milenios se habían convertido por amor en humanos (incluida Audrey Hepburn), que revelara su origen.
—Silvia, ¿has leído el Apocalipsis de san Juan en la Biblia? —preguntó Gabriel apremiante.
—Sí, y lo encontré sorprendente; en cierto modo, perturbador —respondió Silvia, la madre de Marie.
—La mayoría de la gente no conoce esa revelación —refunfuñó Gabriel—. Y eso que ocupa los últimos veintidós capítulos de la Biblia.
—Es que la mayoría de la gente no lee los libros hasta el final —dijo Silvia sonriendo satisfecha.
—¡Pues es importante leer hasta el final! —insistió Gabriel.
Le molestaba que la mayoría viera las Sagradas Escrituras como una especie de bufet libre y sólo picaran lo que les convenía según su manera de ver el mundo. Cuando él iba a un bufet libre, ¡siempre probaba todos los platos! Al menos eso era lo que hacía antes; ahora, la acidez de estómago lo incordiaba a menudo. ¡Ser mortal tenía ciertamente desventajas!
—Vale —la madre de Marie sonrió irónicamente—, en esa parte de la Biblia se habla de la batalla final entre el bien y el mal. Parece una primera versión descartada de El señor de los anillos.
—¡No es El señor de los anillos! —protestó Gabriel.
—Pero casi: Satanás envía al mundo a los tres jinetes del Apocalipsis…
—¡Son cuatro! —corrigió el pastor—. Guerra, Hambre, Enfermedad y Muerte.
—Y Jesús regresa a la Tierra y vence a Satanás y a sus jinetes, arre, arre, caballito —se burló Silvia.
—Sí, eso es exactamente lo que hará —insistió Gabriel.
—Y luego, Jesús crea con Dios un reino de los cielos en la Tierra —dijo Silvia sonriendo aún más abiertamente.
—¡Así será!
—Diría que el Juan que escribió eso en la Biblia hacía pluriempleo cultivando cannabis.
A Gabriel le daba un miedo infernal que su adorada no se tomara en serio la Biblia y habló sin ambages:
—Jesús no acogerá a todo el mundo en el reino de los cielos.
—Oh, ¿tendré que hacerme devota en mi vejez? —Le parecía tan tierno que el pastor se preocupara tanto por ella.
—¡Sí! ¡Maldita sea! —gritó Gabriel.
Ese arrebato la desconcertó.
—Es la primera vez que te oigo maldecir.
—Todos los impíos serán castigados —explicó Gabriel en voz baja y preocupada.
—Los impíos vivimos mejor el presente porque no nos dejamos intimidar por esos terroríficos textos bíblicos —replicó Silvia.
Luego miró el reloj; tenía que ir a la consulta o empezaría tarde la visita. Pero Gabriel era realmente una dulzura cuando se alteraba. ¿Por qué no se había dado cuenta hasta entonces? Claro, porque su ex marido tenía ahora una conejita bielorrusa y a ella la había asaltado de repente el miedo a envejecer sola. Eso lo sabía su mente analítica de psicóloga. También sabía que era normal reaccionar de ese modo ante el nuevo amor de su ex marido. Y que había que disfrutar de las cosas buenas de la vida.
Así pues, se despidió de Gabriel diciéndole:
—Esta noche iré a verte.
Le dio un beso de amiga en la mejilla. Luego bajó las escaleras del edificio con paso decidido.
Gabriel se tocó la mejilla, turbado: así que eso era lo que se sentía cuando te daban un beso. Ahora sí que no quería perderla. Pero no iba sobrado de tiempo para salvar a su gran amor. Jesús ya había regresado al mundo.