Capítulo 7

—¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho? —sollocé sentada en el suelo frío del lavabo de señoras de la iglesia.

—Has dicho «no» —contestó Kata, que estaba sentada a mi lado y se encargaba de que el papel de váter empapado de lágrimas fuera a parar al cubo del WC.

—¡Ya sé lo que he dicho! —aullé.

—Ha sido la respuesta correcta. ¡Valiente y sincera! —me consoló Kata, y desenrolló un poco más de papel para mí—. Poca gente tiene tanto valor. En tu lugar, la mayoría habrían dicho «sí» y habrían cometido un tremendo error. Sí, vale, también podrías haber escogido un momento mejor para quitártelo de encima…

—¿Ya se han ido los invitados? —pregunté.

—Sí. Y seguro que los niños quedarán traumatizados para toda la vida en lo que respecta al tema del matrimonio —dijo Kata, sonriendo afablemente.

—¿Y… y Sven?

—Está al otro lado de la puerta y quiere hablar contigo.

Dejé de berrear. ¿Sven me esperaba en la puerta? Si se lo explicaba todo, a lo mejor entendería que yo sólo quería ahorrarle más dolor. Que los dos habríamos sido infelices. Sí, seguro que lo entendería, a pesar del sufrimiento que acababa de causarle. Después de todo, era un hombre muy comprensivo.

—Déjalo pasar —le pedí a Kata.

—No creo que sea buena idea…

—Déjalo pasar.

—Lo que quería decir realmente con «no creo que sea buena idea» era que es una idea descabellada.

—¡Déjalo pasar! —insistí.

—De acuerdo.

Kata se levantó y salió. Yo me incorporé a duras penas, con el vestido arrugadísimo, me acerqué al espejo y me vi la cara llorosa y el maquillaje corrido. Me eché un poco de agua fría y el maquillaje todavía se corrió más.

Sven entró en el lavabo, tenía los ojos enrojecidos, era evidente que él también había llorado. Yo esperaba que me perdonaría. Era de tan buena pasta que seguramente lo haría.

—Sven… —me erguí y busqué las palabras apropiadas para reparar lo que se había roto.

—¿Sabes qué, Marie? —me interrumpió.

—¿Qué…? —pregunté con cautela.

—A partir de ahora, los masajes en los pies te los vas a hacer tú… ¡si te llegas con esos michelines!

Me quedé conmocionada.

Sven salió precipitadamente del lavabo.

Y Kata me pasó un brazo por los hombros con ternura.

—Por lo visto, no te quería como eres.

* * *

Yo me habría apalancado unos cuantos años en el lavabo de señoras de la iglesia, pero el pastor Gabriel no lo permitió. Me pidió que me fuera, sorprendentemente, sin una sola palabra de recriminación.

—Al fin y al cabo —dijo—, en ningún pasaje de la Biblia está escrito que haya que contestar afirmativamente a la pregunta de «¿Quieres…?».

Cuando salía de la iglesia, mi mirada volvió a fijarse casualmente en una imagen de Jesús. Recordé que, en las clases de confirmación, Gabriel nos había explicado que Jesús había convertido agua en vino para que pudiera continuar la celebración de una boda. Bueno, por lo visto, aquel día no nos hacía falta un invitado de ese estilo.

* * *

Los parientes y los amigos de Sven ya no estaban en la puerta de la iglesia, lo cual me alivió enormemente, puesto que, por una fracción de segundo, había temido que me lapidarían a la antigua usanza. Sólo mi familia seguía reunida: mi madre, mi padre, Michi y Swetlana, que, a aquellas alturas, seguro que también se preguntaba qué familia era aquélla en la que pretendía colarse pérfidamente.

Mi padre le hacía reproches a mi madre:

—Tú tienes la culpa de todo. Por tu culpa es incapaz de asumir un compromiso.

Al oírlo, quise volver de inmediato al lavabo.

Pero mi madre me vio y se abalanzó hacia mí.

—Cariño, si necesitas hablar con alguien…

Uf, lo que me faltaba: psicoterapia con mamá.

—Puedes venir conmigo a Hamburgo —se ofreció, pero más por una mezcla de sentimiento de culpa y de reflejos profesionales de terapeuta que por verdadero amor de madre.

Mi padre se nos acercó y se ofreció:

—Puedes dormir en tu antigua habitación.

Tanto daba que yo hubiera ofendido a su Swetlana, tanto daba que aún estuviera enfadado: yo era su hija y siempre tendría un lugar para mí en su casa. Eso estuvo bien.

Michi también quería ayudarme:

—Puedes pasar la noche en mi casa. Tengo unas películas de terror estupendas para distraerte: Saw, Saw II, Novia a la fuga

A pesar de todo, se me escapó una sonrisa. Michi siempre conseguía hacerme reír más y mejor que Sven o Marc. Lástima que mis hormonas no compartieran su afición por el buen humor.

—Vete a dormir a casa de Michi —me susurró Kata— y acuéstate con él.

No me podía creer lo que acababa de proponerme y me sonrojé, medio de rabia, medio de vergüenza.

—Eso distrae. Y él te quiere desde hace siglos —concluyó.

—En primer lugar, no me quiere desde hace siglos —mascullé—. Y, en segundo lugar, Michi y yo tenemos una amistad platónica.

—Marie —contestó Kata—, Platón era un perfecto idiota.

* * *

Me decanté contra las películas de terror en casa de Michi y contra las horas de terapia con mi madre y acepté el ofrecimiento de mi padre. Poco después entré en mi antigua habitación. Tenía el mismo aspecto de siempre, es decir, patético. En la pared había pósters de boybands, cuyos miembros seguramente hacía mucho que estaban en paro. Me quité el vestido de novia y me dejé caer en ropa interior (no tenía nada que ponerme) sobre mi vieja cama mullida. Profundamente deprimida, miré al techo, donde podía verse una gran mancha de humedad: el entramado del tejado estaba roto. Mi padre dijo que lo haría reparar pronto, lo cual era una feliz idea, puesto que todo parecía indicar que me quedaría el resto de la vida en aquella habitación. Al menos, no quería volver a salir nunca más fuera, al puñetero mundo.

Kata se sentó en el suelo y se apoyó en la cama. No hablaba, sólo dibujaba tranquilamente su tira cómica. Al cabo de un rato, contemplé el resultado.

—¿Todas las tiras cómicas de la semana que viene van a ir sobre el desastre de mi boda? —pregunté.

—De la semana que viene y de la otra —dijo Kata sonriendo burlona.

—¿Y hasta cuándo piensas seguir dibujándolas?

—Hasta que madures —contestó con cariño.

—Ya he madurado —protesté débilmente.

Kata me miró compadeciéndome:

—No es verdad.

—Dijo ella, la que no quiere involucrarse en ninguna relación —repliqué herida. Desde que Lisa la abandonó en el hospital, Kata sólo había tenido rollos de una noche.

—Es mucho más sabio no atar tu corazón a nada ni a nadie y disfrutar del momento —explicó Kata en tono desenfadado.

Aquella frase volvió a demostrar que, en el fondo de su corazón, Kata estaba muy desilusionada en cuestiones de amor. Pero me sentía demasiado hecha trizas para decírselo.

—¿Podrías dejarme sola? —le pedí después de un breve silencio.

—¿Se te puede dejar sola? —preguntó con cautela.

—Se puede —aseguré valerosa.

Mi hermana me dio un beso en la frente, cerró el bloc y se fue. Cogí lápiz y papel de mi antiguo escritorio y me senté sobre la cama para elaborar una lista de cosas positivas y negativas de mi vida. Mi terapeuta me recomendó una vez que lo hiciera en situaciones de crisis para darme cuenta de que mi vida no era tan mala como yo creía.

Cosas negativas en mi vida:

1. He echado al traste una boda porque sentía bien poco por el hombre con el que quería casarme.

2. Y mucho por el hombre que me había engañado con un florero de la talla 34.

3. La última vez que yo me puse una talla 34 tenía trece años.

4. Odio mi trabajo más que muchos palestinos a los judíos.

5. No tengo perspectivas para cambiar de trabajo.

6. Casi no tengo amigos.

7. Seguro que medio Malente me odia por lo que le he hecho a Sven.

8. Vuelvo a dormir en la habitación que tenía de niña.

9. A los treinta y cuatro años.

10. Está claro que Kata tiene razón: no he madurado de verdad.

No se me ocurrió nada más. Sólo diez puntos negativos. O sea, ni de lejos una docena. No estaba mal. Sin embargo, afectaban a todos los aspectos esenciales de mi vida: amor, trabajo, amigos, carácter.

Cosas positivas en mi vida:

1. Tengo una hermana como Kata.

Tardé muchísimo en dar con un segundo punto.

2. No me puede pasar nada peor.

Entonces oí los jadeos de mi padre en su dormitorio. Y Swetlana gritó:

—¡Oh, sí!

Taché el segundo punto de la lista.