Klaus lanzó un grito, un grito que a Bonnie le recordó a antiguos depredadores, al diente de sable y al mamut macho. Espumarajos de sangre brotaron de la boca junto con el grito, convirtiendo el apuesto rostro en una retorcida máscara de furia.
Las manos escarbaron su espalda, intentando agarrar la estaca de fresno blanco y arrancarla. Pero estaba demasiado enterrada. El tiro había sido muy bueno.
—Damon —murmuró Bonnie.
Estaba de pie en el borde del claro, enmarcado por los robles. Mientras ella observaba, él dio un paso hacia Klaus, y luego otro; ágiles pasos acechantes llenos de mortífera intención.
Y estaba enojado. Bonnie habría salido huyendo de la expresión de su rostro si no hubiese tenido los músculos paralizados. Jamás había visto tanta amenaza controlada tan a duras penas.
—Apártate… de mi hermano —dijo, musitándolo casi, sin apartar ni un momento los ojos de Klaus mientras daba otro paso.
Klaus volvió a chillar, pero las manos detuvieron la frenética búsqueda.
—¡Idiota! ¡No tenemos que pelear! ¡Te lo dije en la casa! ¡Podemos ignorarnos mutuamente!
La voz de Damon no sonó más fuerte que antes. —Apártate de mi hermano.
Bonnie podía percibirlo dentro de él, era una oleada de Poder parecida a un tsunami. Damon siguió diciendo, con un tono tan quedo que ella tuvo que esforzarse para oírle:
—Antes de que te arranque el corazón.
Bonnie consiguió moverse al fin. Retrocedió.
—¡Te lo dije! —aulló Klaus lanzando espumarajos.
Damon no dio muestras de haber oído las palabras. Todo su ser parecía concentrado en la garganta de Klaus, en su pecho, en el corazón palpitante de su interior que iba a arrancar.
Klaus recogió la lanza intacta y arremetió contra él.
A pesar de toda la sangre perdida, al hombre rubio parecían quedarle muchas energías. La embestida fue repentina, violenta y casi ineludible. Bonnie le vio blandir la lanza contra Damon y cerró los ojos involuntariamente, y luego los abrió al cabo de un instante al escuchar un veloz movimiento de alas.
Klaus se había precipitado justo a través del lugar en el que había estado Damon, y un cuervo negro alzaba el vuelo mientras una solitaria pluma flotaba en dirección al suelo. Mientras Bonnie observaba atónita, la embestida llevó a Klaus a la oscuridad situada más allá del claro y desapareció allí.
Un silencio sepulcral descendió sobre el bosque.
La parálisis de Bonnie fue desapareciendo poco a poco, y primero caminó y luego corrió a donde yacía Stefan. Éste no abrió los ojos al acercarse ella; parecía inconsciente. Se arrodilló a su lado. Y entonces sintió que una especie de calma horrible se adueñaba poco a poco de ella, como alguien que ha estado nadando en aguas heladas y siente por fin los primeros síntomas innegables de la hipotermia. De no haber sufrido ya tantas sacudidas sucesivas, podría haber salido huyendo entre gritos o haberse dejado llevar por la histeria. Pero tal como estaban las cosas, aquél era simplemente el último paso, el último resbalón al interior de la irrealidad. Aun mundo que no podía ser, pero era.
Porque era grave. Muy grave. Tan grave como podía ser.
Nunca había visto a nadie con heridas así. Ni siquiera el señor Tanner, y él había muerto debido a sus heridas. Nada que Mary hubiese dicho nunca podía ayudar a arreglar aquello. Ni aunque hubiesen tenido a Stefan en una camilla ante un quirófano habría sido suficiente.
En aquel estado de espantosa serenidad alzó los ojos y vio un movimiento de alas que se desdibujaba y relucía a la luz de la luna. Damon apareció de pie junto a ella, y ella le habló con mucha serenidad y sensatez.
—¿Serviría si le diéramos sangre?
Él no pareció oírla. Los ojos estaban totalmente negros, todo pupilas. La violencia apenas refrenada, la sensación de feroz energía contenida habían desaparecido. Se arrodilló y tocó la negra cabeza del suelo.
—¿Stefan?
Bonnie cerró los ojos.
«Damon está asustado —pensó—. Damon está asustado… ¡Damon!… Y, Dios mío, no sé qué hacer. No hay nada que pueda hacer… y todo ha terminado y todos estamos perdidos y Damon teme por Stefan. Él no va a ocuparse de nada ni tiene una solución, y alguien tiene que solucionar esto. Y, Dios mío, por favor, ayúdame porque estoy tan aterrorizada, y Stefan se muere, y Meredith y Matt están heridos, y Klaus va a regresar.»
Abrió los ojos para mirar a Damon. Estaba blanco, el rostro con un aspecto espantosamente joven en aquel momento, con aquellos dilatados ojos negros.
—Klaus va a regresar —dijo Bonnie con calma.
Ya no le tenía miedo. No eran un cazador con siglos de existencia y una chica humana de diecisiete años sentados allí en el borde del mundo. Eran simplemente dos personas, Damon y Bonnie, que tenían que hacerlo lo mejor que pudieran.
—Lo sé —dijo Damon.
Sujetaba la mano de Stefan sin dar la menor muestra de vergüenza por ello, y resultaba totalmente lógico y sensato. Bonnie podía percibir cómo enviaba Poder al interior de Stefan, y también podía percibir cómo eso no era suficiente.
—¿Le ayudaría la sangre?
—No mucho. Un poco, quizá.
—Tenemos que intentar cualquier cosa que ayude en algo, por poco que sea.
—No —susurró Stefan.
Bonnie se sorprendió. Había pensado que estaba inconsciente. Pero tenía los ojos abiertos en aquel momento, abiertos y alerta y de un verde seductor. Eran la única cosa viva en él.
—No seas estúpido —dijo Damon, y su voz se endureció; aferró la mano de Stefan hasta que sus nudillos se tornaron blancos—. Estás malherido.
—No romperé mi promesa.
Aquella inamovible tozudez estaba presente en la voz de Stefan, en su rostro pálido. Y cuando Damon volvió a abrir la boca, sin duda para decir que Stefan la rompería y se aguantaría o Damon le partiría el cuello, Stefan añadió:
—En especial cuando no serviría de nada.
Hubo un momento de silencio mientras Bonnie se enfrentaba a la cruda veracidad de aquellas palabras. Donde se encontraban en aquel momento, en aquel lugar terrible situado más allá de las cosas corrientes, el fingimiento o las falsas palabras tranquilizadoras no parecían correctos. Únicamente la verdad serviría. Y Stefan decía la verdad.
Todavía contemplaba a su hermano, que le devolvía la mirada, toda aquella feroz atención concentrada en Stefan tal como había estado concentrada en Klaus antes. Como si de algún modo eso ayudara.
—No estoy malherido, estoy muerto —dijo Stefan con brutalidad, con los ojos clavados en los de Damon.
«Su último y más feroz combate de voluntades», pensó Bonnie.
—Y tienes que sacar a Bonnie y a los demás de aquí.
—No te dejaremos —intervino Bonnie.
Era la verdad; podía decirla.
—¡Tenéis que hacerlo! —Stefan ni siquiera miró a un lado, no apartó la vista de su hermano—. Damon, sabes que tengo razón. Klaus estará aquí en cualquier momento. No desperdicies tu vida. No desperdicies sus vidas.
—Me importan un comino sus vidas —siseó Damon.
«Lo dice de verdad», pensó Bonnie, y, curiosamente, no se sintió ofendida. Sólo había una vida que le importara a Damon allí, y no era la suya propia.
—¡Sí, sí te importan! —estalló Stefan.
Se aferraba a la mano de Damon con una energía igual de feroz, como si se tratara de una competición y pudiese obligar a Damon a darse por vencido de ese modo.
—Elena hizo una última petición; bueno, ésta es la mía. Tienes poder, Damon. Quiero que lo uses para ayudarlos.
—Stefan… —musitó Bonnie con impotencia.
—Prométemelo —insistió Stefan a Damon, y entonces un espasmo de dolor le crispó el rostro.
Durante incontables segundos, Damon se limitó a mirarle. Luego dijo: «Lo prometo» con tono rápido y cortante como la cuchillada de una daga. Soltó la mano de Stefan y se puso en pie, volviéndose hacia Bonnie.
—Vamos.
—No podemos dejarle…
—Sí, podemos. —No había nada que pareciera joven en el rostro de Damon en aquel momento; nada que mostrara vulnerabilidad—. Tú y tus amigos humanos vais a iros de aquí, para siempre. Yo regresaré.
Bonnie sacudió la cabeza. Sabía, de un modo vago, que Damon no estaba traicionando a Stefan, que era más bien que Damon anteponía los ideales de tu hermano a la vida de éste, pero era todo demasiado abstruso e incomprensible para ella. No lo comprendía y no quería hacerlo. Todo lo que sabía era que no podía dejar a Stefan allí tendido.
—Vas a venir ahora —dijo Damon alargando la mano hacia ella; el tono acerado había regresado a la voz.
Bonnie se preparó para pelear, y entonces sucedió algo que hizo que toda su discusión careciera de sentido. Se escuchó un chasquido que sonó igual que un látigo gigante, y un fogonazo lo iluminó todo como si fuese de día, y Bonnie quedó cegada. Cuando consiguió ver a través de las imágenes residuales, los ojos volaron hacia las llamas que ascendían de un ennegrecido agujero recién hecho en la base de un árbol
Klaus había regresado. Con rayos.
Los ojos de Bonnie salieron disparados hacia él a continuación, ya que era la única otra cosa que se movía en el claro. Agitaba la ensangrentada estaca de fresno blanco que se había arrancado de la espalda a modo de sangriento trofeo.
«Un pararrayos», pensó Bonnie sin ninguna lógica, y luego hubo otro estrépito.
Salió disparado desde un cielo vacío, en enormes horquillas de un blanco azulado que lo iluminaron todo como el sol del mediodía. Bonnie contempló cómo un árbol y luego otro eran alcanzados, cada uno más cercano que el anterior. Las llamas se alzaron igual que hambrientos goblins rojos entre las hojas.
Dos árboles a ambos lados de Bonnie estallaron, con chasquidos tan fuertes que sintió, más que escuchó, cómo le taladraban los tímpanos. Damon, cuyos ojos eran más sensibles, alzó una mano para protegerlos.
Luego gritó: «¡Klaus!» y salió disparado hacia el hombre rubio. Ya no andaba con pasos acechantes; aquello era la mortífera carrera del ataque. El estallido de velocidad asesina del felino o el lobo que va de caza.
El rayo le alcanzó en mitad del salto.
Bonnie chilló al verlo, poniéndose en pie de un salto. Hubo un fogonazo azul de gases sobrecalentados y un olor a quemado, y a continuación Damon cayó, yaciendo inmóvil boca abajo. Bonnie distinguió diminutas volutas de humo alzándose de él, tal como ocurría en los árboles.
Muda de horror, miró a Klaus.
Éste atravesaba el claro con andares arrogantes, sosteniendo el ensangrentado palo como si fuera un palo de golf. Se inclinó sobre Damon al pasar y sonrió. Bonnie quiso volver a gritar, pero no le quedaba aliento para ello. No parecía que quedara aire para respirar.
—Me ocuparé de ti más tarde —dijo Klaus al inconsciente Damon. Luego su rostro se alzó hacia Bonnie.
—De ti —dijo— me voy a ocupar ahora mismo.
Transcurrió un instante antes de que Bonnie reparara en que él miraba a Stefan, no a ella. Aquellos ojos azul eléctrico estaban fijos en el rostro de Stefan. Se movieron hasta la cintura ensangrentada del muchacho.
—Voy a comerte ahora, Salvatore.
Bonnie estaba totalmente sola. Era la única que quedaba en pie. Y tenía miedo.
Pero sabía lo que tenía que hacer.
Dejó que sus rodillas volvieran a doblarse, cayendo al suelo junto a Stefan.
«Y así es como termina —pensó—. Te arrodillas junto a tu caballero y luego te enfrentas al enemigo.»
Miró a Klaus y se movió de modo que protegiera a Stefan. El hombre pareció advertir su presencia por primera vez y frunció el entrecejo como si hubiese encontrado una araña en la ensalada. La luz de las llamas parpadeó con un tono rojo anaranjado sobre su rostro.
—Sal de en medio.
—No.
«Y así es como empieza el final. De este modo, así de sencillo, con una palabra, y vas a morir en una noche de verano. Una noche de verano en que la luna y las estrellas brillan y las hogueras arden como las llamas que los druidas usaban para invocar a los muertos.»
—Bonnie, vete —dijo Stefan con voz transida de dolor—. Vete mientras puedas.
—No —respondió Bonnie.
«Lo siento, Elena —pensó—. No puedo salvarle. Esto es todo lo que puedo hacer.»
—Sal de en medio —ordenó Klaus haciendo rechinar los dientes.
—No.
Podía aguardar y dejar que Stefan muriera de ese modo, en lugar de con los dientes de Klaus en la garganta. Podría no parecer gran cosa, pero era lo máximo que podía ofrecer.
—Bonnie… —susurró Stefan.
—¿Es que no sabes quién soy, niña? He andado con el diablo. Si te mueves, te dejaré morir rápidamente.
A Bonnie le falló la voz, así que negó con la cabeza.
Klaus echó hacia atrás su propia cabeza y rió. Un poco más de sangre goteó al mismo tiempo.
—De acuerdo —dijo—. Que sea a tu modo. Los dos moriréis juntos.
«Noche de verano —pensó Bonnie—. La víspera del solsticio. Cuando la línea entre los mundos es muy delgada.»
—Di buenas noches, cariño.
No había tiempo para entrar en trance, no había tiempo para nada. Nada excepto una súplica desesperada.
—¡Elena! —chilló Bonnie a todo pulmón—. ¡Elena! ¡Elena!
Klaus retrocedió.
Por un instante, pareció como si el nombre sólo tuviera el poder de alarmarle. O como si esperase que algo respondiera al grito de Bonnie. Se quedó inmóvil, escuchando.
Bonnie reunió todos sus poderes, metiendo todo lo que poseía allí, lanzando su necesidad y su llamada al vacío.
Y sus sentidos… no percibieron nada en absoluto.
Nada alteró la noche veraniega, excepto el crepitar de llamas. Klaus se volvió hacia Bonnie y Stefan y sonrió burlón.
Entonces Bonnie vio la neblina que se arrastraba por el suelo.
No… no podía ser neblina. Debía de ser humo procedente del fuego. Pero no se comportaba como él tampoco. Se reunía, se alzaba en el aire como un remolino diminuto o una tolvanera. Iba adquiriendo una forma que tenía más o menos el tamaño de un hombre.
Había otra un poco más lejos. Luego Bonnie vio una tercera. Lo mismo estaba sucediendo por todas partes.
Fluía neblina del suelo, de entre los árboles. Charcos de ella, cada una separada y definida. Bonnie, que miraba fijamente sin hablar, podía ver a través de cada pedazo, podía ver las llamas, los robles, los ladrillos de la chimenea. Klaus había dejado de sonreír, había dejado de moverse y observaba también.
Bonnie volvió la cabeza hacia Stefan, incapaz de formular la pregunta.
—Espíritus inquietos —murmuró él con voz ronca, con los ojos verdes muy concentrados—. El solsticio.
Y entonces Bonnie comprendió.
Acudían. Del otro lado del río, donde estaba el viejo cementerio. De los bosques, donde se habían cavado innumerables sepulturas improvisadas para arrojar adentro los cuerpos antes de que se pudrieran. Los espíritus inquietos, los soldados que habían combatido allí y muerto durante la guerra de Secesión. Un ejército sobrenatural respondiendo a su llamada de ayuda.
Adquirían forma a su alrededor, y eran cientos de ellos.
Bonnie ya podía ver incluso rostros. Los nebulosos contornos se rellenaban con tonalidades pálidas como otras tantas acuarelas desvaídas. Vio un fogonazo de azul, un destello de gris. Eran tropas tanto de la Unión como de la Confederación. Bonnie vislumbró una pistola metida en un cinto, el centelleo de una espada con adornos. Galones en una manga. Una poblada barba oscura; una que era blanca, larga y bien cuidada. Una figura pequeña, del tamaño de un niño, con agujeros oscuros por ojos y un tambor colgando a la altura del muslo.
—Ah, Dios mío —murmuró—. Dios mío.
No era una imprecación. Era algo parecido a una plegaria.
No era que no sintiera miedo de ellos, porque lo sentía. Era el conjunto de todas las pesadillas que había tenido jamás sobre el cementerio convertido en realidad. Como el primer sueño sobre Elena, en que se arrastraban cosas fuera de las negras fosas del suelo; sólo que estas cosas no se arrastraban, volaban, rozando el suelo y flotando hasta que se arremolinaban y adquirían forma humana. Todo lo que Bonnie había sentido jamás por el viejo cementerio —que estaba vivo y lleno de ojos que observaban, que había algún poder merodeando tras su expectante quietud— estaba resultando cierto. La tierra de Fell's Church estaba entregando sus sangrientos recuerdos. Los espíritus de los que habían muerto allí volvían a andar.
Y Bonnie podía percibir su cólera. La asustaba, pero otra emoción despertaba en su interior, haciendo que contuviera la respiración y se aferrara con más fuerza a la mano de Stefan. Porque el neblinoso ejército tenía un líder.
Una figura flotaba al frente de las demás, más cerca del lugar en el que Klaus permanecía de pie. No tenía forma ni definición de momento, pero refulgía y centelleaba con la pálida luz dorada de la llama de una vela. Entonces, ante los ojos de Bonnie pareció adquirir sustancia a partir del aire y empezó a brillar más y más cada vez con una luz sobrenatural. Brillaba más que el círculo de fuego. Era tan brillante que Klaus se ladeó hacia atrás ante ella y Bonnie pestañeó, pero cuando volvió la cabeza al oír un sonido quedo, vio que Stefan tenía la mirada clavada directamente en la luz, sin miedo, con los ojos muy abiertos. Y sonreía débilmente, como si estuviera contento de que aquello fuera lo último que viera.
Entonces Bonnie estuvo segura.
Klaus dejó caer la estaca. Había dado la espalda a Bonnie y a Stefan para mirar de frente al ser de luz que flotaba en el claro como un ángel vengador. Con los cabellos dorados ondeando hacia atrás en un viento invisible, Elena bajó los ojos hacia él.
—Ha venido —susurró Bonnie.
—Tú se lo has pedido —murmuró Stefan.
La voz del joven se apagó en una respiración fatigosa, pero seguía sonriendo. La mirada serena.
—Apártate de ellos —dijo Elena, la voz acudiendo simultáneamente a los oídos y la mente de Bonnie; fue como el repiqueteo de docenas de campanas, lejanas y próximas a la vez—. Se ha acabado ya, Klaus.
Pero Klaus se repuso con rapidez. Bonnie vio cómo sus hombros se erguían cuando tomó aire; reparó por primera vez en el agujero en la parte posterior de la gabardina color tabaco, allí donde la estaca de fresno blanco la había traspasado. Estaba manchada de un rojo apagado, y sangre nueva fluía ya mientras Klaus extendía los brazos.
—¿Crees que te tengo miedo? —gritó, y giró en redondo, riéndose de todas las pálidas figuras—. ¿Creéis que tengo miedo de alguno de vosotros? ¡Estáis muertos! ¡Sois polvo en el viento! ¡No podéis tocarme!
—Te equivocas —dijo Elena con su voz de carillón de viento.
—¡Soy uno de los Antiguos! ¡Un Original! ¿Sabes lo que significa eso?
Klaus volvió a girar, dirigiéndose a todos ellos, y sus ojos de un antinatural azul eléctrico parecieron capturar algo del rojo resplandor del fuego.
—Jamás he muerto. ¡Cada uno de vosotros ha muerto, galería de espectros! Pero yo no. La muerte no puede tocarme. ¡Soy invencible!
La última palabra surgió en un grito tan potente que resonó entre los árboles. Invencible… invencible… invencible. Bonnie oyó cómo se desvanecía en el hambriento sonido del fuego.
Elena aguardó hasta que el último eco hubo desaparecido. Luego dijo, con toda sencillez:
—No del todo. —Se volvió para mirar las nebulosas formas que la rodeaban—. Quiere derramar más sangre aquí.
Una nueva voz tomó la palabra, una voz hueca que discurrió como un hilillo de agua fría por la espalda de Bonnie.
—Yo digo que ya ha habido demasiadas muertes. —Era un soldado de la Unión con una doble hilera de botones en la guerrera.
—Más que suficientes —dijo otra voz que sonó como el retumbo de un tambor lejano.
Era un confederado que empuñaba una bayoneta.
—Es hora de que alguien le ponga fin…
Eso lo dijo un anciano vestido con los colores de los confederados.
—No podemos permitir que siga. —Era el muchacho del tambor que tenía agujeros negros donde debían estar los ojos.
—¡No más sangre derramada!
Varias voces hicieron suyo el grito al momento.
—¡No más matanzas!
El grito pasó de uno a otro, hasta que la oleada de sonido fue más fuerte que el rugido del fuego.
—¡No más sangre!
—¡No podéis tocarme! ¡No podéis matarme!
—¡A por él, muchachos!
Bonnie jamás supo quién dio aquella última orden. Pero la obedecieron todos, confederados y soldados de la Unión por igual. Empezaron a alzarse, a fluir, a disolverse de nuevo en neblina, una neblina oscura con un centenar de manos, que descendió sobre Klaus como la ola de un océano, estrellándose contra él y envolviéndole. Cada mano le asió, y aunque Klaus peleaba y se debatía con brazos y piernas, eran demasiados para él. En cuestión de segundos quedó totalmente oculto por ellos, rodeado, engullido por la oscura neblina. Esta se alzó, girando sobre sí misma como un tornado del que podían oírse gritos, aunque muy tenuemente.
—¡No podéis matarme! ¡Soy inmortal!
El tornado desapareció veloz en la oscuridad más allá de la vista de Bonnie. Siguiéndolo había una estela de fantasmas como la cola de un cometa que se perdía a toda velocidad en el cielo nocturno.
—¿Adónde le llevan?
No era la intención de Bonnie hacer la pregunta en voz alta; simplemente, se le escapó sin pensar. Pero Elena la oyó.
—A donde no causará daño —dijo, y la expresión de su rostro impidió a Bonnie hacer cualquier otra pregunta.
Sonaron unos lloriqueos y gemidos en el otro lado del claro. Bonnie.se volvió y vio a Tyler, bajo su terrible aspecto en parte humano y en parte animal, de pie. No había necesidad de usar el garrote que tenía Caroline. El muchacho miraba atónito a Elena y a las pocas figuras espectrales que aún seguían allí y farfullaba:
—¡No dejes que me lleven! ¡No dejes que me lleven también a mí!
Antes de que Elena pudiera hablar, él ya había girado en redondo. Por un instante, contempló el fuego, que era más alto que su propia cabeza, luego se lanzó directamente a través de él, abriéndose paso hasta el bosque situado más allá. Por entre una abertura en las llamas, Bonnie le vio dejarse caer al suelo, revolcándose para apagar las llamas de su cuerpo, luego alzarse y volver a correr. Entonces las llamas se recrudecieron, y ella no pudo ver nada más.
Pero había recordado algo: Meredith… y Matt. Meredith estaba recostada con la cabeza en el regazo de Caroline, observando. Matt seguía tumbado de espaldas. Herido, pero no tan malherido como Stefan.
—Elena —dijo Bonnie, atrayendo la atención de la reluciente figura, y luego se limitó a mirar al muchacho.
El resplandor se acercó más. Stefan no pestañeó. Miró al centro de la luz y sonrió.
—Se le ha detenido ya. Gracias a ti.
—Fue Bonnie quien nos llamó. Y no podía haberlo hecho en el lugar correcto y en el momento apropiado sin ti y los demás.
—Intenté mantener mi promesa.
—Lo sé, Stefan.
A Bonnie no le gustó cómo sonaba todo aquello. Sonaba demasiado parecido a una despedida… permanente. Sus propias palabras flotaron de vuelta a ella: «Podría ir a otro lugar o… o simplemente extinguirse». Y ella no quería que Stefan fuera a ninguna parte. Sin duda, cualquiera que se pareciera tanto a un ángel…
—Elena —dijo— ¿no puedes… hacer algo? ¿No puedes ayudarle? —La voz le temblaba.
Y la expresión de Elena cuando se volvió para mirar a Bonnie, dulce pero triste, resultó aún más angustiante. Le recordó a alguien, y entonces se acordó. Honoria Fell. Los ojos de Honoria habían tenido esa expresión, como si contemplara todos los inevitables males del mundo. Todas las injusticias, todas las cosas que no deberían haber sido, pero eran.
—Puedo hacer algo —dijo ella—; pero no sé si es la clase de ayuda que quiere. —Se volvió otra vez hacia Stefan—. Stefan, puedo curar lo que Klaus hizo. Esta noche poseo suficiente Poder para ello. Pero no puedo curar lo que Katherine hizo.
El cerebro entumecido de Bonnie luchó con aquello durante un rato. Lo que Katherine hizo…, pero Stefan se había recuperado hacía meses de la tortura de Katherine en la cripta. Luego comprendió. Lo que Katherine había hecho era convertir a Stefan en vampiro.
—Ha pasado demasiado tiempo —decía Stefan a Elena—. Si pudieras curarme, me convertiría en un montón de polvo.
—Sí. —Elena no sonrió, se limitó a seguir mirándole fijamente—. ¿Quieres mi ayuda, Stefan?
—Para seguir viviendo en este mundo en las sombras…
La voz de Stefan era un susurro ya, los ojos verdes distantes. Bonnie deseó zarandearle. «Vive», le dijo con el pensamiento, pero no se atrevió a decirlo en voz alta por temor a que pudiera hacerle decidir justo lo contrario. Entonces pensó en otra cosa.
—Para seguir intentándolo —dijo, y los dos la miraron.
Ella les devolvió la mirada con la barbilla alzada y vio el inicio de una sonrisa en los brillantes labios de Elena. Elena volvió la cabeza hacia Stefan, y aquel diminuto atisbo de sonrisa pasó a él.
—Sí —dijo él en voz baja, y luego, a Elena—. Quiero tu ayuda.
Ella se inclinó y le besó.
Bonnie vio cómo el resplandor fluía de ella a Stefan, igual que un río de luz centelleante envolviéndole. Le inundó igual que la oscura neblina había rodeado a Klaus, como una cascada de diamantes, hasta que todo su cuerpo refulgió como el de Elena. Por un instante, Bonnie imaginó que podía ver cómo la sangre se fundía en su interior, fluyendo a cada vena, a cada capilar, curando todo lo que tocaba. Luego, el resplandor se desvaneció para convertirse en una aureola dorada que la piel de Stefan absorbió. La camisa seguía estando hecha polvo, pero debajo la carne era lisa y firme. Bonnie, sintiendo sus propios ojos abiertos como platos por el asombro, no pudo evitar alargar la mano para tocar.
Tenía el tacto de cualquier otra piel. Las horribles heridas habían desaparecido.
Lanzó una sonora carcajada de pura excitación, y luego alzó los ojos, serenándose.
—Elena… también Meredith…
El refulgente ser que era Elena avanzaba ya por el claro. Meredith la contempló desde el regazo de Caroline.
—Hola, Elena —dijo casi con naturalidad, excepto que su voz sonaba muy débil.
Elena se inclinó y la besó. El resplandor volvió a fluir, circundando a Meredith. Y cuando se desvaneció, Meredith se puso en pie por sí misma.
Luego, Elena hizo lo mismo con Matt, que despertó, con expresión confundida pero alerta. También besó a Caroline, y Caroline dejó de temblar y se irguió.
Luego Elena fue hasta Damon.
Éste seguía tumbado allí donde había caído. Los fantasmas habían pasado sobre él sin prestarle atención. El resplandor de Elena flotó sobre él, y una mano refulgente descendió para tocarle los cabellos. A continuación, ella se inclinó y besó la oscura cabeza que descansaba sobre el suelo.
Mientras la luz centelleante se apagaba, Damon se sentó en el suelo y sacudió la cabeza. Vio a Elena y se quedó quieto; luego, con movimientos cuidadosos y contenidos, se puso en pie. No dijo nada, se limitó a mirar mientras Elena regresaba junto a Stefan.
Éste estaba recortado contra el fuego. Bonnie apenas había advertido el modo en que el resplandor rojo había aumentado, hasta el punto de eclipsar casi el dorado de Elena. Pero ahora se dio cuenta y sintió un escalofrío de alarma.
—Mi último regalo para vosotros —dijo Elena, y empezó a llover.
No era una tormenta de rayos y truenos, sino una lluvia tamborileante que lo empapaba todo —Bonnie incluida— y apagó el fuego. Era refrescante y reconfortante, y pareció llevarse todo el horror de las últimas horas, purificando el claro de todo lo que había sucedido allí. Bonnie alzó la cabeza hacia ella, cerrando los ojos, deseando extender los brazos y abrazarla. Finalmente amainó y la muchacha volvió a mirar a Elena.
Elena contemplaba a Stefan, y no había ninguna sonrisa en sus labios ahora. El mudo pesar había regresado a su rostro.
—Es medianoche —dijo— y tengo que irme.
Bonnie supo al instante, por el modo en que sonó, que «irme» no significaba simplemente por el momento. «Irme» significaba para siempre. Elena se marchaba a algún lugar al que ningún trance ni sueño podían llegar.
Y Stefan lo sabía también.
—Sólo unos pocos minutos más —dijo, alargando los brazos hacia ella.
—Lo siento…
—Elena, espera… necesito decirte…
—¡No puedo!
Por primera vez, la serenidad de aquel rostro resplandeciente quedó destruida, mostrando no una tristeza dulce, sino un pesar desgarrador.
—Stefan, no puedo esperar. Lo siento mucho.
Era como si tiraran hacia atrás de ella y se replegara ante ellos para penetrar en alguna dimensión que Bonnie no podía ver. Quizá al mismo lugar al que fue Honoria cuando su tarea finalizó, se dijo la muchacha. Para estar en paz.
Pero los ojos de Elena no daban la impresión de que ella estuviera en paz. Se aferraban a Stefan, y ella alargaba la mano hacia él desesperadamente. No se tocaron. A donde fuera que estaban arrastrando a Elena era un lugar demasiado distante.
—Elena… ¡por favor!
Era la voz con la que Stefan la había llamado en su habitación. Como si su corazón se partiera.
—Stefan —gritó ella con ambas manos extendidas hacia él entonces.
Pero iba reduciéndose, desvaneciéndose. Bonnie sintió que un sollozo crecía en su pecho, cerca de la garganta. No era justo. Lo único que ellos habían deseado siempre era estar juntos. Y ahora la recompensa de Elena por ayudar a la ciudad y finalizar su tarea era estar separada de Stefan de modo irrevocable. Sencillamente, no era justo.
—Stefan —volvió a llamar Elena, pero la voz llegó como desde una gran distancia.
El resplandor casi había desaparecido. Entonces, mientras Bonnie observaba fijamente entre lágrimas de impotencia, éste se apagó de golpe.
El claro quedó nuevamente en silencio. Todos los fantasmas de Fell's Church, que habían salido por una noche para evitar que se derramara más sangre, se habían ido. El refulgente espíritu que los había liderado se había desvanecido sin dejar rastro, e incluso la luna y las estrellas estaban ocultas por nubes.
Bonnie sabía que la humedad del rostro de Stefan no se debía a la lluvia que seguía cayendo.
El joven estaba de pie, respirando agitadamente, con la mirada puesta en el último lugar en el que se había visto el resplandor de Elena. Y todo el anhelo y el dolor que Bonnie había vislumbrado en su rostro en ocasiones anteriores no era nada comparado con lo que veía en aquel momento.
—No es justo —musitó; luego lo gritó al cielo, sin importarle a quién se dirigía—. ¡No es justo!
Stefan había estado respirando más y más de prisa. Y ahora alzó el rostro también, no con cólera sino con un dolor insoportable. Rastreaba las nubes con los ojos como si pudiera localizar algún último rastro de luz dorada, alguna chispa de brillo allí. No pudo. Bonnie vio cómo se convulsionaba con la misma agonía que le había producido la estaca de Klaus. Y el grito que brotó de él fue la cosa más terrible que había oído nunca:
—¡Elena!