—Ha perdido el juicio —dijo Matt con la vista clavada en el umbral vacío por el que Stefan había desaparecido.
—No, no lo ha hecho —repuso Meredith.
La voz sonó compungida y sosegada, pero también había una especie de risa impotente en ella.
—¿No te das cuenta de lo que está haciendo, Matt? —dijo cuando él se volvió hacia ella—. Nos está chillando, está haciendo que le odiemos para intentar conseguir que nos alejemos. Se muestra todo lo desagradable que puede para que nos enfurezcamos y le dejemos hacer esto solo. —Echó una ojeada a la entrada y enarcó las cejas—. Lo de «a cualquiera que me siga, le mataré» fue pasarse un poco, no obstante.
Bonnie se echó a reír nerviosamente de improviso, como una loca, muy a su pesar.
—Creo que lo ha copiado de Damon. «¡Entendedlo bien, no os necesito a ninguno de vosotros!»
—«Puñado de humanos estúpidos» —añadió Matt—. Pero sigo sin comprender. Acabas de tener una premonición, Bonnie, y Stefan no acostumbra a desestimarlas. Si no hay modo de luchar y vencer, ¿de qué sirve ir ahí?
—Bonnie no dijo que no había modo de luchar y vencer, dijo que no había modo de luchar y sobrevivir. ¿Es eso, Bonnie? —Meredith la miró.
El ataque de risa tonta se esfumó. Sobresaltada ella misma, Bonnie intentó examinar la premonición, pero no conocía más que las palabras que habían hecho aparición en su mente. «Nadie puede enfrentarse a él y vivir.»
—Te refieres a que Stefan cree… —Una lenta y atronadora indignación empezaba a arder en los ojos de Matt—. ¿Cree que va a ir allí y detener a Klaus incluso aunque él mismo resulte muerto? ¿Como una especie de chivo expiatorio?
—Algo más parecido a Elena —dijo Meredith con serenidad—. Y a lo mejor… para así poder estar con ella.
—¡Ja! —Bonnie meneó la cabeza; puede que no supiera más cosas sobre la profecía, pero esto sí lo sabía—. No lo piensa, estoy segura. Elena es especial. Es lo que es porque murió demasiado joven; dejó muchas cosas sin terminar en su propia vida y… bueno, ella es un caso especial. Pero Stefan ha sido un vampiro durante quinientos años, y desde luego no moriría joven. No existe ninguna garantía de que terminara junto a Elena. Podría ir a otro lugar o… o simplemente extinguirse. Y él lo sabe. Estoy segura de que lo sabe. Creo que simplemente está manteniendo la promesa que le hizo a Elena, detener a Klaus cueste lo que cueste.
—Intentarlo, al menos —dijo Matt en voz baja, y pareció como si citara algo—. Incluso aunque sepas que vas a perder. —Alzó los ojos hacia las muchachas de repente—. Voy tras él.
—Desde luego —dijo Meredith con tono paciente.
Matt vaciló.
—Esto… ¿Supongo que no puedo convenceros de que vosotras dos os quedéis aquí?
—¿Tras toda esa inspiradora charla sobre el trabajo en equipo? Ni hablar.
—Ya me lo temía. Así que…
—Así que —dijo Bonnie— nos vamos de aquí.
Reunieron las armas que pudieron. La navaja de Matt que Stefan había dejado caer, la daga con la empuñadura de marfil del tocador de Stefan, un cuchillo de trinchar de la cocina.
Fuera, no había ni rastro de la señora Flowers. El cielo era de un morado pálido que iba adquiriendo un tono albaricoque por el oeste. El crepúsculo de la víspera del solsticio, se dijo Bonnie, y el vello de sus brazos se erizó.
—Klaus dijo la vieja granja del bosque; eso debe de significar la casa de Franchet —dijo Matt—. Donde Katherine arrojó a Stefan al pozo abandonado.
—Tiene sentido. Probablemente ha estado usando el túnel de Katherine para pasar de un lado a otro bajo el río —indicó Meredith—. A menos que los Antiguos sean tan poderosos que puedan cruzar agua corriente sin sufrir daño.
«Eso es cierto», recordó Bonnie, las cosas malvadas no podían cruzar agua corriente, y cuanto más malvado era uno, más difícil resultaba.
—Pero no sabemos nada sobre los Originales —dijo en voz alta.
—No, y eso significa que debemos tener cuidado —repuso Matt—. Conozco estos bosques muy bien, y sé cuál es la senda que Stefan probablemente utilizará. Creo que deberíamos tomar una distinta.
—¿Para que Stefan no nos vea y nos mate?
—Para que Klaus no nos vea, o no a todos nosotros. Así, tal vez tendremos una posibilidad de llegar hasta Caroline. De un modo u otro, hemos de sacar a Caroline de la ecuación; mientras Klaus pueda amenazar con hacerle daño, puede hacer que Stefan haga lo que quiera. Y siempre es mejor planear por adelantado, sorprender al enemigo. Klaus dijo que se encontraran después de oscurecer, bueno, nosotros estaremos allí antes de oscurecer y a lo mejor podemos sorprenderle.
Bonnie se sintió profundamente impresionada por aquella estrategia. «No me sorprende que sea un quarterback —pensaba—. Yo me habría lanzado al ataque profiriendo alaridos.»
Matt eligió un sendero casi invisible entre los robles. El sotobosque estaba especialmente exuberante en esa época del año, con musgos, hierbas, plantas en flor y helechos. Bonnie tuvo que confiar en que Matt sabía adonde iba, porque ella, desde luego, no lo sabía. En lo alto, las aves proferían un último estallido musical antes de ir en busca de un nido para pasar la noche.
Empezó a oscurecer. Polillas y crisopas pasaban con un aleteo ante el rostro de Bonnie. Tras cruzar a trompicones una zona de hongos cubierta de babosas que se alimentaban, la muchacha se sintió intensamente agradecida por haberse puesto vaqueros en esa ocasión.
Por fin, Matt las hizo detenerse.
—Nos estamos acercando —dijo con voz baja—. Hay una especie de risco desde el que podemos mirar abajo sin que Klaus nos vea. No hagáis ruido y tened cuidado.
Nunca antes había ido Bonnie con tanto cuidado al pisar. Por suerte, el lecho de hojas estaba húmedo y no crujía. Al cabo de unos pocos minutos, Matt se dejó caer sobre el estómago y les hizo señas para que le imitaran. Bonnie se repetía, con ferocidad, que no le importaban los ciempiés y las lombrices que sus dedos desenterraban al resbalar sobre el suelo, que no sentía nada ni en un sentido ni en otro con respecto a las telarañas que se pegaban a su cara. Era una cuestión de vida o muerte, y ella era una persona competente. No era una mema ni una criatura, era competente.
—Aquí —susurró Matt, la voz apenas audible.
Bonnie se arrastró sobre el estómago hasta él y miró.
A sus pies contemplaron la granja Franchet… o lo que quedaba de ella. Se había desmoronado hacía mucho tiempo, recuperando el bosque el terreno. En la actualidad no era más que unos cimientos, piedras cubiertas de maleza florida y zarzas llenas de espinas, y una chimenea alta a modo de solitario monumento.
—Ahí está ella, Caroline —musitó Meredith en la otra oreja de Bonnie.
Caroline era una figura borrosa sentada contra la chimenea. El pálido vestido verde destacaba en la creciente oscuridad, pero los cabellos castaño rojizos simplemente parecían negros. Algo blanco brillaba sobre su rostro, y tras un instante Bonnie se dio cuenta de que era una mordaza. Una cinta o una venda. Por la extraña postura de la joven —los brazos atrás, las piernas estiradas muy rectas al frente—, Bonnie también adivinó que estaba atada.
«Pobre Caroline», pensó, perdonando a la otra muchacha todas las cosas desagradables, mezquinas y egoístas que había hecho, que eran una considerable cantidad cuando uno se ponía a pensar. Pero a Bonnie no se le ocurría nada peor que ser secuestrada por un vampiro psicópata que ya había matado a dos de sus compañeras de clase, arrastrada al bosque y atada, y luego abandonada allí, con la vida dependiendo de otro vampiro que tenía un muy buen motivo para odiarte. Al fin y al cabo, Caroline había querido para sí a Stefan al principio, y había odiado e intentado humillar a Elena por conseguirlo. Stefan Salvatore era la última persona que debería albergar buenos sentimientos hacia Caroline Forbes.
—¡Mirad! —dijo Matt—. ¿Es él? ¿Klaus?
Bonnie también lo había visto, un breve movimiento en el lado opuesto de la chimenea. Mientras ella forzaba la vista, el hombre apareció, con la ligera gabardina color habano ondulando espectral alrededor de las piernas. Echó una ojeada a Caroline, y ésta se encogió ante él, intentando inclinarse lejos. La carcajada del hombre resonó con tanta nitidez en el silencioso aire que Bonnie se estremeció.
—Es él —susurró, dejándose caer tras la pantalla de helechos—. Pero ¿dónde está Stefan? Casi ha oscurecido ya.
—A lo mejor se volvió listo y decidió no venir —dijo Matt.
—No tendremos esa suerte —dijo Meredith.
La muchacha miraba a través de los helechos hacia el sur. Bonnie echó un vistazo en esa dirección y se sobresaltó.
Stefan estaba de pie en el borde del claro, habiéndose materializado allí como surgido de la nada. Ni siquiera Klaus le había visto venir, se dijo Bonnie. El joven permanecía de pie en silencio, sin hacer ningún esfuerzo por ocultarse ni ocultar la lanza de fresno blanco que llevaba. Había algo en su postura y en el modo en que contemplaba la escena ante él que recordó a Bonnie que en el siglo xv había sido un aristócrata, un miembro de la nobleza. El joven no dijo nada, aguardando a que Klaus advirtiera su presencia, negándose a que le dieran prisas.
Cuando finalmente giró hacia el sur, Klaus se quedó muy quieto, y Bonnie tuvo la sensación de que le sorprendía que Stefan hubiese conseguido acercarse a él tan sigilosamente. Pero, en seguida, Klaus rió y extendió los brazos.
—¡Salvatore! Vaya coincidencia. ¡Justo pensaba en ti!
Lentamente, Stefan miró a Klaus de abajo arriba, desde los faldones de la andrajosa gabardina a lo alto de la cabeza azotada por el viento. Lo que Stefan dijo fue:
—Me pediste que viniera. Estoy aquí. Suelta a la chica.
—¿Yo dije qué?
Dando la impresión de estar genuinamente sorprendido, Klaus presionó ambas manos contra su pecho. Luego sacudió la cabeza, riendo entre dientes.
—Me parece que no. Hablemos primero.
Stefan asintió, como si Klaus hubiese confirmado algo penoso que había estado esperando. Se quitó la lanza del hombro y la sostuvo frente a él, manejando el pesado trozo de madera con destreza y facilidad.
—Te escucho —dijo.
—No es tan tonto como parece —murmuró Matt desde detrás de los helechos con una nota de respeto en la voz—. Y no está tan ansioso por que le maten como creía —añadió—. Está siendo cuidadoso.
Klaus hizo una seña en dirección a Caroline, acariciando sus cabellos caoba con las yemas de los dedos.
—¿Por qué no vienes aquí de modo que no tengamos que gritar?
Pero Bonnie advirtió que no amenazó con hacer daño a la prisionera.
—Te puedo oír perfectamente —respondió Stefan.
—Estupendo —susurró Matt—. ¡Eso es, Stefan!
Bonnie, no obstante, estudiaba a Caroline. La cautiva forcéjeaba agitando la cabeza a un lado y a otro como si estuviera frenética o presa de dolor. Pero los movimientos de Caroline provocaron una sensación extraña en Bonnie, en especial aquellas violentas sacudidas con la cabeza, como si la muchacha intentara alcanzar el cielo. El cielo… La mirada de Bonnie se alzó hasta él, donde se había hecho una total oscuridad y una luna pálida brillaba sobre los árboles. Por eso podía ver ahora que los cabellos de Caroline eran de color castaño rojizo: gracias a la luz de la luna, se dijo. Entonces, con un sobresalto, sus ojos descendieron hasta el árbol situado justo sobre Stefan, cuyas ramas se agitaban levemente a pesar de la ausencia de viento.
—¿Matt? —musitó alarmada.
Stefan estaba concentrado en Klaus, cada sentido, cada músculo, cada átomo de su Poder afinado y vuelto hacia el Antiguo que tenía delante. Pero en aquel árbol situado justo por encima de él…
Todo pensamiento de estrategia, de preguntar a Matt qué hacer, desapareció de la mente de Bonnie, que se alzó de un salto de su escondite y gritó:
—¡Stefan! ¡Encima de ti! ¡Es una trampa!
Stefan saltó a un lado con la habilidad de un gato justo cuando algo se dejaba caer sobre el lugar exacto en el que había estado parado un momento antes. La luna iluminó la escena a la perfección, lo suficiente para que Bonnie viera el color blanco de los dientes de Tyler.
Y viera también el destello blanco de los ojos de Klaus cuando éste giró en redondo hacia ella. Durante un aturdido instante ella le miró fijamente, y entonces chasqueó un relámpago.
En un cielo despejado.
Hasta más tarde, Bonnie no comprendió lo extraño —lo aterrador— que era aquello. En aquel momento apenas advirtió que el cielo estaba despejado y cubierto de estrellas y que el dentado rayo azul que descendió en zigzag golpeaba la palma de la mano alzada de Klaus. La siguiente imagen que captó fue lo bastante aterradora como para borrar todo lo demás: a Klaus cerrando la mano sobre aquel rayo, recogiéndolo de algún modo, y arrojándoselo.
Stefan chillaba con todas sus fuerzas, diciéndole que huyera, ¡que huyera! Bonnie le oyó mientras permanecía allí plantada, mirando paralizada, y entonces algo la agarró y tiró de ella a un lado. El rayo estalló sobre su cabeza, con un sonido parecido al chasquear de un enorme látigo y un olor parecido al ozono. La muchacha cayó de bruces sobre el musgo y rodó sobre sí misma para aferrar la mano de Meredith y agradecerle que le hubiese salvado la vida, pero encontrándose con que era la de Matt.
—¡Quédate aquí! ¡Exactamente aquí! —chilló él, y se fue dando un brinco.
Aquellas temidas palabras catapultaron a Bonnie en pie, y la muchacha corría ya tras él antes de darse cuenta de lo que hacía.
Y entonces el mundo se convirtió en un caos.
Klaus había vuelto a girar rápidamente hacia Stefan, que forcejeaba con Tyler, golpeándole. Tyler, bajo su forma de lobo, emitió unos sonidos terribles cuando Stefan lo arrojó al suelo.
Meredith corría hacia Caroline, acercándose por detrás de la chimenea de modo que Klaus no pudiera descubrirla. Bonnie la vio llegar hasta Caroline y vio el destello de la daga de plata de Stefan cuando Meredith cortó las cuerdas que rodeaban las muñecas.de la muchacha. Luego Meredith medio cargó, medio arrastró a Caroline hasta detrás de la chimenea para ocuparse de los pies.
Un sonido parecido al de cornamentas de ciervos entrechocando hizo que Bonnie girara sobre los talones. Klaus atacaba a Stefan con una larga rama propia, que sin duda había estado camuflada en el suelo. Parecía tan afilada como la de Stefan, lo que la convertía en una práctica lanza. Pero Klaus y Stefan no se limitaban a acuchillarse mutuamente; usaban los palos como picas. «Robin Hood», pensó Bonnie atolondradamente. «Pequeño John y Robin.» Eso era lo que parecía: Klaus era mucho más alto y fornido que Stefan.
Entonces Bonnie vio algo más e intentó gritar, sin conseguir que surgiera ningún sonido de su boca. Detrás de Stefan, Tyler se había incorporado otra vez y estaba agazapado, justo tal y como había estado en el cementerio antes de arrojarse sobre la garganta de Stefan. Éste le daba la espalda. Y Bonnie no podía avisarle a tiempo.
Pero había olvidado a Matt. Con la cabeza gacha, sin hacer caso de colmillos y zarpas, el muchacho cargó contra Tyler, placándolo como un linebacker de primera antes de que pudiera saltar. Tyler salió despedido lateralmente, con Matt encima de él.
Bonnie estaba abrumada. Sucedían demasiadas cosas. Meredith estaba cortando las cuerdas de los tobillos de Caroline; Matt aporreaba a Tyler de un modo que ciertamente le habría descalificado en un campo de rugby; Stefan hacía girar aquel bastón de fresno blanco como si le hubieran adiestrado para ello. Klaus reía delirantemente, al parecer jubiloso por el ejercicio, mientras intercambiaban golpes con mortífera velocidad y precisión.
Pero Matt parecía tener problemas en aquel momento. Tyler le sujetaba y gruñía, intentando alcanzarle la garganta. Frenética, Bonnie miró a su alrededor en busca de un arma, olvidando por completo el cuchillo de trincar de su bolsillo. Posó los ojos en una rama de roble caída, la recogió y corrió al lugar donde Tyler y Matt peleaban.
Una vez allí, no obstante, titubeó. No se atrevía a usar el palo por temor a golpear a Matt con él. Tyler y él rodaban de un lado para otro y era imposible distinguirlos con claridad.
Entonces, Matt volvió a colocarse sobre Tyler, sujetando contra el suelo la cabeza de su adversario para mantenerse lejos de los dientes. Bonnie vio su oportunidad y apuntó con el palo. Pero Tyler la vio a ella. Con un estallido de fuerza sobrenatural, encogió las piernas y lanzó a Matt volando por los aires hacia atrás. La cabeza del muchacho chocó contra un árbol con un sonido que Bonnie jamás olvidaría. El sonido sordo de un melón maduro al estallar. El joven resbaló a lo largo del tronco y se quedó inmóvil.
Bonnie jadeaba, aturdida. Podría haberse dirigido hacia Matt, pero Tyler estaba allí frente a ella, respirando afanosamente, con saliva ensangrentada corriéndole por la barbilla. Parecía aún más animal de lo que había parecido en el cementerio. Como en un sueño, Bonnie alzó el palo, pero notó cómo éste temblaba en sus manos. Matt estaba tan quieto… ¿respiraba? Bonnie oyó el sollozo en su propia respiración mientras se enfrentaba a Tyler. Aquello era ridículo; era un chico de su propio instituto. Un chico con el que había bailado el año anterior en la Fiesta de Tercer Año. ¿Cómo podía él impedirle que se acercara a Matt, cómo podía estarles haciendo daño a todos ellos? ¿Cómo era posible que él hiciera eso?
—Tyler, por favor…. —empezó a decir, intentando razonar con él, suplicarle.
—¿Estás solita en el bosque, niñita? —dijo él, y la voz fue un gruñido pastoso y gutural, convertido en el último minuto en palabras.
En ese instante Bonnie supo que aquello no era el muchacho con el que había ido al instituto. Aquello era un animal. «Cielos, qué feo es», pensó. Hilillos de baba roja le colgaban de la boca. Y aquellos ojos amarillos con las pupilas alargadas…, en ellos vio la crueldad del tiburón, del cocodrilo y de la avispa que deposita los huevos en el cuerpo vivo de la oruga. Toda la crueldad de la naturaleza animal en aquellos dos ojos amarillos.
—Alguien debería haberte advertido —dijo Tyler, abriendo la mandíbula para reír como lo hace un perro—. Porque si vas al bosque sola, podrías tropezar con el Gran y Malvado…
—¡Imbécil!
Finalizó una voz por él, y con un sentimiento de gratitud que bordeaba lo religioso, Bonnie vio a Meredith junto a ella. A Meredith, empuñando la daga de Stefan, que brillaba límpida a la luz de la luna.
—Plata, Tyler —dijo Meredith, blandiéndola—. Me pregunto qué le hace la plata a las extremidades de un hombre lobo. ¿Quieres verlo?
Toda la elegancia de Meredith, toda la actitud distante, la imparcialidad del observador impasible, habían desaparecido. Aquélla era la Meredith esencial, una Meredith guerrera, y aunque sonreía, estaba furiosa.
—¡Sí! —gritó Bonnie con regocijo, sintiendo cómo corría poder por su interior.
De improviso podía moverse. Meredith y ella, juntas, eran fuertes. Meredith acechaba a Tyler desde un lado, Bonnie sostenía su palo listo en el otro. Un deseo que no había sentido nunca la atravesó, el deseo de golpear con tanta fuerza a Tyler que su cabeza saliera disparada por los aires. Sintió cómo la energía para hacerlo bullía en su brazo.
Y Tyler, con su instinto animal, podía percibirlo, podía percibirlo surgiendo de las dos mientras se le acercaban por ambos lados. Retrocedió, luego paró, y giró para intentar huir de ellas. Ellas también giraron. En un minuto estuvieron los tres orbitando igual que un sistema solar en miniatura: con Tyler girando y girando en redondo en el centro, mientras Bonnie y Meredith describían círculos a su alrededor, en busca de una oportunidad de atacar.
Uno, dos, tres. Una señal no expresada centelleó de Meredith a Bonnie. Justo cuando Tyler se abalanzó sobre Meredith, intentando apartar de un golpe el cuchillo, Bonnie le golpeó. Recordando el consejo de un novio del pasado que había intentado enseñarle a jugar al béisbol, imaginó no tan sólo que golpeaba la cabeza de Tyler sino que golpeaba a través de ella, pegándole a algo situado al otro lado. Puso todo el peso de su pequeño cuerpo tras el golpe, y el impacto del choque casi le desprendió todos los dientes. Los brazos se estremecieron con un dolor insoportable y el palo se rompió. Pero Tyler cayó como un pájaro abatido en pleno vuelo.
—¡Lo hice! ¡Sí! ¡Perfecto! ¡Sí! —gritó Bonnie, arrojando lejos el palo.
La sensación de triunfo brotó de ella en un grito primitivo.
—¡Lo hicimos!
Agarró el pesado cuerpo por la parte posterior de la melena y tiró de él para sacarlo de encima de Meredith, donde había caído.
—Hemos…
Entonces se interrumpió en seco, la palabras helándosele en la garganta.
—¡Meredith! —chilló.
—No pasa nada —jadeó ésta con la voz tensa por el dolor.
«Su voz suena débil», se dijo Bonnie, helada como si la hubiesen rociado con agua muy fría. Tyler le había hundido las zarpas hasta el hueso, y había enormes heridas abiertas en la zona del muslo de los téjanos de Meredith y en la piel blanca que se veía claramente bajo la tela desgarrada. Y con el más absoluto de los horrores, Bonnie podía ver también dentro de la piel, podía ver carne y músculo desgarrados y sangre roja que surgía a borbotones.
—Meredith… —chilló frenética.
Tenían que llevar a Meredith a un médico. Todo el mundo tenía que parar en aquel mismo instante; todo el mundo debía comprender eso. Tenían un herido allí; necesitaban una ambulancia, llamar al 911.
—Meredith —jadeó, casi llorando.
—Átala con algo. —El rostro de Meredith estaba blanco.
Shock. Estaba entrando en shock. Y había tanta sangre, tanta sangre que salía… «Dios mío —pensó Bonnie—, por favor, ayúdame.» Buscó algo con lo que atarla, pero no había nada.
Algo cayó al suelo junto a ella. Un trozo de cordón de nailon como la cuerda que habían usado para atar a Tyler, con los bordes deshilachados. Bonnie alzó los ojos.
—¿Te sirve eso? —preguntó indecisa Caroline con un castañeteo de dientes.
Llevaba puesto el vestido verde y tenía los cabellos caoba despeinados y pegados al rostro por el sudor y la sangre. Al mismo tiempo que lo decía, se balanceó y cayó de rodillas junto a Meredith.
—¿Estás herida? —inquirió Bonnie con voz entrecortada.
Caroline negó con la cabeza, pero entonces se inclinó hacia adelante, presa de náuseas, y Bonnie vio las marcas que tenía en la garganta. Pero no había tiempo para preocuparse por Caroline en aquel momento. Meredith era más importante.
Bonnie ató la cuerda por encima de las heridas de la muchacha, mientras su mente repasaba a toda velocidad cosas que había aprendido de su hermana Mary, que era enfermera. Mary decía… que un torniquete no podía estar demasiado apretado ni se podía dejar puesto demasiado tiempo o aparecería la gangrena. Pero tenía que detener el chorro de sangre. «Ah, Meredith.»
—Bonnie… ayuda a Stefan —empezó a jadear Meredith, la voz apenas un susurro—. Va a necesitarlo…
Cayó hacia atrás, con la respiración estertórea y los ojos achinados mirando al cielo.
Húmedo. Todo estaba húmedo. Las manos de Bonnie, su ropa, el suelo. Húmedo con la sangre de Meredith. Y Matt seguía tumbado bajo el árbol, inconsciente. No podía dejarlos, en especial no con Tyler ahí. Éste podría despertar.
Aturdida, volvió la cabeza hacia Caroline, que tiritaba y daba arcadas, con el rostro perlado de sudor. Inútil, se dijo Bonnie. Pero no tenía otra elección.
—Caroline, escúchame —dijo.
Recogió el trozo más grande del palo que había usado con Tyler y lo colocó en las manos de la joven.
—Quédate con Matt y Meredith. Afloja el torniquete cada veinte minutos más o menos. Y si Tyler empieza a despertar, si se mueve aunque sea un poquitín, golpéale tan fuerte como puedas con esto. ¿Entendido, Caroline? —añadió—. Ésta es tu gran oportunidad de demostrar que sirves para algo, que no eres una inútil. ¿De acuerdo? —Trabó la mirada con los furtivos ojos verdes y repitió—: ¿De acuerdo?
—Pero ¿qué vas a hacer tú?
Bonnie miró en dirección al claro.
—No, Bonnie. —La mano de Caroline la asió, y Bonnie notó con una parte de su mente las uñas rotas, las quemaduras de la soga en las muñecas—. Quédate aquí donde es seguro. No vayas hacia ellos. No hay nada que puedas hacer…
Bonnie se desasió de ella y se encaminó hacia el claro antes de que se desvaneciera su determinación. En su interior, sabía que Caroline tenía razón. No había nada que ella pudiera hacer. Pero algo que Matt había dicho antes de que se pusieran en marcha resonaba en su cabeza. Intentarlo al menos. Tenía que intentarlo.
Con todo, durante los siguientes horribles minutos todo lo que pudo hacer fue mirar.
Hasta el momento, Stefan y Klaus habían estado intercambiando golpes con tal violencia y precisión que había sido como una hermosa danza letal. Pero había sido un combate igualado, o casi igualado. Stefan se había defendido bien.
Justo entonces vio cómo Stefan empujaba con su lanza de fresno blanco, obligando a Klaus a arrodillarse, obligándole a echarse hacia atrás, más y más, como un bailarín de limbo que quiere comprobar hasta qué punto puede bajar. Y Bonnie pudo ver el rostro de Klaus, con la boca ligeramente abierta y mirando fijamente a Stefan con lo que parecía asombro y temor.
Luego todo cambió.
Al final mismo de su descenso, cuando Klaus se había doblado hacia atrás tanto como podía hacerlo, cuando parecía que debía estar a punto de desplomarse o partirse en dos, algo sucedió.
Klaus sonrió.
Y a continuación empezó a empujar hacia arriba.
Bonnie vio cómo los músculos de Stefan se agarrotaban, vio cómo los brazos se ponían rígidos intentando resistir. Pero Klaus, todavía sonriendo como un loco, con los ojos totalmente abiertos, siguió subiendo. Se desdobló como una especie de horrendo muñeco de resorte, sólo que lentamente. Lentamente. Inexorablemente. La sonrisa ampliándose hasta que pareció como si fuera a hendirle el rostro. Igual que el gato de Cheshire.
«Un gato», se dijo Bonnie.
«Un gato con un ratón.»
En aquel momento era Stefan quien gruñía y tenía que esforzarse, apretando los dientes mientras intentaba mantener alejado a Klaus. Pero Klaus y su bastón empujaron, obligando a Stefan a doblarse hacia atrás, obligándole a descender hacia el suelo.
Sonriendo todo el tiempo.
Hasta que Stefan quedó tumbado de espaldas, con su propio bastón presionando contra la garganta por el peso de la lanza de Klaus sobre él. Klaus bajó la mirada hacia él y sonrió radiante.
—Estoy cansado de jugar, muchachito —dijo, y se irguió y arrojó su propio bastón al suelo—. Ahora ha llegado la hora de morir.
Le arrebató el bastón a Stefan con la misma facilidad que si se lo quitase a un niño. Lo recogió con un veloz movimiento de muñeca y lo partió sobre la rodilla, mostrando lo fuerte que era, lo fuerte que había sido siempre. El modo tan cruel en el que había estado jugando con Stefan.
Una de las mitades del bastón de fresno blanco la arrojó por encima del hombro al otro extremo del claro. La otra la hundió en Stefan. Usando no el extremo puntiagudo, sino el astillado, partido en una docena de diminutas puntas. Descargó el golpe con una violencia que parecía casi indiferente; Stefan chilló. Volvió a hacerlo una y otra vez, arrancando un grito en cada ocasión.
Bonnie lanzó otro, que surgió mudo.
Jamás había oído chillar a Stefan, y no necesitaba que le dijeran qué clase de dolor debía de haber provocado sus gritos. No necesitaba que le dijeran que el fresno blanco podría ser la única madera letal para Klaus, pero que cualquier madera era letal para Stefan. Que Stefan estaba, si no muriéndose, a punto de morir. Que Klaus, con la mano alzada en aquel momento, estaba a punto de finalizar aquello con otro violento golpe más. El rostro del hombre estaba ladeado hacia la luna con una mueca de obsceno placer, demostrando que aquello era lo que le gustaba, con lo que disfrutaba. Matar.
Y Bonnie no podía moverse, no podía gritar siquiera. El mundo daba vueltas a su alrededor. Todo había sido una equivocación, ella no era competente; no era más que un bebé. No quería ver la estocada final, pero no podía apartar la mirada. Y todo aquello no podía estar ocurriendo, pero ocurría. Ocurría.
Klaus blandió la estaca astillada y con una sonrisa de puro éxtasis empezó a bajarla.
Y una lanza salió disparada por el claro y le alcanzó en la mitad de la espalda, aterrizando y vibrando como una flecha gigante, como media flecha gigante. Hizo que los brazos de Klaus cayeran, soltando la estaca; le arrebató la sonrisa extasiada de la cara. Se puso en pie, con los brazos extendidos por un segundo, y luego se dio la vuelta, con el palo de fresno blanco balanceándose levemente en la espalda.
Los ojos de Bonnie estaban demasiado aturdidos por oleadas de puntitos grises para ver, pero oyó la voz con claridad cuando resonó, fría y arrogante y llena de total convicción. Fueron sólo cuatro palabras, pero lo cambiaron todo.
—Apártate de mi hermano.