9

—… y así pues, señoras y señores, ¡aquí tienen a la promoción del 92!

Bonnie lanzó su birrete al aire junto con los de todos los demás. «Lo hemos conseguido —pensó—. Suceda lo que suceda esta noche, Matt, Meredith y yo hemos conseguido llegar a la graduación.» Había habido momentos aquel último año escolar en que había dudado seriamente de que lo consiguieran.

Teniendo en cuenta la muerte de Sue, Bonnie había esperado que la ceremonia de graduación fuera anodina o lúgubre. En su lugar, hubo una especie de frenética excitación con respecto a ella. Como si todo el mundo celebrara estar vivo… antes de que fuera demasiado tarde.

La ceremonia se convirtió en alboroto cuando los padres se abalanzaron hacia adelante y los alumnos del último curso del Robert E. Lees se dispersaron en todas direcciones, lanzando aclamaciones y dando guerra. Bonnie recuperó su birrete y luego miró al objetivo de la cámara de su madre.

«Actúa con normalidad, eso es lo importante», se dijo. Vislumbró brevemente a la tía de Elena, Judith, y a Robert Maxwell, el hombre con el que tía Judith se había casado recientemente, de pie en un extremo. Robert sujetaba a la hermana pequeña de Elena, Margaret, de la mano. Al verla, le sonrieron valientemente, pero ella se sintió incómoda cuando se le acercaron.

—Ah, señorita Gilbert… quiero decir, señora Maxwell… no debería haberlo hecho —dijo cuando tía Judith le entregó un pequeño ramo de rosas rojas.

Tía Judith sonrió entre las lágrimas que llenaban sus ojos.

—Éste habría sido un día muy especial para Elena —dijo—. Quiero que sea especial para ti, y también para Meredith.

—Ah, tía Judith. —Impulsivamente, Bonnie la rodeó con sus brazos—. Lo siento muchísimo —susurró—. Usted sabe cuánto.

—Todos la echamos de menos —respondió ella.

A continuación se apartó y volvió a sonreír, y los tres se marcharon. Bonnie los siguió con la mirada y luego volvió la cabeza con un nudo en la garganta para contemplar a la enloquecida multitud que festejaba el acontecimiento.

Allí estaba Ray Hernández, el muchacho con el que había asistido a la Fiesta de Inicio de Curso, invitando a todo el mundo a una fiesta en su casa aquella noche. Estaba el amigo de Tyler, Dick Carter, haciendo el ridículo como de costumbre. Tyler sonreía descaradamente mientras su padre tomaba una foto tras otra. Matt escuchaba, con expresión nada impresionada, a un reclutador de rugby de la Universidad James Masón. Meredith estaba de pie a poca distancia, sosteniendo un ramo de rosas rojas y con aspecto meditabundo.

Vickie no estaba allí. Sus padres la habían mantenido en casa, diciendo que no estaba en condiciones de salir. Caroline tampoco estaba allí. Seguía viviendo en el apartamento de Heron. Su madre le había dicho a la madre de Bonnie que tenía la gripe, pero Bonnie sabía la verdad. Caroline estaba asustada.

«Y a lo mejor tiene razón —pensó, yendo hacia Meredith—. Caroline igual es la única de nosotras que llegue viva a la semana próxima.»

«Hay que parecer normal. Actuar con normalidad.» Llegó hasta el grupo de Meredith. Meredith estaba enrollando la borla roja y negra de su birrete alrededor del ramo, retorciéndola entre elegantes dedos nerviosos.

Bonnie echó una veloz mirada a su alrededor. Estupendo. Aquél era el lugar. Y ése era el momento.

—Ten cuidado con eso; la estropearás —dijo en voz alta.

La expresión de meditabunda melancolía de Meredith no se alteró. Siguió contemplando la borla, enroscándola.

—No parece justo —dijo— que nosotros los recibamos y Elena no. No está bien.

—Lo sé; es horrible —dijo Bonnie; pero mantuvo el tono de voz frivolo—. Ojalá hubiese algo que pudiésemos hacer al respecto, pero no podemos.

—Está muy mal —siguió Meredith, como si no la hubiera oído—. Aquí estamos nosotros a la luz del sol, graduándonos, y allí está ella bajo esa… lápida.

—Lo sé, lo sé —repuso Bonnie en un tono tranquilizador—. Meredith, te estás alterando mucho. ¿Por qué no intentas pensar en alguna otra cosa? Oye, cuando regreses de cenar con tus padres, ¿quieres ir a la fiesta de Raymond? Incluso aunque no nos hayan invitado, podemos colarnos en ella.

—¡No! —dijo Meredith con extraordinaria vehemencia—. No quiero ir a ninguna fiesta. ¿Cómo puedes pensar siquiera en eso, Bonnie? ¿Cómo puedes ser tan superficial?

—Bueno, tenemos que hacer algo…

—Te diré lo que voy a hacer yo. Voy a subir al cementerio después de cenar. Voy a poner esto en la tumba de Elena. Es ella quien se lo merece. —Los nudillos de Meredith estaban blancos mientras sacudía la borla que tenía en la mano.

—Meredith, no seas idiota. No puedes ir allí arriba, en especial de noche. Eso es de locos. Matt diría lo mismo.

—Bueno, no se lo estoy pidiendo a Matt. No se lo estoy pidiendo a nadie. Voy a ir yo sola.

—No puedes. Cielos, Meredith, siempre pensé que eras inteligente…

—Y yo siempre pensé que tú tenías algo de sensibilidad. Pero es evidente que ni siquiera quieres pensar en Elena. ¿O es sólo porque quieres a su antiguo novio para ti?

Bonnie la abofeteó.

Fue un buen y sonoro bofetón, con gran cantidad de energía tras él. Meredith inhaló con fuerza, con una mano sobre la mejilla cada vez más enrojecida. Todos los que las rodeaban las observaban atónitos.

—He acabado contigo, Bonnie McCullough —dijo Meredith al cabo de un instante, con un tono de voz sumamente calmado—. No pienso volver a dirigirte la palabra jamás.

Giró sobre los talones y se alejó.

—¡Por mí, encantada! —gritó Bonnie a la espalda que se alejaba.

Varios pares de ojos se desviaron a toda prisa cuando Bonnie miró a su alrededor. Pero no había duda de que Meredith y ella habían sido el centro de atención durante varios minutos. Bonnie se mordió el interior de la mejilla para mantener un rostro serio y se dirigió hacia donde estaba Matt, al que había abandonado el reclutador.

—¿Qué tal salió? —murmuró la muchacha.

—Estupendo.

—¿Crees que la bofetada fue algo excesivo? En realidad no habíamos planeado eso. Yo más o menos me dejé llevar por el momento. Quizá fue demasiado evidente…

—Fue perfecto, simplemente perfecto.

Matt tenía un aspecto preocupado. No era aquella expresión apagada, apática y encerrada en sí misma de los últimos meses, sino claramente abstraída.

—¿Qué sucede? ¿Le pasa algo al plan? —dijo Bonnie.

—No, no. Escucha, Bonnie, he estado pensando. Tú fuiste quien descubrió el cuerpo del señor Tanner en la Casa Encantada el pasado Halloween, ¿verdad?

Bonnie se sobresaltó. La recorrió un involuntario escalofrío de repugnancia.

—Bueno, yo fui la primera que supo que estaba muerto, realmente muerto, en lugar de sólo actuando. ¿Por qué demonios quieres hablar de eso ahora?

—Porque a lo mejor tú puedes responder a esta pregunta: ¿pudo el señor Tanner haberle clavado un cuchillo a Damon?

—¿Qué?

—Bueno, ¿pudo?

—Yo… —Bonnie pestañeó y frunció el entrecejo; luego se encogió de hombros—. Supongo. Sí, claro. Era la escena de un sacrificio druídico, recuerda, y el cuchillo que usamos era un cuchillo auténtico. Hablamos sobre usar uno falso, pero puesto que el señor Tanner estaría tumbado justo a su lado, supusimos que no habría ningún problema. De hecho… —la frente de Bonnie se arrugó más—, creo que cuando encontramos el cuerpo el cuchillo estaba en un lugar diferente de donde lo habíamos colocado al principio. Pero, claro, cualquier crío podría haberlo movido. Matt, ¿por qué lo preguntas?

—Es simplemente por algo que Damon me dijo —respondió él, clavando la mirada a lo lejos otra vez—. Me preguntaba si podría ser cierto.

—Ya. —Bonnie aguardó a que él dijera más, pero no lo hizo—. Bueno —dijo ella por fin—, si todo está aclarado, ¿puedes regresar a la Tierra, por favor? ¿Y no crees que tal vez deberías rodearme con tu brazo? ¿Sólo para demostrar que estás de mi lado y que no existe ninguna posibilidad de que vayas a presentarte en la tumba de Elena esta noche con Meredith?

Matt profirió un bufido, pero la mirada ausente desapareció de sus ojos. Por un breve instante la rodeó con un brazo y la apretó contra él.

«Déjà vu», se dijo Meredith mientras permanecía de pie ante la verja del cementerio. El problema era que no podía recordar exactamente cuál de sus anteriores experiencias en el cementerio le recordaba esta noche. Había habido tantas…

En cierto modo, todo había empezado aquí. Había sido aquí donde Elena había jurado no descansar hasta que Stefan le perteneciera. También había hecho que Bonnie y Meredith juraran ayudarla… con sangre. «¡Qué apropiado!», pensó en aquel momento.

Y había sido aquí donde Tyler había agredido sexualmente a Elena la noche del Baile de Inicio de Curso. Stefan había acudido en su auxilio, y eso había sido el principio para ellos. Ese cementerio había visto muchas cosas.

Incluso había visto a todo el grupo ascender en fila la colina hasta la iglesia en ruinas el pasado diciembre, en busca de la madriguera de Katherine. Siete de ellos habían descendido a la cripta: la misma Meredith, Bonnie, Matt y Elena, con Stefan, Damon y Alaric. Pero sólo seis habían salido sin problemas. Cuando sacaron a Elena de allí, fue para enterrarla.

Ese cementerio había sido el principio, y el final también. Y quizá también habría otro final esa noche.

Meredith empezó a andar.

«Ojalá estuvieras aquí ahora, Alaric —pensó—. Me iría bien tu optimismo y tu sentido común sobre lo sobrenatural… y tampoco me importaría disponer de tus músculos.»

La lápida de Elena estaba en el cementerio nuevo, desde luego, donde aún se cuidaba la hierba y las tumbas mostraban coronas de flores. La lápida era muy sencilla, casi sin adornos, con una breve inscripción. Meredith se inclinó y depositó su ramo de rosas frente a ella. Luego, lentamente, añadió la borla roja y negra de su birrete. En aquella luz tenue, ambos colores parecieron el mismo, como sangre seca. Se arrodilló y juntó las manos sosegadamente. Aguardó.

A su alrededor el cementerio estaba tranquilo. Parecía estar esperándola, conteniendo la respiración, a la expectativa. Las hileras de lápidas blancas se extendían a ambos lados de ella, brillando levemente. Meredith aguzó el oído para captar cualquier sonido.

Y entonces oyó uno. Unas fuertes pisadas.

Con la cabeza inclinada, permaneció quieta, fingiendo no haber advertido nada.

Las pisadas sonaron más próximas, sin molestarse siquiera en mostrar sigilo.

—Hola, Meredith.

Meredith volvió la cabeza con rapidez.

—Ah… Tyler —dijo—. Me has asustado. Pensaba que estabas…, no importa.

—¿Sí? —Los labios de Tyler se echaron hacia atrás en una mueca inquietante—. Bueno, lamento que te sientas decepcionada. Pero soy yo, sólo yo y nadie más.

—¿Qué haces aquí, Tyler? ¿No hay ninguna fiesta interesante?

—Yo podría hacerte la misma pregunta. —Los ojos de Tyler descendieron hasta la lápida y la borla y su rostro se ensombreció—. Pero imagino que ya conozco la respuesta. Estás aquí por ella. Elena Gilbert, «una luz en la oscuridad» —leyó sarcásticamente.

—Eso es cierto —dijo Meredith sin alterarse—. «Elena» significa luz, ya lo sabes. Y, desde luego, estaba rodeada de oscuridad. Casi la venció, pero ella ganó al final.

—Tal vez —repuso Tyler, y movió la mandíbula pensativamente, entrecerrando los ojos—. Pero, ¿sabes una cosa, Meredith?, hay algo curioso en la oscuridad. Siempre hay más esperando a que llegue su turno.

—Como esta noche —indicó Meredith, alzando los ojos al cielo, que estaba despejado y salpicado de estrellas apenas visibles—. Está muy oscuro esta noche, Tyler. Pero más tarde o más temprano el sol saldrá.

—Sí, claro, pero la luna sale primero. —Tyler lanzó una risita divertida de improviso, como ante algún chiste que sólo él veía—. Eh, Meredith, ¿has visto alguna vez la parcela de la familia Smallwood? Anda, vamos y te la mostraré. No está lejos.

«Del mismo modo que se la mostró a Elena», pensó Meredith. En cierto modo estaba disfrutando con aquella confrontación verbal, pero en ningún momento perdió de vista el motivo por el que ella estaba allí. Sus dedos fríos se hundieron en el bolsillo de la chaqueta y encontraron el diminuto ramito de verbena que había allí.

—Mejor no, Tyler. Creo que prefiero permanecer aquí.

—¿Estás segura de eso? Un cementerio es un lugar peligroso para estar sola en él.

«Espíritus inquietos», pensó Meredith, y le miró directamente a la cara.

—Lo sé.

Él volvía a sonreír burlón, exhibiendo dientes que eran como lápidas.

—De todos modos, puedes verla desde aquí si tienes buena vista. Mira hacia allí, en dirección al cementerio viejo. Bien, ¿ves algo que brilla como de color rojo en el centro?

—No.

Había una pálida luminosidad por encima de los árboles al este, y Meredith mantuvo los ojos fijos en ella.

—¡Ah! Vamos, Meredith. No lo estás intentando. Una vez que salga la luna lo verás mejor.

—Tyler, no puedo perder más tiempo aquí. Me voy.

—No, no te vas —dijo él.

Y entonces, mientras los dedos de la muchacha se cerraban con más fuerza sobre la verbena, encerrándola en el puño, él añadió con un tono lisonjero:

—Quiero decir que no te vas a ir hasta que te cuente la historia de la lápida, ¿verdad? Es una historia fantástica. Verás, la lápida está hecha de mármol rojo, la única de esa clase de todo el cementerio. Y esa bola de la parte superior… ¿la ves?… debe de pesar como una tonelada. Pero se mueve. Gira cada vez que va a morir un Smallwood. Mi abuelo no se lo creía; le hizo un arañazo justo delante. Acostumbraba a venir e inspeccionarla cada mes, más o menos. Entonces un día vino y se encontró con que el arañazo estaba en la parte posterior. La bola había girado totalmente hacia atrás. Él hizo todo lo que pudo para volver a girarla, pero no lo consiguió. Era demasiado pesada. Y esa noche, mientras dormía, murió. Le enterraron bajo ella.

—Probablemente tuvo un ataque al corazón por el esfuerzo excesivo —replicó Meredith cáusticamente, pero sentía un hormigueo en las palmas de las manos.

—Tú eres rara, ¿verdad? Siempre tan serena. Siempre tan centrada. Hace falta mucho para conseguir que chilles, ¿no es cierto?

—Me voy, Tyler. Ya he tenido suficiente.

La dejó andar unos pasos, luego dijo:

—Aunque chillaste aquella noche en casa de Caroline, ¿verdad?

Meredith se volvió hacia él.

—¿Cómo sabes eso?

Tyler puso los ojos en blanco.

—Reconoce que tengo algo de inteligencia, ¿de acuerdo? Sé muchas cosas, Meredith. Por ejemplo, sé lo que hay en tu bolsillo.

Los dedos de la joven se quedaron quietos. —¿A qué te refieres?

—Verbena, Meredith. Verbena officinalis. Tengo un amigo que sabe de estas cosas.

Tyler estaba concentrado ahora, la sonrisa ampliándose mientras observaba el rostro de la muchacha como si fuera su programa favorito de televisión. Como un gato cansado de jugar con un ratón, se iba acercando.

—Y también sé para qué sirve. —Lanzó una mirada exagerada a su alrededor y se llevó un dedo a los labios—. Chist. Vampiros —murmuró; luego echó la cabeza atrás y rió estrepitosamente.

Meredith dio un paso atrás.

—Crees que eso te va a ayudar, ¿verdad? Pero te contaré un secreto.

Los ojos de Meredith midieron la distancia entre ella y el sendero. Mantuvo el rostro calmado, pero en su interior se iniciaron unos violentos temblores. No sabía si sería capaz de llevar a cabo aquello.

—No vas a ir a ninguna parte, nena —dijo Tyler, y una mano enorme asió la muñeca de Meredith; estaba caliente y húmeda allí donde ella podía percibirla, bajo el puño de la chaqueta—. Te quedarás aquí para recibir tu sorpresa.

El cuerpo del muchacho estaba encorvado ahora, la cabeza adelantada, y tenía una jubilosa sonrisa lasciva en los labios.

—Suéltame, Tyler. ¡Me haces daño!

El pánico centelleó por todos los nervios de Meredith al contacto de la carne de Tyler con la suya. Pero la mano se limitó a sujetarla con más fuerza, machacando tendón contra hueso en su muñeca.

—Éste es un secreto, pequeña, que nadie más sabe —dijo Tyler acercándola a ella, el aliento caliente en el rostro de Meredith—. Viniste aquí preparada contra los vampiros. Pero yo no soy un vampiro.

El corazón de Meredith latía con violencia.

—¡Suéltame!

—Primero quiero que mires hacia allí. Puedes ver la lápida ahora —dijo, haciéndola girar de modo que no pudo evitar mirar.

Y él tenía razón; sí podía verla, como un monumento rojo con una reluciente esfera en lo alto. O… no una esfera. Aquella bola de mármol parecía… parecía…

—Ahora mira al este. ¿Qué ves allí, Meredith? —siguió Tyler, la voz ronca de excitación.

Era la luna llena, que había salido mientras él le había estado hablando y que en aquellos momentos flotaba sobre las colinas, perfectamente redonda y enormemente hinchada, una enorme e hinchaba bola roja.

Y eso era lo que parecía la lápida. Una luna llena rezumando sangre.

—Viniste aquí protegida contra vampiros, Meredith —dijo Tyler detrás de ella, con voz aún más ronca—. Pero los Smallwood no somos vampiros. Somos otra cosa.

Y entonces gruñó.

Ninguna garganta humana hubiese podido emitir aquel sonido. No era una imitación del animal: era totalmente real. Un feroz gruñido gutural que siguió y siguió, e hizo que Meredith girara violentamente la cabeza para mirarle, para contemplarle con incredulidad. Lo que veía era tan horrible que su mente se negaba a aceptarlo.

Meredith chilló.

—Te dije que era una sorpresa. ¿Qué te parece? —dijo Tyler.

La voz sonaba apagada por la saliva, y la roja lengua asomaba por entre las hileras de largos colmillos. El rostro ya no era un rostro. Sobresalía de un modo grotesco convertido en hocico, y los ojos eran amarillos, con pupilas en forma de raja. El cabello rubio rojizo le brotaba también de las mejillas y descendía por su cogote, convertido en una capa de pelaje.

—Puedes chillar todo lo que quieras aquí arriba, nadie te oirá —añadió.

Cada músculo del cuerpo de Meredith estaba rígido, intentando alejarse de él. Fue una reacción visceral, una que ella no habría podido evitar de haberlo querido. El aliento de Tyler era muy caliente y olía a animal, a animal salvaje. Las uñas que hundía en su muñeca eran garras achaparradas y negras. Meredith no tenía fuerzas para volver a gritar.

—Existen otros seres aparte de los vampiros a los que les gusta la sangre —dijo Tyler con aquella nueva voz que sorbía ruidosamente al hablar—. Y quiero probar la tuya. Pero primero nos divertiremos un rato.

Aunque todavía se mantenía sobre dos piernas, el cuerpo estaba encorvado y extrañamente deformado. Los forcejeos de Meredith fueron débiles mientras él la obligaba a tumbarse en el suelo. Era una muchacha fuerte, pero él lo era mucho más, con los músculos hinchándose bajo la camiseta mientras la inmovilizaba.

—Siempre has sido demasiado buena para mí, ¿no es cierto? Bien, ahora descubrirás lo que te has estado perdiendo.

«No puedo respirar», pensó Meredith, enloquecida. El tenía el brazo sobre su garganta, impidiendo el paso del aire. Oleadas grises cruzaron por su mente. Si perdía el conocimiento ahora…

—Vas a desear haber muerto tan de prisa como Sue.

El rostro de Tyler flotó sobre ella, rojo como la luna, con aquella lengua larga balanceándose. Con la otra mano le sujetaba los brazos por encima de la cabeza.

—¿Has oído alguna vez el cuento de Caperucita Roja?

El color gris se convertía ya en negrura, salpicada de lucecitas. «Como estrellas —pensó Meredith—. Estoy cayendo en las estrellas…»

—¡Tyler, quítale las manos de encima! ¡Suéltala, ahora! —gritó la voz de Matt.

El gruñido babeante de Tyler se interrumpió con un gañido de sorpresa. El brazo que oprimía la garganta de Meredith dejó de presionar, y el aire penetró veloz en los pulmones de la joven.

Sonaban fuertes pisadas alrededor de la muchacha.

—He estado esperando mucho tiempo para hacer esto, Tyler —dijo Matt, agarrando por los pelos la cabeza de cabello rubio rojizo y tirando de ella hacia atrás.

Acto seguido, el puño de Matt se estrelló contra el recién surgido hocico de Tyler. Un chorro de sangre brotó de la húmeda nariz de animal.

Tyler profirió un sonido que le heló el corazón a Meredith y luego saltó sobre Matt, retorciéndose en el aire, con las garras extendidas. Matt cayó hacia atrás bajo la embestida, y Meredith, aturdida, intentó levantarse del suelo. No pudo; todos sus músculos temblaban sin control. Pero otra persona arrancó a Tyler de Matt como si Tyler no pesara más que una muñeca.

—Igual que en los viejos tiempos, Tyler —dijo Stefan, depositando a Tyler sobre sus pies y mirándole cara a cara.

Tyler le contempló fijamente durante un minuto y luego intentó salir huyendo.

Era veloz y se movía entre las hileras de tumbas con la agilidad de un animal. Pero Stefan era más veloz y le cortó el paso.

—Meredith, ¿estás herida? ¿Meredith?

Bonnie se arrodillaba ya junto a ella. Meredith asintió —seguía sin poder hablar— y dejó que Bonnie sostuviera su cabeza.

—Sabía que deberíamos haberle detenido antes, lo sabía —siguió diciendo Bonnie con aire de preocupación.

Stefan arrastraba ya a Tyler de vuelta.

—Siempre supe que eras un imbécil —dijo, empujando a Tyler contra una lápida—, pero no sabía que fueses tan imbécil. Yo había pensado que habrías aprendido a no atacar a chicas en cementerios, pero no. Y tenías que jactarte de lo que le hiciste a Sue, además. Eso no fue inteligente, Tyler.

Meredith los miró mientras permanecían cara a cara. Tan distintos, se dijo. Incluso a pesar de que ambos eran criaturas de la oscuridad en cierto modo. Stefan estaba pálido y sus ojos verdes llameaban llenos de cólera y amenaza, pero existía una dignidad, una pureza casi en él. Era como un ángel severo esculpido en duro mármol. Tyler simplemente parecía un animal atrapado. Estaba acurrucado, respirando afanosamente, con sangre y saliva mezclándose sobre el pecho. Sus ojos amarillos brillaban llenos de odio y temor, y los dedos se movían como si quisiera arañar algo. Un sonido quedo surgió de su garganta.

—No te preocupes, en esta ocasión no voy a darte una paliza —dijo Stefan—. No a menos que intentes huir. Vamos a ir todos a la iglesia para tener una pequeña charla. A ti te gusta contar historias, Tyler; bien, vas a contarme una ahora.

Tyler se abalanzó sobre él, saltando directamente desde el suelo a la garganta de Stefan. Pero Stefan estaba preparado. Meredith sospechó que tanto Stefan como Matt disfrutaron con los siguientes minutos, eliminando la agresividad acumulada, pero ella no lo hizo, así que apartó la mirada.

Al final, ataron a Tyler con cuerda de nailon. Podía andar, arrastrar los pies al menos, y Stefan sujetó la parte posterior de su camiseta y lo condujo sin miramientos sendero arriba hacia la iglesia.

Una vez dentro, Stefan empujó a Tyler al suelo cerca de la tumba abierta.

—Ahora —dijo— vamos a hablar. Y tú vas a cooperar, Tyler, o lo vas a lamentar muchísimo.