Desde donde Bonnie y Meredith estaban sentadas en el coche, sólo podían ver de refilón la ventana de Vickie. Habría sido mejor estar más cerca, pero entonces alguien podría haberlas descubierto.
Meredith vertió el café que quedaba en el termo y se lo bebió. Luego bostezó. Se contuvo con expresión culpable y miró a Bonnie.
—¿También tú tienes problemas para dormir por la noche?
—Sí, no tengo ni idea de por qué —dijo Meredith.
—¿Crees que los chicos sostendrán una pequeña charla?
Meredith le dirigió una veloz mirada, evidentemente sorprendida, luego sonrió. Bonnie comprendió que Meredith no había esperado que ella se diera cuenta.
—Eso espero —repuso Meredith—. Podría hacerle bien a Matt.
Bonnie asintió y se recostó en el asiento. El coche de Meredith nunca antes había parecido tan cómodo.
Cuando volvió a mirar a Meredith, la muchacha morena estaba dormida.
«Ah, fantástico. Fabuloso.» Bonnie contempló fijamente los restos de su tazón de café, haciendo una mueca. No se atrevía a relajarse; si las dos se dormían, podía resultar desastroso. Clavó las uñas en las palmas y fijó la vista en la ventana iluminada de Vickie.
Cuando descubrió que la imagen se tornaba borrosa y doble ante sus ojos, supo que había que hacer algo.
Aire fresco. Eso ayudaría. Sin molestarse en ser excesivamente silenciosa, quitó el seguro de la portezuela y movió hacia arriba la manecilla. La portezuela se abrió con un chasquido, pero Meredith siguió respirando profundamente.
«Debe de estar realmente cansada», pensó Bonnie, saliendo afuera. Cerró la puerta con más suavidad, encerrando a Meredith en el interior. Fue entonces cuando se dio cuenta de que ella no tenía una llave.
Bueno, despertaría a Meredith para que volviera a dejarla entrar. Entretanto iría a ver cómo estaba Vickie. Probablemente seguía despierta.
El cielo aparecía encapotado e inquietante, pero la noche era cálida. Detrás de la casa de Vickie, los negros nogales se agitaron levemente. Los grillos cantaban, pero su monótono chirriar sólo parecía formar parte de un silencio mayor.
El aroma de la madreselva invadió los orificios nasales de la joven. Golpeó levemente en la ventana de Vickie con las uñas, atisbando por entre la rendija que dejaban las cortinas.
No obtuvo respuesta. En la cama pudo distinguir un bulto cubierto de mantas con despeinados cabellos castaños sobresaliendo en la parte superior. Vickie también dormía.
Mientras Bonnie permanecía allí, el silencio pareció espesarse a su alrededor. Los grillos ya no chirriaban, y los árboles estaban quietos. Y sin embargo era como si ella aguzara el oído para escuchar algo que sabía que estaba allí.
«No estoy sola», comprendió.
Ninguno de sus sentidos normales se lo indicaba. Pero su sexto sentido, el que le enviaba escalofríos a los brazos y hacía descender hielo por su espalda, el que había despertado recientemente a la presencia del Poder, estaba seguro. Había… algo… cerca. Algo… que la observaba.
Se dio la vuelta despacio, temerosa de emitir algún sonido. Si no hacía ningún ruido, a lo mejor lo que fuera que era no la cogería. A lo mejor no advertiría su presencia.
El silencio se había tornado sepulcral, amenazador. Zumbaba en sus oídos con el latido de su propia sangre. Y no podía evitar imaginar lo que podría surgir de él dando alaridos en cualquier momento.
Algo con manos calientes y húmedas, se dijo, clavando la mirada en la oscuridad del patio trasero. Negro sobre gris, negro sobre negro, era todo lo que podía ver. Toda forma podía ser cualquier cosa, y todas las sombras parecían moverse. Algo con manos calientes y sudorosas y brazos bastante fuertes para aplastarla…
El chasquido de una ramita estalló a través de ella igual que un disparo.
Giró en redondo hacia el sonido, forzando vista y oídos. Pero no había más que oscuridad y silencio. Unos dedos tocaron su cogote.
Bonnie volvió a darse la vuelta a toda velocidad, casi cayendo, casi desvaneciéndose. Estaba demasiado asustada para gritar. Cuando vio de quién se trataba, la impresión le arrebató todos los sentidos y los músculos se desplomaron. Habría acabado hecha un ovillo sobre el suelo si él no la hubiese sujetado y mantenido en pie.
—Pareces asustada —dijo Damon con suavidad.
Bonnie sacudió la cabeza. Todavía no había recuperado la voz. Se dijo que todavía podría acabar desmayándose. Pero intentó desasirse de todos modos.
Él no apretó más las manos, pero no la soltó. Y forcejear le fue de tanta utilidad como intentar romper una pared de ladrillo con las manos desnudas. Se dio por vencida e intentó tranquilizar su respiración.
—¿Tienes miedo de mí? —inquirió Damon, y luego sonrió reprobador, como si compartieran un secreto—. No tienes por qué.
«¿Cómo había conseguido Elena lidiar con esto?» Pero Elena no lo había hecho, por supuesto, comprendió Bonnie. Elena había sucumbido a Damon al final. Damon había vencido y se había salido con la suya.
Él soltó uno de sus brazos para recorrer con un dedo, de un modo muy leve, la curva del labio superior de la muchacha.
—Supongo que debería irme —dijo— y no asustarte más. ¿Es eso lo que quieres?
«Igual que un conejo con una serpiente —pensó Bonnie—. Esto es lo que siente el conejo. Sólo que no supongo que vaya a matarme. Aunque podría morirme yo sólita.» Sintió como si las piernas se le fueran a derretir en cualquier momento, como si fuera a desplomarse. Había calor y temblor dentro de ella.
«Piensa en algo… rápido.» Aquellos ojos negros e insondables ocupaban el universo ya. Le pareció poder ver estrellas en su interior. «Piensa. De prisa.»
A Elena no le gustaría, se dijo justo cuando los labios de Damon tocaron los suyos. Sí, eso era. Pero el problema era que ella carecía de la energía para decirlo. El calor aumentaba, corriendo a ocupar todo su cuerpo, desde las yemas de los dedos a las plantas de los pies. Los labios de Damon eran fríos, como seda, ¡pero todo lo demás era tan cálido! No tenía por qué sentir miedo: simplemente, podía dejarse ir y flotar en aquello. Una sensación de dulzura la recorrió…
—¿Qué diablos está pasando?
La voz rompió el silencio, rompió el hechizo. Bonnie se sobresaltó y descubrió que era capaz de volver la cabeza. Matt estaba de pie en el extremo del patio, con los puños apretados, los ojos convertidos en esquirlas de hielo azul. Un hielo tan frío que quemaba.
—Apártate de ella —dijo Matt.
Ante la sorpresa de Bonnie, las manos que sujetaban sus brazos se aflojaron. Retrocedió, estirándose la blusa, un poco sofocada. Su mente volvía a funcionar.
—No pasa nada —dijo a Matt, la voz casi normal—. Simplemente estaba…
—Regresa al coche y quédate ahí.
«¡Eh!, aguarda un minuto» pensó Bonnie. Se alegraba de la llegada de Matt; la interrupción había sido sumamente oportuna. Pero estaba exagerando un poco en su papel de hermano protector.
—Oye, Matt…
—Vamos —dijo él, todavía con la vista fija en Damon.
Meredith no habría dejado que le dieran órdenes de aquel modo. Y Elena, desde luego, no las obedecería. Bonnie abrió la boca para decir a Matt que fuera él a sentarse en el coche cuando de improviso reparó en algo.
Era la primera vez en meses que había visto que a Matt realmente le importaba alguna cosa. La luz había regresado a aquellos ojos azules; había aquel frío destello de justa cólera que acostumbraba a conseguir que incluso Tyler Smallwood retrocediera. Matt estaba vivo en aquellos momentos, y lleno de energía. Volvía a ser él mismo.
Bonnie se mordió el labio. Por un momento luchó con su orgullo, pero luego lo venció y bajó los ojos.
—Gracias por rescatarme —murmuró, y abandonó el patio.
Matt estaba tan furioso que no se atrevía a acercarse más a Damon por temor a sentirse impelido a asestarle un puñetazo. Y la espeluznante negrura de los ojos de Damon le indicaba que no sería una idea muy buena.
Pero la voz de Damon era tranquila, casi desapasionada.
—Mi gusto por la sangre no es un capricho, ya lo sabes. Es una necesidad con la que tú estás interfiriendo. Sólo hago lo que tengo que hacer.
Aquella cruel indiferencia fue demasiado para Matt. «Piensan en nosotros como comida —recordó—. Ellos son los cazadores, nosotros somos la presa. Y tenía las garras puestas en Bonnie, en Bonnie, que no podría ni pelear contra un garito.»
Desdeñosamente, dijo:
—¿Por qué no eliges a alguien de tu propio tamaño, entonces?
Damon sonrió, y la atmósfera se enfrió más.
—¿Como tú?
Matt se limitó a mirarle fijamente. Sintió cómo se apretaban los músculos de su mandíbula. Al cabo de un momento dijo con voz tensa:
—Puedes intentarlo.
—Puedo hacer más que intentarlo, Matt.
Damon dio un único paso hacia él, igual que una pantera al acecho. Involuntariamente, Matt pensó en los felinos de la selva, en su poderoso salto y los afilados y desgarradores dientes. Pensó en el aspecto que había tenido Tyler en el cobertizo el año anterior, cuando Stefan hubo acabado con él. Carne roja. Sólo carne roja y sangre.
—¿Cómo se llamaba aquel profesor de historia? —decía en aquellos momentos Damon con voz melosa.
Parecía divertido ahora, disfrutando con aquello.
—Señor Tanner, ¿verdad? Hice más que intentarlo con él.
—Eres un asesino.
Damon asintió, sin mostrarse ofendido, como si se hubiese tratado de un simple modo de hacer su presentación.
—Desde luego, me clavó un cuchillo. No planeaba dejarle totalmente seco, pero me irritó y cambié de idea. Tú me estás irritando ahora, Matt.
Matt tenía las rodillas bloqueadas para evitar salir corriendo. Se trataba de algo más que la elegancia acechante de un felino, de algo más que aquellos sobrenaturales ojos negros clavados en él. Había algo dentro de Damon que susurraba terror al cerebro humano. Alguna amenaza que hablaba directamente a la sangre de Matt, diciéndole que hiciera cualquier cosa para salir de allí.
Pero no estaba dispuesto a huir. La conversación mantenida con Stefan estaba borrosa en su mente en aquel momento; sin embargo, sí había averiguado una cosa de ella. Aunque muriera allí, no huiría.
—No seas estúpido —dijo Damon, como si hubiese oído cada palabra de los pensamientos de Matt—. Jamás te han extraído sangre a la fuerza, ¿verdad? Duele, Matt. Duele mucho.
«Elena», recordó Matt. Aquella primera vez en que ella había tomado su sangre él había estado asustado, y el miedo ya había sido bastante malo. Pero lo había hecho por voluntad propia entonces. ¿Cómo sería cuando él no lo quisiera?
«No huiré. No le daré la espalda.»
Mirando todavía a Damon a la cara dijo:
—Si vas a matarme, será mejor que dejes de hablar y lo hagas. Porque puedes hacer que muera, pero eso es todo lo que puedes conseguir que haga.
—Eres aún más estúpido que mi hermano —replicó Damon.
Con dos pasos cruzó la distancia que le separaba de Matt y agarró a éste por la camiseta, una mano a cada lado de la garganta.
—Imagino que tendré que enseñarte del mismo modo.
Todo estaba paralizado. Matt podía oler su propio miedo, pero no iba a moverse. No podía moverse ahora.
No importaba. No había cedido. Si moría justo en aquel momento, moriría sabiendo eso.
Los dientes de Damon eran un destello blanco en la oscuridad. Afilados como cuchillos de trinchar. Matt casi podía sentir su afilado mordisco antes de que le tocaran.
«No voy a entregar nada», pensó, y cerró los ojos.
El empujón le cogió totalmente desprevenido. Trastabilló y cayó hacia atrás, a la vez que los ojos se abrían de golpe. Damon le había soltado y arrojado lejos.
Inexpresivos, aquellos ojos negros descendieron hasta donde él estaba sentado en el suelo.
—Intentaré expresar esto en un modo que puedas comprender —dijo Damon—. No quieras tener líos conmigo, Matt. Soy más peligroso de lo que puedas imaginar. Ahora vete de aquí. Es mi guardia.
En silencio, Matt se puso en pie y se restregó la camiseta allí donde las manos de Damon la habían arrugado. Y luego se fue, pero no corrió y no se encogió ante la mirada de Damon.
«Gané —pensó—. Sigo vivo, así que gané.»
Y había habido una especie de torvo respeto en aquellos ojos negros al final; algo que hizo que Matt se hiciera preguntas sobre algunas cosas. Y realmente lo hizo.
Bonnie y Meredith estaban sentadas en el coche cuando regresó. Las dos parecían preocupadas.
—Tardaste mucho en regresar —dijo Bonnie—. ¿Estás bien?
Matt deseó que la gente dejara de preguntarle siempre lo mismo.
—Estoy perfectamente —respondió, y luego añadió—: De verdad. —Tras meditarlo un momento, decidió que había algo más que debía decir—. Lamento haberte chillado ahí atrás, Bonnie.
—No pasa nada —dijo ella con frialdad; luego, ablandándose, añadió—: Realmente tienes mejor aspecto, ¿sabes? Más como tu antiguo yo.
—¿Sí? —Restregó la arrugada camiseta otra vez, mirando a su alrededor—. Bueno, meterse con vampiros es evidentemente un magnífico ejercicio de calentamiento.
—¿Qué hicisteis? ¿Agachar las cabezas y embestiros mutuamente desde extremos opuestos del patio? —preguntó Meredith.
—Algo parecido. Dice que va a vigilar a Vickie.
—¿Crees que podemos confiar en él? —inquirió Meredith con seriedad.
Matt reflexionó sobre ello.
—A decir verdad, sí. Es raro, pero no creo que la lastime. Y si el asesino aparece, creo que se va a llevar una sorpresa. Damon tiene ganas de pelea. Lo mejor será que regresemos a la biblioteca a recoger a Stefan.
Stefan no estaba fuera de la biblioteca; pero después de que el coche recorriera lentamente la calle de un lado a otro una o dos veces, se materializó surgiendo de la oscuridad. Llevaba un grueso libro con él.
—Allanamiento de morada y robo a gran escala, un libro de la biblioteca —comentó Meredith—. Me pregunto cuál es la condena por este delito.
—Lo tomé prestado —dijo Stefan con expresión ofendida—. Para eso están las bibliotecas, ¿no? Y copié lo que necesitaba del diario.
—¿Te refieres a que lo encontraste? ¿Lo averiguaste? Entonces puedes contárnoslo todo como prometiste —dijo Bonnie—. Vayamos a la casa de huéspedes.
Stefan pareció un tanto sorprendido al enterarse de que Damon había aparecido y se había apostado ante la casa de Vickie, pero no hizo comentarios. Matt no le contó exactamente cómo había aparecido Damon, y reparó en que Bonnie tampoco lo hacía.
—Estoy casi seguro sobre lo que sucede en Fell's Church, y tengo la mitad del rompecabezas resuelto —explicó Stefan una vez que estuvieron instalados en su habitación del desván de la casa de huéspedes—. Pero sólo existe un modo de demostrarlo, y sólo un medio de resolver la otra mitad. Necesito ayuda, pero no es algo que vaya a solicitar a la ligera. —Miraba a Bonnie y a Meredith mientras lo decía.
Éstas se miraron entre sí y luego le volvieron a mirar a él.
—Ese tipo mató a una de nuestras amigas —dijo Meredith—. Y está volviendo loca a otra. Si necesitas nuestra ayuda, la tienes.
—Cueste lo que cueste —añadió Bonnie.
—Es algo peligroso, ¿verdad? —quiso saber Matt.
No pudo evitarlo. Como si Bonnie no hubiese pasado ya por suficientes cosas…
—Es peligroso, sí. Pero es su pelea también, ya lo sabes.
—Y tanto que lo es —dijo Bonnie.
Meredith intentaba a todas luces reprimir una sonrisa, y finalmente tuvo que volver la cara y hacer una mueca.
—Matt ha regresado —dijo cuando Stefan le preguntó cuál era el chiste.
—Te echábamos de menos —añadió Bonnie.
Matt no comprendía por qué todos le sonreían, y ello hizo que se sintiera acalorado e incómodo. Fue a colocarse junto a la ventana.
—Sí, es peligroso; no voy a engañaros —dijo Stefan a las muchachas—. Pero es la única posibilidad. Es un poco complicado, y será mejor que empiece por el principio. Hemos de retroceder a la fundación de Fell's Church…
Estuvo hablando hasta bien entrada la noche.
Jueves, 11 de junio, 7.00 horas
Querido diario:
No pude escribir anoche, porque llegué a casa demasiado tarde, ama volvía a estar disgustada. Se habría puesto histérica de haber sabido lo que estuve haciendo en realidad. Andando por ahí con vampiros y planeando algo que puede hacer que me maten. Que puede hacer que nos maten a todos.
Stefan tiene un plan para atrapar al tipo que asesinó a Sue. Me recuerda a algunos de los planes de Elena… y eso es lo que me preocupa. Siempre parecían magníficos, pero salieron mal en muchísimas ocasiones.
Hablamos sobre quién se hacía cargo de la tarea más peligrosa y se decidió que tenía que ser Meredith. Lo que a mí ya me va bien; quiero decir que ella es más fuerte y más atlética, y siempre mantiene la calma en emergencias. Vero me fastidia un poco que todo el mundo se decidiera tan rápido por ella, en especial Matt. Quiero decir, que no es que yo sea incompetente del todo. Sé que no soy tan lista como los demás, y por supuesto no soy tan buena en deportes ni me muestro tan serena bajo presión, pero no soy una completa mema. Para algo sí sirvo.
De todos modos, vamos a hacerlo después de la graduación. Estamos todos metidos en ello excepto Damon, que estará vigilando a Vickie. Es extraño, pero todos confiamos en él ahora. Incluso yo. A pesar de lo que me hizo anoche, no creo que permita que lastimen a Vickie.
No he vuelto a soñar con Elena. Creo que si lo hago, me pondré a chillar como una auténtica loca. O no volveré a dormir jamás. Simplemente, ya no puedo soportarlo.
De acuerdo. Será mejor que me vaya. Con suerte, el domingo tendremos el misterio resuelto y habremos atrapado al asesino. Confío en Stefan.
Sólo espero poder recordar mi parte.