7

Stefan se aproximó a la casa de la esquina de mala gana, temeroso casi de lo que podría hallar. Medio esperaba que Damon hubiese abandonado su puesto a aquellas alturas. Para empezar, probablemente había sido un idiota al confiar en Damon.

Pero cuando llegó al patio trasero, hubo un vislumbre de movimiento entre los negros nogales. Sus ojos, más agudos que los de un humano porque estaban adaptados a la caza, distinguieron la sombra más oscura recostada contra un tronco.

—Te tomaste tu tiempo para regresar.

—Tenía que asegurarme de que los demás llegaban a sus casas sanos y salvos. Y tenía que comer.

—Sangre de animal —dijo Damon desdeñosamente, los ojos fijos en una diminuta mancha redonda de la camiseta de Stefan—. Conejo, a juzgar por el olor. Eso parece apropiado en cierto modo, ¿verdad?

—Damon… he dado también verbena a Bonnie y a Meredith.

—Una sabia precaución —dijo Damon con toda claridad, y mostró los dientes.

Una familiar oleada de irritación se apoderó de Stefan. ¿Por qué tenía Damon que mostrarse siempre tan conflictivo? Hablar con él era como andar entre minas terrestres.

—Marcharé ahora —prosiguió Damon, echándose la cazadora sobre un hombro—. Tengo asuntos propios de los que ocuparme. —Le lanzó una sonrisa aplastante por encima del hombro—. No me esperes despierto.

—Damon. —Damon medio giró, sin mirar pero escuchando—. Lo último que necesitamos es que alguna chica de esta ciudad chille «¡vampiro!» —dijo Stefan—. O muestre las señales. Estas personas ya han pasado por ello antes; no son ignorantes.

—Tendré eso en cuenta.

Fue pronunciado con ironía, pero era lo más parecido a una promesa que Stefan había obtenido de su hermano en toda su vida.

—Y, ¿Damon?

—¿Ahora, qué?

—Gracias.

Fue demasiado. Damon giró en redondo, los ojos fríos y nada atractivos, los ojos de un desconocido.

—No esperes nada de mí, hermanito —dijo en tono amenazador—. Porque te equivocarás siempre. Y tampoco pienses que puedes manipularme. Esos tres humanos puede que te sigan, pero yo no lo haré. Estoy aquí por motivos personales.

Desapareció antes de que Stefan pudiera reunir palabras para una réplica. No habría importado, de todos modos. Damon jamás escuchaba nada de lo que él dijera. Damon nunca le llamaba por su nombre siquiera. Usaba siempre aquel despectivo «hermanito».

Y ahora Damon se había marchado a demostrar lo poco digno de confianza que era, se dijo Stefan. Maravilloso. Haría algo especialmente atroz sólo para mostrar a Stefan que era capaz de ello.

Cansinamente, Stefan encontró un árbol en el que recostarse y se deslizó a lo largo del tronco hasta sentarse en el suelo para contemplar el cielo nocturno. Intentó pensar en el problema que tenía entre manos, sobre lo que había averiguado esa noche. La descripción que Vickie había dado del asesino. «Alto, cabello rubio y ojos azules», pensó; aquello parecía recordarle a alguien. No alguien que hubiese conocido, pero sí alguien sobre quien había oído hablar…

No servía de nada. No conseguía mantener la mente puesta en el rompecabezas. Estaba cansado y se sentía solo y con una desesperada necesidad de consuelo. Y la cruda verdad era que no había consuelo que obtener.

«Elena —pensó—, me mentiste.»

Era la única cosa en la que ella había insistido, la única cosa que siempre le había prometido. «Suceda lo que suceda, Stefan, estaré contigo. Dime que lo crees.» Y él había respondido, impotente bajo su hechizo: «Elena, lo creo. Suceda lo que suceda, estaremos juntos».

Pero ella le había abandonado. No por elección quizá, pero ¿qué importaba eso al final? Le había dejado y se había ido.

Había momentos en los que todo lo que deseaba era seguirla.

«Piensa en otra cosa, en cualquier cosa», se dijo, pero era demasiado tarde. Una vez liberadas, las imágenes de Elena se arremolinaban a su alrededor, demasiado dolorosas para poder soportarlas, demasiado hermosas para apartarlas.

La primera vez que la había besado. La impresión de mareante dulzura experimentada cuando su boca se encontró con la de ella. Y después de eso, un shock tras otro, pero a algún nivel más profundo. Como si ella intentara alcanzar su esencia, una esencia que él casi había olvidado.

Asustado, había sentido cómo le arrancaba sus defensas. Todos sus secretos, toda su resistencia, todos los trucos que usaba para mantener a otras personas a distancia. Elena había irrumpido en medio de todo ello, poniendo al descubierto su vulnerabilidad.

Poniendo al descubierto su alma.

Y al final, él descubrió que eso era lo que quería. Quería que Elena le viera sin defensas, sin muros. Quería que le conociera tal y como era.

¿Aterrador? Sí. Cuando ella había descubierto su secreto por fin, cuando le había hallado alimentándose de aquel pájaro, él se había encogido avergonzado. Se sintió seguro de que ella se apartaría horrorizada ante la visión de la sangre en su boca. Repugnada.

Pero al mirarla a los ojos aquella noche, vio comprensión. Perdón. Amor.

Su amor le había curado.

Y fue entonces cuando él supo que jamás podrían estar separados.

Otros recuerdos afloraron, y Stefan se aferró a ellos, incluso a pesar de que el dolor le desgarraba igual que unas zarpas. Sensaciones. El contacto de Elena contra su cuerpo, flexible en sus brazos. El roce de sus cabellos en su mejilla, livianos como el ala de una mariposa nocturna. La curva de los labios de la muchacha, el sabor que tenían. El increíble color azul medianoche de sus ojos.

Todo perdido. Todo fuera de su alcance para siempre.

Pero Bonnie había llegado hasta Elena. El espíritu de Elena, su alma, seguían estando en algún lugar cercano.

Si alguien podía invocarlo, ése debería ser él. Tenía poder a su disposición. Y tenía más derecho que nadie a buscarla.

Sabía cómo se hacía. «Cierra los ojos. Imagina a la persona a la que quieres atraer.» Eso era fácil. Podía ver a Elena, sentirla, olería. «Entonces llámalos, deja que tu anhelo llegue hasta el vacío. Ábrete y deja que tu necesidad sea percibida.»

Era aún más fácil. No le importaba un comino el peligro, así que reunió todo su anhelo, todo su dolor y lo envió al exterior a buscar como si fuera una plegaria.

Y el resultado fue… nada.

Únicamente el vacío y su propia soledad. Únicamente silencio.

Su poder no era el mismo que tenía Bonnie. No podía llegar hasta lo que más amaba, hasta la única cosa que le importaba. Nunca en la vida se había sentido tan solo.

—¿Quieres qué? —dijo Bonnie.

—Alguna especie de documentos sobre la historia de Fell's Church. En especial sobre los fundadores —respondió Stefan.

Estaban todos sentados en el coche de Meredith, que se encontraba aparcado a una discreta distancia de la parte trasera de la casa de Vickie. Era el anochecer del día siguiente y acababan de regresar del funeral de Sue; todos excepto Stefan.

—Esto tiene algo que ver con Sue, ¿verdad? —Los ojos oscuros de Meredith, siempre tan ecuánimes e inteligentes, sondearon los de Stefan—. Crees que has resuelto el misterio.

—Es posible —admitió él.

El joven se había pasado el día pensando. Había dejado atrás el dolor de la noche anterior, y una vez más estaba al mando de la situación. Aunque no podía llegar hasta Elena, podía justificar la fe de la joven en él… podía hacer lo que ella quería. Y existía consuelo en el trabajo, en la concentración. En mantener lejos toda emoción. Añadió:

—Tengo una idea de lo que puede haber sucedido, pero es una posibilidad muy remota y no quiero hablar de ella hasta que esté seguro.

—¿Por qué? —exigió Bonnie.

Contrastaba tanto con Meredith…, se dijo Stefan. Cabello rojo como el fuego y una vivacidad a juego con él. Aquel delicado rostro en forma de corazón y la tez clara y traslúcida engañaban, no obstante. Bonnie era lista e ingeniosa… aunque ella misma sólo estuviera empezando a descubrirlo.

—Porque, si me equivoco, un persona inocente podría resultar lastimada. Mirad, en este punto no es más que una idea. Pero prometo que, si encuentro cualquier prueba esta noche para respaldarla, os lo contaré todo al respecto.

—Podrías hablar con la señora Grimesby —sugirió Meredith—. Es la bibliotecaria de la ciudad, y sabe gran cantidad de cosas sobre la fundación de Fell's Church.

—Y siempre tenemos a Honoria —dijo Bonnie—. Me refiero a que ella fue una de los fundadores.

Stefan la miró rápidamente.

—Creía que Honoria Fell había dejado de comunicarse contigo —dijo con cautela.

—No me refiero a hablar con ella. Se ha ido, paf, caput —respondió ella con indignación—. Me refiero a su diario. Está en la biblioteca con el de Elena; la señora Grimesby los tiene expuestos cerca del mostrador de préstamos.

Stefan se sorprendió. No le gustaba del todo la idea de que el diario de Elena estuviera expuesto. Pero las anotaciones de Honoria podrían ser exactamente lo que buscaba. Honoria no sólo había sido una mujer juiciosa; también había estado muy familiarizada con lo sobrenatural. Era una bruja.

—Pero la biblioteca ya está cerrada ahora —indicó Meredith.

—Eso es aún mejor —dijo Stefan—. Nadie sabrá qué información es la que nos interesa. Dos de nosotros podemos ir allí y meternos dentro, y los otros dos pueden permanecer aquí. Meredith, si tú vienes conmigo…

—Preferiría quedarme aquí, si no te importa —dijo ella—. Estoy cansada —añadió como explicación al ver su expresión—. Y de este modo puedo llevar a cabo mi turno de vigilancia y llegar a casa antes. ¿Por qué no vais tú y Matt, y Bonnie y yo nos quedamos aquí?

Stefan seguía mirándola.

—De acuerdo —dijo lentamente—. Estupendo. Si a Matt le parece bien. —Matt se encogió de hombros—. Decidido, pues. Podría llevarnos un par de horas o más. Vosotras dos quedaos en el coche con el seguro puesto. Deberíais estar a salvo de ese modo.

Si él tenía razón en sus sospechas, no habría más ataques durante un tiempo; unos pocos días al menos. Bonnie y Meredith deberían estar a salvo. Pero no podía por menos que hacerse preguntas sobre qué había detrás de la sugerencia de Meredith. No simple cansancio, de eso estaba seguro.

—A propósito, ¿dónde está Damon? —preguntó Bonnie cuando él y Matt se dispusieron a marchar.

Stefan sintió que se le contraían los músculos del estómago.

—No lo sé.

Había estado esperando que alguien lo preguntara. No había visto a su hermano desde la noche anterior, y no tenía ni idea de lo que podría estar haciendo Damon.

—Acabará por aparecer —dijo, y cerró la puerta del lado de Meredith—. Eso es lo que me temo.

Matt y él anduvieron hasta la biblioteca en silencio, manteniéndose en las sombras, esquivando zonas iluminadas. Stefan había regresado para ayudar a Fell's Church, pero estaba seguro de que Fell's Church no quería su ayuda. Volvía a ser un forastero, un intruso allí. Le harían daño si le cogían.

La cerradura de la biblioteca fue fácil de forzar, era sólo un simple mecanismo de resorte. Y los diarios estaban justo donde Bonnie había dicho que estarían.

Stefan obligó a su mano a mantenerse lejos del diario de Elena. En el interior había el testimonio de los últimos días de la joven, escrito de su propia mano. Si empezaba a pensar en eso en aquellos momentos…

Se concentró en el libro encuadernado en piel que había a su lado. La tinta descolorida de las amarillentas páginas resultaba difícil de leer, pero tras unos pocos minutos sus ojos se habituaron a la apretada escritura intrincada con sus elaboradas flori turas.

Era la historia de Honoria Fell y su esposo, quienes junto con los Smallwood y unas cuantas familias más habían ido a aquel lugar cuando aún era un territorio virgen totalmente inexplorado. Se habían enfrentado no sólo a los peligros del aislamiento y el hambre, sino también a la vida salvaje nativa. Honoria contaba el relato de su batalla por la supervivencia de un modo simple y claro, sin sentimentalismo.

Y en aquellas páginas, Stefan encontró lo que buscaba.

Con un cosquilleo en el cogote, releyó la anotación con cuidado. Por fin se recostó hacia atrás y cerró los ojos.

Había tenido razón. Ya no existía la menor duda en su mente. Y eso significaba que también estaba en lo cierto sobre lo que sucedía en Fell's Church en la actualidad. Por un instante, le inundó una intensa sensación de náusea y una rabia que le hizo desear romper, desgarrar y hacer daño a algo. Sue. La hermosa Sue que había sido amiga de Elena había muerto por… eso. Un ritual de sangre, una iniciación obscena. Sintió ganas de matar.

Pero entonces la rabia desapareció, reemplazada por una feroz determinación de detener lo que estaba sucediendo y arreglar las cosas.

«Te lo prometo —musitó a Elena mentalmente—. Lo detendré de algún modo. No importa lo que haga falta.»

Alzó los ojos y vio que Matt le miraba.

El diario de Elena estaba en la mano de Matt, cerrándose sobre el pulgar del muchacho. En aquel momento, los ojos de Matt mostraban un azul tan oscuro como los de Elena. Demasiado oscuros, llenos de confusión y pesar y algo parecido a amargura.

—Lo encontraste —dijo Matt—. Y es malo. —Sí.

—Tenía que serlo.

Matt volvió a introducir el diario de Elena en la vitrina y se levantó. Había un timbre casi de satisfacción en su voz. Como alguien que acaba de demostrar que tenía razón en algo.

—Podría haberte ahorrado la molestia de venir aquí.

Matt inspeccionó la biblioteca en sombras, haciendo tintinear monedas en el bolsillo. Un observador casual podría haber pensado que estaba relajado, pero la voz le delataba. La tensión la tornaba áspera.

—Sólo hay que pensar en lo peor que se pueda imaginar, y eso siempre resulta cierto —dijo.

—Matt…

Stefan sintió una repentina punzada de inquietud. Había estado demasiado preocupado desde que llegara a Fell's Church para mirar a Matt como era debido, y en aquel momento reparó en que había sido imperdonablemente estúpido. Algo iba terriblemente mal. Todo el cuerpo de Matt estaba rígido debido a una tensión situada justo bajo la superficie. Y Stefan pudo percibir la angustia, la desesperación en su mente.

—Matt, ¿qué sucede? —preguntó en voz baja; se puso en pie y fue hacia el otro muchacho—. ¿Es algo que hice?

—Estoy perfectamente.

—Estás temblando.

Era cierto. Finos temblores recorrían los tensos músculos.

—¡He dicho que estoy perfectamente! —Matt se volvió apartándose de él, con los hombros encorvados a la defensiva—. De todos modos, ¿qué podrías haber hecho para alterarme? ¿Aparte de quitarme a mi chica y conseguir que la mataran, quiero decir?

Aquella cuchillada era diferente, cayó en algún punto en torno al corazón de Stefan y lo atravesó completamente. Como la espada que lo había matado en una ocasión hacía mucho tiempo. Intentó sosegarse, sin atreverse a decir nada.

—Lo siento. —La voz de Matt sonó abatida, y cuando Stefan le miró, vio que los tensos hombros habían descendido—. Lo que he dicho es algo asqueroso.

—Es la verdad. —Stefan aguardó un instante y luego añadió, llanamente—: Pero no es todo el problema, ¿verdad?

Matt no respondió. Clavó los ojos en el suelo, empujando algo invisible con el costado de un zapato. Justo cuando Stefan iba a darse por vencido, él le dirigió una pregunta propia.

—¿Cómo es el mundo realmente?

—¿Cómo es… qué?

—El mundo. Tú has visto una barbaridad de él, Stefan. Nos llevas cuatro o cinco siglos de ventaja al resto de nosotros, ¿no es cierto? Así pues, ¿qué pasa? Quiero decir, ¿es básicamente la clase de lugar que vale la pena salvar o es fundamentalmente un montón de mierda?

Stefan cerró los ojos.

—¡Ah!

—¿Y qué hay de la gente, eh, Stefan? La raza humana. ¿Somos la enfermedad o sólo un síntoma? Quiero decir, toma a alguien como… como Elena. —La voz de Matt tembló brevemente, pero siguió hablando—. Elena murió para que la ciudad siguiera siendo segura para chicas como Sue. Y ahora Sue está muerta. Y todo vuelve a suceder. Nunca termina. No podemos ganar. Así que, ¿qué te dice eso?

—Matt.

—Lo que realmente pregunto es: ¿de qué sirve? ¿Se trata de algún chiste cósmico que no entiendo? ¿O todo ello es simplemente un enorme error de mierda? ¿Comprendes lo que intento decir?

—Comprendo, Matt. —Stefan se sentó y se pasó las manos por el cabello—. Si callas durante un minuto, intentaré responderte.

Matt acercó una silla y se sentó a horcajadas sobre ella.

—Estupendo. Hazlo lo mejor que puedas.

Los ojos del muchacho eran duros y desafiantes, pero debajo Stefan vio el perplejo dolor que se había emponzoñado allí.

—He visto mucha maldad, Matt, más de la que puedes imaginar —dijo Stefan—. Incluso la he vivido. Siempre será una parte de mí, no importa lo mucho que la combata. En ocasiones pienso que toda la raza humana es malvada, por no hablar de mi especie. Y en ocasiones pienso que hay el número suficiente de personas de ambas razas que son malvadas para que no importe qué le suceda al resto.

»No obstante, cuando lo miras con detenimiento, no sé más de lo que sabes tú. No puedo decirte si existe un motivo o si las cosas van a acabar saliendo bien alguna vez. —Stefan miró directamente a los ojos de Matt y dijo con toda deliberación—: Pero yo tengo otra pregunta para ti. ¿Y qué?

Matt le miró fijamente.

—¿Y qué?

—Sí. ¿Y qué?

—¿Y qué si el universo es malvado y si nada de lo que hagamos para intentar cambiarlo va a servir de algo realmente? —La voz de Matt iba ganando volumen junto con su incredulidad.

—Sí, ¿y qué? —Stefan se inclinó al frente—. ¿Y qué vas a hacer tú, Matt Honeycutt, si cada cosa mala que has dicho es cierta? ¿Qué harás tú personalmente? ¿Vas a dejar de pelear y nadarás con los tiburones?

Matt aferraba el respaldo de su silla.

—¿De qué hablas?

—Puedes hacer eso, ya sabes. Damon lo dice todo el tiempo. Puedes unirte al bando malvado, al bando ganador. Y nadie puede culparte en realidad, porque si el universo es de ese modo, ¿por qué no deberías ser tú también así?

—¡Ni hablar! —estalló Matt; sus ojos azules llameaban y se había medio levantado de la silla—. ¡Quizá sea ése el modo de actuar de Damon! Pero sólo porque no haya esperanza no significa que esté bien dejar de pelear. Incluso aunque yo supiese que no hay esperanza, seguiría teniendo que intentarlo. ¡Tengo que intentarlo, maldita sea!

—Lo sé.

Stefan se recostó en su asiento y sonrió levemente. Era una sonrisa cansada, pero mostraba la afinidad que sentía con Matt. Y en un instante vio a través del rostro del joven que Matt comprendía.

—Lo sé porque yo siento lo mismo —prosiguió Stefan—. No hay excusa para darse por vencido sólo porque dé la impresión de que vamos a perder. Hemos de intentarlo… porque la otra elección es rendirse.

—No estoy dispuesto a rendirme —dijo Matt entre dientes.

Daba la impresión de que se había abierto paso a la fuerza de vuelta a un fuego interior que había ardido todo el tiempo.

—Jamás —declaró.

—Sí, bueno, «jamás» es mucho tiempo —dijo Stefan—. Pero por si sirve de algo, yo voy a intentar no hacerlo tampoco. No sé si es posible, pero voy a intentarlo.

—Eso es todo lo que cualquiera puede hacer —repuso Matt.

Lentamente, se alzó de la silla y se irguió. La tensión había desaparecido de sus músculos, y los ojos eran los claros ojos azules casi taladrantes que Stefan recordaba.

—De acuerdo —dijo en voz baja—; si encontraste lo que viniste a buscar, será mejor que regresemos junto a las chicas.

Stefan se puso a pensar, llevando su mente a otras cuestiones.

—Matt, si estoy en lo cierto sobre lo que está pasando, las chicas deberían estar bien durante un tiempo. Pero tú adelántate y sustitúyelas en la vigilancia. Mientras estoy aquí, hay algo sobre lo que me gustaría documentarme… escrito por un tipo llamado Gervase de Tilbury, que vivió a principios del año 1200.

—Antes incluso de tu época, ¿eh? —dijo Matt, y Stefan le devolvió un amago de sonrisa.

Los dos permanecieron inmóviles por un momento, mirándose.

—De acuerdo. Supongo que te veré en casa de Vickie. —Matt se volvió hacia la puerta, luego vaciló y, bruscamente, se dio la vuelta otra vez y extendió la mano—. Stefan… me alegro de que regresaras.

Stefan la estrechó.

—Me alegro de oírlo.

Fue todo lo que dijo, pero interiormente sintió un calor que hizo desaparecer aquel dolor punzante.

Y también algo de la soledad.