6

La casa de Vickie estaba en una esquina, y se acercaron a ella por la calle lateral. Para entonces el cielo estaba ocupado por espesas nubes moradas. La luz poseía casi una cualidad submarina.

—Parece como si fuera a haber tormenta —dijo Matt.

Bonnie echó una ojeada a Damon. Ni a él ni a Stefan les gustaba la luz brillante, y sentía cómo el Poder emanaba de él como un sordo zumbido justo bajo la superficie de la piel. El le sonrió sin mirarla y dijo:

—¿Qué tal una nevada en pleno junio?

Bonnie se estremeció violentamente.

Había dirigido la mirada hacia Damon una o dos veces en el granero y le había encontrado escuchando el relato con un aire de despreocupada indolencia. A diferencia de Stefan, su expresión no había cambiado ni un ápice cuando ella mencionó a Elena… o cuando contó la muerte de Sue. ¿Qué sentía realmente él por Elena? Había invocado una tormenta de nieve en una ocasión y la había dejado allí para que se congelara en ella. ¿Qué sentía él en aquellos momentos? ¿Le importaba siquiera atrapar al asesino?

—Ése es el dormitorio de Vickie —dijo Meredith—. La ventana mirador de la parte trasera.

Stefan miró a Damon.

—¿Cuánta gente hay en la casa?

—Dos. Un hombre y una mujer. La mujer está borracha.

«Pobre señora Bennett», pensó Bonnie.

—Necesito que estén dormidos los dos —dijo Stefan.

Muy a su pesar, Bonnie se sintió fascinada por la oleada de poder que percibió surgiendo de Damon. Las habilidades psíquicas de la muchacha nunca habían sido bastante poderosas para sentir su esencia en bruto con anterioridad, pero ahora sí lo eran. Ahora podía percibirla con la misma claridad con que veía la luz violeta que se desvanecía u oler la madreselva en el exterior de la ventana de Vickie.

—Están dormidos —indicó Damon con un encogimiento de hombros.

Stefan dio unos golpecitos en el cristal.

No hubo respuesta, o al menos no hubo ninguna que Bonnie pudiera ver. Pero Stefan y Damon intercambiaron una mirada..

—Está ya medio en trance —dijo Damon.

—Está asustada. Yo lo haré; me conoce —repuso Stefan, y presionó las yemas de los dedos sobre la ventana—. Vickie, soy Stefan Salvatore —dijo—. Estoy aquí para ayudarte. Vamos, déjame entrar.

Su voz era queda, nada que pudiera ser oído al otro lado del cristal. Pero tras unos instantes, las cortinas se movieron y apareció un rostro.

Bonnie lanzó una audible exclamación ahogada.

Los largos cabellos castaño claro de Vickie estaban desordenados, y tenía la tez blanquecina. Había enormes círculos negros bajo los ojos, y los ojos mismos tenían una mirada fija y vidriosa. Los labios estaban ásperos y agrietados.

—Parece como si fuera vestida para representar la escena de la locura de Ofelia —dijo Meredith por lo bajo—. Con camisón incluido.

—Parece poseída —susurró a su vez Bonnie, amilanada.

—Vickie, abre la ventana —se limitó a decir Stefan.

Mecánicamente, como una muñeca a la que han dado cuerda, Vickie giró el pomo de uno de los paneles laterales de la ventana y lo abrió, y Stefan dijo:

—¿Puedo entrar?

Los ojos vidriosos de Vickie pasearon por el grupo reunido en el exterior. Por un momento, Bonnie pensó que no reconocía a ninguno de ellos. Pero entonces la joven parpadeó y dijo lentamente:

—Meredith… Bonnie… ¿Stefan? Has vuelto. ¿Qué haces aquí?

—Pídeme que entre, Vickie —la voz de Stefan era hipnótica.

—Stefan… —Hubo una larga pausa y luego—: Entra.

Ella retrocedió mientras él colocaba una mano en el alféizar y saltaba al otro lado. Matt le siguió, luego Meredith. Bonnie, que llevaba una minifalda, permaneció fuera con Damon. Deseó haber llevado vaqueros al instituto ese día, pero tampoco había sabido que tendría que ir de expedición.

—No deberías estar aquí —dijo Vickie a Stefan, casi con calma—. Va a venir a por mí. Te cogerá también a ti.

Meredith la rodeó con un brazo. Stefan se limitó a preguntar:

—¿Quién?

—Él. Viene a mí en mis sueños. Mató a Sue. —El tono desapasionado de Vickie resultaba más aterrador de lo que habría resultado cualquier actitud histérica.

—Vickie, hemos venido a ayudarte —dijo Meredith con dulzura—. Todo irá bien ahora. No dejaremos que te haga daño, lo prometo.

Vickie giró en redondo para mirarla con fijeza. Miró a Meredith de pies a cabeza, como si ésta se hubiese transformado de improviso en algo increíble. Luego empezó a reír.

Fue horrible, un ronco estallido de regocijo que sonó como una tos seca. Siguió y siguió hasta el punto de que Bonnie deseó taparse los oídos. Finalmente, Stefan dijo:

—Vickie, para.

Las carcajadas se desvanecieron en algo parecido a sollozos, y cuando la muchacha alzó la cabeza otra vez, pareció que sus ojos estaban menos vidriosos aunque más genuinamente trastornados.

—Vais a morir todos, Stefan —declaró, meneando la cabeza—. Nadie puede enfrentarse a él y vivir.

—Necesitamos saber cosas sobre él, de modo que podamos combatirle. Necesitamos tu ayuda —dijo Stefan—. Cuéntame qué aspecto tiene.

—No puedo verle en mis sueños. No es más que una sombra sin rostro —murmuró Vickie, encorvando los hombros.

—Pero le viste en casa de Caroline —dijo Stefan con insistencia—. Vickie, escúchame —añadió cuando la muchacha volvió la cabeza bruscamente—. Sé que estás asustada, pero esto es importante, más importante de lo que puedas comprender. No podemos luchar contra él a menos que sepamos a qué nos enfrentamos, y tú eres la única, la única en estos momentos que posee la información que necesitamos. Tienes que ayudarnos.

—No puedo recordar…

La voz de Stefan era inflexible.

—Tengo un modo de ayudarte a recordar —dijo—. ¿Quieres dejarme que lo pruebe?

Transcurrieron lentamente los segundos, luego Vickie emitió un prolongado y borboteante suspiro, a la vez que su cuerpo se quedaba flácido.

—Haz lo que quieras —respondió con indiferencia—. No me importa. No cambiará nada.

—Eres una chica valiente. Ahora mírame, Vickie. Quiero que te relajes. Simplemente mírame y relájate.

La voz de Stefan descendió hasta convertirse en un murmullo arrullador. Siguió así durante unos pocos minutos, y entonces los ojos de Vickie se cerraron solos.

—Siéntate. —Stefan la guió para que se sentara en la cama y él se sentó junto a ella, mirándola a la cara—. Vickie, te sientes tranquila y relajada ahora. Nada que recuerdes te lastimará —indicó, la voz tranquilizadora—. Ahora, necesito que regreses al sábado por la noche. Estás arriba, en el dormitorio principal de la casa de Caroline. Sue Carson está contigo, y alguien más. Necesito que veas…

—¡No! —Vickie se retorció de un lado para otro como si intentara escapar de algo—. ¡No! No puedo…

—Vickie, tranquilízate. No te hará daño. No puede verte, pero tú puedes verle. Escúchame.

A medida que Stefan hablaba, los quejidos de Vickie se fueron acallando. Pero la joven siguió debatiéndose y retorciéndose.

—Es necesario que le veas, Vickie. Ayúdanos a combatirle. ¿Qué aspecto tiene?

—¡Se parece al demonio!

Fue casi un chillido. Meredith se sentó al otro lado de Vickie y le tomó la mano. Miró por la ventana a Bonnie, que le devolvió la mirada con ojos muy abiertos y se encogió levemente de hombros. Bonnie no sabía de qué hablaba Vickie.

—Cuéntame más —dijo Stefan sin alterarse.

La boca de Vickie se crispó. Las aletas de la nariz se hincharon como si oliera algo apestoso. Cuando habló, pronunció cada palabra separadamente, como si le produjeran náuseas.

—Lleva… una gabardina vieja. Aletea contra sus piernas bajo el viento. Él hace que sople el viento. Los cabellos son rubios. Casi blancos. Se le erizan por encima de toda la cabeza. Los ojos son muy azules… de un azul eléctrico. —Vickie se lamió los labios y tragó saliva; mostraba una expresión asqueada—. El azul es el color de la muerte.

El trueno retumbó y chasqueó en el cielo. Damon echó una veloz mirada a lo alto, luego frunció el entrecejo, entrecerrando los ojos.

—Es alto. Y ríe. Quiere cogerme, riendo. Pero Sue chilla: «No, no», e intenta empujarme lejos. Así que la coge a ella en mi lugar. La ventana está rota, y la terraza está justo ahí. Sue chilla: «No, por favor». Y entonces le contemplo… le contemplo arrojarla… —La respiración de Vickie era irregular, la voz se elevaba histérica.

—Vickie, todo va bien. No estás allí realmente. Estás a salvo.

—Por favor, no… ¡Sue! ¡Sue! ¡Sue!

—Vickie, préstame atención. Escucha. Necesito sólo una cosa más. Mírale. Dime si lleva una joya azul…

Pero Vickie sacudía violentamente la cabeza de un lado para otro sollozando, más histérica a cada segundo que pasaba.

—¡No! ¡No! ¡Soy la siguiente! ¡Soy la siguiente!

De improviso, sus ojos se abrieron de golpe mientras salía del trance por sí misma, entre boqueadas y jadeos. Luego giró la cabeza bruscamente.

En la pared, un cuadro repiqueteaba.

El sonido lo retomó el espejo con marco de bambú, luego las botellas de perfume y las barras de labios sobre el tocador que había debajo. Con un sonido parecido al de las palomitas de maíz, los pendientes empezaron a salir disparados de un colgador de pendientes. El repiqueteo fue aumentando de volumen. Un sombrero de paja cayó de una percha. Y las fotos sujetas al espejo se desprendieron. Cintas de audio y CD salieron volando de un estante y fueron a parar al suelo, igual que naipes cuando se reparten.

Meredith se había puesto en pie, y también Matt, con los puños apretados.

—¡Haced que pare! ¡Haced que pare! —chilló Vickie enloquecida.

Pero no paró. Matt y Meredith miraron a su alrededor cuando nuevos objetos se unieron a la danza. Todo lo que podía moverse daba sacudidas, se agitaba, se balanceaba. Era como si la habitación estuviese atrapada en un terremoto.

—¡Para! ¡Para! —chilló Vickie con voz aguda, con las manos sobre los oídos.

Justo sobre la casa retumbó un trueno.

Bonnie dio un violento salto al ver el zigzag del relámpago cruzando el cielo. Instintivamente, buscó algo a lo que aferrarse. Cuando llameó el relámpago un póster de la pared de Vickie se desgarró en diagonal igual que si lo hubiese cortado un cuchillo fantasma. Bonnie contuvo un grito y se sujetó con más fuerza.

Luego, con la misma rapidez que si alguien hubiese pulsado un interruptor, todo el ruido cesó.

La habitación de Vickie quedó inmóvil. El fleco de la lámpara de la mesilla de noche se balanceó levemente. El póster había quedado arrollado en dos pedazos irregulares, arriba y abajo. Poco a poco, Vickie bajó las manos de los oídos.

Matt y Meredith miraron a su alrededor un tanto temblorosos.

Bonnie cerró los ojos y murmuró algo parecido a una plegaria. Hasta que volvió a abrirlos no advirtió a qué se había estado aferrando. Era la flexible frialdad de una cazadora de cuero. Era el brazo de Damon.

Él no se había apartado de ella, sin embargo. No se movió ahora. Estaba inclinado ligeramente hacia adelante, con los ojos entrecerrados, observando la habitación atentamente.

—Mirad el espejo —dijo.

Todos lo hicieron, y Bonnie contuvo la respiración, cerrando los dedos con fuerza otra vez. No lo había visto, pero sin duda debió de suceder mientras todo enloquecía en la habitación.

Sobre la superficie del espejo con marco de bambú había tres palabras garabateadas con el pintalabios de intenso color coral de Vickie.

Goodnight, Sweetheart, Goodnight.

—Cielos —murmuró Bonnie.

Era el nombre de la canción que ella había escuchado en la radio la noche anterior: «"Buenas noches, cariño, buenas noches"».

Stefan apartó la mirada del espejo para mirar a Vickie. Había algo diferente en él, se dijo Bonnie; se mantenía relajado pero listo para actuar, como un soldado que acaba de recibir la confirmación de una batalla. Era como si hubiese aceptado un desafío personal de alguna clase.

Sacó algo del bolsillo posterior y lo desdobló, mostrando ramitas de una planta con largas hojas verdes y diminutas flores lila.

—Esto es verbena, verbena fresca —dijo en voz baja, el tono ecuánime e intenso—. La recogí en las afueras de Florencia; está floreciendo allí ahora. —Tomó la mano de Vickie e introdujo el paquete en ella—. Quiero que te quedes esto y lo conserves. Pon un poco en cada habitación de la casa y oculta trozos en algún lugar cerca de las ropas de tus padres si puedes, de modo que la tengan cerca. Mientras tengas esto contigo, él no puede controlar tu mente. Puede asustarte, Vickie, pero no puede obligarte a hacer nada, como abrir una ventana o una puerta para él. Y escucha, Vickie, porque esto es importante.

Vickie tiritaba, tenía el rostro contraído. Stefan le cogió ambas manos y la obligó a mirarle, hablando despacio y con claridad.

—Si tengo razón, Vickie, él no puede entrar a menos que vosotros le dejéis entrar. Así que habla con tus padres. Diles que es importante que no permitan la entrada de ningún desconocido en la casa. De hecho, puedo hacer que Damon ponga esa idea en su mente ahora mismo.

Dirigió una veloz mirada a su hermano, que se encogió levemente y asintió, dando la impresión de que su atención estaba puesta en algún otro lugar. Cohibida, Bonnie retiró la ano de la chaqueta del joven.

Vickie tenía la cabeza inclinada sobre la verbena.

—Entrará de algún modo —dijo en voz queda, con espantosa certeza.

—No, Vickie, escúchame. A partir de ahora, vamos a vigilar tu casa; le estaremos esperando.

—No importa —replicó ella—. No podéis detenerle. —Empezó a reír y a llorar al mismo tiempo.

—Vamos a intentarlo —dijo Stefan, y miró a Meredith y a Matt, que asintieron—. De acuerdo. Desde este momento no estarás nunca sola. Siempre habrá uno o más de nosotros en el exterior vigilándote.

Vickie se limitó a sacudir la inclinada cabeza. Meredith le oprimió el brazo y se puso en pie cuando Stefan ladeó la cabeza en dirección a la ventana.

Cuando Matt y ella se reunieron con él allí, Stefan les habló a todos en voz baja.

—No quiero dejarla desprotegida, pero yo no puedo quedarme ahora. Hay algo que debo hacer, y necesito a una de las chicas conmigo. Por otra parte, no quiero dejar ni a Bonnie ni a Meredith solas aquí. —Volvió la cabeza hacia Matt—. Matt, podrías…

—Yo me quedaré —dijo Damon.

Todos le miraron alarmados.

—Bueno, es la solución lógica, ¿no es cierto? —Damon parecía divertido—. Al fin y al cabo, ¿qué esperas que ellos puedan hacer contra él?

—Pueden llamarme. Puedo monitorizar sus pensamientos a esa distancia —repuso Stefan, sin ceder un ápice.

—Bueno —dijo Damon en tono juguetón—. También yo puedo llamarte, hermanito, si tengo problemas. Me empieza a aburrir esta investigación tuya, de todos modos. Tanto da si me quedo aquí como en otra parte.

—Vickie necesita que la protejan, no que abusen de ella —replicó Stefan.

La sonrisa de Damon fue encantadora.

—¿Ella?

Indicó con la cabeza a la muchacha que estaba sentada en la cama, acunando la verbena. Desde los cabellos despeinados a los pies descalzos, Vickie no ofrecía una imagen atractiva.

—Puedes fiarte de mi palabra, hermano, puedo conseguir algo mejor que eso. —Por un instante, a Bonnie le pareció como si aquellos ojos negros miraran de refilón hacia ella—. Además, siempre estás diciendo lo mucho que te gustaría confiar en mí —añadió Damon—. Aquí tienes tu oportunidad de demostrarlo.

Stefan dio la impresión de querer confiar, de sentirse tentado a hacerlo. También mostró una expresión suspicaz. Damon no dijo nada, se limitó a sonreír con aquella enigmática sonrisa provocadora. «Prácticamente pidiendo que no se confíe en é1», pensó Bonnie.

Los dos hermanos permanecieron inmóviles contemplándose uno al otro mientras el silencio y la tensión se extendían entre ellos. En aquel momento, Bonnie pudo ver el aire de familia en sus rostros, uno serio e intenso, el otro imperturbable y levemente burlón, pero ambos inhumanamente hermosos.

Stefan soltó el aire despacio.

—De acuerdo —dijo por fin en voz baja.

Bonnie, Matt y Meredith le miraban fijamente, pero él no pareció advertirlo. Le habló a Damon como si fueran las únicas dos personas que había allí.

—Te quedas aquí, fuera de la casa, donde no te vean. Regresaré y te sustituiré cuando haya terminado con lo que estoy haciendo.

Las cejas de Meredith se enarcaron profundamente, pero la muchacha no hizo comentarios. Tampoco los hizo Matt. Bonnie intentó acallar sus propios sentimientos de inquietud. «Stefan debe de saber lo que hace —se dijo—. Bueno, será mejor que lo sepa.»

—No tardes demasiado —indicó Damon en tono displicente.

Y así fue como lo dejaron, con Damon fundiéndose con la oscuridad a la sombra de los negros nogales del patio trasero de Vickie y con la misma Vickie en su habitación, balanceándose sin pausa.

En el coche, Meredith preguntó:

—¿Ahora, qué?

—Tengo que poner a prueba una teoría —dijo Stefan sucintamente.

—¿Que el asesino es un vampiro? —inquirió Matt desde la parte posterior, donde estaba sentado con Bonnie.

Stefan le dirigió una mirada incisiva.

—Sí.

—Por eso le dijiste a Vickie que no invitara a entrar a nadie —añadió Meredith, que no quería verse superada en cuestiones de razonamiento.

Los vampiros, recordó Bonnie, no podían entrar en un lugar en el que los humanos vivieran y durmieran, a menos que los invitaran.

—Y por eso preguntaste si el hombre llevaba una joya azul —siguió Meredith.

—Un amuleto para protegerse de la luz diurna —dijo Stefan, extendiendo la mano derecha, cuyo anular lucía un anillo con un lapislázuli engastado—. Sin uno de éstos, la exposición directa al sol nos mata. Si el asesino es realmente un vampiro, lleva una piedra como ésta en alguna parte del cuerpo.

Como instintivamente, Stefan alzó la mano para tocar brevemente algo que llevaba bajo la camiseta. Al cabo de un instante, Bonnie comprendió de qué se trataba.

El anillo de Elena. Stefan se lo había dado en un principio, y después de que ella muriera lo había cogido para llevarlo colgado de una cadena alrededor del cuello. Para que aquella parte de ella le acompañara siempre, había dicho.

Cuando Bonnie miró a Matt, sentado junto a ella, vio que éste tenía los ojos cerrados.

—¿Y cómo podemos saber si es un vampiro? —preguntó Meredith.

—Sólo existe un modo que se me ocurra, y no es muy agradable. Pero debe hacerse.

A Bonnie se le cayó el alma a los pies. Si Stefan consideraba que no era muy agradable, ella estaba segura de que iba a encontrarlo aún menos agradable.

—¿Cuál es? —inquirió sin el menor entusiasmo.

—Tengo que echarle un vistazo al cuerpo de Sue.

Se produjo un silencio sepulcral. Incluso Meredith, por lo general tan imperturbable, se mostró consternada. Matt volvió la cabeza, apoyando la frente en el cristal de la ventanilla.

—Debes de estar bromeando —dijo Bonnie.

—Ojalá fuera así.

—Pero…, por el amor de Dios, Stefan. No podemos. No nos dejarán. ¿Qué vamos a decir? «¿Me permite que examine este cadáver en busca de agujeros?»

—Bonnie, para ya —dijo Meredith.

—No puedo evitarlo —le replicó ésta con voz temblorosa—. Es una idea horrible. Y además, la policía ya ha comprobado el cuerpo. No había ni una marca en ella, a excepción de los cortes que recibió durante la caída.

—La policía no sabe qué buscar —indicó Stefan.

La voz del muchacho era dura. Escucharla hizo que Bonnie reparara en algo, algo que tenía tendencia a olvidar. Stefan era uno de aquellos seres. Uno de los cazadores. Había visto personas muertas antes. Incluso podría haber matado a algunas.

«Bebe sangre», pensó, y se estremeció.

—¿Bien? —dijo Stefan—. ¿Seguías a mi lado?

Bonnie intentó hacerse pequeña en el asiento posterior. Las manos de Meredith estaban cerradas con fuerza sobre el volante. Fue Matt quien habló, volviendo la cabeza de la ventana.

—No tenemos elección, ¿verdad? —inquirió en tono cansado.

—El cuerpo está expuesto de siete a diez en la funeraria —añadió Meredith en voz baja.

—Tendremos que aguardar hasta después de esa hora, entonces. Una vez que hayan cerrado la funeraria y podamos estar a solas con ella —dijo Stefan.

—Ésta es la cosa más horripilante que he tenido que hacer jamás —musitó Bonnie con desconsuelo.

La capilla funeraria estaba oscura y fría. Stefan había hecho saltar los cierres de la puerta exterior con un fino trozo de metal flexible.

La sala de exposición tenía una moqueta gruesa y las paredes estaban revestidas con oscuros paneles de roble. Habría resultado un lugar deprimente incluso con las luces encendidas. En la oscuridad era un lugar bochornoso y sofocante y repleto de formas grotescas. Parecía como si pudiera haber alguien agazapado tras cada uno de los muchos arreglos florales situados sobre pedestales.

—No quiero estar aquí —gimió Bonnie.

—Limitémonos a acabar de una vez con esto, ¿de acuerdo? —dijo Matt entre dientes.

Cuando encendió la linterna, Bonnie miró a cualquier lugar excepto al que ésta enfocaba. No quería ver el ataúd, no quería. Clavó los ojos en las flores, en un corazón confeccionado con rosas rojas. En el exterior, el trueno retumbó como un animal dormido.

—Dejad que abra esto… ya está —decía Stefan.

No obstante su decisión de no hacerlo, Bonnie miró.

La caja era blanca, forrada con raso de un rosa pálido. El cabello rubio de Sue brillaba sobre él como el cabello de una princesa dormida en un cuento de hadas. Pero Sue no parecía dormida. Estaba demasiado pálida, demasiado inmóvil. Como una figura de cera.

Bonnie se acercó sigilosamente, con los ojos clavados en el rostro de Sue.

«Por eso hace tanto frío aquí dentro —se dijo con firmeza—. Para impedir que la cera se derrita.» Aquello ayudó un poco.

Stefan alargó un brazo al interior para tocar la blusa rosa de cuello alto de Sue. Soltó el primer botón.

—Por el amor de Dios —musitó Bonnie, escandalizada.

—¿Para qué crees que estamos aquí? —siseó Stefan como respuesta; pero sus dedos se detuvieron en el segundo botón.

Bonnie observó por un minuto, y luego tomó su decisión.

—Aparta —dijo, y como Stefan no se movió en seguida, le dio un empujón.

Meredith se acercó más a ella y ambas formaron una falange entre Sue y los muchachos. Sus ojos intercambiaron una mirada de comprensión. Si tenían que quitar realmente la blusa, los chicos no lo harían.

Bonnie desabrochó los pequeños botones mientras Meredith sostenía la luz. La piel de Sue tenía un tacto tan ceroso como su aspecto, fría en contacto con las yemas de sus dedos. Torpemente, echó la blusa atrás para dejar al descubierto una combinación de encaje blanco. A continuación se obligó a apartar del pálido cuello el brillante cabello dorado de Sue. El pelo estaba tieso debido a la laca que llevaba.

—No hay agujeros —dijo, mirando la garganta del cuerpo.

Se sintió orgullosa de que su voz sonara casi firme.

—No —dijo Stefan con extrañeza—. Pero hay algo más. Mirad esto.

Pasó el brazo con suavidad alrededor de Bonnie para señalar un corte, pálido y sin sangre como la piel que lo rodeaba, pero visible como una tenue línea que iba de la clavícula al pecho. Sobre el corazón. El largo dedo de Stefan se movió por el aire sobre él y Bonnie se quedó muy rígida, lista para apartar la mano de un manotazo si tocaba el cuerpo.

—¿Qué es? —preguntó Meredith, perpleja.

—Un misterio —respondió Stefan, y su voz seguía sonando rara—. Si yo viera una marca como ésta en un vampiro, significaría que el vampiro daba sangre a un humano. Así es como se hace. Los dientes humanos no pueden perforar nuestra piel, así que nos cortamos nosotros mismos si queremos compartir sangre. Pero Sue no era una vampira.

—¡Por supuesto que no lo era! —exclamó Bonnie.

Intentó rechazar la imagen que su mente quería mostrarle, de Elena inclinándose sobre un corte como aquél en el pecho de Stefan y succionando, bebiendo…

Se estremeció y advirtió que tenía los ojos cerrados.

—¿Hay alguna cosa más que necesites ver? —preguntó, abriéndolos.

—No. Eso es todo.

Bonnie abrochó los botones y volvió a arreglar los cabellos de Sue Entonces, mientras Meredith y Stefan volvían a bajar la tapa del ataúd, salió rápidamente de la sala de exposición y fue hasta la puerta exterior. Se quedó allí, abrazándose a sí misma.

Una mano le tocó levemente el codo. Era Matt.

—Eres más fuerte de lo que pareces —dijo él.

—Sí, bueno…

Intentó encogerse de hombros. Y luego de improviso se echó a llorar, a llorar desconsoladamente. Matt la rodeó con sus brazos.

—Lo sé —dijo.

Sólo dijo eso. No «No llores» o «Tómatelo con calma» o «Todo va a ir bien». Simplemente «Lo sé». Su voz tenía el mismo desconsuelo que ella sentía.

—Le han puesto fijador en el pelo —sollozó ella—. Sue jamás usaba fijador. Es horrible.

De algún modo, en aquel momento, aquello parecía lo peor de todo.

El se limitó a abrazarla.

Al cabo de un rato, Bonnie recuperó el aliento. Descubrió que se aferraba a Matt de un modo casi dolorosamente fuerte y aflojó los brazos.

—Te he mojado toda la camiseta —se disculpó, sorbiendo por la nariz.

—No importa.

Algo en la voz del joven la hizo retroceder y mirarle. Tenía el mismo aspecto que había tenido en el aparcamiento del instituto. Tan perdido… tan desesperanzado.

—Matt, ¿qué sucede? —murmuró—. Por favor.

—Ya te lo dije —respondió él con la mirada fija a lo lejos, en alguna inconmensurable distancia—. Sue yace ahí muerta, y no debería estarlo. Tú misma lo dijiste, Bonnie. ¿Qué clase de mundo es este que permite que una cosa así suceda? Que deja que una chica como Sue sea asesinada sólo por diversión, o que niños en Afganistán mueran de hambre, o que despellejen vivas a crías de focas? Si así es el mundo, ¿qué importa nada? Todo ha acabado. —Hizo una pausa y pareció recuperar la serenidad—. ¿Comprendes de qué hablo?

—No estoy segura.

Bonnie ni siquiera pensaba que deseara hacerlo. Era demasiado aterrador. Pero se sintió abrumada por un impulso de consolarle, de borrar aquella mirada perdida de sus ojos.

—Matt…

—Hemos acabado —dijo Stefan detrás de ellos.

Mientras Matt miraba en dirección a la voz, la mirada perdida pareció intensificarse.

—En ocasiones creo que se ha acabado para todos —dijo Matt, apartándose de Bonnie, pero no explicó a qué se refería con aquello—. Marchemos.