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Lunes, 8 de junio, 23.15 horas

Querido diario:

Esta noche no puedo dormir bien, así que lo mejor es que me ponga a escribir. Todo el día de hoy he estado esperando a que sucediera algo. Una no lleva a cabo un conjuro como ése y consigue que funcione para que luego no suceda nada.

Pero nada ha sucedido. Me quedé en casa después del instituto, porque mamá dijo que debía hacerlo. Estaba alterada por el hecho de que Matt y Meredith se hubieran quedado hasta tan tarde la noche del domingo, y dijo que yo necesitaba descansar un poco. Pero cada vez que me tumbo veo el rostro de Sue.

El padre de Sue efectuó el panegírico en el funeral de Elena. Me pregunto quién lo hará por Sue el miércoles.

Tengo que dejar de pensar en cosas así.

Quizá intentaré volver a dormirme. A lo mejor, si me acuesto con los auriculares puestos, no veré a Sue.

Bonnie volvió a dejar el diario en el cajón de la mesilla de noche y cogió su walkman. Empezó a pasar canales mientras clavaba la mirada soñolienta en el techo. Por entre los chasquidos y chisporroteos de la estática, la voz de un discjockey sonó en sus oídos.

—Y aquí tenéis un viejo éxito para todos vosotros, los fans de los fabulosos cincuenta: Goodnight, Sweetheart, Goodnight, del sello Vee Jay por The Spaniels…

Bonnie se durmió al son de la música.

El refresco de helado era de fresa, el favorito de Bonnie. En la máquina de discos sonaba Goodnight, Sweetheart, Goodnight, y el mostrador estaba limpísimo. Pero Elena, decidió Bonnie, jamás se habría puesto una falda almidonada con vuelo tipo años cincuenta.

—No se llevan estas faldas —dijo, señalándola.

Elena alzó los ojos de su copa de helado con chocolate caliente. Tenía los dorados cabellos sujetados hacia atrás en una cola de caballo.

—¿De todos modos, quién piensa en estas cosas? —inquirió Bonnie.

—Tú lo haces, tonta. Yo sólo estoy de visita.

—Ah. —Bonnie tomó un sorbo de soda.

Sueños. Había un motivo para temer a los sueños, pero en aquellos momentos no se le ocurría cuál era.

—No puedo quedarme mucho rato —dijo Elena—. Creo que él ya sabe que estoy aquí. Sólo vine a decirte… —Frunció el entrecejo.

Bonnie la miró comprensiva.

—¿No puedes recordarlo tampoco? —Bebió más refresco; la bebida tenía un sabor raro.

—Morí demasiado joven, Bonnie. Había tanto que se suponía que tenía que hacer, que conseguir… Y ahora tengo que ayudarte.

—Gracias —dijo Bonnie.

—Esto no es fácil, ya sabes. No tengo tanto poder. Es difícil comunicarse, y es difícil mantenerlo todo junto.

—Hay que mantenerlo junto —coincidió Bonnie, asintiendo.

Se sentía levemente mareada. ¿Qué había en su refresco?

—No poseo mucho control, y las cosas acaban volviéndose extrañas de algún modo. Él lo hace, supongo. Está siempre combatiéndome. Te vigila. Y cada vez que intentamos comunicarnos, acude.

—De acuerdo.

La habitación flotaba.

—Bonnie, ¿me estás escuchando? Puede usar tu miedo en tu contra. Es el modo en que entra.

—De acuerdo…

—Pero no le permitas que entre. Dile eso a todo el mundo. Y dile a Stefan…

Elena calló y se llevó una mano a la boca. Algo cayó sobre el helado.

Era un diente.

—Él está aquí.

La voz de Elena era extraña, poco clara. Bonnie contempló fijamente el diente con hipnótico horror. Descansaba en medio de la nata montada, entre las almendras fileteadas.

—Bonnie, dile a Stefan…

Otro diente se aflojó y cayó, y otro. Elena sollozó, ahora con las dos manos puestas sobre la boca. Tenía los ojos aterrados, impotentes.

—Bonnie, no te vayas…

Pero Bonnie retrocedía tambaleante. Todo daba vueltas. El refresco burbujeaba fuera del vaso, pero no era soda: era sangre. De un rojo brillante y espumosa, como algo que uno tosía al morir. A Bonnie se le revolvió el estómago.

—¡Dile a Stefan que le amo!

Era la voz de una anciana desdentada, y finalizó con unos sollozos histéricos. Bonnie se alegró de sumirse en la oscuridad y olvidarlo todo.

Bonnie mordisqueó el extremo de su rotulador, los ojos fijos en el reloj, la mente puesta en el calendario. Había que sobrevivir a ocho días y medio más de instituto. Y parecía como si cada minuto fuera un suplicio.

Uno de los chicos lo había dicho descaradamente, retrocediendo ante ella en la escalera.

—Sin ánimo de ofender, pero es que tus amigos no hacen más que aparecer muertos.

Bonnie se había metido en el baño y había llorado.

Pero en aquellos momentos todo lo que quería era estar lejos del instituto, lejos de los rostros trágicos y los ojos acusadores… o peor, las miradas de lástima. El director había hecho un discurso a través del sistema de megafonía sobre «esta nueva desgracia» y «esta terrible pérdida», y Bonnie había sentido las miradas clavadas en su espalda como si perforaran agujeros allí.

Cuando sonó el timbre, fue la primera persona en salir por la puerta. Pero en lugar de acudir a la siguiente clase, volvió a ir al baño, donde aguardó a que sonara el siguiente timbre. Luego, una vez que los pasillos estuvieron vacíos, apresuró el paso hacia el ala de idiomas extranjeros. Pasó ante comunicados y pancartas sobre acontecimientos de fin de curso sin echarles ni un vistazo. ¿Qué importaba el Examen de Aptitudes Escolares, qué importaba la graduación, qué importaba nada ya? Era posible que estuviesen todos muertos al finalizar el mes.

Casi chocó con la persona de pie en el pasillo. Alzó la mirada violentamente, apartándola de sus propios pies, para examinar unos zapatos náuticos elegantemente desgastados, de alguna marca extranjera. Sobre ellos había unos vaqueros, pegados al cuerpo y bastante viejos para parecer blandos sobre unos músculos fuertes. Caderas estrechas. Un pecho bonito. Un rostro que volvería loco a un escultor: boca sensual, pómulos elevados. Gafas de sol oscuras. Cabellos negros ligeramente despeinados. Bonnie se quedó boquiabierta por un momento.

«Ah, cielos, olvidé lo guapísimo que es —pensó—. Elena, perdóname; me lo voy a apropiar.»

—¡Stefan! —dijo.

Entonces su mente la devolvió bruscamente a la realidad otra vez y lanzó una mirada atormentada a su alrededor. No había nadie que pudiera verlos. Le agarró del brazo.

—¿Estás loco, apareciendo aquí? ¿Estás chiflado?

—Tenía que encontrarte. Creía que era urgente.

—Lo es, pero…

El muchacho resultaba tan fuera de lugar, allí de pie en el pasillo del instituto… Tan exótico… Como una cebra en medio de un rebaño de ovejas. Empezó a empujarle hacia un armario de artículos de limpieza.

Él no se dejó llevar. Y era más fuerte que ella.

—Bonnie, dijiste que habías hablado con…

—¡Tienes que ocultarte! Iré a buscar a Matt y a Meredith y los traeré aquí y entonces podemos hablar. Pero si alguien te ve, probablemente acabarás linchado. Ha habido otro asesinato.

El rostro de Stefan cambió, y permitió que lo empujara en dirección al armario. Hizo intención de decir algo, luego, evidentemente, decidió no hacerlo.

—Esperaré —se limitó a indicar.

Bastaron sólo unos pocos minutos para localizar a Matt en mecánica y a Meredith en clase de económicas, y los tres fueron a toda prisa al armario de la limpieza y se apresuraron a sacar a Stefan del instituto con tanta discreción como fuera posible, que no fue mucha.

«Seguro que alguien nos ha visto —pensó Bonnie—. Todo depende de quién haya sido y hasta qué punto sea un bocazas.»

—Tenemos que llevarle a un lugar seguro… no a ninguna de nuestras casas —iba diciendo Meredith, mientras cruzaban tan de prisa como podían el aparcamiento del instituto.

—Estupendo, pero ¿adonde? Aguardad un minuto, ¿qué hay de la casa de huéspedes…?

La voz de Bonnie se apagó. Había un pequeño coche negro en la plaza de aparcamiento que tenía delante. Un coche italiano, elegante, esbelto y de aspecto sexy Todas las ventanillas estaban tintadas de un ilegal color negro; no se podía ver el interior. Entonces Bonnie distinguió el emblema con el caballo en la parte posterior.

—¡Dios mío!

Stefan echó una ojeada al Ferrari con expresión aturdida.

—Es de Damon.

Tres pares de ojos consternados se volvieron hacia él.

—¿De Damon? —dijo Bonnie, oyendo el chirrido de su propia voz mientras esperaba a que Stefan dijera que Damon se lo había prestado.

Pero la ventanilla del coche descendía ya para mostrar unos cabellos negros tan lacios, brillantes y líquidos como la pintura del coche, gafas de espejo y una sonrisa de dientes muy blancos.

Buon giorno —dijo Damon con suavidad—. ¿Alguien necesita que le lleve?

—Ah, Dios mío —exclamó Bonnie débilmente; pero no retrocedió.

Stefan se mostraba visiblemente impaciente.

—Nos dirigiremos a la casa de huéspedes. Vosotros seguidnos. Aparcad detrás del granero, de modo que nadie vea vuestro coche.

Meredith tuvo que llevarse a Bonnie lejos del Ferrari. No era que a Bonnie le gustase Damon ni que jamás fuera a permitir que la volviera a besar como había hecho en la fiesta de Alaric. La muchacha sabía que el joven era peligroso; no tanto como lo había sido Katherine, quizá, pero era malo. Había matado sin ningún miramiento, sólo por diversión. Había matado al señor Tanner, el profesor de historia, en la fiesta de la Casa Encantada que habían organizado el pasado Halloween para recaudar fondos, y podría volver a matar en cualquier momento. Tal vez por eso, Bonnie se sintió como un ratón con la vista fija en una reluciente serpiente negra al mirarle.

En la intimidad del coche de Meredith, Bonnie y su amiga intercambiaron miradas.

—Stefan no debería haberle traído —dijo Meredith.

—A lo mejor, él simplemente vino —sugirió Bonnie, que no consideraba que Damon fuese la clase de persona a la que alguien conseguía llevar a ninguna parte.

—¿Por qué tendría que venir? No para ayudarnos, eso es seguro.

Matt no dijo nada. El muchacho ni siquiera parecía advertir la tensión que reinaba en el vehículo; se limitaba a mirar fijamente por el parabrisas, ensimismado.

El cielo empezaba a nublarse.

—¿Matt?

—Simplemente, déjalo estar, Bonnie —dijo Meredith.

«Maravilloso», se dijo Bonnie, sintiendo cómo la depresión descendía sobre ella como una oscura manta. Matt y Stefan y Damon, todos juntos, todos pensando en Elena.

Aparcaron detrás del viejo granero, junto al bajo coche negro. Cuando entraron, Stefan estaba de pie solo. Se dio la vuelta y Bonnie vio que se había quitado las gafas de sol. Un escalofrío apenas perceptible la recorrió, apenas un leve erizamiento del vello de los brazos y el cogote. Stefan no se parecía a ningún chico que hubiera conocido jamás. Sus ojos eran muy verdes; verdes como hojas de roble en primavera. Pero en aquel momento mostraban ojeras.

Hubo un momento de embarazo; los tres allí de pie a un lado y mirando a Stefan sin decir palabra. Nadie parecía saber qué decir.

Entonces Meredith se acercó a él y le tomó la mano.

—Tienes aspecto cansado —dijo.

—Vine tan pronto como pude.

La rodeó con un brazo en un breve, casi vacilante abrazo. Jamás habría hecho eso en los viejos tiempos, se dijo Bonnie. Acostumbraba a ser muy reservado.

Se adelantó para su propio abrazo. La piel de Stefan estaba fría bajo la camiseta, y tuvo que hacer un esfuerzo para no estremecerse. Al apartarse, tenía los ojos llenos de lágrimas. ¿Qué sentía ahora que Stefan Salvatore estaba de vuelta en Fell's Church? ¿Alivio? ¿Tristeza por los recuerdos que traía con él? Todo lo que podía decir era que deseaba llorar.

Stefan y Matt se miraban mutuamente. «Ya estamos», pensó Bonnie. Era casi divertido; había la misma expresión en ambos rostros. Dolida y cansada, e intentando no demostrarlo. No importaba lo que sucediese, Elena se encontraría siempre entre ellos.

Por fin, Matt extendió la mano y Stefan la estrechó. Ambos retrocedieron, con aspecto satisfecho por haber acabado ya con aquello.

—¿Dónde está Damon? —preguntó Meredith.

—Anda por ahí. Creí que podríamos estar unos cuantos minutos sin él.

—Queremos unas cuantas décadas sin él —dijo Bonnie sin poderse contener, y Meredith indicó:

—No se puede confiar en él, Stefan.

—Creo que te equivocas —respondió él en voz baja—. Puede ser una gran ayuda si se lo propone.

—¿Mientras mata a unos cuantos residentes un día sí y otro no? —dijo Meredith enarcando las cejas—. No deberías haberlo traído, Stefan.

—Pero si él no lo hizo.

La voz surgió de detrás de Bonnie y aterradoramente cerca, Bonnie dio un salto y se arrojó instintivamente hacia Matt, que la agarró del hombro.

Damon sonrió por un breve instante, alzando únicamente una esquina de la boca. Se había quitado las gafas de sol, pero sus ojos no eran verdes. Eran negros como los espacios entre las estrellas. «Es casi más apuesto que Stefan», pensó alocadamente Bonnie, encontrando los dedos de Matt y aferrándose a ellos.

—Así que ella es tuya ahora, ¿verdad? —dijo Damon a Matt con indiferencia.

—No —respondió Matt, pero la mano que sujetaba a Bonnie no se aflojó.

—¿Stefan no te trajo? —apuntó Meredith desde el otro lado.

De todos ellos, parecía la menos afectada por Damon, la que menos le temía, la menos susceptible a él.

—No —dijo Damon, mirando aún a Bonnie.

«No se da la vuelta como otras personas —pensó ésta—. Sigue mirando lo que sea que quiera sin importar quién habla.»

—Tú lo hiciste —indicó él.

—¿Yo? —Bonnie se encogió un poco, no muy segura de a qué se refería.

—Tú. Tú realizaste el conjuro, ¿no es cierto?

—El…

Demonios. Una imagen floreció en la mente de Bonnie: cabellos negros sobre una servilleta blanca. Sus ojos fueron hacia los cabellos de Damon, más finos y lacios que los de Stefan pero igual de oscuros. Evidentemente, Matt había cometido un error al separarlos.

La voz de Stefan sonó impaciente.

—Nos hiciste venir, Bonnie. Vinimos. ¿Qué sucede?

Tomaron asiento en las medio podridas balas de heno, todos excepto Damon, que permaneció en pie. Stefan estaba inclinado hacia adelante, con las manos sobre las rodillas, mirando a Bonnie.

—Me contaste… dijiste que Elena te habló.

Hubo una perceptible pausa antes de que llegara a pronunciar el nombre. Tenía el rostro tenso por el control al que lo sometía.

—Sí —Consiguió sonreírle—. Tuve un sueño, Stefan, un sueño tan extraño…

Se lo contó, y le contó lo que había sucedido después. Le llevó un buen rato hacerlo. Stefan escuchó con atención, con los ojos verdes llameando cada vez que ella mencionaba a Elena. Cuando le contó cómo había finalizado la fiesta de Caroline y cómo habían encontrado el cuerpo de Sue en el patio trasero, el muchacho se quedó lívido, pero no dijo nada.

—La policía vino y dijo que estaba muerta, pero nosotras ya lo sabíamos —finalizó Bonnie—. Y se llevaron a Vickie; la pobre Vickie estaba como loca. No quisieron dejar que le hablásemos, y su madre nos cuelga el teléfono si llamamos. Algunas personas dicen incluso que Vickie lo hizo, lo que es de locos. Pero no quieren creer que Elena nos habló, así que no creerán nada de lo que ella dijo.

—Y lo que ella dijo fue «él» —interrumpió Meredith—. Varias veces. Es un hombre, alguien con una gran cantidad de poder psíquico.

—Y fue un hombre el que me agarró la mano en el pasillo —dijo Bonnie.

Contó a Stefan su sospecha sobre Tyler, pero como Meredith señaló, Tyler no encajaba con el resto de la descripción. No tenía ni el cerebro ni el poder psíquico para ser la persona sobre la que Elena les estaba advirtiendo.

—¿Qué hay de Caroline? —preguntó Stefan—. ¿Podría haber visto algo?

—Estaba fuera, en la parte delantera —dijo Meredith—. Encontró la puerta y salió mientras todas corríamos. Oyó los chillidos, pero estaba demasiado asustada para volver a entrar en la casa. Y para ser sincera, no la culpo.

—De modo que nadie vio en realidad lo que sucedió, excepto Vickie.

—No. Y Vickie no lo cuenta. —Bonnie retomó el relato donde lo había dejado—. Una vez que nos dimos cuenta de que nadie nos creería, recordamos el mensaje de Elena sobre el conjuro de invocación. Imaginamos que debías de ser tú a quien ella quería hacer venir, porque pensaba que podías hacer algo para ayudar. Así que… ¿puedes?

—Puedo intentarlo —dijo Stefan.

Se levantó y recorrió una corta distancia, dándoles la espalda. Permaneció así en silencio durante un rato, sin moverse. Por fin dio la vuelta y miró a Bonnie a los ojos.

—Bonnie —dijo en tono quedo pero intenso—, ¿en tus sueños realmente hablaste con Elena cara a cara? ¿Crees que si entraras en trance podrías hacerlo otra vez?

Bonnie se sintió un poco asustada por lo que vio en sus ojos. Éstos llameaban con un color verde esmeralda en su rostro pálido. De improviso fue como si pudiera ver tras la máscara de control que llevaba. Debajo había tanto dolor, tanta añoranza… tanta intensidad, que ella apenas podía soportar contemplarla.

—Podría quizá… pero, Stefan…

—Entonces lo haremos. Aquí mismo, ahora mismo. Y veremos si puedes llevarme contigo.

Aquellos ojos eran hipnóticos, no debido a algún poder oculto, sino debido a su absoluta fuerza de voluntad. Bonnie quiso hacerlo por él; él conseguía que quisiera hacer cualquier cosa por él. Pero el recuerdo de aquel último sueño era demasiado. No podía enfrentarse a aquel horror otra vez; no podía de ningún modo.

—Stefan, es demasiado peligroso. Podría abrirme a cualquier cosa… y estoy asustada. Si esa cosa se adueña de mi mente, no sé qué podría pasar. No puedo, Stefan. Por favor. Incluso con una tabla ouija, es una invitación a que acuda.

Por un momento pensó que él iba a intentar obligarla a hacerlo. La boca del muchacho se cerró en una obstinada línea, y los ojos llamearon con más fuerza aún. Pero luego, lentamente, el fuego se apagó en ellos.

Bonnie sintió que se le desgarraba el corazón.

—Stefan, lo siento —musitó.

—Sencillamente, tendremos que hacerlo por nuestra cuenta —dijo él.

La máscara había vuelto a su lugar, pero la sonrisa parecía forzada, como si le doliera. A continuación habló con más energía.

—Primero tenemos que averiguar quién es ese asesino, qué es lo que pretende aquí. Todo lo que sabemos ahora es que algo maligno ha venido a Fell's Church otra vez.

—Pero ¿por qué? —preguntó Bonnie—. ¿Por qué querría nada malvado elegir este lugar precisamente? ¿Es que no hemos sufrido suficiente?

—Parece una coincidencia un poco extraña, la verdad —indicó Meredith en tono chistoso—. ¿Por qué tendríamos que disfrutar de tan excepcional fortuna?

—No es una coincidencia —dijo Stefan, y se puso en pie y alzó las manos como inseguro de cómo empezar—. Hay algunos lugares en la Tierra que son… diferentes —explicó—, que están llenos de energía psíquica, bien positiva o bien negativa, buena o mala. Algunos de ellos siempre han sido así, como el Triángulo de las Bermudas y la llanura de Salisbury, el lugar donde construyeron Stonehenge. Otros se convierten en lugares así, en especial aquéllos donde se ha derramado gran cantidad de sangre. —Miró a Bonnie.

—Espíritus intranquilos —musitó ella.

—Sí. Hubo una batalla aquí, ¿no es cierto?

—Durante la Guerra de Secesión —respondió Matt—. Es así como la iglesia del cementerio quedó convertida en una ruina. Fue una carnicería por ambas partes. Nadie ganó, pero casi todos los que pelearon murieron. Los bosques están llenos de sus sepulturas.

—Y el suelo quedó empapado de sangre. Un lugar como éste atrae a lo sobrenatural. Atrae el mal hacia él. Es el motivo por el que Katherine se sintiera atraída por Fell's Church, para empezar. Yo también lo sentí cuando vine la primera vez.

—Y ahora algo más ha venido —dijo Meredith, totalmente seria por una vez—. Pero ¿cómo se supone que vamos a combatirlo?

—Primero hemos de saber qué combatimos, creo que…

Pero antes de que pudiera finalizar se oyó un crujido, y una pálida y polvorienta luz solar cayó sobre los fardos de heno. La puerta del granero se había abierto.

Todo el mundo se puso en tensión, a la defensiva, listos para incorporarse de un salto y huir o pelear. No obstante, la figura que empujaba la enorme puerta hacia atrás con el codo era cualquier cosa menos amenazadora.

La señora Flowers, propietaria de la casa de huéspedes, les sonrió, con los ojillos negros arrugándose en múltiples pliegues. Sostenía una bandeja.

—Pensé que a vosotros, niños, podría gustaros algo de beber mientras charláis —dijo con tranquilidad.

Todos intercambiaron miradas de desconcierto. ¿Cómo había sabido que estaban allí? ¿Y cómo podía tomárselo con tanta calma?

—Aquí tenéis —prosiguió la señora Flowers—. Esto es zumo de uvas, hecho con mis propias uvas Concord. —Depositó un vaso de papel junto a Meredith, otro junto a Matt, y luego Bonnie—. Y aquí tenéis unas cuantas galletitas de jengibre. Recién hechas.

Hizo circular la bandeja. Bonnie advirtió que no ofrecía ninguna a Stefan o a Damon.

—Vosotros dos podéis pasaros por el sótano si queréis y probar un poco de mi vino de moras —les dijo a ellos, con lo que Bonnie juraría que era un guiño.

Stefan aspiró profundamente y con cautela.

—Hum, mire, señora Flowers…

—Y tu antigua habitación está tal y como la dejaste. Nadie ha subido allí desde que marchaste. Puedes usarla cuando quieras; no me incomodará en absoluto.

Stefan parecía no saber qué decir.

—Bueno… gracias. Muchas gracias. Pero…

—Si te preocupa que pueda decir algo a alguien, puedes estar tranquilo. No acostumbro a irme de la lengua. Nunca lo he hecho, nunca lo haré. ¿Qué tal está ese zumo de uvas? —inquirió, volviéndose repentinamente hacia Bonnie.

Bonnie se apresuró a tomar un trago.

—Bueno —dijo con sinceridad.

—Cuando terminéis, arrojad los vasos a la basura. Me gusta que las cosas estén limpias. —La señora Flowers lanzó una mirada alrededor del granero, sacudiendo la cabeza y suspirando—: Qué lástima. Una chica tan bonita. —Dirigió una mirada penetrante a Stefan, con ojos que eran como cuentas de ónice—. Esta vez tienes una tarea hecha a tu medida, chico —dijo, y se marchó sin dejar de sacudir la cabeza.

—¡Vaya! —exclamó Bonnie, siguiéndola con la mirada, atónita.

Todos los demás se limitaron a mirarse entre sí sin comprender.

—«Una chica tan bonita»… Pero ¿cuál? —dijo Meredith por fin—. ¿Sue o Elena?

Lo cierto era que Elena había pasado una semana aproximadamente en aquel mismo granero el pasado invierno; pero se suponía que la señora Flowers no debía saberlo.

—¿Le dijiste algo a ella sobre nosotros? —preguntó Meredith a Damon.

—Ni una palabra. —Damon parecía divertido—. Es una anciana. Está chiflada.

—Es más perspicaz de lo que cualquiera de nosotros creía —dijo Matt—. Cuando pienso en los días que pasamos vigilando cómo se entretenía en ese sótano… ¿Creéis que sabía que la observábamos?

—No sé qué pensar —respondió Stefan lentamente—. Sencillamente estoy contento de que parezca estar de nuestro lado. Y nos ha dado un lugar seguro en el que quedarnos.

—Y zumo de uvas, no olvides eso. —Matt sonrió burlón a Stefan—. ¿Quieres un poco? —Le ofreció el goteante vaso.

—Ya, puedes coger tu zumo de uvas y…

Pero Stefan casi sonreía, y por un momento Bonnie los vio a los dos tal y como habían sido antes, antes de la muerte de Elena. Amigables, afectuosos, tan a gusto juntos como lo estaban Meredith y ella. Sintió una punzada.

«Pero Elena no está muerta —pensó—. Está más aquí que nunca. Está dirigiendo todo lo que decimos y hacemos.»

Stefan había vuelto a recuperar la seriedad.

—Cuando la señora Flowers entró, estaba a punto de decir que sería mejor que nos pusiéramos a trabajar. Y creo que deberíamos empezar con Vickie.

—No nos verá —replicó Meredith al instante—. Sus padres mantienen alejado a todo el mundo.

—Entonces, simplemente tendremos que evitar a sus padres —declaró Stefan—. ¿Vienes con nosotros, Damon?

—¿Una visita a otra chica bonita? No me lo perdería.

Bonnie volvió la cabeza hacia Stefan, alarmada, pero él manifestó en tono tranquilizador mientras la conducía fuera del granero:

—No pasará nada. No le perderé de vista.

Bonnie así lo esperó.