4

Meredith lanzó una irónica mirada de soslayo a Matt.

—Hummm —dijo—. Bien, ¿a quién crees que llamaría Elena en un momento de apuro?

La amplia sonrisa de Bonnie dejó paso a un aguijonazo de culpabilidad ante la expresión de Matt. No era justo martirizarle con aquello.

—Elena dijo que el asesino es demasiado fuerte para nosotros y que por eso necesitamos ayuda —explicó a Matt—. Y sólo se me ocurre una persona que Elena conozca que pueda combatir a un asesino psíquico.

Matt asintió lentamente, y Bonnie no estuvo segura de qué sentía él en aquel momento. Stefan y él habían sido grandes amigos en una ocasión, incluso después de que Elena eligiera a Stefan por encima de Matt. Pero eso fue antes de que Matt descubriera qué era Stefan y de qué clase de violencia era capaz. Dominado por la furia y el dolor ante la muerte de Elena, Stefan casi había matado a Tyler Smallwood y a otros cinco chicos. ¿Podría olvidar Matt eso fácilmente? ¿Podría siquiera soportar que Stefan regresara a Fell's Church?

El rostro de mandíbula cuadrada del muchacho no mostraba ninguna indicación en aquel momento, y Meredith volvía a hablar ya.

—Así que todo lo que tenemos que hacer es efectuar una pequeña sangría y cortar un poco de pelo. Tú no echarás de menos un rizo o dos, ¿verdad, Bonnie?

Bonnie estaba tan abstraída que casi se le pasó por alto aquello. En seguida negó con la cabeza.

—No, no, no. No es nuestra sangre y nuestro cabello lo que necesitamos. Lo necesitamos de la persona a la que queremos invocar.

—¿Qué? Pero eso es ridículo. Si tuviésemos la sangre y el pelo de Stefan no tendríamos necesidad de invocarlo, ¿no es cierto?

—No pensé en ello —admitió Bonnie—. Por lo general, en los conjuros de invocación uno obtiene el material de antemano y lo usa cuando quiere hacer regresar a la persona. ¿Qué vamos a hacer, Meredith? Es imposible.

La cejas de Meredith estaban fruncidas.

—¿Por qué tendría que pedirlo Elena si fuera imposible?

—Elena pedía gran cantidad de cosas imposibles —dijo Bonnie, sombría—. No pongas esa cara, Matt; sabes que lo hacía. No era una santa.

—Quizá, pero ésta no es imposible —replicó Matt—. Se me ocurre un lugar en el que tiene que haber sangre de Stefan, y si tenemos suerte algunos cabellos suyos también. En la cripta.

Bonnie se estremeció, pero Meredith se limitó a asentir.

—Por supuesto —dijo—. Mientras Stefan estuvo atado allí, debió de sangrar sobre todo el lugar. Y en aquella clase de lucha podría haber perdido cabellos. Si al menos se ha dejado todo lo de allí abajo tal y como estaba…

—No creo que nadie haya estado allí abajo desde la muerte de Elena —dijo Matt—. La policía investigó y luego se fue. Pero sólo hay un modo de averiguarlo.

«Me equivoqué —pensó Bonnie—. Me preocupaba si Matt podría lidiar con el regreso de Stefan, y aquí está él haciendo todo lo que puede para ayudarnos a invocarle.»

—¡Matt, podría besarte de alegría por tu arrojo! —dijo.

Por un instante, algo que no consiguió identificar titiló en los ojos de Matt. Sorpresa, desde luego, pero había más que eso. De improviso, Bonnie se preguntó qué haría él si ella le besara realmente.

—Todas las chicas dicen eso —respondió él con calma finalmente, encogiendo los hombros con fingida resignación.

Fue lo más cerca que había estado de la alegría en todo el día.

Meredith, no obstante, estaba seria.

—Vayámonos. Tenemos mucho que hacer, y lo último que necesitamos es vernos atrapados en la cripta después de oscurecer.

La cripta estaba debajo de la iglesia en ruinas que se alzaba sobre una colina en el cementerio. «Sólo es media tarde, queda aún muchísima luz», no dejaba de repetirse Bonnie mientras ascendían por la colina, pero de todos modos tenía los brazos de piel de gallina. El cementerio moderno que había a uno de los lados ya era bastante malo, pero el viejo camposanto del otro lado resultaba total y absolutamente espeluznante. Había tantas lápidas medio desmoronadas inclinadas peligrosamente en la descuidada hierba representando a tantos jóvenes muertos durante la Guerra de Secesión que no era necesario ser médium para percibir su presencia.

—Espíritus intranquilos —farfulló.

—¿Hummm? —dijo Meredith mientras pasaba por encima del montón de cascotes que era una de las paredes de la iglesia en ruinas—. Mirad, la tapa de la tumba sigue quitada. Eso es una buena noticia; no creo que hubiésemos podido levantarla.

Los ojos de Bonnie se entretuvieron un buen rato, nostálgicos, en las estatuas de mármol blanco talladas en la tapa desplazada. Honoria Fell yacía allí junto a su esposo, las manos cruzadas sobre el pecho, con un aspecto tan dulce y triste como siempre. Pero Bonnie sabía que no llegaría más ayuda de aquel lado. Los deberes de Honoria como protectora de la ciudad que había fundado habían terminado.

«Cargándole el muerto a Elena», pensó Bonnie sombría, mirando al interior del agujero rectangular que conducía a la cripta. Travesaños de hierro desaparecían en la oscuridad.

Incluso con la ayuda de la linterna de Meredith resultó difícil el descenso a aquella habitación subterránea. Dentro reinaban el silencio y la humedad entre las paredes revestidas de piedra pulida. Bonnie intentó no tiritar.

—Mirad —dijo Meredith en voz baja.

Matt tenía la linterna enfocada hacia la verja de hierro que separaba la antecámara de la cripta de su cámara principal. La piedra bajo ella estaba ennegrecida con sangre en varios lugares. Mirar los charcos y riachuelos de sangre fresca hizo que Bonnie se sintiera mareada.

—Sabemos que Damon fue quien resultó más malherido —dijo Meredith, adelantándose; su voz sonaba calmada, pero Bonnie oía el rígido control que imponía a su voz—. Así que él debió de estar en este lado, que es donde hay más sangre. Stefan dijo que Elena estaba en el centro. Eso significa que el mismo Stefan debió de haber estado… aquí. —Se inclinó hacia el suelo.

—Yo lo haré —dijo Matt en tono brusco—. Tú sostén la luz.

Con un cuchillo de picnic de plástico traído del coche de Meredith raspó la costra de la piedra. Bonnie tragó saliva, contenta de haber tomado sólo té como almuerzo. La sangre estaba muy bien en un sentido abstracto, pero cuando uno realmente se enfrenta con tanta cantidad de ella…, en especial cuando es la sangre de un amigo que ha sido torturado…

Bonnie volvió la cabeza, contemplando las paredes de piedra y pensando en Katherine. Tanto Stefan como su hermano mayor, Damon, habían estado enamorados de Katherine allá en la Florencia del siglo XV. Pero lo que no habían sabido era que la chica a la que amaban no era humana. Un vampiro de su propio pueblo de Alemania la había convertido en otro para salvarle la vida cuando estaba enferma. Katherine, a su vez, había convertido a ambos jóvenes en vampiros.

«Y luego —pensó Bonnie— fingió su propia muerte para conseguir que Stefan y Damon dejaran de pelear por ella. Pero no funcionó. Se odiaron aún más que nunca, y ella los odió a ambos por ello. Había regresado junto al vampiro que la había transformado, y con el paso de los años se había convertido en un ser tan malvado como él. Hasta que al final todo lo que deseaba hacer era destruir a los dos hermanos que había amado en una ocasión. Los había atraído a ambos a Fell's Church para matarlos, y aquella habitación era el lugar en el que había estado a punto de conseguirlo. Elena había muerto impidiéndoselo.»

—Ya está —dijo Matt, y Bonnie pestañeó y regresó al momento presente.

Matt estaba de pie con una servilleta de papel que contenía escamas de sangre de Stefan en sus pliegues.

—Ahora, el cabello —indicó.

Barrieron el suelo con los dedos, hallando polvo y pedazos de hojas y fragmentos de cosas que Bonnie no quiso identificar. Entre los desechos había largos cabellos de un dorado pálido. «De Elena… o de Katherine», pensó Bonnie. Las dos se habían parecido tanto… También había cabellos más cortos, crespos con una leve ondulación. Cabellos de Stefan.

Fue una tarea lenta y melindrosa revisar todo aquello y depositar los cabellos correctos en otra servilleta. Matt fue quien hizo la mayor parte de todo ello. Cuando finalizaron, estaban todos cansados, y la luz que descendía por la abertura rectangular del techo era de un azul tenue. Pero Meredith sonrió con ferocidad.

—Lo tenemos —dijo—. Tyler quiere a Stefan de vuelta; bueno, pues vamos a traerle a Stefan de vuelta.

Y Bonnie, que sólo había prestado atención a medias a lo que su amiga hacía, sumida aún en sus propios pensamientos, se quedó helada.

Había estado pensando en cosas totalmente distintas, nada que ver con Tyler, pero a la mención de su nombre algo había acudido de improviso a su mente. Algo en lo que había reparado en el aparcamiento y luego olvidado a continuación en el calor de la discusión. Las palabras de Meredith lo habían provocado, y ahora resultaba repentinamente claro otra vez. ¿Cómo lo había sabido él?, se preguntó con el corazón latiendo a toda velocidad.

—¿Bonnie? ¿Qué sucede?

—Meredith —dijo ella muy bajito—, ¿contaste a la policía específicamente que estábamos en la sala cuando le sucedía todo arriba a Sue?

—No, creo que me limité a decir que estábamos abajo. ¿Por qué?

—Porque yo tampoco lo hice. Y Vickie no podría habérselo dicho porque ha vuelto a quedarse catatónica, y Sue está muerta y Caroline estaba fuera en aquel momento. Pero Tyler lo sabía. Recuerda que dijo: «Si no os hubieseis escondido en la sala, habríais visto lo que sucedió». ¿Cómo podía saberlo?

—Bonnie, si estás intentando sugerir que Tyler fue el asesino, eso no se lo creerá nadie. Para empezar, no es lo bastante listo para organizar una cadena de asesinatos —dijo Meredith.

—Pero hay algo más. Meredith, el año pasado, durante el baile de la fiesta de tercer año del instituto, Tyler me tocó el hombro desnudo. Jamás lo olvidaré. Su mano era grande, rolliza, caliente y húmeda. —Bonnie se estremeció al recordarlo—. Exactamente igual que la mano que me agarró anoche.

Pero Meredith sacudía la cabeza negativamente, e incluso Matt no parecía nada convencido.

—Entonces, Elena estaría malgastando nuestro tiempo al pedirnos que hiciésemos regresar a Stefan —dijo él—. Yo podría ocuparme de Tyler con un par de ganchos de derecha.

—Piensa en ello, Bonnie —añadió Meredith—. ¿Posee Tyler el poder psíquico para mover una ouija o entrar en tus sueños? ¿Lo tiene?

No lo tenía. En cuestiones psíquicas, Tyler era tan inútil como Caroline. Bonnie no podía negarlo. Pero tampoco podía negar su intuición. Carecía de sentido, pero seguía teniendo la impresión de que Tyler había estado en la casa la noche anterior.

—Será mejor que nos pongamos en marcha —indicó Meredith—. Ha oscurecido, y tu padre estará furioso.

Permanecieron en silencio durante el viaje de vuelta. Bonnie seguía pensando en Tyler. Una vez en casa de la muchacha, subieron a escondidas las servilletas y empezaron a echarle un vistazo a los libros de Bonnie sobre druidas y magia celta. Desde el momento en que había descubierto que descendía de la antigua casta de hechiceros, Bonnie había sentido interés por los druidas. Y en uno de los libros halló un ritual para un conjuro de invocación.

—Tenemos que comprar velas —dijo—. Y necesitamos agua pura…, será mejor conseguir agua embotellada —dijo a Meredith—. Y tiza para dibujar un círculo en el suelo, y algo para encender un pequeño fuego en su interior. Esas cosas puedo encontrarlas en la casa. No hay prisa; el conjuro debe realizarse a medianoche.

Faltaba aún mucho para la medianoche. Meredith compró los artículos que necesitaban en una tienda de ultramarinos y regresó con ellos. Cenaron con la familia de Bonnie, aunque nadie tenía demasiado apetito. A las once, Bonnie ya tenía dibujado el círculo sobre el suelo de madera del dormitorio y todos los demás ingredientes dispuestos sobre una banqueta baja en el interior del círculo. Cuando dieron las doce, empezó.

Con Matt y Meredith observando, encendió un pequeño fuego en un cuenco de barro cocido. Había tres velas encendidas detrás del cuenco; la muchacha clavó un alfiler en la mitad de la vela situada en el centro. A continuación desdobló una servilleta y vertió con cuidado las escamas de sangre en el interior de un vaso de vino lleno de agua. El líquido se tornó de un rosa herrumbroso.

Abrió la otra servilleta. Tres pizcas de cabellos oscuros fueron a parar al fuego, chisporroteando con un olor terrible. Luego, tres gotas del agua teñida, que sisearon.

Posó los ojos en las palabras del libro abierto.

Con paso veloz vendrás,

tres veces invocado por mi conjuro,

tres veces atribulado por mi lumbre.

Ven a mí sin dilación.

Leyó las palabras en voz alta, tres veces. Luego se sentó sobre los talones. El fuego siguió ardiendo, despidiendo humo. Las llamas de las velas bailaron.

—¿Y ahora, qué? —dijo Matt.

—No lo sé. Simplemente dice que hay que aguardar a que la vela del centro arda hasta alcanzar el alfiler. —Y entonces, ¿qué?

—Imagino que lo averiguaremos cuando suceda.

En Florencia amanecía.

Stefan observó cómo descendía la muchacha por la escalera, una mano descansando levemente sobre el pasamanos para mantener el equilibrio. Los movimientos eran lentos y vagos, como si estuviera flotando.

De improviso, se balanceó y se aferró al pasamanos con más fuerza. Stefan se colocó rápidamente tras ella y puso una mano bajo su codo.

—¿Estás bien?

Ella alzó los ojos para mirarle con la misma vaguedad. Era muy bonita. Sus ropas caras eran lo último en moda, y sus cabellos elegantemente desordenados eran rubios. Una turista. Supo que era americana antes de que hablara.

—Sí… creo… —Los ojos castaños tenían la mirada perdida.

—¿Tienes algún modo de llegar a casa? ¿Dónde te alojas?

—En la Via dei Conti, cerca de la capilla Medici. Estoy en el programa que organiza la Universidad Gonzaga en Florencia.

¡Maldición! No era una turista, entonces; una estudiante. Y eso significaba que recordaría aquella historia y hablaría a sus compañeros de clase sobre el apuesto chico italiano que había conocido la noche anterior. El de los ojos negros como la noche. El que la llevó a su exclusiva casa en la Via Tornabuoni y le ofreció vino y una cena y luego, a la luz de la luna, quizá, en su habitación, o fuera, en el patio cerrado, se inclinó sobre ella para mirarla a los ojos y…

La mirada de Stefan se apartó de la garganta de la joven con sus dos enrojecidas marcas de pinchazos. Había visto marcas como aquéllas tan a menudo… ¿Cómo era posible que aún poseyeran el poder de alterarle? Pero lo hacían; le enfermaban y ponían en marcha un lento ardor en sus entrañas.

—¿Cómo te llamas?

—Rachael. Con dos «a». —Se lo deletreó.

—Muy bien, Rachael. Mírame. Regresarás a tu pensione y no recordarás nada sobre lo sucedido anoche. No sabes adonde fuiste ni a quién viste. Y tampoco me has visto a mí nunca. Repítelo.

—No recuerdo nada sobre anoche —dijo obedientemente, con los ojos fijos en los de él.

Los poderes de Stefan no eran tan fuertes como habrían sido de haber bebido sangre humana, pero eran bastante potentes para aquello.

—No sé adonde fui o a quién vi. No te he visto a ti.

—Estupendo. ¿Tienes dinero para regresar? Toma.

Stefan extrajo un puñado de liras arrugadas —la mayoría billetes de 50.000 y 100.000— del bolsillo y la acompañó afuera.

Una vez que la hubo instalado en un taxi, regresó al interior y marchó directamente al dormitorio de Damon.

Damon estaba recostado cerca de la ventana, mondando una naranja, ni siquiera vestido aún. Alzó los ojos, molesto, al entrar Stefan.

—Lo habitual es llamar —dijo.

—¿Dónde la conociste? —preguntó Stefan. Y luego, al ver que Damon le miraba sin comprender, añadió:

—Esa chica, Rachael.

—¿Se llamaba así? No creo que me molestara en preguntar. En el bar Gilli. O quizá fue en el bar Mario. ¿Por qué?

Stefan luchó por contener la cólera.

—Ésa no fue la única cosa que no te molestaste en hacer. Tampoco te molestaste en influenciarla para que te olvidara. ¿Es que quieres que te atrapen, Damon?

Los labios de su hermano se curvaron en una sonrisa, y retorció una monda de cascara de naranja.

—Nunca me atrapan, hermanito —dijo.

—Así pues, ¿qué harás cuando vengan a por ti? ¿Cuando alguien se de cuenta de que: «Cielos, hay un monstruo chupasangre en la Via Tornabuoni»? ¿Los matarás a todos? ¿Aguardarás hasta que derriben la puerta de la calle y luego te disiparás en la oscuridad?

Damon trabó la mirada con él, desafiante, con aquella tenue sonrisa pegada aún a los labios.

—¿Por qué no? —dijo.

—¡Maldito seas! —exclamó Stefan—. Escúchame, Damon. Esto tiene que parar.

—Me siento conmovido por tu preocupación por mi seguridad.

—No es justo, Damon. Tomar a una chica poco dispuesta como ésa…

—Ah, pero sí estaba bien dispuesta, hermano. Estaba muy, pero que muy bien dispuesta.

—¿Le dijiste lo que ibas a hacer? ¿La advertiste sobre las consecuencias de intercambiar sangre con un vampiro? ¿Las pesadillas, las visiones psíquicas? ¿Estaba dispuesta a aceptar eso? —Estaba claro que Damon no pensaba responder, así que él siguió—: Sabes que está mal.

—De hecho, sí que lo sé.

Dicho eso, Damon mostró una de sus repentinas sonrisas turbadoras, exhibiéndola y haciéndola desaparecer en el acto.

—Y no te importa —repuso Stefan con desánimo, desviando la mirada.

Damon tiró la naranja. El tono de su voz era sedoso, persuasivo.

—Hermanito, el mundo está lleno de lo que tú llamas «injusticias» —dijo—. ¿Por qué no relajarse y unirse al bando ganador? Es mucho más divertido, te lo aseguro.

Stefan se sintió inflamado por la cólera.

—¿Cómo puedes decir eso siquiera? —le espetó precipitadamente—. ¿Es que no aprendiste nada de Katherine? Precisamente ella eligió el bando ganador.

—Katherine murió demasiado de prisa —dijo Damon, que volvía a sonreír, aunque sus ojos eran fríos.

—Y ahora sólo eres capaz de pensar en venganza. —Mirando a su hermano, Stefan sintió que un peso aplastante descendía sobre su propio pecho—. En eso y en tu propio placer —dijo.

—¿Qué otra cosa hay? El placer es la única realidad, hermanito; el placer y el poder. Y tú eres un cazador por naturaleza, tanto como lo soy yo —replicó Damon, y añadió—: De todos modos, no recuerdo haberte invitado a venir a Florencia conmigo. Puesto que no estás disfrutando, ¿por qué no te vas?

El peso en el pecho de Stefan presionó con más fuerza repentinamente, de un modo insoportable, pero su mirada, trabada con la de Damon, no titubeó.

—Sabes el motivo —dijo con voz queda, y finalmente tuvo la satisfacción de ver cómo Damon bajaba los ojos.

El mismo Stefan pudo oír mentalmente las palabras de Elena. La muchacha agonizaba en aquellos momentos, y su voz había sido débil, pero él la había oído con claridad. «Tenéis que cuidaros uno al otro. Stefan, ¿me lo prometes? ¿Me prometes que os cuidaréis mutuamente?» Y él lo había prometido, y mantendría su palabra. Sin importar lo que sucediera.

—Sabes por qué no me voy —volvió a decir a Damon, que rehusaba mirarle—. Puedes fingir que no te importa. Puedes engañar al mundo entero. Pero yo sé que no es así. —Lo más amable en aquel momento habría sido dejar a Damon a solas, pero Stefan no estaba para amabilidades—. ¿Sabes esa chica que te llevaste, Rachael? —añadió—. El cabello estaba bien, pero los ojos eran del color equivocado. Los ojos de Elena eran azules.

Dicho eso dio media vuelta, con la intención de dejar a su hermano allí para que lo meditara… si es que Damon era capaz de hacer algo tan constructivo, desde luego. Pero no llegó a alcanzar la puerta.

—¡Está ahí! —dijo Meredith con brusquedad, con los ojos fijos en la llama de la vela y el alfiler.

Bonnie inhaló con fuerza. Algo se abría frente a ella como un hilo de plata, un túnel plateado de comunicación, y ella corría veloz por él, sin poder detenerse o aminorar la velocidad. «Cielos —pensó—, cuando alcance el final y choque…»

El fogonazo en la cabeza de Stefan fue sordo, sin luz y potente como un trueno. Al mismo tiempo sintió un tirón violento y desgarrador. Un impulso de seguir… algo. Aquello no se parecía a las insinuaciones subliminales de Katherine para que fuera a alguna parte; aquello era un grito psíquico. Una orden que no se podía desobedecer.

En el interior del fogonazo percibió una presencia, pero apenas pudo creer quién era.

«¿Bonnie?»

«¡Stefan! ¡Eres tú! ¡Funcionó!»

«Bonnie, ¿qué has hecho?»

«Elena me dijo que lo hiciera. En serio, Stefan, fue ella. Tenemos problemas y necesitamos…»

Y eso fue todo. La comunicación se desmoronó, hundiéndose sobre sí misma, reduciéndose hasta quedar convertida en un puntito de luz. Se desvaneció y dejó tras ella una estela de Poder que hizo vibrar la habitación.

Stefan y su hermano se quedaron de pie, mirándose.

Bonnie soltó una larga bocanada de aire que no había advertido que estaba conteniendo y abrió los ojos, aunque no recordaba haberlos cerrado. Estaba tumbada de espaldas, y Matt y Meredith estaban acuclillados sobre ella, con expresión alarmada.

—¿Qué ha sucedido? ¿Funcionó? —quiso saber Meredith.

—Funcionó. —Permitió que la ayudaran a incorporarse—. Establecí contacto con Stefan. Hablé con él. Ahora todo lo que podemos hacer es aguardar y ver si viene o no.

—¿Mencionaste a Elena? —preguntó Matt.

—Sí.

—Entonces va a venir.