Los alaridos de Vickie se descontrolaron. Bonnie sintió cómo el pánico ascendía por su pecho.
—¡Vickie, para ya! ¡Vamos; tenemos que salir de aquí! —Meredith gritaba para hacerse oír—. Es tu casa, Caroline. Que todo el mundo se coja de la mano y tú condúcenos a la puerta de la calle.
—De acuerdo —respondió Caroline.
No parecía tan asustada como el resto. Esa era la ventaja de carecer de imaginación, se dijo Bonnie. Uno no podía imaginarse la cosas terribles que iban a sucederle.
Se sintió mejor con la mano estrecha y fría de Meredith sujetando la suya. Buscó a tientas al otro lado y atrapó la de Caroline, notando la dureza de las largas uñas.
No veía nada. Sus ojos deberían estar adaptándose a la oscuridad ya, pero no pudo distinguir ni siquiera un destello de luz o sombra cuando Caroline empezó a guiarlas. No había luz que penetrara por las ventanas desde la calle; el poder parecía estar por todas partes. Caroline lanzó una palabrota al chocar contra un mueble y Bonnie tropezó con ella.
Vickie gimoteaba en voz baja desde el final de la fila.
—Aguanta —susurró Sue—. Aguanta, Vickie, lo conseguiremos.
Avanzaron despacio y arrastrando los pies en la oscuridad. Entonces, Bonnie notó la presencia de baldosas bajo los pies.
—Es el vestíbulo delantero —indicó Caroline—. Quedaos aquí un minuto mientras localizo la puerta. —Sus dedos se escurrieron de la mano de Bonnie.
—¡Caroline! No te sueltes… ¿dónde estás? ¡Caroline, dame la mano! —gritó Bonnie, buscando a tientas frenéticamente igual que una persona ciega.
En la oscuridad, algo grande y húmedo se cerró alrededor de sus dedos. Era una mano. No era la de Caroline.
Bonnie chilló con todas sus fuerzas.
Inmediatamente, Vickie hizo lo propio, aullando enloquecida. La mano caliente y húmeda arrastraba a Bonnie hacia adelante. La muchacha pateó, forcejeó, pero no servía de nada. Entonces sintió los brazos de Meredith alrededor de su cintura, los dos brazos, tirando de ella hacia atrás. Su mano se soltó de la enorme mano.
Y a continuación se encontró dando media vuelta y corriendo, simplemente corriendo, sólo vagamente consciente de que Meredith estaba a su lado. Ni se dio cuenta de que seguía chillando hasta que chocó contra un enorme sillón que detuvo su avance y se oyó a sí misma.
—¡Silencio! ¡Bonnie, silencio, para!
Meredith la zarandeaba. Las dos habían resbalado a lo largo del respaldo del sillón hasta el suelo.
—¡Algo me tenía cogida! ¡Algo me agarró, Meredith!
—Lo sé. ¡Cállate! Eso sigue por ahí —dijo su amiga.
Bonnie apretó el rostro contra el hombro de Meredith para no seguir gritando. ¿Y si aquello estaba allí en la habitación con ellas?
Transcurrieron unos segundos con angustiosa lentitud, y el silencio se fue instalando a su alrededor. Por mucho que Bonnie aguzaba los oídos, no conseguía oír otro sonido que el de su propia respiración y el latir sordo de su corazón.
—¡Escucha! Tenemos que encontrar la puerta trasera. Sin duda estamos en el salón principal ahora. Eso significa que la cocina está justo detrás de nosotras. Tenemos que llegar allí —dijo Meredith en voz muy baja.
Bonnie empezó a asentir con abatimiento, luego alzó súbitamente la cabeza.
—¿Dónde está Vickie? —susurró con voz ronca.
—No lo sé. Tuve que soltar su mano para arrancarte de esa cosa. Pongámonos en marcha.
Bonnie la retuvo.
—Pero ¿por qué no chilla?
Un escalofrío recorrió a Meredith.
—No lo sé.
—Ay, Señor. Ay, Señor. No podemos abandonarla, Meredith.
—Tenemos que hacerlo.
—No podemos. Meredith, obligué a Caroline a invitarla. No estaría aquí de no ser por mí. Tenemos que sacarla.
Hubo una pausa, y a continuación Meredith siseó:
—¡De acuerdo! Pero eliges el más extraño de los momentos para volverte noble, Bonnie.
Una puerta se cerró de golpe, haciendo que ambas dieran un brinco. Luego se escuchó un estrépito, como pies en las escaleras, se dijo Bonnie. Y por un breve instante sonó una voz.
—Vickie, ¿dónde estás? ¡No… Vickie, no! ¡No!
—Ésa era Sue —jadeó Bonnie, incorporándose de un salto—. ¡Desde arriba!
—¿Por qué no tenemos una linterna? —Meredith estaba furiosa.
Bonnie sabía a qué se refería. Estaba demasiado oscuro para correr a ciegas por aquella casa; era demasiado aterrador. Un pánico primitivo le martilleaba en el cerebro. Necesitaba luz, cualquier luz.
No podía andar a tientas en aquella oscuridad otra vez, expuesta por todos lados. No podía hacerlo.
Sin embargo, dio un tembloroso paso fuera del sillón.
—Vamos —dijo con voz entrecortada, y Meredith fue con ella, paso a paso, al interior de la oscuridad.
Bonnie no dejaba de esperar que aquella mano húmeda y caliente surgiera y volviera a agarrarla. Cada centímetro de su piel hormigueaba esperando aquel contacto, y en especial su propia mano, que mantenía extendida para palpar el camino.
Entonces cometió el error de recordar el sueño.
Al instante, el nauseabundo olor dulzón de la basura la inundó. Imaginó cosas reptando fuera del grupo y luego recordó el rostro de Elena, gris y sin pelo, con labios apergaminados y echados hacia atrás, dejando al descubierto los dientes en una mueca burlona. Si aquella cosa la agarraba…
«No puedo seguir adelante; no puedo, no puedo —pensó—. Lo siento por Vickie, pero no puedo seguir. Por favor, simplemente deja que me detenga aquí.»
Estaba aferrada a Meredith, llorando casi. Entonces del piso superior llegó el sonido más horripilante que había oído jamás.
En realidad fueron una serie de sonidos, pero todos llegaron tan juntos que se mezclaron en una horrible oleada de ruido. Primero fueron gritos, la voz de Sue chillando: «¡Vickie! ¡Vickie! ¡No!». Luego un fragor retumbante, el sonido de cristal haciéndose añicos, como si un centenar de ventanas se rompieran a la vez. Y por encima de aquello un alarido continuado, sobre una nota de puro y exquisito terror.
Luego todo cesó.
—¿Qué fue eso? ¿Qué sucedió, Meredith?
—Algo malo. —La voz de la muchacha sonó tensa y estrangulada—. Algo muy malo. Bonnie, suelta. Voy a ir a ver.
—No sola, no vas a ir sola —dijo Bonnie con ferocidad.
Encontraron la escalera y ascendieron por ella. Al llegar al descansillo, Bonnie pudo escuchar un sonido extraño y curiosamente escalofriante, el tintineo de fragmentos de cristal al caer.
Y entonces las luces se encendieron.
Fue demasiado repentino; Bonnie chilló involuntariamente. Al ver a Meredith estuvo a punto de volver a chillar. Los cabellos oscuros de la muchacha estaban alborotados y los pómulos aparecían demasiado marcados; el rostro estaba pálido y atenazado por el miedo.
«Tilín, tilín.»
Era peor con las luces encendidas. Meredith marchaba hacia la última puerta al final del pasillo, de donde surgía el ruido. Bonnie la siguió, pero supo de improviso, con todo su corazón, que no quería mirar dentro de aquella habitación.
Meredith empujó la puerta. Se quedó paralizada durante un minuto en el umbral y luego entró a toda prisa. Bonnie empezó a caminar hacia la puerta.
—¡Dios mío, no te acerques más!
Bonnie ni siquiera vaciló, sino que cruzó a toda velocidad la puerta y entonces se detuvo en seco. A primera vista parecía como si todo el lateral de la casa hubiese desaparecido. La cristalera que comunicaba el dormitorio principal con la terraza parecía haber estallado hacia el exterior, la madera astillada, el cristal hecho añicos. Pedacitos de vidrio colgaban precariamente aquí y allá de los restos del marco de madera y tintineaban al caer.
Blancas cortinas diáfanas ondulaban, entrando y saliendo del agujero abierto en la casa. Frente a las cortinas, Bonnie podía ver la silueta de Vickie. La muchacha estaba de pie con las manos a los costados, tan inmóvil como un bloque de piedra.
—Vickie, ¿estás bien? —Bonnie sintió tal alivio al verla viva que casi resultó doloroso—. ¿Vickie?
Vickie no volvió la cabeza, no respondió. Bonnie se movió con cautela hasta colocarse frente a ella, mirándola a la cara. Vickie miraba directamente al frente, las pupilas reducidas a unos puntitos. Inhalaba pequeñas bocanadas sibilantes de aire y su pecho se movía agitadamente.
—Soy la siguiente. Dijo que soy la siguiente —susurraba una y otra vez, pero no parecía estar hablando con Bonnie; no parecía ver a la muchacha en absoluto.
Con un estremecimiento, Bonnie se apartó tambaleante. Meredith estaba en la terraza. La joven se dio la vuelta justo cuando Bonnie alcanzaba las cortinas e intentó cerrarle el paso.
—No mires. No mires ahí abajo —dijo.
«¿Abajo, adónde?» De improviso Bonnie comprendió. Avanzó, apartando a Meredith, que la sujetó del brazo para detenerla en el borde de una mareante caída al vacío. La barandilla de la terraza había salido volando por los aires, igual que la cristalera, y Bonnie podía ver directamente abajo, al patio iluminado situado a sus pies. Sobre el suelo había una figura retorcida igual que una muñeca rota, las extremidades torcidas, el cuello doblado en un ángulo grotesco, los cabellos rubios extendidos en forma de abanico sobre la tierra oscura del jardín. Era Sue Carson.
Y durante toda la confusión que reinó después, dos pensamientos compitieron permanentemente por obtener el predominio en la mente de Bonnie. Uno era que Caroline ya no tendría nunca su grupo de cuatro amigas. Y el otro, que no era justo que aquello sucediera el día del cumpleaños de Meredith. Sencillamente no era justo.
—Lo siento, Meredith. No creo que esté en condiciones precisamente ahora.
Bonnie oyó la voz de su padre en la puerta principal mientras añadía con desgana edulcorante a una taza de té de manzanilla. Dejó la cuchara sobre la mesa al instante. Lo que no estaba en condiciones de seguir haciendo era permanecer sentada en aquella cocina un minuto más. Necesitaba salir.
—Ahora mismo salgo, papá.
Meredith tenía un aspecto casi tan malo como el que había tenido la noche anterior, el rostro paliducho, los ojos ensombrecidos. Tenía la boca apretada en una fina línea.
—Sólo iremos a dar una vuelta en coche —dijo Bonnie a su padre—. A lo mejor veremos a algunos de los chicos. Al fin y al cabo, tú eres el que dijo que no es peligroso, ¿verdad?
¿Qué podía decir él? El señor McCullough bajó los ojos hacia su menuda hija, que había alzado la obstinada barbilla heredada de él y le miraba directamente a los ojos. Alzó las manos.
—Son casi las cuatro ya. Regresa antes de oscurecer —dijo.
—Se contradicen ellos mismos —dijo Bonnie a Meredith de camino al coche de esta última.
Una vez dentro, las dos muchachas pusieron inmediatamente el seguro en las puertas.
Mientras entraba la marcha, Meredith dedicó a Bonnie una veloz mirada de sombría comprensión.
—¿Tus padres tampoco te creyeron?
—Bueno, ellos creen cualquier cosa que les cuente… excepto cualquier cosa que sea importante. ¿Cómo pueden ser tan estúpidos?
Meredith lanzó una risa corta.
—Tienes que mirarlo desde su punto de vista. Encuentran un cuerpo sin vida sin una señal en él, excepto las provocadas por la caída. Descubren que las luces se apagaron en el vecindario debido a un fallo en Virginia Electric. Nos encuentran a nosotras, histéricas, dando unas respuestas a sus preguntas que deben de haber parecido muy raras. ¿Quién lo hizo? Un monstruo de manos sudorosas. ¿Cómo lo sabemos? Nuestra difunta amiga Elena nos lo contó por medio de un tablero ouija. ¿Te parece extraño que tengan sus dudas?
—Sí, si no hubiesen visto nada parecido antes —replicó Bonnie, golpeando la portezuela con el puño—. Pero sí lo han visto. ¿Creen que inventamos aquellos perros que atacaron durante el Baile de la Nieve el año pasado? ¿Creen que a Elena la mató una fantasía?
—Ya lo han olvidado —respondió Meredith en voz queda—. Tú misma lo pronosticaste. La vida ha regresado a la normalidad, y todo el mundo en Fell's Church se siente más a salvo de ese modo. Todos sienten como si hubiesen despertado de una pesadilla, y lo último que quieren es verse arrastrados a otra de nuevo.
Bonnie se limitó a menear la cabeza.
—Así que resulta más fácil creer que un puñado de chicas adolescentes perdió los nervios jugando con una ouija y que cuando las luces se apagaron simplemente le entró el pánico y huyó. Y una de ellas se asustó y se desconcertó hasta tal punto que salió corriendo por una ventana.
Hubo un silencio, y a continuación Meredith añadió:
—Me gustaría que Alaric estuviera aquí.
Normalmente, Bonnie le habría asestado un codazo en las costillas y respondido «También a mí» con un tono libidinoso, pues Alaric era uno de los chicos más apuestos que había visto nunca, incluso aunque fuese un vejestorio de veintidós años. En aquellos momentos, simplemente dio al brazo de Meredith un desconsolado apretón.
—¿No puedes llamarle de algún modo?
—¿A Rusia? Ni siquiera sé en qué parte de Rusia está ahora.
Bonnie se mordió el labio.
Luego se sentó muy tiesa. Meredith conducía por la calle Lee, y en el aparcamiento del instituto de secundaria vieron congregada una multitud.
Meredith y ella intercambiaron miradas, y Meredith dijo:
—Podríamos probar —dijo—. Veamos si son más listos que sus padres.
Bonnie pudo ver rostros sobresaltados que giraron cuando el coche penetró a poca velocidad en el aparcamiento. Cuando Meredith y ella descendieron, los reunidos retrocedieron, abriendo un sendero para ellas hasta el centro de la multitud.
Caroline estaba allí, agarrándose los codos con las manos y sacudiendo hacia atrás la cabellera color caoba como enloquecida.
—No volveremos a dormir en esa casa hasta que la reparen —decía, tiritando en su suéter blanco—. Papá dice que alquilaremos un apartamento en Heron hasta que hayan terminado.
—¿Qué importa eso? Puede seguirte a Heron, estoy segura —dijo Meredith.
Caroline volvió la cabeza, pero sus felinos ojos verdes se negaron a encontrarse por completo con los de Meredith.
—¿Quién? —preguntó vagamente.
—¡Ah, Caroline, tú también, no! —estalló Bonnie.
—Simplemente, quiero irme de aquí —dijo Caroline; alzó los ojos y por un instante Bonnie vio lo asustada que estaba—. No puedo aguantar más.
Como si tuviera que demostrar en aquel mismo instante lo que acababa de decir, se abrió paso entre la multitud.
—Déjala marchar, Bonnie —indicó Meredith—. Es inútil.
—Ella es inútil —dijo Bonnie, enfurecida.
Si Caroline, que sí sabía, actuaba de aquel modo, ¿qué harían los demás chicos?
Vio la respuesta en los rostros que la rodeaban. Todo el mundo parecía asustado, tan asustado como si Meredith y ella hubiesen traído alguna enfermedad repugnante con ellas. Como si Meredith y ella fuesen el problema.
—No puedo creer esto —refunfuñó Bonnie.
—Yo tampoco lo creo —dijo Deanna Kennedy, una amiga de Sue, que estaba en la parte delantera de la multitud y no parecía tan intranquila como el resto—. Hablé con Sue ayer por la tarde y estaba tan animada, tan feliz… No puede estar muerta.
Deanna empezó a sollozar. Su novio la rodeó con un brazo, y otras chicas empezaron a llorar. Los chicos del grupo se removieron inquietos, con rostros rígidos.
Bonnie sintió una pequeña oleada de esperanza.
—Y ella no va a ser la única persona muerta —añadió—. Elena nos dijo que toda la ciudad está en peligro. Elena dijo…
Muy a su pesar, Bonnie oyó cómo le fallaba la voz. Lo vio en el modo en que los ojos de los demás se vidriaban cuando mencionó el nombre de Elena. Meredith tenía razón: habían dejado tras ellos todo lo sucedido el invierno anterior. Ya no creían.
—¿Qué es lo que os sucede a todos vosotros? —inquirió sin poder contenerse, deseando golpear a alguien—. ¡No creeréis realmente que Sue se arrojó por esa terraza!
—La gente dice… —empezó a decir el novio de Deanna, y luego se encogió de hombros a la defensiva—. Bueno… contasteis a la policía que Vickie Bennett estaba en la habitación, ¿verdad? Y ahora ha vuelto a perder el juicio. Y justo un poco antes habíais oído gritar a Sue: «¡No, Vickie, no!».
Bonnie sintió como si la hubiesen dejado sin aire de un puñetazo.
—Pensáis que Vickie… ¡Por Dios, os habéis vuelto locos! Escuchadme. Algo me agarró la mano en aquella casa y, desde luego, no era Vickie. Y Vickie no tuvo nada que ver con lo de arrojar a Sue desde aquella terraza.
—Para empezar, no tiene la fuerza suficiente —indicó Meredith sarcásticamente—. Apenas pesa cuarenta y tres kilos estando empapada.
Alguien en la parte posterior de la multitud masculló algo sobre que los dementes poseían una fuerza sobrehumana.
—Vickie tiene un historial psiquiátrico…
—¡Elena nos dijo que era un tío! —casi chilló Bonnie, perdiendo su batalla con el autocontrol.
Los rostros ladeados hacia ella parecían reservados, inflexibles. Entonces vio uno que hizo que su pecho se relajara.
—¡Matt! Diles que tú nos crees.
Matt Honeycutt estaba de pie en la periferia con las manos en los bolsillos y la cabeza rubia inclinada. Alzó la cabeza al hablar ella, y lo que Bonnie vio en sus ojos azules le hizo contener la respiración. No eran duros y reservados como los de todos los demás, pero estaban llenos de alicaída desesperación que era igual de mala. El muchacho se encogió de hombros sin sacar las manos de los bolsillos.
—Por si sirve de algo, os creo —dijo—. Pero ¿qué importa eso? El resultado va a ser el mismo de todos modos.
Bonnie, por una de las primeras veces en su vida, se quedó sin habla. Matt había estado trastornado desde la muerte de Elena, pero aquello…
—El sí lo cree, no obstante —decía Meredith sacando provecho rápidamente de la ocasión—. Ahora, ¿qué hemos de hacer nosotras para convencer a los demás?
—Poneros en contacto con Elvis, quizá —dijo una voz que inmediatamente hizo que a Bonnie le hirviera la sangre.
Era Tyler. Tyler Smallwood, sonriendo como un simio en su carísimo suéter de marca y mostrando una boca llena de fuertes dientes blancos.
—No es tan bueno como un correo electrónico psíquico de una difunta Reina de la Fiesta de Inicio de Curso, pero es un principio —añadió Tyler.
Matt siempre decía que aquella sonrisa pedía a gritos un puñetazo en la nariz. Pero Matt, el único chico del grupo que estaba cerca del físico de Tyler, tenía los ojos fijos, sin ánimo, en el suelo.
—¡Cállate, Tyler! Tú no sabes lo que sucedió en esa casa —dijo Bonnie.
—Bueno, tampoco ninguna de vosotras, al parecer. A lo mejor, si no os hubieseis escondido en la sala, habríais visto lo que sucedió. Entonces alguien podría creeros.
La réplica de Bonnie murió antes de salir. Clavó los ojos en Tyler, abrió la boca y luego la cerró. Tyler aguardó. Como ella no dijo nada, volvió a mostrar los dientes.
—Para mí que Vickie lo hizo —dijo guiñando un ojo a Dick Cárter, el antiguo novio de Vickie—. Es una nena muy fuerte, ¿verdad, Dick? Sí podría haberlo hecho. —Volvió la cabeza y añadió deliberadamente por encima del hombro—: O bien ese Salvatore ha regresado a la ciudad.
—¡Eres un asqueroso! —chilló Bonnie.
Incluso Meredith gritó contrariada. Porque, por supuesto, a la sola mención de Stefan se desató el caos más absoluto, como Tyler debía de haber sabido que sucedería. Todo el mundo empezó a girar hacia la persona que tenía al lado y a manifestar su alarma, su horror y su agitación. Sobre todo eran las chicas las más excitadas.
Fue totalmente efectivo para poner fin a la reunión. La gente había empezado a escabullirse subrepticiamente ya antes, pero ahora se dispersó en grupos de dos y de tres, discutiendo y marchando apresuradamente.
Bonnie los siguió con la mirada, furiosa.
—Suponiendo que os creyeran, ¿qué queríais que hicieran, de todos modos? —dijo Matt.
Bonnie no había advertido su presencia junto a ella.
—No lo sé. Algo que no sea quedarse simplemente ahí parados esperando que los cojan. —Intentó mirarle a la cara—. Matt, ¿estás bien?
—No lo sé. ¿Lo estás tú?
Bonnie lo meditó.
—No. Quiero decir, en cierto modo me sorprende que me encuentre tan bien como me encuentro, porque cuando murió Elena, simplemente no podía soportarlo. En absoluto. Pero, desde luego, no estaba tan unida a Sue, y además… ¡No sé! —Deseó golpear algo otra vez—. ¡Es simplemente demasiado!
—Estás furiosa.
—Sí, estoy furiosa. —De improviso Bonnie comprendió cuál era el sentimiento que la había estado embargando todo el día—. Matar a Sue no estuvo simplemente mal, fue malvado. Realmente malvado. Y quienquiera que lo hiciese no se va a escapar. Eso sería… Si el mundo es así, un lugar en el que eso puede suceder y quedar sin castigo… Si ésa es la verdad… —Descubrió que no sabía cómo terminar.
—Entonces, ¿qué? ¿No quieres seguir viviendo aquí? ¿Qué sucede si el mundo es realmente así?
Los ojos del muchacho tenían una mirada muy perdida, llena de amargura. Bonnie se sintió sobrecogida, pero, no obstante, replicó con firmeza:
—No permitiré que sea así. Y tú tampoco.
Él se limitó a mirar como si fuera una criatura insistiendo en que existía un Papá Noel.
Meredith tomó la palabra.
—Si pretendemos que otras personas nos tomen en serio, será mejor que nos tomemos a nosotros mismos en serio. Elena sí se comunicó con nosotras. Quería que hiciésemos algo. Ahora bien, si realmente creemos eso, será mejor que descubramos qué era.
El rostro de Matt se contrajo ante la mención de Elena. «Tú, pobre muchacho, tú sigues estando tan enamorado de ella como siempre —pensó Bonnie—. Me pregunto si algo podría hacerte olvidarla.»
—¿Vas a ayudarnos, Matt? —preguntó.
—Os ayudaré —dijo él en voz baja—. Pero sigo sin saber qué es lo que estáis haciendo.
—Vamos a detener a ese asesino asqueroso antes de que mate a nadie más —respondió Bonnie, y fue la primera vez que se dio cuenta claramente de que eso era lo que pensaba hacer.
—¿Solas? Porque estáis solas, ya lo sabéis.
—Estamos solos —corrigió Meredith—. Pero eso es lo que Elena intentaba decirnos. Dijo que teníamos que realizar un conjuro de invocación para pedir ayuda.
—Un conjuro fácil con sólo dos ingredientes —recordó Bonnie de su sueño, empezando a sentirse emocionada—. Y dijo que ya me había dicho los ingredientes…, pero no lo había hecho.
—Anoche dijo que había influencias corruptoras que distorsionaban la comunicación —indicó Meredith—. Ahora eso a mí me suena como lo que sucedía en el sueño. ¿Realmente crees que era Elena la persona con la que tomabas té?
—Sí —respondió Bonnie de forma concluyente—. Quiero decir, sé que no estábamos realmente tomando el té en Warm Springs, pero creo que Elena enviaba ese mensaje a mi cerebro. Y entonces en mitad de eso alguien más tomó el mando y la expulsó. Pero ella se resistió, y durante un minuto al final recuperó el control.
—De acuerdo. Entonces eso significa que debemos concentrarnos en el principio del sueño, cuando todavía era Elena la que se comunicaba contigo. Pero si lo que decía estaba siendo distorsionado ya por otras influencias, entonces quizá te llegó de un modo raro. Tal vez no fue algo que dijo realmente, quizá fue algo que hizo…
La mano de Bonnie salió disparada a lo alto para tocar sus rizos.
—¡Cabellos! —exclamó.
—¿Qué?
—¡Cabellos! Le pregunté quién le peinaba los suyos, y charlamos sobre ello, y ella dijo: «El cabello es muy importante». Y Meredith… ¡cuando intentaba decirnos los ingredientes anoche, la primera letra de uno de ellos era «C»!
—¡Eso es! —Los ojos oscuros de Meredith centelleaban—. Ahora sólo tenemos que pensar en el otro.
—¡Pero es que también lo sé! —La risa de Bonnie borboteó desbordante—. Me lo dijo justo después de que hablásemos sobre el cabello, y pensé que actuaba de un modo extraño. Dijo: «La sangre es importante también».
Meredith cerró los ojos, comprendiendo.
—Y anoche, la ouija dijo «Sangresangresangre». Pensé que era la otra cosa amenazándonos, pero no lo era —indicó, y abrió los ojos—. Bonnie, ¿realmente crees que es eso? ¿Son ésos los ingredientes o tenemos que empezar a preocuparnos pensando en barro y emparedados y ratones y té?
—Ésos son los ingredientes —respondió ella con firmeza—. Son la clase de ingredientes que tienen sentido para un conjuro de invocación. Estoy segura de poder encontrar un ritual que tenga que ver con ellos en uno de mis libros de magia celta. Simplemente hemos de averiguar a qué persona se supone que hemos de invocar… —Algo le pasó por la mente, y su voz se apagó llena de desaliento.
—Me preguntaba cuándo te darías cuenta —dijo Matt, hablando por primera vez en un buen rato—. No sabes quién es, ¿verdad?