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—Y eso es todo lo que recuerdo —finalizó Bonnie mientras ella y Meredith descendían por la calle Sunflower entre hileras de altas casas victorianas.

—Pero ¿era indudablemente Elena?

—Sí, e intentaba decirme algo al final. Pero ésa es la parte que no quedó clara, excepto que era importante, sumamente importante. ¿Qué piensas?

—¿Emparedados de ratón y tumbas abiertas? —Meredith enarcó una elegante ceja—. Me parece que estás mezclando a Stephen King con Lewis Carroll.

Bonnie se dijo que probablemente su amiga tenía razón. Pero el sueño todavía la preocupaba; la había preocupado todo el día, lo suficiente para apartar de su mente sus otras inquietudes. En aquel momento, mientras Meredith y ella se aproximaban a la casa de Caroline, las viejas preocupaciones regresaron con saña.

Lo cierto era que debería haberle contado todo aquello a Meredith, se dijo mientras dirigía inquietas miradas de soslayo a la alta muchacha. No debería dejar que Meredith entrara allí dentro sin saber lo que le esperaba…

Meredith alzó los ojos hacia las ventanas iluminadas de la casa estilo Reina Ana y emitió un suspiro.

—¿De verdad necesitas tan desesperadamente esos pendientes esta noche?

—Sí, los necesito, rotundamente. —Ya era demasiado tarde; tendría que apañárselas como pudiera—. Te encantarán cuando los veas —añadió, oyendo la nota de esperanzada desesperación de su propia voz.

Meredith se detuvo y sus agudos ojos oscuros escudriñaron el rostro de Bonnie con curiosidad. Luego llamó a la puerta.

—Sólo espero que Caroline no esté en casa esta noche. Podríamos acabar teniendo que cargar con ella.

—¿Caroline quedarse en casa un sábado por la noche? No seas ridícula.

Bonnie había estado conteniendo la respiración durante demasiado tiempo; empezaba a sentirse mareada. Su risa tintineante surgió crispada y falsa.

—Vaya idea —prosiguió con un tono un tanto histérico cuando Meredith dijo:

—No creo que haya nadie en casa —y probó el pomo.

Poseída por un loco impulso, Bonnie añadió:

—¡Qué disparate!

Con la mano sobre el pomo de la puerta, Meredith se detuvo en seco y giró la cabeza para mirarla.

—Bonnie —dijo en voz baja—, ¿es qué has perdido el juicio?

—No.

Con el ánimo por los suelos, Bonnie agarró a Meredith por el brazo y buscó sus ojos con urgencia. La puerta se estaba abriendo sola.

—Cielos, Meredith, por favor, no me mates… —¡Sorpresa! —gritaron tres voces.

—Sonríe —siseó Bonnie, empujando el cuerpo repentinamente reacio a moverse de su amiga a través de la puerta y al interior de la iluminada habitación llena de ruido y una lluvia de confeti metalizado; ella misma sonrió de oreja a oreja como una loca y le dijo entre dientes—: Mátame más tarde, lo merezco, pero por ahora limítate a sonreír.

Había globos, de una marca cara, y un ramillete de regalos sobre la mesa de centro. Incluso había un arreglo floral, aunque Bonnie reparó en que las orquídeas que había en él hacían juego a la perfección con el pañuelo verde pálido de Caroline. Era un Hermés de seda con un dibujo de enredaderas y hojas. «Apostaría a que acabará luciendo una de esas orquídeas en el cabello», pensó Bonnie.

Los ojos azules de Sue Carson estaban un poco ansiosos, la sonrisa titubeante.

—Espero que no tuvieras ningún gran plan para esta noche, Meredith —dijo.

Meredith sonrió con afectuosa ironía y Bonnie se relajó. Sue había sido una princesa de la corte de Elena en la Fiesta de Inicio de Curso, junto con Bonnie, Meredith y Caroline, y era la única chica del instituto, además de Bonnie y Meredith, que había apoyado a Elena cuando todos los demás se habían vuelto contra ella. En el funeral de Elena había dicho que ésta siempre sería la auténtica reina del Robert E. Lee, y había renunciado a su nominación como Reina de la Nieve en memoria de Elena. Nadie podía odiar a Sue. Lo peor había pasado ya, se dijo Bonnie.

—Quiero sacar una foto de todas nosotras en el sofá —dijo Caroline, colocándolas detrás del arreglo floral—. Vickie, hazla tú, ¿quieres?

Vickie Bennett, que había permanecido a un lado en silencio, inadvertida, contestó:

—Sí, claro —y se apartó nerviosamente el largo cabello castaño claro de los ojos mientras tomaba la cámara.

«Como si fuese una criada», pensó Bonnie, y entonces el flash la cegó.

Mientras la polaroid se revelaba y Sue y Caroline reían y charlaban obviando la seca cortesía de Meredith, Bonnie advirtió algo más. Era una buena foto; Caroline aparecía sensacional, como siempre, con su cabello castaño rojizo resplandeciente y las orquídeas verde pálido frente a ella. Y allí estaba Meredith, con expresión resignada e irónica y oscuramente hermosa sin siquiera intentarlo, y allí estaba ella misma, una cabeza por debajo del resto, con los rojos rizos alborotados y una expresión tímida en el rostro. Pero lo extraño era la figura que tenía al lado en el sofá. Era Sue, desde luego que era Sue, pero por un momento los cabellos rubios y los ojos azules parecieron pertenecer a otra persona. A alguien que la miraba apremiante, a punto de decirle algo importante. Bonnie contempló la foto con el entrecejo fruncido, parpadeando con rapidez. La imagen se tornó borrosa ante sus ojos, y una inquietud escalofriante le recorrió la espalda.

No, la de la foto era simplemente Sue. Sin duda había enloquecido por un momento, o bien era que estaba permitiendo que el deseo de Caroline de que «estuvieran todas juntas otra vez» la afectara.

—Yo haré la siguiente —dijo, incorporándose de un salto—. Siéntate, Vickie, y arrímate. No, más, más… ¡ahora!

Todos los movimientos de Vickie eran veloces, ligeros y nerviosos. Cuando se disparó el flash, se sobresaltó como un animal asustado a punto de salir huyendo.

Caroline apenas dedicó una mirada a aquella fotografía; en vez de ello, se incorporó y se encaminó hacia la cocina.

—¿Adivináis qué vamos a comer en lugar de pastel? —dijo—. Estoy haciendo mi propia versión de un pastel de chocolate, chocolate. Vamos, tenéis que ayudarme a fundir la cobertura.

Sue la siguió y, tras una vacilante pausa, también lo hizo Vickie.

Los últimos vestigios de la expresión afable de Meredith se evaporaron cuando se volvió hacia Bonnie.

—Deberías habérmelo dicho.

—Lo sé. —Bonnie inclinó la cabeza mansamente por un minuto, pero luego alzó los ojos y sonrió de oreja a oreja—. Pero en ese caso no habrías querido venir y no comeríamos un pastel de «chocolate, chocolate».

—¿Y eso hace que valga la pena?

—Bueno, ayuda —repuso Bonnie con un aire de persona razonable—. Y en realidad probablemente no será tan malo. Lo cierto es que Caroline intenta ser simpática, y es bueno para Vickie salir de casa por una vez…

—No parece que sea bueno para ella —dijo Meredith sin rodeos—. Parece como si estuviera a punto de tener un ataque al corazón.

—Bueno, probablemente sólo esté nerviosa.

En opinión de Bonnie, Vickie tenía buenos motivos para estar nerviosa, ya que se había pasado la mayor parte del otoño anterior en trance, mientras un poder que no comprendía la iba volviendo loca lentamente. Nadie había esperado que consiguiera recuperarse tan bien como lo había hecho.

Meredith seguía mostrándose sombría.

—Al menos —dijo Bonnie en tono consolador—, no es tu auténtico cumpleaños.

Meredith tomó la cámara y empezó a darle vueltas. Con la vista fija aún en sus manos, respondió:

—Pero sí lo es.

—¿Qué? —Bonnie la miró sorprendida y luego dijo en voz más alta—: ¿Qué has dicho?

—He dicho que es mi auténtico cumpleaños. A Caroline sin duda se lo ha dicho su madre; ella y la mía fueron muy buenas amigas hace mucho tiempo.

—Meredith, ¿de qué estás hablando? Tu cumpleaños fue la semana pasada, el 30 de mayo.

—No, no lo fue. Es hoy, 6 de junio. Es cierto; aparece en mi carnet de conducir y en todo. Mis padres empezaron a celebrarlo una semana antes porque el 6 de junio resultaba demasiado perturbador para ellos. Fue el día en que mi abuelo fue atacado y se volvió loco. —Cuando Bonnie lanzó una exclamación ahogada, incapaz de hablar, ella añadió con calma—: Intentó matar a mi abuela, ya sabes. Intentó matarme también a mí. —Meredith depositó la cámara con cuidado en el centro exacto de la mesita—. Realmente deberíamos ir a la cocina —dijo en voz queda—. Huelo a chocolate.

Bonnie seguía paralizada, pero su mente empezaba a trabajar otra vez. Vagamente, recordaba que Meredith había mencionado aquello antes, pero la joven no le había contado toda la verdad entonces. Y no había dicho cuándo había sucedido.

—Atacado…, te refieres a cómo atacaron a Vickie —consiguió decir Bonnie.

No era capaz de pronunciar la palabra «vampiro», pero sabía que Meredith comprendía.

—Igual que atacaron a Vickie —confirmó Meredith—. Vamos —añadió con voz aún más queda—. Nos están esperando. No era mi intención trastornarte.

«Meredith no quiere que me trastorne, así que no voy a sentirme trastornada —pensó Bonnie, vertiendo cobertura de chocolate caliente sobre el pastel de chocolate y el helado de chocolate—. Hemos sido amigas desde primaria, y a pesar de ello nunca antes me contó este secreto.»

Por un instante sintió un escalofrío en todo el cuerpo y unas palabras flotaron al exterior desde lo más recóndito de su mente. «Nadie es lo que parece.» La voz de Honoria Fell, hablando a través de ella, le había advertido de aquello el año anterior, y la profecía había resultado ser aterradoramente cierta. ¿Y si aquello no había terminado aún?

Entonces Bonnie sacudió la cabeza con decisión. No podía pensar en aquello justo en ese momento: tenía una fiesta en la que pensar. «Y me aseguraré de que sea una fiesta realmente buena y que todas nos lo pasemos bien como sea», pensó.

Curiosamente, ni siquiera resultó tan difícil. Meredith y Vickie no hablaron mucho al principio, pero Bonnie se esforzó para ser amable con Vickie, y ni siquiera Meredith pudo resistirse al montón de regalos envueltos en papel de vivos colores que había en la mesa de centro. Para cuando hubo abierto el último estaban todas charlando y riendo. La atmósfera de tregua y tolerancia prosiguió cuando se trasladaron arriba, al dormitorio de Caroline, para examinar sus ropas, CD y álbumes de fotos. Al acercarse la medianoche se dejaron caer sobre sacos de dormir, charlando aún.

—¿Qué hace Alaric estos días? —le preguntó Sue a Meredith.

Alaric Saltzman era el novio de Meredith… más o menos. Era un licenciado de la Universidad de Duke que se había especializado en parapsicología y al que habían pedido que fuera a Fell's Church cuando empezaron los ataques de vampiros. Si bien había empezado siendo un enemigo, había acabado como aliado… y amigo.

—Está en Rusia —dijo Meredith—. La perestroika, ¿sabes? Ha ido allí para averiguar qué hacían con los médiums durante la Guerra Fría.

—¿Qué vas a decirle cuando regrese? —preguntó Caroline.

Era una pregunta que a Bonnie le hubiese gustado hacer ella misma a Meredith. Debido a que Alaric era casi cuatro años mayor que ella, Meredith le había dicho que esperara a que terminara sus estudios en el instituto de secundaria para hablar del futuro de ambos. Pero ahora Meredith había cumplido los dieciocho —hoy, recordó Bonnie— y la ceremonia de graduación tendría lugar dentro de dos semanas. ¿Qué sucedería después de eso?

—No lo he decidido —respondió Meredith—. Alaric quiere que vaya a Duke, y ya me han aceptado allí, pero no estoy segura. Tengo que pensarlo.

Bonnie se alegró igualmente, aunque quería que Meredith fuera a la Universidad Boone Júnior con ella, no que se fuera lejos y se casara, o se comprometiera siquiera. Era estúpido decidirse por un único chico siendo tan joven. La misma Bonnie era conocida por tantear el terreno, yendo de chico en chico con toda tranquilidad. Se enamoraba con facilidad, y se desenamoraba exactamente con la misma facilidad.

—Aún no he conocido al chico al que valga la pena ser fiel —dijo entonces.

Todas la miraron rápidamente. Sue tenía la barbilla apoyada en los puños al preguntar:

—¿Ni siquiera Stefan?

Bonnie debería haberlo sabido. Teniendo por única luz la tenue iluminación de la lámpara de la mesilla de noche y como único sonido el susurrar de las hojas recién salidas a los sauces llorones del exterior, era inevitable que la conversación girara hacia Stefan… y hacia Elena.

Stefan Salvatore y Elena Gilbert eran ya una especie de leyenda en la ciudad, igual que Romeo y Julieta. Cuando Stefan había llegado por primera vez a Fell's Church, todas las chicas le habían deseado. Y Elena, la más hermosa, la más popular, la chica más inaccesible del instituto, también le había deseado. Hasta que lo obtuvo no comprendió el peligro que entrañaba. Stefan no era lo que parecía; tenía un secreto mucho más siniestro de lo que nadie hubiera imaginado. Y tenía un hermano, Damon, aún más misterioso y peligroso que él mismo. Elena se había visto atrapada entre los dos hermanos, amando a Stefan pero sintiéndose irresistiblemente atraída por el lado salvaje de Damon. Al final, había muerto para salvarlos a ambos y redimir su amor.

—Tal vez Stefan…, si eres Elena —murmuró Bonnie, cediendo en aquello.

La atmósfera había cambiado. Era callada ahora, un poco triste, justo la apropiada para confidencias a altas horas de la noche.

—Todavía sigo sin poder creer que ella ya no esté —dijo Sue con tono quedo, sacudiendo la cabeza y cerrando los ojos—. Estaba mucho más viva que otras personas.

—Su llama ardía con más fuerza —observó Meredith, contemplando los dibujos que la lámpara rosada y dorada proyectaba en el techo.

La voz de la muchacha era suave pero intensa, y a Bonnie le pareció que aquellas palabras describían a Elena mejor que cualquier cosa que hubiese oído.

—Hubo momentos en que la odié, pero jamás pude hacer caso omiso de ella —admitió Caroline, y entrecerró los verdes ojos al recordar—. No era una persona cuya existencia pudieras ignorar.

—Una cosa que he aprendido de su muerte —dijo Sue— es que pudo sucederle a cualquiera de nosotras. No puedes desperdiciar ni un poco de tu vida, porque nunca sabes cuánta te queda.

—Podrían ser sesenta años o sesenta minutos —coincidió Vickie en voz baja—. Cualquiera de nosotras podría morir esta noche.

Bonnie se removió inquieta. Pero antes de que pudiera decir nada, Sue repitió:

—Sigo sin poder creer que se ha ido realmente. A veces siento como si estuviera en algún lugar a poca distancia.

—Bueno, eso me sucede también a mí —dijo Bonnie, aturullada.

Una imagen de Warm Springs pasó veloz por su mente, y por un momento pareció más vivida que la poco iluminada habitación de Caroline.

—Anoche soñé con ella, y tuve la sensación de que realmente era ella y que intentaba decirme algo. Todavía tengo esa sensación —dijo a Meredith.

Las demás la contemplaron en silencio. En otro tiempo, todas se habrían reído si Bonnie hubiese insinuado algo sobrenatural, pero ahora no. Sus poderes psíquicos eran incontestables, formidables y un poco alarmantes.

—¿De verdad lo hiciste? —musitó Vickie.

—¿Qué crees que intentaba decir? —preguntó Sue.

—No lo sé. Al final se esforzaba mucho por mantenerse en contacto conmigo, pero no lo conseguía.

Se produjo otro silencio. Por fin, Sue dijo con tono vacilante, con un temblor apenas perceptible en la voz:

—¿Crees… crees que podrías ponerte en contacto con ella?

Era lo que todas se habían estado preguntando. Bonnie miró en dirección a Meredith. Horas antes, Meredith había quitado importancia al sueño, pero en aquellos momentos devolvió la mirada de Bonnie con expresión seria.

—No lo sé —respondió Bonnie lentamente; visiones procedentes de la pesadilla seguían arremolinándose a su alrededor—. No quiero entrar en trance y abrirme a cualquier cosa que pueda estar ahí fuera, eso seguro.

—¿Es ése el único modo de comunicarse con los muertos? ¿Qué hay del tablero ouija o algo así? —preguntó Sue.

—Mis padres tienen un tablero ouija —anunció Caroline con un tono un poco demasiado elevado.

De improviso, el ambiente callado y mesurado quedó roto y una tensión indefinible inundó el aire. Todas se sentaron más tiesas y se miraron entre sí haciendo conjeturas. Incluso Vickie parecía intrigada además de espantada.

—¿Funcionará? —preguntó Meredith a Bonnie.

—¿Deberíamos hacerlo? —se preguntó en voz alta Sue.

—¿Nos atrevemos a hacerlo? Ésa es realmente la cuestión —dijo Meredith.

Una vez más, Bonnie se encontró con que todas la miraban. Vaciló un último instante y luego se encogió de hombros. La excitación empezaba a agitarse en su estómago.

—¿Por qué no? —respondió—. ¿Qué podemos perder?

Caroline volvió la cabeza en dirección a Vickie.

—Vickie, hay un armario al pie de la escalera. El tablero ouija debería estar dentro, en la estantería superior, junto con un montón de otros juegos.

Ni siquiera dijo: «¿Podrías traerlo, por favor?». Bonnie frunció el entrecejo y abrió la boca, pero Vickie salía ya por la puerta.

—Podrías ser un poco más cortés —le dijo Bonnie a Caroline—; ¿Qué es esto, tu personificación de la malvada madrastra de Cenicienta?

—Ah, vamos, Bonnie —repuso Caroline con tono impaciente—. Tiene suerte de haber sido invitada. Ella lo sabe.

—Y yo que pensaba que simplemente estaba abrumada por nuestro esplendor colectivo —indicó Meredith con frialdad.

—Y además… —empezó a decir Bonnie, pero se vio interrumpida. El ruido fue débil y agudo y decayó al final, pero no había error posible: era un chillido. Le siguió un silencio sepulcral y luego, de improviso, un repique tras otro de alaridos desgarradores.

Por un instante, las chicas del dormitorio permanecieron paralizadas. Luego salieron todas corriendo al pasillo y escaleras abajo.

—¡Vickie!

Meredith, con sus largas piernas, fue la primera en llegar abajo. Vickie estaba de pie frente al armario, con los brazos extendidos como para protegerse el rostro. Se aferró a Meredith sin dejar de chillar.

—Vickie, ¿qué sucede? —inquirió Caroline con voz más enojada que asustada.

Había cajas de juegos desperdigadas por el suelo y fichas de Monopoly y tarjetas de Trivial Pursuit esparcidas por todas partes.

—¿Por qué gritas?

—¡Me agarró! ¡Alargaba los brazos hacia la estantería superior y algo me agarró por la cintura!

—¿Por detrás?

—¡No! Desde el interior del armario.

Sobresaltada, Bonnie miró dentro del armario abierto. Había abrigos de invierno colgados en una capa impenetrable, algunos descendiendo hasta el suelo. Desasiéndose con delicadeza de Vickie, Meredith tomó un paraguas y empezó a pinchar los abrigos.

—No lo… —empezó a decir Bonnie sin querer, pero el paraguas sólo halló la resistencia de tela.

Meredith lo utilizó para apartar los abrigos a un lado y mostrar la madera de cedro del fondo del armario.

—¿Lo ves? Aquí no hay nadie —dijo con tono ligero—. Pero, como puedes ver, lo que sí hay son estas mangas de abrigos. Si te inclinas lo suficiente hacia el interior entre ellos, apostaría a que puede dar la impresión de que los brazos de alguien te rodean.

Vickie se adelantó, tocó una manga que colgaba y luego alzó los ojos hacia el estante. Hundió el rostro entre las manos y la larga melena sedosa cayó hacia adelante tapándolo. Por un terrible instante, Bonnie pensó que lloraba. Entonces escuchó sus risitas.

—¡Cielos! Realmente pensé… ¡Ah, soy una estúpida! Lo recogeré todo —dijo Vickie.

—Más tarde —indicó Meredith con firmeza—. Entremos en la salita.

Bonnie lanzó una última mirada al armario mientras marchaban.

Cuando estuvieron todas reunidas alrededor de la mesa de centro, con varias luces apagadas para dar un toque melodramático, Bonnie posó los dedos ligeramente sobre la pequeña plataforma de plástico. En realidad nunca había usado una ouija, pero sabía cómo se hacía. La plataforma se movía para indicar letras y deletrear un mensaje… si los espíritus estaban dispuestos a hablar, claro.

—Todas tenemos que tocarla —dijo, y luego observó mientras sus compañeras obedecían.

Los dedos de Meredith eran largos y delgados; los de Sue, finos y rematados por uñas ovaladas. Las uñas de Caroline estaban pintadas con un lustroso tono cobrizo. Las de Vickie estaban mordidas.

—Ahora cerramos los ojos y nos concentramos —indicó Bonnie en voz queda.

Sonaron pequeños siseos expectantes mientras las muchachas obedecían; la atmósfera las iba afectando a todas.

—Pensad en Elena. Imaginadla. Si está ahí fuera, queremos atraerla aquí.

La enorme estancia estaba silenciosa. En la oscuridad, tras sus párpados cerrados, Bonnie vio cabellos de un dorado pálido y ojos del color del lapislázuli.

—Vamos, Elena —susurró—. Háblame.

La plataforma empezó a moverse.

Ninguna de ellas podía guiarla; todas presionaban desde puntos distintos. Sin embargo, el pequeño triángulo de plástico se deslizaba con suavidad, con seguridad. Bonnie mantuvo los ojos cerrados hasta que se detuvo, y entonces miró. La plataforma señalaba la palabra «Sí».

Vickie profirió algo parecido a un sollozo apagado.

Bonnie miró a las demás. Caroline respiraba apresuradamente, con los verdes ojos entrecerrados. Sue era la única de todas ellas que aún mantenía los ojos cerrados con determinación. Meredith estaba pálida.

Todas esperaban que ella supiera qué hacer.

—Seguid concentrándoos —les dijo Bonnie.

Se sentía falta de preparación y un poco estúpida al dirigirse al vacío directamente. Pero ella era la experta; ella tenía que hacerlo.

—¿Eres tú, Elena? —preguntó.

La plataforma efectuó un pequeño círculo y regresó al «Sí».

De improviso, el corazón de Bonnie empezó a latir con tanta fuerza que temió que hiciera temblar sus dedos. El plástico tenía bajo las yemas un tacto distinto, casi electrizante, como si alguna energía sobrenatural fluyera por él. Dejó de sentirse como una estúpida. Los ojos se le llenaron de lágrimas y vio que los ojos de Meredith también brillaban. Meredith la miró y asintió.

—¿Cómo podemos estar seguras? —decía en aquellos momentos Caroline con voz alta y llena de suspicacia.

«Caroline no lo nota —comprendió Bonnie—; no percibe nada de lo que yo percibo. Psíquicamente hablando, es una calamidad.»

La plataforma volvía a moverse, tocando letras ahora, tan de prisa que Meredith apenas tuvo tiempo de deletrear el mensaje que, incluso sin puntuación, era muy claro:

CAROLINE NO SEAS IMBÉCIL TIENES SUERTE DE QUE ESTÉ HABLANDO CONTIGO SIQUIERA

—Ésa es Elena, ya lo creo —dijo Meredith en tono seco.

—Parece ella, pero…

—Vamos, calla ya, Caroline —indicó Bonnie—. Elena, estoy tan contenta de… —Se le hizo un nudo en la garganta y volvió a probar.

BONNIE NO HAY TIEMPO DEJA DE LLORIQUEAR Y VE AL GRANO

Y «ésa», desde luego, también era Elena. Bonnie sorbió por la nariz y siguió:

—Anoche soñé contigo.

—Sí. —El corazón de Bonnie palpitaba más deprisa que nunca—. Quería hablar contigo, pero las cosas se volvieron raras y luego no hacíamos más que perder el contacto…

BONNIE NO ENTRES EN TRANCE NADA DE TRANCE NADA DE TRANCE

—De acuerdo. —Aquello respondía a su pregunta y le alivió oírlo.

INFLUENCIAS CORRUPTORAS DISTORSIONAN NUESTRA COMUNICACIÓN HAY COSAS MALAS COSAS MUY MALAS AQUÍ FUERA

—¿Como qué? —Bonnie se inclinó más sobre el tablero—. ¿Como qué?

NO HAY TIEMPO

La plataforma parecía exclamar. Se movía violentamente de letra en letra como si Elena apenas pudiera contener la impaciencia.

ESTÁ OCUPADO ASÍ QUE PUEDO HABLAR AHORA PERO NO HAY MUCHO TIEMPO ESCUCHA CUANDO PAREMOS SALID DE LA CASA RÁPIDO ESTÁIS EN PELIGRO

—¿Peligro? —repitió Vickie, dando la impresión de que podría saltar de la silla y echar a correr.

ESPERAD ESCUCHAD PRIMERO TODA LA CIUDAD ESTÁ EN PELIGRO

—¿Qué hacemos? —preguntó Meredith al instante.

NECESITÁIS AYUDA ÉL ESTÁ FUERA DE VUESTRAS CAPACIDADES AHORA ESCUCHAD Y SEGUID INSTRUCCIONES TENÉIS QUE REALIZAR UN HECHIZO DE INVOCACIÓN Y EL PRIMER INGREDIENTE ES C…

Sin previo aviso, la plataforma se apartó violentamente de las letras y empezó a correr sobre el tablero como enloquecida. Señaló el estilizado dibujo de la luna, luego el del sol, luego las palabras Parker Brothers, Inc.

—¡Elena!

La plataforma se balanceó de nuevo en dirección a las letras.

OTRO RATÓN OTRO RATÓN OTRO RATÓN

—¿Qué sucede? —gritó Sue con los ojos abiertos ya de par en par.

Bonnie estaba atemorizada. La plataforma vibraba llena de energía, una energía oscura y fea, igual que negro alquitrán hirviente, que le provocaba escozor en los dedos. Pero también podía percibir el hilo de plata que era la presencia de Elena combatiendo contra aquello.

—¡No os soltéis! —gritó con desesperación—. ¡No quitéis las manos de encima!

RATONBARROTEMATO

El tablero lo recitó de un tirón.

SANGRESANGRESANGRE

Y luego…

BONNIE HUID ÉL ESTA AQUÍ HUID HUID HU

La plataforma se movió furiosamente, escapando de debajo de los dedos de Bonnie y fuera de su alcance para volar sobre el tablero y por los aires como si alguien la hubiese lanzado. Vickie chilló. Meredith se puso en pie.

Y entonces todas las luces se apagaron, sumiendo la casa en la oscuridad.