—Las cosas pueden ser igual a como eran antes —dijo Caroline con fervor, alargando el brazo para oprimir la mano de Bonnie.
Pero no era cierto. Nada podía ser jamás como había sido antes de que Elena muriera. Nada. Y Bonnie tenía serias dudas sobre aquella fiesta que Caroline intentaba organizar. Una vaga sensación incómoda en la boca del estómago le indicaba que por algún motivo aquélla era una idea muy, pero que muy mala.
—El cumpleaños de Meredith ya ha pasado —indicó—. Fue el pasado sábado.
—Pero no tuvo una fiesta, no una fiesta de verdad como ésta. Tenemos toda la noche; mis padres no regresarán hasta el domingo por la mañana. Vamos, Bonnie; sólo piensa en la sorpresa que se llevará.
«Ah, sí, ya lo creo que se sorprenderá —pensó Bonnie—. Será tal sorpresa que probablemente me matará luego.»
—Oye, Caroline, el motivo de que Meredith no diera una fiesta es que todavía no tiene demasiadas ganas de celebraciones. Parece… irrespetuoso en cierto modo…
—Pero eso es una equivocación. Elena querría que nos divirtiéramos, sé que lo querría. Le encantaban las fiestas. Y odiaría vernos ahí sentadas y llorando por ella seis meses después de que nos dejara.
Caroline se inclinó al frente, sus ojos verdes normalmente felinos vehementes y persuasivos. No había ningún artificio en ellos ahora, ninguna de las acostumbradas asquerosas manipulaciones de Caroline. Bonnie se daba cuenta de que lo decía en serio.
—Quiero que volvamos a ser amigas tal y como lo habíamos sido —siguió Caroline—. Siempre celebrábamos nuestros cumpleaños juntas, simplemente nosotras cuatro, ¿recuerdas? ¿Y recuerdas cómo los chicos siempre intentaban entrar en nuestras fiestas? Me pregunto si lo intentarán este año.
Bonnie sintió que se le escapaba el control de la situación. «Esto es una mala idea, esto es una mala idea», pensó. Pero Caroline seguía hablando, mostrándose soñadora y casi romántica mientras rememoraba los felices viejos tiempos, y Bonnie no tenía valor para decirle que los felices viejos tiempos estaban tan muertos como la música disco.
—Pero ya ni siquiera somos cuatro. Tres no son una gran fiesta —protestó débilmente cuando tuvo oportunidad de decir algo.
—Voy a invitar a Sue Carson también. A Meredith le cae bien, ¿verdad?
Bonnie tuvo que admitir que sí; todo el mundo se llevaba bien con Sue. Pero aun así, Caroline tenía que comprender que las cosas no podían ser tal y como habían sido antes. Uno no podía simplemente sustituir a Elena por Sue Carson y decir: Ya está, todo está solucionado ahora.
«Pero ¿cómo le explico eso a Caroline?», pensó Bonnie, y de improviso lo supo.
—Invitemos a Vickie Bennett —dijo.
Caroline la miró atónita.
—¿Vickie Bennett? Debes de estar de broma. ¿Invitar a esa pesada estrambótica que se desvistió delante de la mitad del instituto? ¿Después de todo lo sucedido?
—Precisamente debido a todo lo sucedido —replicó Bonnie con firmeza—. Mira, sé que nunca estuvo en nuestro grupo. Pero ya no va con el grupo de los pirados; ellos no la quieren y ella les tiene un miedo cerval. Ella necesita amigos. Nosotras necesitamos gente. Invitémosla.
Por un momento, Caroline pareció impotentemente frustrada. Bonnie alzó la barbilla, posó las manos en las caderas, y aguardó. Finalmente Caroline suspiró.
—De acuerdo. La invitaré. Pero tú tienes que ocuparte de llevar a Meredith a mi casa el sábado por la noche. Y Bonnie… asegúrate de que no tiene ninguna idea de lo que se cuece. Realmente quiero que esto sea una sorpresa.
—Ah, lo será —dijo ella, sombría.
No estaba preparada para la repentina luz que apareció en el rostro de Caroline o la impulsiva calidez de su abrazo.
—Me alegra tanto que veas las cosas como yo —dijo Caroline—. Y será tan magnífico para todas nosotras volver a estar juntas.
«No entiende nada —comprendió Bonnie, aturdida, mientras Caroline se alejaba—. ¿Qué tengo que hacer para explicárselo? ¿Darle un puñetazo?»
Y luego: «Cielos, ahora tengo que contárselo a Meredith».
Pero al llegar el final del día decidió que quizá Meredith no necesitaba que se lo contaran. Caroline quería a una Meredith sorprendida; bueno, quizá Bonnie debería entregar a una Meredith sorprendida. De ese modo al menos Meredith no tendría que preocuparse por ello por adelantado. Sí, concluyó Bonnie, probablemente lo más caritativo sería no contarle nada a Meredith.
Y quién sabe, escribió en su diario el viernes por la noche. A lo mejor estoy siendo muy dura con Caroline. Quizá sí lamente de verdad todas las cosas que nos hizo, como tratar de humillar a Elena frente a toda la ciudad e intentar que arrestaran a Stefan por asesinato. A lo mejor Caroline ha madurado desde entonces y ha aprendido a pensar en alguien aparte de sí misma. A lo mejor realmente nos lo pasaremos bien en la fiesta.
«Y a lo mejor los extraterrestres me secuestran antes de mañana por la tarde», pensó mientras cerraba el diario. Sólo le quedaba la esperanza.
El diario era un cuaderno en blanco, barato, de la tienda local con un dibujo de flores diminutas en la tapa. No había empezado a escribirlo hasta justo después de la muerte de Elena, pero ya se había vuelto ligeramente adicta a él. Era el único lugar donde podía decir cualquier cosa que quisiera sin que la gente se mostrara escandalizada y dijera: «¡Bonnie McCullough!», o «Cielos, Bonnie».
Pensaba aún en Elena cuando apagó la luz y se introdujo bajo las sábanas.
Estaba sentada en una exuberante hierba muy cuidada que se extendía hasta donde alcanzaba su vista en todas direcciones. El cielo era de un azul impecable, el aire cálido y perfumado. Los pájaros cantaban.
—Me alegra tanto que pudieras venir —dijo Elena.
—Ah, sí —respondió Bonnie—. Bueno, naturalmente, también yo. Desde luego. —Volvió a mirar a su alrededor, luego apresuradamente de nuevo a Elena.
—¿Más té?
Bonnie sostenía con la mano una taza de té, fina y frágil como porcelana.
—Pues… claro. Gracias.
Elena llevaba un vestido del siglo XVIII de diáfana muselina blanca, que se pegaba a ella, mostrando lo delgada que era. Vertió el té con precisión, sin derramar una gota.
—¿Quieres un ratón?
—¿Un qué?
—Quiero decir, ¿quieres un sándwich con tu té?
—Ah. Un sándwich. Sí. Fantástico.
Era pepino finamente cortado con mahonesa sobre un exquisito cuadrado de pan blanco. Sin la corteza.
Toda la escena era tan centelleante y hermosa como una pintura de Seurat. «Warm Springs, ahí es donde estamos. El antiguo lugar de merienda —pensó Bonnie—. Pero sin duda tenemos cosas mucho más importantes que discutir que el té.»
—¿Quién te peina estos días? —preguntó, pues Elena nunca había sido capaz de hacerlo ella misma.
—¿Te gusta?
Elena acercó una mano a la sedosa masa de un dorado pálido que llevaba recogida en el cogote.
—Es perfecto —dijo Bonnie, sonando igual que su propia madre en una cena de las Hijas de la Revolución Americana.
—Bueno, el cabello es importante, ya sabes —repuso Elena.
Los ojos brillaban con un azul más profundo que el del cielo, un azul lapislázuli. Bonnie se tocó los propios rizos rojos, algo cohibida.
—Por supuesto, la sangre también es importante —siguió Elena.
—¿Sangre? Ah… sí, por supuesto —dijo Bonnie, aturullada.
No tenía ni idea sobre de qué hablaba Elena, y se sentía como si anduviera sobre una cuerda floja por encima de caimanes.
—Sí, la sangre es importante, ya lo creo —coincidió con voz débil.
—¿Otro sándwich?
—Gracias.
Era de queso con tomate. Elena eligió uno para ella y lo mordió con delicadeza. Bonnie la observó, sintiendo que la inquietud aumentaba en su interior por momentos, y entonces…
Y entonces vio el barro que rezumaba de los bordes del sándwich.
—¿Qué… qué es eso?
El terror tornó aguda su voz. Por primera vez, el sueño parecía un sueño, y descubrió que no podía moverse, que sólo podía hablar entrecortadamente y mirar con ojos desorbitados. Un grueso goterón de algo marrón cayó del sándwich de Elena sobre el mantel a cuadros. Era barro sin lugar a dudas.
—Elena… Elena… ¿qué?
—Ah, todos comemos esto aquí abajo.
Elena le sonrió con dientes manchados de marrón. Sólo que la voz no era la de Elena; era fea y distorsionada y era la voz de un hombre.
—Tú también lo harás.
El aire ya no era cálido y perfumado; era caliente y tenía la empalagosa dulzura del olor a basura en descomposición. Había fosas oscuras en la hierba verde, que no estaba bien cuidada después de todo, sino descuidada y llena de maleza. Aquello no era Warm Springs. Estaba en el viejo cementerio; ¿cómo podía no haberlo advertido? Sólo que las tumbas eran recientes.
—¿Otro ratón? —ofreció Elena, y lanzó una risita obscena.
Bonnie bajó la mirada al sándwich a medio comer que sostenía y chilló. Colgando de un extremo había una fibrosa cola castaña. Lo arrojó con todas sus fuerzas contra una lápida, donde chocó con un ruido blando. Luego se puso en pie, a punto de vomitar, limpiándose los dedos frenéticamente sobre los vaqueros.
—No te puedes marchar aún. Los demás están a punto de llegar.
El rostro de Elena cambiaba; ya había perdido los cabellos, y la piel se tornaba gris y correosa. Se movían cosas en la bandeja de emparedados y en las fosas recién cavadas. Bonnie no quería ver ninguna de ellas; pensó que se volvería loca si lo hacía.
—No eres Elena —chilló, y corrió.
El viento le arrojaba los cabellos contra los ojos y no podía ver. Su perseguidor estaba detrás de ella; podía sentirlo justo detrás. «Alcanza el puente», pensó, y entonces chocó con algo.
—Te he estado esperando —dijo la cosa que llevaba el vestido de Elena, la cosa gris y esquelética con largos dientes retorcidos—. Escúchame, Bonnie. —La sujetaba con terrible fuerza.
—¡No eres Elena! ¡No eres Elena! —¡Escúchame, Bonnie!
Era la voz de Elena. La auténtica voz de Elena, no obscenamente divertida ni gruesa y fea, sino apremiante. Provenía de algún lugar detrás de Bonnie y barrió el sueño como un viento frío y puro.
—Bonnie, escucha rápido…
Las cosas se fundían. Las manos huesudas sobre los brazos de Bonnie, el cementerio reptante, el rancio aire caliente. Por un momento la voz de Elena sonó nítida, pero intermitente como una llamada de larga distancia con una conexión defectuosa.
—… Él está distorsionando las cosas, cambiándolas. No soy tan fuerte como él… —A Bonnie se le escaparon algunas palabras—… pero esto es importante. Tienes que encontrar… ahora mismo. —La voz se desvanecía.
—¡Elena, no te oigo! ¡Elena!
—… un hechizo fácil, sólo dos ingredientes, los que ya te he dicho…
—¡Elena!
Bonnie seguía chillando cuando se incorporó de golpe, muy erguida, en la cama.