18

Una diminuta mano blanca se posó en el hombro de Ralph y permaneció allí como una nubecilla de humo.

(Por favor…, permítenos que te expliquemos…)

Percibió aquel cambio en su interior, aquel parpadeo, antes de ser consciente de que él mismo lo había provocado. Volvió a sentir el viento, que surgía de las tinieblas como la hoja de un cuchillo helado, y se estremeció. El contacto de la mano de Cloto no era más que una vibración fantasmagórica bajo la superficie de su piel. Los veía a los tres, pero la imagen era desvaída, difuminada. Se habían convertido en fantasmas.

He bajado. No hasta el lugar desde el que empezamos, pero al menos hasta un nivel donde apenas pueden establecer contacto físico conmigo. Mi aura, mi cordel de globo… Sí, estoy seguro de que podrían acceder a ellos, pero ¿y la parte física de mí que vive mi vida real en el mundo de los Mortales? Ni hablar del peluquín.

La voz de Lois, tan lejana como un eco al disiparse: («Ralph, ¿qué estás haciendo?»)

Contempló las imágenes espectrales de Cloto y Láquesis. Ahora no parecían sólo inquietos o ligeramente culpables, sino asustados de verdad. Sus rostros aparecían distorsionados y le costaba verlos, pero el miedo se apreciaba en ellos con toda claridad.

La voz de Cloto, lejana pero audible: (¡Vuelve, Ralph! ¡Vuelve, por favor!)

—Si vuelvo, ¿os dejaréis de jequecitos y seréis sinceros con nosotros?

La voz de Láquesis, alejándose, desvaneciéndose: (¡Sí, sí!)

Ralph volvió a provocar aquel parpadeo interior. La imagen de los otros tres quedó enfocada de nuevo. Al mismo tiempo, el color volvió a rellenar las grietas del mundo y el tiempo reanudó la carrera anterior; vio la luna menguante descender por el extremo más alejado del cielo como una masa de mercurio ardiente. Lois le echó los brazos al cuello, y por un instante, Ralph no supo si estaba abrazándolo o intentando estrangularlo.

¡Gracias a Dios! ¡Creía que ibas a abandonarme!»)

Ralph la besó y, por un momento, su mente se llenó de una agradable mezcolanza de sensaciones: sabor a miel fresca, textura de lana cardada, olor a manzanas. Un pensamiento le cruzó la mente

(¿qué tal sería hacer el amor aquí arriba?)

pero lo desterró de inmediato. Tenía que pensar y hablar con mucha cautela en los próximos

(¿minutos?, ¿horas?, ¿días?)

y pensar en esas cosas no haría más que dificultarle la tarea. Se volvió hacia los médicos calvos y bajitos y los calibró con la mirada.

Espero que lo digáis en serio, porque si no, creo que lo mejor será que cerremos la barraca y vayamos cada uno por nuestro lado.»)

Esta vez, Cloto y Láquesis no se molestaron en cambiar una mirada, sino que asintieron con aire vehemente. Láquesis empezó a hablar en tono defensivo. Aquellos tipos, sospechaba Ralph, eran mucho más agradables de tratar que Átropos, pero no estaban más acostumbrados que él a que los interrogaran, a que los picaran en el amor propio, como habría dicho su madre.

(Todo lo que os hemos contado es cierto, Ralph y Lois. Tal vez hemos omitido la posibilidad de que Átropos esté más al corriente de la situación de lo que quisiéramos, pero…)

Ralph: («¿Qué pasa si nos negamos a seguir escuchando estas tonterías? ¿Qué pasa si damos la vuelta y nos largamos?»)

No obtuvo respuesta, pero creyó ver algo terrible en sus ojos: sabían que Átropos tenía los pendientes de Lois, y sabían que él lo sabía. La única que no lo sabía, al menos eso esperaba, era Lois.

Lois le estaba tirando del brazo.

No hagas eso, Ralph. Por favor, no lo hagas. Tenemos que escucharlos hasta el final.»)

Ralph se volvió de nuevo hacia ellos y les hizo una brusca señal para que prosiguieran.

Láquesis: (Bajo circunstancias normales, no nos interponemos en el camino de Átropos ni él en el nuestro. No podríamos interponernos en su camino aunque quisiéramos; el Azar y el Propósito son como las casillas blancas y negras de un tablero de ajedrez, que se definen precisamente por el contraste. Pero Átropos quiere intervenir en el curso de las cosas de hecho, él existe para intervenir en el curso de las cosas, y en muy pocas ocasiones se le brinda la oportunidad de hacerlo de un modo espectacular. Los esfuerzos por impedir su intervención son muy poco frecuentes…)

Cloto: (La verdad es un poco más fuerte, Ralph y Lois: en nuestra experiencia, jamás se ha realizado esfuerzo alguno por controlarlo o detenerlo.)

(… y sólo se emprenden si la situación en la que pretende inmiscuirse es muy delicada o cuando se hallan en la balanza asuntos de vital importancia. Ésta es una de esas situaciones. Átropos ha cortado un cordel vital al que no debería haberse acercado. Ello creará terribles problemas en todos los niveles, por no mencionar un grave desequilibrio entre el Azar y el Propósito, a menos que no se resuelva la cuestión. No podemos intervenir en lo que está sucediendo; la situación ha llegado a un punto que supera con mucho nuestras capacidades. No podemos ver con claridad ni, por supuesto, actuar. Sin embargo, nuestra incapacidad de ver las casas apenas importa, pues, en definitiva, sólo los Mortales pueden oponerse a la voluntad de Átropos. Por eso estáis aquí.)

Ralph: («¿Estás diciendo que Átropos cortó el cordel de globo de alguien que debía morir de muerte natural… o de muerte con propósito?»)

Cloto: (No exactamente. Algunas vidas, muy pocas, no tienen un destino concreto. Cuando Átropos interfiere en esas vidas, lo más probable es que haya problemas. «No hay garantías», como diríais vosotros. Estas vidas sin destino son como…)

Cloto volvió a formar un círculo con los brazos, y entre ellos apareció otra imagen de una baraja. Una hilera de siete cartas a las que una mano invisible dio la vuelta con gran rapidez. Un as, un dos, un comodín, un tres, un siete, una reina. La última carta que descubrió la mano estaba en blanco.

Cloto: (¿Os sirve de ayuda esta imagen?)

Ralph frunció el ceño. No estaba seguro. Ahí afuera había una persona que no era ni una carta normal ni un comodín. Una persona en blanco, que podía inclinarse en cualquier dirección. Átropos había amputado el tubo de aire metafísico de aquel tipo, y ahora, alguien o algo había pedido tiempo muerto.

Lois: («Estás hablando de Ed, ¿verdad?»)

Ralph giró en redondo y le dirigió una mirada penetrante, pero Lois estaba mirando a Láquesis.

Ed Deepneau es la carta en blanco.»)

Láquesis asintió con la cabeza.

¿Cómo lo sabes, Lois?»)

¿Quién si no podría ser?»)

Lois no estaba sonriendo precisamente, pero Ralph percibió el aire de una sonrisa. Se volvió de nuevo hacia Cloto y Láquesis.

Bueno, por fin vamos por buen camino. ¿Y quién ha dado la voz de alarma? No creo que hayáis sido vosotros, chicos… Tengo la sensación de que, al menos en este asunto, no sois más que una especie de jornaleros.»)

Los dos médicos juntaron las cabezas y conferenciaron en susurros durante unos instantes, pero Ralph comprobó que un leve matiz ocre aparecía en el punto en el que sus auras verdes y doradas se superpusieron, y supo que tenía razón. Por fin, los dos seres se volvieron de nuevo hacia ellos.

Láquesis: (Sí, más o menos. Tienes el don de ver las cosas en perspectiva, Ralph. No hemos sostenido una conversación como ésta desde hace mil años…)

Cloto: (Si es que alguna vez lo hemos hecho.)

Ralph: («Lo único que tenéis que hacer es decir la verdad, chicos.»)

Láquesis, en el tono lastimero de un niño: (¡Pero si os hemos contado la verdad!)

Ralph: («Toda la verdad.»)

Láquesis: (De acuerdo, toda la verdad. Sí, es el cordel de Ed el que Átropos ha cortado. No lo sabemos porque lo hayamos visto, hemos llegado a un punto en el que ya no podemos ver con claridad, como ya he dicho, sino porque es la única conclusión lógica. Deepneau no tiene destino ni en el reino del Azar ni en el del Propósito, al menos que nosotros sepamos, y su cordel debe de haber sido muy especial si ha causado tanto revuelo y preocupación. El hecho de que haya vivido durante tanto tiempo desde que le cortaron el cordel de globo indica el poder y la importancia que tiene. Cuando Átropos le cortó el cordel, desencadenó toda una serie de terribles acontecimientos.)

Lois se estremeció y se acercó aún más a Ralph.

Láquesis: (Nos has llamado jornaleros. Tienes más razón de la que crees. En este caso no somos más que simples mensajeros. Nuestro trabajo consiste en haceros comprender a ti y a Lois lo que ha sucedido y lo que se espera de vosotros, y casi hemos cumplido nuestra misión. Por lo que se refiere a quién «ha dado la voz de alarma» no podemos contestar a esa pregunta porque no lo sabemos en realidad.)

(No te creo.)

Pero Ralph se dio cuenta de que su voz (si es que era una voz) carecía de convicción.

Cloto: (No seas tonto, ¡claro que me crees! ¿Crees que los directores de una gran empresa automovilística invitarían a un simple obrero a la sala de juntas para así poder explicarle todos los motivos que encierra la política de la empresa? ¿O tal vez para explicarle con todo detalle por qué han decidido cerrar una factoría y dejar otra abierta?)

Láquesis: (Estamos un poco por encima de los hombres que trabajan en la cadena de producción, pero aun así, somos lo que vosotros llamaríais simples «currantes», Ralph, ni más ni menos.)

Cloto: (Tendréis que conformaros con esto: más allá de los niveles Mortales y Limitados de existencia en los que existimos Láquesis, Átropos y yo, hay otros niveles. Estos niveles están habitados por criaturas que podríamos llamar Ilimitados, seres que o bien son eternos o bien se acercan tanto a la eternidad que da lo mismo. Los Mortales y los Limitados viven en esferas yuxtapuestas de existencia, en pisos comunicados del mismo edificio, por así decirlo, que se encuentran bajo el control del Azar y el Propósito. Por encima de estos pisos, inaccesibles para nosotros, pero que forman parte de la misma torre de existencia, viven otros seres. Algunos de ellos son maravillosos, fabulosos; otros son espeluznantes más allá de nuestra capacidad de comprensión, y por supuesto, de la vuestra. Podríamos llamar a estos seres Propósito Superior y Azar Superior… o tal vez no exista el Azar a partir de cierto nivel; sospechamos que es así, pero no podemos afirmarlo con certeza. Sí sabemos que hay algo en uno de estos niveles superiores que se ha interesado por Ed, y que otra cosa de allí arriba ha reaccionado a ello. Y esa reacción sois vosotros, Ralph y Lois.)

Lois lanzó a Ralph una mirada de consternación que éste apenas advirtió. La idea de que algo los estaba moviendo como si fueran piezas de ajedrez en el querido Clásico de la Pista 3 de Faye Chapin, una idea que lo hubiera enfurecido en otras circunstancias, no se le ocurrió en aquel momento. Estaba recordando la noche en que Ed lo había llamado por teléfono. Te estás metiendo en aguas profundas —había dicho—, y hay cosas flotando en el fondo que ni siquiera puedes llegar a imaginar.

Entes, en otras palabras.

Seres demasiado espeluznantes como para poder comprenderlos, según el señor C., y el señor C. era un caballero que se dedicaba al negocio de la muerte.

Todavía no se han percatado de tu existencia —le había dicho Ed aquella noche—, pero si sigues meciéndote conmigo acabarán por fijarse en ti. Y eso no te conviene. Créeme, no te conviene en absoluto.

Lois: («¿Cómo nos habéis traído hasta este nivel? Gracias al insomnio, ¿verdad?»)

Láquesis, con cautela: (En esencia, sí. Podemos introducir pequeños cambios en las auras de los Mortales. Estos ajustes causan una forma especial de insomnio que ha alterado vuestro modo de soñar y de percibir el mundo cuando estáis despiertos. Ajustar las auras de los Mortales es una tarea delicada y aterradora. Siempre existe el riesgo de la demencia.)

Cloto: (A veces habréis tenido la sensación de que os volvíais locos, pero ninguno de los dos ha estado cerca siquiera. Los dos sois mucho más fuertes de lo que creéis.)

Estos gilipollas creen de verdad que sus palabras son un consuelo, se maravilló Ralph, pero se apresuró a contener su enojo. No tenía tiempo para enfadarse ahora. Tal vez más tarde podría resarcirse. Eso esperaba. Se limitó a darle a Lois unas palmaditas en la mano y a continuación se volvió de nuevo hacia Cloto y Láquesis.

El verano pasado, después de pegar a su mujer, Ed me habló de un ser llamado el Rey Carmesí. ¿Os suena de algo?»)

Cloto y Láquesis cambiaron otra mirada, que Ralph tomó por solemne en el primer momento.

Cloto: (Ralph, no olvides que Ed está loco, que existe en un estado delusorio…)

Y que lo digas.»)

(…pero creemos que su «Rey Carmesí» existe en una forma u otra, y que cuando Átropos le cortó el cordel vital, Ed Deepneau cayó directamente en manos de este ser.)

Los dos médicos calvos y bajitos se miraron de nuevo, y esta vez, Ralph identificó correctamente la expresión que se dibujaba en sus rostros: no se trataba de solemnidad, sino de terror.

Había empezado un nuevo día, el jueves, que avanzaba con rapidez hacia el mediodía. Ralph no lo sabía con certeza, pero creía que la velocidad con la que pasaban las horas en el nivel Mortal estaba aumentando; si no ponían punto final a aquella conversación muy pronto, Bill McGovern no sería el único amigo al que sobrevivirían.

Cloto: (Átropos sabía que el Propósito Superior enviaría a alguien para intentar frenar lo que él ha desencadenado, y ahora sabe de quién se trata. Pero no debéis permitir que Átropos os distraiga; debéis recordar que es poco más que un peón en este tablero. Átropos no es vuestro verdadero enemigo.)

Se detuvo y miró a su colega con aire dubitativo. Láquesis le dirigió una inclinación de cabeza para que prosiguiera, pero a Ralph le dio un vuelco el corazón. Estaba seguro de que los dos médicos calvos tenían buenas intenciones, pero estaba claro que no sabían muy bien qué terreno pisaban.

Cloto: (No debéis abordar a Átropos directamente, no lo olvidéis. Está rodeado de fuerzas mucho más importantes que él, fuerzas malignas y poderosas, fuerzas que son conscientes y no se detendrán ante nada. Sin embargo, creemos que, si no os acercáis a Átropos, tal vez podáis detener la terrible catástrofe que está a punto de sobrevenir…, es decir, que en realidad ya está sobreviniendo.)

A Ralph no le hizo ni pizca de gracia la suposición implícita de que él y Lois iban a hacer lo que fuera que quisieran aquellos dos tipejos, pero no le parecía el momento más adecuado para protestar.

Lois: («¿Qué está a punto de suceder? ¿Qué es lo que queréis de nosotros? ¿Tenemos que encontrar a Ed y convencerle de que no haga nada malo?»)

Cloto y Láquesis la miraron con idénticas expresiones de horror.

(¿Es que no has estado escuchando lo…?)

(… ni se te ocurra…)

Se detuvieron en seco, y Cloto hizo señas a Láquesis para que hablara.

(Si no nos has escuchado antes, Lois, escucha ahora. ¡No os acerquéis a Ed Deepneau! Al igual que a Átropos, esta insólita situación le ha conferido temporalmente un gran poder. Acercarse siquiera a él supondría arriesgarse a recibir la visita del ente al que él llama el Rey Carmesí…, y además, ya no está en Derry.)

Láquesis miró más allá del tejado, hacia donde las luces se encendían para recibir la noche del jueves, y por fin se volvió de nuevo hacia Ralph y Lois.

(Se ha ido a)

(————————————————————————————————)

No había palabras en aquel mensaje, pero Ralph percibió una clara impresión sensorial que era en parte olor (aceite, grasa, humos de tubo de escape, sal marina), en parte tacto y sonido (el viento golpeando algo, tal vez una bandera) y en parte visión (un gran edificio oxidado con un enorme portalón comedero abierto sobre sus rieles).

Está en la costa, ¿verdad? O al menos en camino hacia la costa».)

Cloto y Láquesis asintieron con un gesto; sus rostros sugerían que la costa, que distaba unos ciento cuarenta kilómetros de Derry, era el lugar idóneo para Ed Deepneau.

Lois volvió a tirarle de la mano; se volvió hacia ella.

¿Has visto el edificio, Ralph?»)

Ralph asintió.

Lois: («No es Laboratorios Hawking, pero está cerca de allí. Creo que es un sitio que conozco…»)

Láquesis, hablando atropelladamente, como si quisiera cambiar de tema: (No importa dónde esté ni qué planee. Vuestra misión os llevará a otro lugar, a aguas más seguras, pero es posible que debáis hacer uso de todos vuestros considerables poderes Mortales para llevarla a cabo y aun así es posible que os expongáis a un grave peligro.)

Lois lanzó una mirada nerviosa a Ralph.

Diles que no haremos daño a nadie, Ralph, que a lo mejor accedemos a ayudarles si podemos, pero que no paremos daño a nadie, pase lo que pase.»)

Sin embargo Ralph no les dijo nada de eso. Estaba pensando en los destellos de los diamantes en los lóbulos de las orejas de Átropos, y cavilando sobre la perfección con que lo habían hecho caer en la trampa, a él y a Lois, por supuesto. Sí, haría daño a alguien para recuperar los pendientes. Eso estaba más claro que el agua. La cuestión era: ¿hasta dónde llegaría? ¿Llegaría a matar para recuperarlos? Creía que sí.

Reacio a tocar aquel tema, reacio incluso a mirar a Lois, al menos de momento Ralph se volvió de nuevo hacia Cloto y Láquesis. Abrió la boca para hablar, pero Lois se le adelantó.

Quiero saber una cosa antes de que sigamos.»)

Fue Cloto quien respondió con aire algo burlón, muy parecido, de hecho, a Bill McGovern. A Ralph no le hizo ni pizca de gracia.

(¿De qué se trata, Lois?)

¿Está Ralph en peligro? ¿Tiene Átropos algo de Ralph que debamos recuperar más adelante? ¿Algo como el sombrero de Bill?»)

Láquesis y Cloto cambiaron una mirada rápida y aprensiva. Ralph no creía que Lois la hubiera captado, pero él sí. Se está acercando demasiado, decía aquella mirada. Y entonces desapareció. Sus rostros aparecían inexpresivos cuando se volvieron de nuevo hacia Lois.

Láquesis: (No. Átropos no se ha llevado nada de Ralph, porque, hasta ahora, no le habría servido de nada.)

Ralph: («¿Qué quieres decir con eso de “hasta ahora”?»)

Cloto: (Habéis vivido vuestra vida como parte del Propósito, Ralph, pero eso ha cambiado.)

Lois: («¿Cuándo cambió? Cuando empezamos a ver las auras, ¿verdad?»)

Los médicos se miraron, miraron a Lois y por fin, con nerviosismo, a Ralph. No contestaron, y a Ralph se le ocurrió una idea interesante: al igual que en el mito del cerezo de George Washington, Cloto y Láquesis no podían mentir… y en momentos como aquél, lo más probable era que lo lamentaran. La única alternativa que les quedaba era la que estaban empleando, es decir, mantener la boca cerrada y esperar que la conversación se desviase hacia derroteros más seguros. Ralph decidió que no quería que se desviara, al menos todavía, aunque estaban a punto de permitir que Lois averiguara adónde habían ido a parar sus pendientes…, suponiendo que no lo supiera ya, una posibilidad que no se le antojaba tan descabellada, ni mucho menos. Se le ocurrió una vieja frase de feriante: Acérquense, damas y caballeros…, pero si quieren jugar, tienen que pagar.

Oh, no, Lois, el cambio no se produjo cuando empecé a ver las auras. Creo que mucha gente vislumbra el mundo Limitado de las auras de vez en cuando, pero que no les pasa nada. No creo que me echaran de mi nidito del mundo del Propósito hasta que empezamos a hablar con estos dos tipos tan simpáticos. ¿Qué me decís, chicos? Habéis hecho de todo menos dejarnos un rastro de migas, aunque sabíais perfectamente lo que iba a ocurrir. ¿No va por ahí la cosa?»)

Los médicos se miraron los pies y por fin, a regañadientes, alzaron la mirada hacia Ralph. Fue Láquesis quien contestó.

(Sí, Ralph. Os atrajimos hacia nosotros aunque sabíamos que eso alteraría vuestro ka. Es una lástima, pero la situación lo requería.)

Ahora Lois preguntará acerca de su situación —pensó Ralph—. Tiene que hacerlo.

Pero no lo hizo. Se limitó a mirar a los dos médicos calvos y bajitos con una expresión inescrutable, completamente distinta a cualquiera de sus habituales expresiones de nuestra Lois. Los miró con los ojos abiertos de par en par, entre interesada y confusa. Ralph se preguntó una vez más cuánto sabía o intuía, le sorprendió una vez más no tener ni la menor idea… y de repente, aquellas especulaciones desaparecieron bajo una nueva oleada de enojo.

Vosotros… Oh, Dios mío… Vosotros…»)

No terminó la frase, aunque tal vez lo habría hecho de no estar Lois junto a él: Vosotros no os habéis limitado a interferir en nuestro sueño, ¿verdad? No sé Lois, pero yo tenía un nidito de lo más agradable en el Propósito…, lo que significa que me habéis convertido deliberadamente en una excepción a las reglas que os habéis pasado la vida entera defendiendo. En cierto modo, me he vuelto tan vacío como el tipo que se supone debemos encontrar. ¿Cómo lo ha expresado Cloto? «No hay garantías.» Cuánta razón tiene, joder.

Lois: («Has hablado de utilizar nuestros poderes. ¿Qué poderes?»)

Láquesis se volvió hacia ella, visiblemente encantado con el cambio de tema. Juntó las palmas de las manos y las volvió a separar en un curioso ademán oriental. Entre ellas aparecieron dos breves imágenes: la mano de Ralph disparando una cuña de fuego azul al surcar el aire en un movimiento de karate, y el índice de Lois disparando brillantes balas de color azul grisáceo que parecían gotas nucleares para la tos.

Ralph: («Sí, perfecto, tenemos algo, pero no es fiable. Es como…»)

Se concentró y creó una imagen propia: unas manos abriendo la parte posterior de una radio y sacando un par de pilas AA con una sustancia azul grisácea incrustada en ellas. Cloto y Láquesis fruncieron el ceño sin comprender.

Lois: («Intenta explicaros que no siempre podemos hacerlo, y que cuando podemos sólo es durante un momento. Nuestras pilas se gastan, ¿entendéis?»)

Una mezcla de comprensión e incredulidad se dibujó en sus rostros.

Ralph: («¿Qué os parece tan gracioso, maldita sea?»)

Cloto: (Nada… Todo. No tenéis ni idea de lo extraños que tú y Lois nos parecéis. Ora increíblemente sabios y perspicaces, ora increíblemente ingenuos. Vuestras pilas, como las llamáis, no tienen por qué gastarse, porque los dos estáis junto a una reserva inagotable de fuerza. Suponemos que, puesto que ya habéis bebido de ella, sabéis a qué nos referimos.)

Ralph: («¿De qué narices estás hablando?»)

Láquesis hizo de nuevo aquel peculiar gesto oriental. Esta vez, Ralph vio a la señora Perrine caminando con rigidez dentro de su aura del color de los uniformes de West Point. Vio una brillante flecha gris, tan delgada y recta como una púa de puercoespín, salir despedida de aquella aura.

Aquella imagen dio paso a la de una mujer flaca envuelta en una sucia aura marrón. Estaba mirando por la ventanilla de un coche. Una voz, la de Lois, exclamó: ¡Oooh, mira, mira qué casita más mona! Al cabo de un instante se oyó un leve silbido inspirado, y un delgado rayo salió despedido del aura de la mujer a la altura de su cuello.

Apareció una tercera imagen breve, pero intensa: Ralph pasando la mano por la ranura de la ventanilla de información para agarrar la muñeca de la mujer de la espinosa aura anaranjada…, pero, de repente, el aura que le envolvía el brazo izquierdo dejaba de ser anaranjada. De repente, adquiría el matiz turquesa desvaído que Ralph había bautizado como Azul Ralph Roberts.

La imagen se desvaneció. Láquesis y Cloto miraron a Ralph y a Lois; ellos les devolvieron la mirada, consternados.

Lois: («¡Oh, no, no podemos hacer eso! ¡Es como…!»)

IMAGEN: Dos hombres enfundados en trajes a rayas y antifaces negros saliendo de puntillas de la cámara acorazada de un banco, llevando a cuestas enormes sacos con el símbolo $ impreso en los costados.

Ralph: («No, aún peor. Es como…»)

IMAGEN: Un murciélago entra volando por una ventana a bisagra abierta, describe dos rápidos círculos en un rayo plateado de luna y a continuación se transforma en Ralph Lugo si con capa y esmoquin pasado de moda y todo. Se acerca a una mujer dormida, no una joven y sonrosada virgen, sino la vieja señora Perrine, enfundada en un prosaico camisón de franela, y se inclina sobre ella para chaparle el aura.

Cuando Ralph se volvió de nuevo hacia Cloto y Láquesis, los dos menearon la cabeza con fuerza.

Láquesis: (¡No! ¡No no, no! ¡Estáis pero que muy equivocados! ¿No os habéis preguntado por qué sois Mortales, por qué definís vuestras vidas en décadas y no en siglos? ¡Vuestras vidas son cortas porque ardéis como hogueras! ¡Cuando extraéis energía de otros Mortales, es como…!)

IMAGEN: Una niña a la orilla del mar, una encantadora chiquilla, con grandes pendientes de aro que rebotan contra sus hombros, corre por la playa hacia el lugar en que rompen las olas. En una mano lleva un cubo de plástico rojo. Se arrodilla y lo llena en el inmenso Atlántico azul grisáceo.

Cloto: (Vosotros sois como esa niña, Ralph y Lois. Los demás Mortales son como el mar. ¿Lo entendéis ahora?)

Ralph: («¿De verdad tiene tanta energía aural la raza humana?»)

Láquesis: (Todavía no lo entendéis. Eso es lo que hay en…)

Lois lo interrumpió con voz temblorosa, aunque Ralph no sabía si de temor o de éxtasis.

Eso es lo que hay en cada uno de nosotros, Ralph. ¡Es lo que hay en cada ser humano que habita la faz de la tierra!»)

Ralph emitió un leve silbido y paseó la mirada entre Láquesis y Cloto. Ambos asentían con la cabeza.

¿Queréis decir que podemos hacer acopio de esa energía donde nos parezca? ¿Que no le pasará nada a la gente a la que se la quitemos?»)

Cloto: (Sí. No podéis hacerles daño, del mismo modo que no podéis vaciar el Atlántico con un cubo de niño.)

Ralph esperaba que fuese cierto, porque tenía la sensación de que tanto él como Lois llevaban ya algún tiempo tomando prestada energía de las auras de las personas que los rodeaban; era la única explicación que encontraba a todos los cumplidos que le habían hecho en los últimos tiempos. La gente le decía que tenía un aspecto magnífico. La gente le decía que se le debía de haber pasado el insomnio, porque parecía tan descansado y saludable. La gente le decía que parecía más joven.

Jolines —pensó—. Soy más joven.

La luna había desaparecido de nuevo, y Ralph se percató con un sobresalto de que pronto amanecería el viernes. Ya era hora de volver sobre el tema central de la discusión.

Al grano, chicos. ¿Por qué os habéis esforzado tanto? ¿Qué es lo que se supone que debemos evitar?»)

Y entonces, antes de que pudieran responder, una luz de comprensión se le encendió en la mente con tal intensidad y brillo que resultaba imposible cuestionarla o negarla.

Es Susan Day, ¿verdad? Pretende matar a Susan Day, asesinarla.»)

Cloto: (Sí, pero…)

Láquesis: (… pero eso no es lo que importa…)

Ralph: («Vamos, chicos, ¿no creéis que ha llegado el momento de que pongáis las cartas sobre la mesa?»)

Láquesis: (Sí, Ralph, ha llegado el momento.)

Apenas se habían tocado desde que formaran un círculo para atravesar los pisos del hospital hasta la azotea, pero ahora, Láquesis rodeó con un brazo ligero como una pluma los hombros de Ralph, y Cloto cogió a Lois por el brazo, como un caballero de una época pasada habría conducido a una dama hacia la pista de baile.

Olor a manzanas, sabor a miel, textura de lana…, pero esta vez, la sensación agradable que le producía aquel impulso sensorial no pudo enmascarar la profunda inquietud que le embargó cuando Láquesis le hizo girar a la izquierda y se dirigió con él hacia el borde de la azotea plana del hospital.

Al igual que otras ciudades más grandes e importantes, Derry parecía estar construida en el lugar más inadecuado desde el punto de vista geográfico que sus primeros moradores habían podido encontrar. El centro se hallaba en las escarpadas laderas de un valle; el río Kenduskeag corría perezoso a través de la maraña de maleza de los Barrens, en el punto más bajo del valle. Desde su privilegiado punto de observación en la azotea del hospital, Derry parecía una ciudad cuyo corazón estuviera atravesado por una estrecha daga verde…, aunque en la oscuridad, la daga era negra.

Un lado del valle era Old Cape, hogar de un sórdido barrio de postguerra y un reluciente centro comercial nuevo. En el otro lado se encontraba todo lo que la gente quería significar al hablar del «centro». El centro de Derry se extendía en torno a Up-Mile Hill. Witcham Street era el camino más directo para subir aquella colina, y ascendía en una pronunciada cuesta antes de ramificarse en un amasijo de calles, una de las cuales era Harris Avenue, que configuraban la parte oeste de la ciudad. Main Street partía de Witcham Street a media cuesta y se dirigía hacia el suroeste a lo largo de la parte menos profunda del valle. Aquella zona de la ciudad se conocía por los nombres de Main Street y parque Bassey. Y cerca de la cima de Main Street…

Lois, casi en un gemido: («Dios mío, ¿qué es eso?»)

Ralph intentó decir algo consolador, pero no logró emitir más que un débil graznido. Cerca de la cima de Main Street Hill, una enorme silueta negra en forma de paraguas flotaba en el aire, bloqueando las estrellas que habían empezado a palidecer al acercarse el amanecer. Ralph intentó convencerse de que no era más que humo, que uno de los almacenes que había en aquella zona había ardido, tal vez incluso la estación abandonada que estaba al final de Neibolt Street. Pero los almacenes se hallaban más al sur, la vieja estación, más al oeste, y si aquel hongo de aspecto maligno fuera humo, el viento lo estaría transportando por el cielo en plumas y banderas. Pero nada de eso estaba sucediendo. En lugar de disiparse, la mancha silenciosa estaba suspendida en el cielo, más oscura que la oscuridad.

Y nadie la ve —se dijo Ralph—. Nadie a excepción de mí…, de Lois… y de los médicos calvos y bajitos. Los malditos médicos calvos y bajitos.

Entornó los ojos en un intento de distinguir la silueta que anidaba en el interior de la gigantesca bolsa de la muerte, aunque en realidad no le hacía falta; había vivido en Derry casi toda la vida y podría recorrer sus calles con los ojos cerrados (siempre y cuando no estuviera al volante de su coche, claro está). No obstante, distinguió el edificio que se hallaba dentro de la bolsa de la muerte, sobre todo ahora que la luz empezaba a elevarse desde el horizonte. El tejado plano y circular que coronaba la fachada curva de ladrillo y vidrio era la pista que necesitaba. Aquella evocación de los años cincuenta, diseñada casi en broma por el famoso arquitecto y antiguo vecino de Derry Benjamín Hanscom, era el nuevo Centro Cívico de Derry, sucesor del que la inundación había arrasado en 1985.

Cloto lo hizo girar hacia él.

(Ya ves, Ralph, tenías razón. Quiere asesinara Susan Day…, pero no sólo a Susan Day.)

Se detuvo y lanzó una breve mirada a Lois antes de volverse de nuevo hacia Ralph.

(Esa nube, lo que con razón llamáis bolsa de la muerte, significa que, en cierto sentido, ya ha hecho lo que Átropos le ha ordenado hacer. Esta noche se reunirán allí más de dos mil personas… y Ed Deepneau pretende matarlas a todas. Si el curso de los acontecimientos no se altera, las matará a todas.)

Láquesis avanzó para unirse a su compañero.

(Vosotros, Ralph y Lois, sois los únicos que podéis evitarlo.)

Ralph recordó el cartel de Susan Day que había visto colgado en el escaparate vacío entre la farmacia Rite Aid y Amanecer y Ocaso. Recordó las palabras escritas en el polvo de la cara exterior del vidrio: MATAD A ESA ZORRA. Y en Derry bien podía pasar algo así. Derry era diferente. A Ralph le parecía que el ambiente había mejorado mucho desde la gran inundación acaecida ocho años antes, pero aun así, era diferente. Derry tenía una vena malvada, y cuando sus habitantes se ponían nerviosos, hacían cosas extremadamente feas.

Se pasó la mano por los labios y, por un instante, el tacto sedoso y distante de su mano lo distrajo. Distintos detalles no cesaban de recordarle que su estado de ser había cambiado de forma radical.

Lois, horrorizada: («¿Cómo queréis que hagamos eso? Si no podemos acercarnos ni a Átropos ni a Ed, ¿cómo queréis que lo evitemos?»)

Ralph se dio cuenta de que veía el rostro de Lois con claridad; el día avanzaba con la rapidez de un fotograma acelerado en un viejo documental de Walt Disney.

Una amenaza de bomba, Lois. Eso debería funcionar.»)

Cloto adoptó una expresión consternada al oír sus palabras; Láquesis se golpeó la frente con el dorso de la mano antes de mirar el cielo con aire nervioso. Cuando se volvió hacia Ralph, su pequeño rostro estaba cubierto de algo que podría ser pánico disimulado con todo cuidado.

(Eso no funcionará, Ralph. Y ahora escuchadme los dos, escuchadme con atención; hagáis lo que hagáis en las próximas catorce horas, no subestiméis el poder de las fuerzas que Átropos desencadenó al descubrir a Ed y cortarle el cordel vital.)

Ralph: («¿Porqué no funcionará?»)

Láquesis, entre enfadado y asustado: (No podemos pasarnos el día contestando a vuestras preguntas, Ralph. A partir de ahora tendréis que confiar. Ya sabéis lo deprisa que pasa el tiempo en este nivel; si nos quedamos aquí mucho más tiempo, perderéis la oportunidad de evitar lo que va a suceder esta noche en el Centro Cívico. Debéis bajar, Ralph y Lois. ¡Debéis bajar!)

Cloto alargó la mano hacia su colega antes de volverse de nuevo hacia Ralph y Lois.

(Contestaré a la última pregunta, aunque estoy seguro de que pensando un poco te la podrías contestar tú mismo. Ya se han recibido veintitrés amenazas de bomba en relación con la conferencia de Susan Day. La policía tiene perros especializados en bombas en el Centro Cívico, llevan cuarenta y ocho horas pasando todos los paquetes y encargos que entran en el Centro Cívico por rayos X, y también registran el lugar con regularidad. Esperan amenazas de bomba y las toman en serio, pero, en este caso, suponen que los responsables son defensores del movimiento pro-vida que intentan evitar que la señora Day pronuncie su conferencia.)

Lois, en tono cansado: («¡Oh, Dios mío, es como el cuento del pastor y el lobo!»)

Cloto: (Correcto, Lois.)

Ralph: («¿Ha puesto una bomba? Ha puesto una bomba, ¿verdad?»)

Una luz brillante barrió la azotea, alargando las sombras de los ventiladores encendidos como si fueran chicles. Cloto y Láquesis miraron aquellas sombras y luego hacia el este, donde el gajo superior del sol acababa de asomarse por el horizonte, con idénticas expresiones de consternación.

Láquesis: (No lo sabemos y no importa. Debéis impedir que se celebre la conferencia, y sólo hay un modo de hacerlo: debéis convencer a las mujeres que la organizan que anulen la intervención de Susan Day. ¿Lo entendéis? ¡No debe aparecer en el Centro Cívico esta noche! No podéis detener a Ed y que no se os ocurra acercarse a Átropos, así que tendréis que detener a Susan Day.)

Ralph: («Pero…»)

No fue la luz del sol lo que le hizo callar, ni la expresión de creciente terror que se dibujaba en los rostros de los médicos calvos y bajitos. Fue Lois, quien le puso una mano en la mejilla y le zarandeó la cabeza con suavidad y firmeza a un tiempo.

Basta. Tenemos que bajar, Ralph. Ahora.»)

Las preguntas le bullían en la cabeza como un enjambre de mosquitos, pero si Lois decía que no quedaba tiempo, significaba que no quedaba tiempo. Echó un vistazo al sol, comprobó que ya había dejado atrás el horizonte y asintió antes de rodearle la cintura con el brazo.

Cloto, angustiado: (No nos falléis, Ralph y Lois.)

Ralph: (Déjate de monsergas, enano. Esto no es un partido de fútbol.)

Antes de que ninguno de los dos pudiera responder, Ralph cerró los ojos y se concentró en regresar al mundo Mortal.