Capítulo

26

Era la noche del domingo previo a las vacaciones de Semana Santa, y el cine estaba repleto. Me puse en la cola de la taquilla, atenta a cualquier indicio de que me hubieran seguido. Nada alarmante hasta el momento, y el apiñamiento de cuerpos ofrecía un buen resguardo. Me dije que Patch iba a ocuparse de Dabria y que yo no tenía nada que temer, pero no estaba de más mantenerse alerta.

Naturalmente, en mi fuero interno sabía que Dabria no era mi mayor preocupación. Tarde o temprano, Patch iba a saber que yo no estaba en el Delphic. De acuerdo con la experiencia pasada, no tenía ninguna esperanza de poder esconderme de él durante mucho tiempo. Me encontraría. Y entonces me vería obligada a enfrentarle con la pregunta que me causaba pavor. En realidad, lo que me causaba pavor era la respuesta. Porque en mi mente había una sombra de duda, un susurro que me decía que Dabria me había contado la verdad sobre lo que necesitaba Patch para convertirse en humano.

Llegué a la taquilla. La película de las nueve y media estaba comenzando.

—Una para El sacrificio —pedí sin pensar, y al punto el título me resultó misteriosamente irónico. Hurgué en mis bolsillos y empujé un buen puñado de monedas por debajo de la ventanilla, rogando que fuera suficiente.

—¡Jolines! —refunfuñó la taquillera, mirando las monedas desparramadas debajo de la ventanilla. La conocía del instituto. Era una alumna de los cursos superiores y se llamaba Kaylie o Kylie—. Qué amable de tu parte —ironizó—. Como si no tuviera gente esperando ni nada.

La gente de la cola murmuraba.

—He vaciado la hucha —intenté ser graciosa.

—No me digas. ¿Y esto es todo lo que había? —replicó, y resopló mientras separaba las monedas de veinticinco, diez, cinco y un céntimo en montoncitos.

—Pues sí.

—Ya, ya. —Metió las monedas en la caja y deslizó mi entrada y las monedas sobrantes por debajo de la ventanilla—. Están esas cosas llamadas tarjetas de crédito…

Cogí la entrada.

—Por casualidad, ¿no has visto a Vee?

—¿Qué Vee?

—Vee Sky. De cuarto. Estaba con Elliot Saunders.

Kaylie o Kylie abrió los ojos desmesuradamente.

—¿Te parece que estoy aquí para memorizar las caras que pasan?

—Olvídalo. —Tomé aire y me dirigí a la entrada.

El cine de Coldwater tiene dos salas a ambos lados de un puesto de palomitas. Después de que el chico de la puerta rompiera mi entrada por la mitad, entré en la sala 2 y me sumergí en la oscuridad. La película ya había empezado.

La sala estaba casi llena, excepto unas pocas butacas aisladas. Bajé por el pasillo buscando a Vee. Al final del pasillo giré y recorrí el frente de la sala. Era difícil distinguir las caras en la oscuridad, pero estaba casi segura de que Vee no estaba allí.

Salí y me dirigí a la sala 1. No estaba tan llena. Di otra vuelta, pero allí tampoco encontré a Vee. Me senté en una butaca del fondo e intenté aclararme.

Me daba la impresión de que aquella noche era como un cuento tenebroso en el que me había extraviado y del que no sabía cómo salir. Un cuento con ángeles caídos, híbridos humanos y sacrificios. Me froté la marca de nacimiento con el pulgar. No quería pensar en la posibilidad de que fuera la descendiente de un Nefilim.

Saqué el móvil de emergencia y me fijé en si tenía llamadas perdidas. Nada. Estaba guardando el móvil cuando una caja de palomitas apareció a mi lado.

—¿Tienes hambre? —preguntó una voz junto a mi hombro, una serena pero no precisamente alegre. Traté de mantener la calma—. Levántate y sal de la sala —añadió Patch—. Te seguiré de cerca.

No me moví.

—Sal —insistió—. Tenemos que hablar.

—¿Sobre cómo vas a sacrificarme para convertirte en humano? —repuse con voz suave mientras mis entrañas se volvían de plomo.

—Si de verdad te lo creyeras, sería muy gracioso.

—¡Me lo creo! —Al menos hasta cierto punto. Pero una vez más retornaba el mismo pensamiento: si Patch quería matarme, ¿por qué no lo había hecho ya?

—¡Chsss! —dijo el chico de al lado.

Patch insistió:

—Sal o te saco a la fuerza.

Me volví hacia él.

—¿Perdona?

—¡Chsss! —volvió a chistar el chico.

—Es por su culpa —le dije señalando a Patch.

El chico me miró.

—Oye —me dijo—, si no te callas llamaré al segurata.

—Genial, llama al guardia. Dile que se lo lleven —dije señalando otra vez a Patch—. Dile que quiere matarme.

—Yo sí quiero matarte —siseó la novia del chico, inclinándose por delante de él para mirarme.

—¿Quién quiere matarte? —preguntó el chico. Todavía me seguía mirando por encima del hombro, pero ahora con curiosidad.

—Ahí no hay nadie —dijo la novia.

—Puedes hacerte invisible, ¿verdad? —le dije a Patch, asombrada por su poder al mismo tiempo que enfadada porque lo usara.

Él sonrió con cierta tensión en las comisuras.

—¡Está chalada! —refunfuñó la novia haciendo aspavientos. Miró a su novio—: ¡Haz que se calle de una vez!

—Guarda silencio, por favor —me dijo el chico. Señaló la pantalla—. Mira la película. Toma, aquí tienes mi refresco.

Salí al pasillo. Sentía a Patch moverse detrás de mí, a una distancia inquietante, aunque sin tocarme. Siguió así hasta que salimos de la sala.

En el vestíbulo, me cogió del brazo y me guio hacia el lavabo de mujeres.

—¿Qué obsesión tienes con los lavabos de mujeres? —dije.

Me hizo entrar, cerró la puerta con llave y se apoyó en ella de espaldas, mirándome fijamente. Sus ojos mostraban claros indicios de que quería atizarme de lo lindo.

Yo estaba apoyada en el lavabo, tanteando los bordes con las palmas de las manos.

—Estás furioso porque no he ido al Delphic. —Levanté un hombro tembloroso—. ¿Por qué al Delphic, Patch? Es domingo por la noche. El Delphic cierra temprano. ¿Alguna razón especial para hacerme ir a un parque de atracciones oscuro en el que pronto no habrá un alma?

Se acercó hasta quedar casi pegado a mí.

—Dabria me ha dicho que necesitabas sacrificarme para obtener un cuerpo humano —expliqué.

Patch tardó un instante en responder.

—¿Y tú piensas que yo podría hacerlo?

Me atraganté.

—Entonces, ¿no es verdad?

Nos miramos fijamente.

—Tiene que ser un sacrificio voluntario. No basta con matarte.

—¿Eres la única persona que puede hacerme eso?

—No, pero probablemente sea la única que conoce el resultado final, y la única que lo intentaría. Para eso iba al instituto. Tenía que acercarme a ti. Te necesitaba. Ésa es la razón por la que aparecí en tu vida.

—Dabria me ha dicho que te expulsaron por una chica. —Sentí una irracional punzada de celos. Maldición, aquello no tenía nada que ver conmigo. Se suponía que iba a interrogarlo—. ¿Qué ocurrió? —Ansié que me diera una pista acerca de lo que sentía, pero sus ojos reflejaban una oscuridad fría, sin emociones visibles.

—Se hizo mayor y murió.

—Debe de haber sido duro para ti —murmuré.

Esperó unos segundos antes de responder. Su voz sonó tan grave que me estremecí.

—Si quieres saberlo todo, de acuerdo. Te lo contaré todo. Quién soy y lo que he hecho. Hasta el último detalle. No me dejaré nada, pero tú tienes que preguntarme. Tienes que querer saberlo. Así sabrás quién fui y quién soy ahora. Actualmente no soy un santo —dijo penetrándome con sus ojos, que absorbían toda la luz sin reflejar nada—, pero he sido peor.

Ignoré el nudo que se me hizo en el estómago y dije:

—Cuéntamelo todo.

—La primera vez que la vi, yo todavía era un ángel. Sentí un ansia instantánea y posesiva. Me enloquecí. No sabía nada de ella, salvo que sería capaz de cualquier cosa con tal de acercarme. La observé durante un tiempo, y luego se me metió en la cabeza que si bajaba a la Tierra y poseía un cuerpo sería expulsado del cielo y me convertiría en humano. Lo cierto es que ignoraba todo sobre el Jeshván. Descendí una noche de agosto, pero no logré poseer ningún cuerpo. De regreso al cielo, unos ángeles vengadores me detuvieron y me arrancaron las alas. Me expulsaron del cielo. Ahí empezaron mis verdaderos problemas. Cuando miraba a los humanos, sólo sentía un deseo insaciable de poseer sus cuerpos. Me habían desprovisto de todos mis poderes y no era más que una criatura débil y patética. No era humano. Era un ángel caído. Lo había perdido todo, así de simple. Durante todo este tiempo me he odiado por ello, por renunciar a todo a cambio de nada. —Me miró de una manera singular, haciendo que me sintiera transparente—. Pero si no me hubiesen expulsado, no te habría conocido.

Sentía tantas emociones contradictorias que pensé que me ahogaría. Contuve las lágrimas y proseguí con ímpetu.

—Dabria ha dicho que mi marca de nacimiento significa que estoy emparentada con Chauncey. ¿Es cierto?

—¿De verdad quieres saberlo?

No sabía qué quería. Todo mi mundo parecía una broma de mal gusto, y yo era la única que no entendía sus claves. No era Nora Grey, una chica del montón. Era la descendiente de un ser no humano. Y mi corazón anhelaba a otro no humano. Un ángel oscuro.

—¿Por parte de quién? —pregunté finalmente.

—De tu padre.

—¿Dónde está Chauncey ahora? —Por más que fuésemos parientes, prefería pensar que estaba lejos. Muy lejos. Lo suficiente como para que nuestro vínculo familiar no pareciera real.

—No voy a matarte, Nora. No mato a las personas que son importantes para mí. Y tú eres la primera.

El corazón me dio un vuelco. Apreté las manos contra su estómago, tan firme que su piel ni siquiera cedía. Estaba interponiendo entre los dos una distancia inútil, pues ni una valla electrificada habría hecho que me sintiera a salvo de él.

—Estás invadiendo mi espacio privado —dije, retrocediendo unos centímetros.

Patch apenas insinuó una sonrisa.

—¿Invadiendo? Esto no es un examen de admisión, Nora.

Me coloqué algunos cabellos sueltos tras las orejas y di un paso al costado, bordeando el lavamanos.

—Me estás agobiando. Necesito… espacio.

Lo que necesitaba eran límites. Necesitaba fuerza de voluntad. Necesitaba que me encerraran, pues una vez más quedaba claro que no podía confiar en mí misma cuando Patch estaba presente. Tenía que marcharme sin más demora, y sin embargo… no lo hacía. Trataba de convencerme de que si me quedaba era porque necesitaba respuestas, pero eso era sólo una parte. La otra parte era aquello en lo que no quería pensar. La parte emocional. La parte contra la que era inútil luchar.

—¿Ocultas algo más sobre mí? —quise saber.

—Oculto muchas cosas sobre ti.

Mis entrañas se removieron.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, lo que siento estando aquí contigo. —Apoyó una mano en el espejo detrás de mí, arrimando su cuerpo—. No tienes ni idea de lo que me haces sentir.

Sacudí la cabeza.

—No. Para. Esto no está bien.

—Hay diferentes interpretaciones de lo que está bien —murmuró—. Todavía nos encontramos en una zona segura.

Creo que mi instinto de conservación me gritaba: «¡Corre y salva el pellejo!» Desafortunadamente, la sangre me rugía en los oídos y no podía oír con claridad. Y tampoco podía pensar con claridad.

—Definitivamente bien. Bien, por lo general —enumeró las diferentes interpretaciones del término—. Bien en algunos casos. Quizás esté bien…

—Ahora quizá no esté bien. —Respiré hondo. Con el rabillo del ojo divisé una alarma contra incendios en la pared. Estaba a unos cuatro o cinco metros de distancia. Si era lo suficientemente rápida podía atravesar el servicio y accionarla antes de que Patch me detuviera. El personal de seguridad acudiría sin demora. Yo estaría a salvo. Y eso era lo que quería… ¿verdad que sí?

—Yo no lo haría —dijo Patch, meneando la cabeza suavemente.

Así y todo, me abalancé sobre la alarma. Aferré la palanca y tiré hacia abajo para hacerla sonar. Pero la palanca no cedía, por más fuerza que hiciera. Y entonces reconocí la presencia de Patch en mi cabeza, y supe que era un juego psicológico.

Me volví para mirarlo de frente.

—¡Sal de mi mente! —vociferé y arremetí contra su pecho. Patch dio un paso atrás, manteniendo el equilibrio.

—¿A qué viene eso? —preguntó.

—A todo lo que ha ocurrido esta noche. —A su manera de hacer que me volviera loca por él cuando yo sabía que estaba mal. De las cosas que estaban mal, él era la peor. Estaba tan mal que parecía estar bien, y eso me desquiciaba por completo.

Podría haberle dado un puñetazo en la mandíbula si no me hubiera cogido por las muñecas y sujetado contra la pared. Apenas quedaba espacio entre nosotros, sólo un estrecho margen de aire, pero Patch lo suprimió.

—Seamos sinceros, Nora. Tú estás loca por mí. —La profundidad de sus ojos no tenía límites—. Y yo estoy loco por ti. —Se inclinó y puso su boca sobre la mía. En realidad, gran parte de él estaba sobre mí. Varias zonas estratégicas de nuestros cuerpos estaban en contacto, y requerí de toda mi fuerza de voluntad para desprenderme.

Eché la cabeza atrás.

—Aún no he terminado. ¿Qué pasó con Dabria?

—Todo arreglado.

—¿Qué significa eso exactamente?

—Era imposible que conservara sus alas después de planear matarte. Cuando intentara regresar al cielo, los ángeles vengadores se las habrían quitado. Le habría llegado la hora tarde o temprano. Yo simplemente aceleré el trámite.

—Así que… ¿se las cortaste?

—Se estaban deteriorando. Las plumas estaban rotas y débiles. Si se quedaba en la Tierra mucho tiempo más, cualquier ángel caído que la viera sabría que la habían expulsado. Si no lo hacía yo, lo habría hecho otro.

Esquivé otro de sus avances.

—¿Volverá a molestarme?

—Es difícil saberlo.

Con inesperada rapidez, me agarró del borde del jersey y tiró hacia él. Sus nudillos me rozaron el ombligo. El calor y el frío me invadieron simultáneamente.

—Tú podrías con ella, ángel —dijo—. Os he visto a las dos en acción, y apuesto por ti. Para eso no me necesitas.

—¿Y para qué te necesito?

Se echó a reír, no con brusquedad pero sí con cierta lascivia. Sus ojos estaban enfocados totalmente en mí. Su sonrisa era pura astucia… aunque más tierna. Algo empezó a revolotear detrás de mi ombligo y descendió en espiral.

—La puerta está cerrada con llave —dijo—. Y nosotros tenemos algo pendiente.

Mi cuerpo parecía haber silenciado la parte racional de mi cerebro. La había ahogado, en realidad. Mis manos ascendieron por sus pectorales y mis brazos enlazaron su cuello. Patch me levantó por las caderas y yo rodeé su cintura con mis piernas. Mi pulso se aceleró, pero no me importó. Lo besé en los labios, absorbiendo el éxtasis de su boca, de sus manos sobre mi cuerpo, sintiéndome a punto de estallar…

El móvil sonó en mi bolsillo. Me aparté bruscamente de Patch, respirando con dificultad, y el teléfono volvió a sonar.

—Buzón de voz —dijo Patch.

En lo más profundo de mi conciencia sabía que debía contestar esa llamada. No recordaba bien el porqué; besar a Patch había hecho que hasta la última preocupación se evaporase. Me liberé de él, apartando el rostro para que no pudiera apreciar cuán excitada estaba por haberlo besado durante diez segundos. Por dentro gritaba de felicidad.

—¿Sí? —contesté, conteniendo el impulso de limpiarme el brillo corrido de los labios.

—¡Chica! —dijo Vee. La cobertura no era buena, su voz se oía entrecortada—. ¿Dónde estás?

—¿Dónde estás tú? ¿Sigues con Elliot y Jules? —Me tapé la otra oreja para oír mejor.

—Estoy en el instituto. Hemos forzado la entrada —dijo con voz traviesa—. Queremos jugar al escondite, pero nos falta gente para dos equipos. ¿Conoces a alguien que quiera venir a jugar con nosotros?

De fondo se oía el murmullo de una voz incoherente.

—Elliot quiere que te diga que si no vienes para ser su compañera de equipo… Espera… ¿Qué?

Elliot se puso al teléfono.

—¿Nora? Ven a jugar con nosotros. En caso contrario, aquí hay un árbol muy apropiado para Vee.

Se me heló la sangre.

—¿Elliot? —dije con voz ronca—. ¿Qué dices?

Pero la comunicación se cortó.