Capítulo

24

Estaba tumbada de espaldas; mi blusa absorbía la humedad debajo de mi cuerpo y las briznas de hierba me pinchaban los brazos desnudos. La luna en lo alto era apenas una tajada, una sonrisa ladeada. Aparte del estruendo de un trueno lejano, todo permanecía en silencio.

Pestañeé varias veces, ayudando a mis ojos a adaptarse a la escasa luz. Al volver la cabeza, una simétrica formación de ramas curvas que asomaban entre la hierba se materializó ante mis ojos. Me incorporé despacio mientras dos esferas negras me miraban fijamente desde más arriba de las ramas. Me concentré en identificar esa imagen familiar. Y entonces, horrorizada, caí en la cuenta: estaba tumbada junto a un esqueleto humano.

Retrocedí arrastrándome hasta llegar a una valla de hierro. Superado el momento de confusión, reviví mi último recuerdo. Había tocado las cicatrices de Patch. El lugar donde me encontraba debía de estar en su memoria.

Una voz masculina y vagamente familiar se hizo oír en la oscuridad cantando una melodía por lo bajo. Me volví hacia ella y vi un laberinto de lápidas que se extendían como fichas de dominó en medio de la niebla. Patch estaba en cuclillas encima de una de ellas. Sólo llevaba tejanos y una camiseta, pese a que la noche no era cálida.

—¿Coqueteando con la muerte? —preguntó la voz familiar. Era ronca, sonora y con acento irlandés. Rixon. Se sentó con la espalda apoyada en la lápida de enfrente, mirando a Patch. Él se pasó el pulgar por el labio inferior—. Déjame adivinar. ¿Quieres poseer a un muerto? Caramba —añadió meneando la cabeza—. Los gusanos que se meten por los agujeros de los ojos… por no mencionar los demás agujeros. ¿No sería ir demasiado lejos?

—Por eso me gusta tenerte cerca, Rixon. Siempre ves el lado positivo de las cosas.

—Esta noche comienza el Jeshván. ¿Por qué haces el idiota en un cementerio?

—Estoy pensando.

—¿Pensando?

—Un proceso en el cual utilizo mi cerebro para tomar una decisión razonable.

Rixon torció el gesto.

—Empiezas a preocuparme. Venga. Es hora de irnos. Chauncey Langeais y Barnabas nos esperan. La luna cambia a medianoche. Además, tengo visto un postre en la ciudad. —Emuló un ronroneo gatuno—. Sé que te gustan pelirrojas, pero yo las prefiero rubias, y una vez que me meta en un cuerpo intentaré ocuparme de un asunto pendiente con una rubia que me ha estado tirando los tejos esta tarde.

Al ver que Patch no se movía, añadió:

—¿Estás tonto o qué? Tenemos que irnos. ¿No recuerdas el juramento de lealtad feudal de Chauncey? Eres un ángel caído. No puedes sentir nada. Hasta esta noche, claro. Las próximas dos semanas serán un regalo de Chauncey para ti. De mala gana, claro —añadió con una sonrisa.

Patch lo miró de soslayo.

—¿Qué sabes del Libro de Enoc?

—Lo mismo que cualquier ángel caído: poco y nada.

—Me han dicho que en ese libro hay una historia acerca de un ángel que se convierte en humano.

Rixon se mondó de risa.

—¿Te has vuelto loco? —Unió sus manos con las palmas hacia arriba, imitando un libro abierto—. El Libro de Enoc es un cuento para irse a dormir. Y uno de los buenos, al parecer. Te manda directo al país de los sueños.

—Quiero un cuerpo humano.

—Serías más feliz con dos semanas y un Nefilim. Un cuerpo mitad humano es mejor que nada. Chauncey no puede deshacer lo que ya está hecho. Ha hecho un juramento y tiene que cumplirlo. Lo mismo que el año pasado y el anterior…

—Dos semanas no es suficiente. Quiero ser humano. De manera permanente. —Lo miró, consiguiendo que Rixon se echara a reír otra vez.

—El Libro de Enoc es un cuento de hadas. Somos ángeles caídos, no humanos. Nunca fuimos humanos, y nunca lo seremos. Fin de la historia. Ahora deja de hacer el idiota y ayúdame a encontrar el camino a Portland. —Estiró el cuello hacia atrás y observó el cielo oscurecido.

Patch se apeó de la lápida.

—Voy a convertirme en humano.

—Claro, compañero, seguro que lo harás.

—El Libro de Enoc dice que tengo que matar a mi Nefilim vasallo. Tengo que matar a Chauncey.

—No, no tienes que hacerlo —repuso Rixon, con un deje de impaciencia—. Tienes que poseerlo. Ocupar su cuerpo y utilizarlo como si fuera tuyo. No es que quiera aguarte la fiesta, pero no puedes matar a Chauncey. El Nefilim no puede morir. Además, si lo mataras no podrías poseerlo.

—Si lo matara, me convertiría en humano y no tendría que poseerlo.

Rixon se frotó la frente, como si supiera que su argumento estaba cayendo en saco roto y eso le causara dolor de cabeza.

—Si pudiésemos matar a un Nefilim, ya habríamos encontrado la manera de hacerlo. Lo lamento, chaval, pero si no estoy pronto en los brazos de esa rubia se me endurecerán los sesos. Y algunas otras partes de mi…

—Hay dos opciones.

—¿Eh?

—Salvar una vida humana y convertirte en un ángel custodio, o matar a tu Nefilim vasallo y convertirte en humano. Escoge.

—¿Ésas son más tonterías del Libro de Enoc?

—Dabria me hizo una visita.

Los ojos de Rixon se abrieron de par en par y soltó una carcajada.

—¿La psicótica de tu ex? ¿Qué andaba haciendo por aquí? ¿La expulsaron? ¿Le quitaron las alas?

—Vino a decirme que podré recuperar mis alas si salvo una vida humana.

Los ojos de Rixon se ensancharon aún más.

—Si te fías de ella, adelante. No hay nada malo en ser un ángel custodio. Pasarse el día manteniendo a los mortales fuera de peligro puede ser… divertido, dependiendo del mortal que te asignen.

—Pero ¿si pudieras elegir? —preguntó Patch.

—No se puede elegir. Y te diré por qué: no creo en el Libro de Enoc. Yo que tú me concentraría en ser ángel custodio. Yo mismo me lo estoy pensando. Qué pena que no conozca a ningún humano a punto de palmarla.

Hubo un instante de silencio y luego Patch pareció sacudirse sus pensamientos.

—¿Cuánto dinero podemos ganar antes de la medianoche? —preguntó.

—¿Jugando a las cartas o boxeando?

—Cartas.

A Rixon le brillaron los ojos.

—Pero ¿qué tenemos aquí? ¿Un niño bonito? Deja que te dé un buen vapuleo. —Cogió a Patch por el cuello, pero Patch se revolvió y los dos cayeron al suelo, donde se enzarzaron a puñetazos.

»¡Ya vale, ya vale! —gritó Rixon, levantando las manos en gesto de rendición—. Que no sienta el dolor no significa que quiera ir por ahí con el labio partido. —Guiñó un ojo—. No me ayudará a ganar puntos con las mujeres.

—¿Y qué tal un ojo morado?

Rixon se llevó los dedos a los ojos, tanteando.

—¡Serás cabrón! —dijo, y le lanzó un puñetazo.

Retiré mi dedo de la cicatriz. Sentí un picor en la nuca y el corazón me palpitaba. Patch me observó, una sombra de incertidumbre en sus ojos.

Debía admitir que quizá no era el momento de confiar en la parte racional de mi cerebro. Quizás era una de esas ocasiones en que necesitaba traspasar los límites. Aparcar las reglas. Aceptar lo imposible.

—Así que definitivamente no eres humano —dije—. Eres un ángel caído. Un chico malo.

Eso le arrancó una sonrisa.

—¿Crees que soy un chico malo?

—Te apoderas de los cuerpos de otra gente.

Asintió.

—¿Y también quieres apoderarte del mío?

—Quiero hacer de todo con tu cuerpo, menos eso.

—¿Qué le pasa al tuyo?

—Mi cuerpo se parece mucho al cristal. Es real, pero por fuera. Tú puedes verme y oírme, y yo te veo y te oigo. Cuando me tocas, lo sientes. Yo no lo experimento de la misma manera. Yo no te siento. Lo experimento todo a través de una lámina de cristal, y la única manera de atravesarla es poseyendo un cuerpo humano.

—O en parte humano.

Las comisuras de sus labios se tensaron.

—Cuando has tocado las cicatrices, ¿has visto a Chauncey?

—Te he oído hablar con Rixon. Ha dicho que debías poseer el cuerpo de Chauncey durante dos semanas cada año durante el Jeshván. Ha dicho que Chauncey tampoco era humano. Era un Nefilim.

—Chauncey es una mezcla de ángel caído y de humano. Es inmortal como un ángel, pero tiene todos los sentidos de los mortales. Un ángel caído puede experimentar sensaciones humanas en el cuerpo de un Nefilim.

—Si no puedes sentir, ¿por qué me besaste?

Patch deslizó un dedo a lo largo de mi clavícula, hacia abajo, y se detuvo en mi corazón.

—Porque lo siento aquí, en mi corazón —susurró—. No he perdido la capacidad de emocionarme. —Me miró de cerca—. Entre nosotros hay una conexión emocional.

«Cálmate», pensé. Pero mi respiración ya se había acelerado y entrecortado.

—¿Quieres decir que puedes sentir felicidad o tristeza o…?

—Deseo. —Una sonrisa apenas insinuada.

«Continúa —me dije—. No te dejes atrapar por tus propias emociones. Enfréntate a ellas más tarde, una vez que tengas las respuestas».

—¿Por qué te expulsaron?

Me miró fijamente a los ojos durante unos segundos.

—Codicia.

—¿De dinero?

Patch se acarició la mandíbula. Sólo lo hacía cuando quería ocultar lo que estaba pensando. Estaba reprimiendo una sonrisa.

—Y de la otra. Pensé que si me expulsaban me convertiría en humano. Los ángeles que tentaron a Eva fueron condenados a la Tierra, y corrían rumores de que habían perdido sus alas y se habían vuelto humanos. Cuando dejaron el cielo, no hicieron esa clase de ceremonia a la que estábamos todos invitados. Fue una ceremonia privada. Yo no sabía que les habían arrancado las alas y que habían sido condenados a vagar por la Tierra, ávidos de poseer cuerpos humanos. Entonces nadie había oído hablar de los ángeles caídos. Así que para mí tenía sentido que me expulsaran, para así perder las alas y convertirme en humano. Al mismo tiempo, estaba loco por una chica humana, y me pareció que el riesgo merecía la pena.

—Dabria dijo que podías recuperar tus alas salvando una vida humana. Dijo que serías un ángel custodio. ¿No es eso lo que quieres? —No comprendía por qué se oponía tanto a eso.

—No es para mí. Yo quiero ser humano. Lo deseo más que cualquier otra cosa.

—¿Y qué pasa con Dabria? Si ya no estáis juntos, ¿por qué ella sigue aquí? No me pareció que fuera un ángel caído. ¿Ella también quiere ser humana?

Patch se quedó súbitamente inmóvil, rígidos los músculos de su brazo.

—¿Dabria sigue en la Tierra?

—Trabaja en el instituto. Es la nueva psicóloga, la señorita Greene. Me he reunido con ella un par de veces. —Se me hizo un nudo en el estómago—. Después de ver tus recuerdos, pensé que había cogido ese puesto para estar más cerca de ti.

—¿Qué fue exactamente lo que te dijo?

—Que me alejara de ti. Hizo alusión a tu pasado oscuro y peligroso. —Hice una pausa—. Hay algo en esto que no está bien, ¿verdad? —le pregunté, sintiendo un hormigueo inquietante en toda mi espina dorsal.

—Tengo que llevarte a casa. Después iré al instituto para revisar sus archivos a ver si encuentro algo útil. Me sentiré más tranquilo cuando sepa qué está tramando. —Patch deshizo la cama—. Cúbrete con esto —me dijo, entregándome las sábanas.

Mi mente se esforzaba en ordenar aquellos fragmentos de información. De repente sentí la boca seca.

—Ella todavía siente algo por ti. Tal vez quiere que me quite de en medio.

Nuestras miradas se encontraron.

—Yo también lo creo —dijo Patch.

Un pensamiento perturbador llevaba unos minutos dando vueltas en mi cabeza, intentando llamar mi atención. Ahora casi se anunciaba a gritos, diciéndome que Dabria podía ser el tipo del pasamontañas. Desde el primer momento había pensado que la persona que atropellé con el Neon era un hombre, lo mismo que había pensado Vee de su agresor. Ahora no me sorprendía que Dabria nos hubiese engañado a las dos.

Tras una rápida visita al lavabo, Patch salió vistiendo su camiseta húmeda.

—Iré a buscar el Jeep —dijo—. Espérame aquí. Te recojo en la puerta trasera.