De regreso, Patch tomó la salida de Topsham y aparcó al lado de la histórica fábrica papelera de la ciudad, situada a orillas del río Androscoggin. En otra época había cumplido la función de convertir la pulpa de madera en papel. Ahora, un cartel enorme al otro lado del edificio anunciaba: fábrica de cerveza sea dog. El río era ancho y turbulento, con árboles crecidos en ambas orillas.
Seguía lloviendo a cántaros y ya había anochecido. Tenía que llegar a casa antes que mi madre. No le había dicho que salía porque… en fin, la verdad es que Patch no era de la clase de chicos que las madres ven con buenos ojos. Patch era de la clase de chicos que manipulan las cerraduras de las casas.
—¿Y si compramos algo de comida para llevar? —pregunté.
Patch abrió su puerta.
—¿Alguna sugerencia?
—Sándwich de pavo. Pero sin pepinillos. Ni mayonesa.
Me gané una de sus media sonrisas. Últimamente me ganaba un montón de ellas. Esta vez no conseguía entender qué había dicho para merecerla.
—Veré qué puedo hacer —dijo saliendo del coche.
Dejó la llave de contacto puesta y la calefacción encendida. Durante los primeros minutos repasé nuestra noche hasta el momento. Y luego caí en la cuenta de que estaba sola en su jeep. Su espacio privado.
Si yo fuera Patch y quisiera esconder algo en un lugar seguro, no lo tendría en mi habitación, ni en la taquilla del colegio ni en mi mochila, pues son cosas o sitios que pueden ser confiscados o registrados sin previo aviso. Lo escondería en mi flamante Jeep negro con un sofisticado sistema de alarma.
Me quité el cinturón de seguridad y rebusqué en la pila de libros que tenía a mis pies, esbozando una lenta y maliciosa sonrisa ante la posibilidad de descubrir algún secreto de Patch. No esperaba encontrar nada en particular. Me conformaba con la combinación de su taquilla o algo por el estilo. Revolviendo con la punta del pie viejos trabajos de clase amontonados sobre las alfombrillas, encontré un ambientador con fragancia de pino, una copia del CD de AC/DC Highway to Hell, cabos de lápices y un tíquet de supermercado del miércoles a las 22.18 horas.
Abrí la guantera y busqué en el manual del conductor y otros documentos. Percibí un destello cromo y sentí un roce metálico en los dedos. Saqué una linterna y quise encenderla, pero no funcionaba. Desenrosqué la parte inferior, pues la encontraba un poco ligera de peso, y como cabía esperar no tenía pilas. Me pregunté por qué Patch llevaba una linterna inútil en la guantera. Fue mi último pensamiento antes de que mis ojos se centraran en una mancha reseca en un extremo de la linterna.
Sangre.
Volví a guardar la linterna y cerré la guantera. Me dije que eran muchas las acciones que podían dejar un rastro de sangre en una linterna. Como agarrarla con una mano herida, usarla mientras se lleva un animal muerto a un lado de la carretera… o aporrear un cuerpo repetidas veces hasta hacerlo sangrar.
Con el corazón retumbando, me sobresalté ante la primera conclusión que me vino a la mente. Patch me había mentido. Había agredido a Marcie. El miércoles por la noche me había llevado en moto a casa, luego había cogido el Jeep y había salido a buscarla. O quizá se habían cruzado por casualidad y la había atacado impulsivamente. En cualquier caso, Marcie estaba herida, la policía estaba investigando, y Patch era culpable.
Razonando, sabía que era una conclusión precipitada, pero emocionalmente era mucho lo que estaba en juego como para dar un paso atrás y pensárselo dos veces. Patch tenía un pasado aterrador y muchos, muchos secretos. Si la violencia brutal y gratuita era uno de ellos, no podía sentirme segura paseando en coche con él.
El destello de una luz distante iluminó el pavimento. Patch salió del restaurante y cruzó el aparcamiento con una bolsa marrón y dos refrescos. Subió al Jeep. Se quitó la gorra de béisbol y se frotó la cabeza mojada. Su pelo ondulado se esparció por todas partes. Me tendió la bolsa marrón.
—Sándwich de pavo, sin mayonesa ni pepinillos, y una bebida.
—¿Le diste una paliza a Marcie Millar? —pregunté tranquilamente—. Quiero saber la verdad, ahora.
Él apartó el Seven Up de su boca. Me dirigió una mirada penetrante.
—¿Qué has dicho?
—La linterna en tu guantera. Explícamelo.
—¿Has estado hurgando en mi guantera? —No parecía molesto, pero tampoco contento.
—Hay sangre seca en la linterna. Hoy la policía ha estado en mi casa. Creen que estoy implicada. A Marcie la atacaron el miércoles por la noche, justo después de que yo te dijera que no la soportaba.
Patch lanzó una risa brusca, sin asomo de humor.
—¿Crees que aporreé a Marcie con esa linterna?
Metió el brazo detrás del asiento y sacó una pistola enorme. Grité.
Se inclinó sobre mí y me tapó la boca con la mano.
—Es una pistola de paintball —dijo con frialdad.
Miré el arma y luego a Patch repetidas veces, percibiendo puntitos blancos alrededor de mis ojos.
—Esta semana he estado jugando al paintball —añadió—. Creía que ya te lo había comentado.
—Eso… eso no explica la sangre en la linterna.
—No es sangre. Es pintura. Jugábamos al Capturar la Bandera.
Desvié la mirada hacia la guantera. La linterna era… la bandera. Me invadió una mezcla de alivio, sentimientos de estupidez y culpa por haberlo acusado.
—Oh —dije débilmente—. Lo… lo siento. —Pero parecía demasiado tarde para disculparse.
Patch miraba fijamente al frente, respirando hondo. Me preguntaba si estaba aprovechando el silencio para liberar tensiones. Después de todo, lo había acusado de agresión. Me sentía fatal, pero estaba demasiado nerviosa para encontrar la manera correcta de disculparme.
—Por lo que veo, el número de enemigos de Marcie ha aumentado.
—Estoy segura de que Vee y yo encabezamos la lista —dije tratando de relajar el ambiente, aunque no del todo en broma.
Patch paró el coche delante de mi casa y apagó el motor. Tenía la gorra de béisbol calada hasta las cejas, pero ahora su boca insinuaba una sonrisa. Sus labios parecían blandos y suaves, y yo tenía serias dificultades para dejar de mirarlos. Lo más importante era que, al parecer, me había perdonado.
—Tendrás que seguir entrenándote en el billar, ángel —dijo.
—Hablando de billar. —Me aclaré la garganta—. Quisiera saber cuándo y cómo piensas cobrarte eso que según tú… te debo.
—No será esta noche. —Me observó, estudiando mi reacción. Sentí una mezcla de alivio y de decepción. Sobre todo, decepción—. Tengo algo para ti —añadió. Metió la mano debajo del asiento y sacó una bolsa de papel blanco con impresiones de guindillas. Era una bolsa de comida para llevar del Borderline. La dejó entre los dos.
—¿Qué es? —pregunté mirando en el interior de la bolsa.
—Ábrelo.
Saqué una caja de cartón marrón y levanté la tapa. Contenía una esfera de nieve con un Delphic Seaport en miniatura en el interior. Un alambre en círculo formaba la noria, y otro doblado en bucles, la montaña rusa; unas láminas de metal reproducían el paseo de la alfombra mágica.
—Es precioso —dije, sorprendida de que Patch se hubiera tomado la molestia de comprarme un regalo—. Gracias. Me encanta.
Él tocó el cristal redondeado.
—Ése es el Arcángel antes de que fuera remodelado. —Detrás de la noria, un fino alambre se retorcía dando forma a los altos y bajos del Arcángel. En lo más alto había un ángel con las alas rotas, la cabeza inclinada, mirando hacia abajo con los ojos vacíos.
—¿Qué ocurrió la noche que montamos juntos? —le pregunté.
—Es mejor que no lo sepas.
—¿Si me lo dices tendrás que matarme? —repuse medio en broma.
—No estamos solos —respondió él, mirando por el parabrisas.
Levanté la vista y vi a mi madre de pie en la puerta de la casa. Con horror, la vi salir y caminar hacia el Jeep.
—Déjame hablar a mí —dije, guardando la esfera de nieve en la caja—. Tú no digas ni una palabra. ¡Ni una!
Patch se apeó y dio la vuelta hasta mi puerta. Nos encontramos con mi madre en el camino de la entrada.
—No sabía que habías salido —me dijo sonriente, aunque aquello significaba «ya hablaremos luego».
—Surgió en el último momento —expliqué.
—Después de yoga he venido directa a casa —dijo. El resto se sobreentendía: «Tendrás que explicarte». Yo contaba con que se iría a tomar unos batidos con sus amigas después de clase. Nueve de cada diez veces lo hacía. Se fijó en Patch—. Por fin tengo el placer de conocerte. Al parecer, mi hija es una gran admiradora tuya.
Abrí la boca para presentarlos de la manera más breve posible y despedir a Patch, pero mi madre se me adelantó.
—Soy la madre de Nora. Blythe Grey.
—Éste es Patch —dije, buscando acabar cuanto antes con los cumplidos. Pero sólo se me ocurría gritar «¡Fuego!» o fingir un síncope. Y ambas cosas parecían peores que enfrentarme a una conversación entre Patch y mi madre.
—Nora me dijo que eras nadador —comentó mi madre.
Tuve la sensación de que Patch se tronchaba por dentro.
—¿Nadador?
—¿Estás en el equipo de natación del colegio o compites en la liga interurbana?
—Lo hago más como actividad… recreativa —dijo él, interrogándome con la mirada.
—Bueno, eso también está bien. ¿Dónde vas a nadar? ¿Al centro recreativo?
—Prefiero hacerlo al aire libre. En ríos y lagos.
—¿No es demasiado frío?
Patch negó con la cabeza. La conversación parecía de lo más normal. Y desde luego coincidía con mi madre: Maine no era un sitio cálido ni tropical. Te morías de frío nadando al aire libre, incluso en verano. Si Patch de verdad nadaba al aire libre, es que estaba loco o tenía una alta tolerancia al dolor.
—Bueno —dije aprovechando la pausa—. Patch tiene que marcharse. —Lo miré y moví los labios: «Lárgate».
—Ese Jeep es muy chulo —dijo mi madre—. ¿Te lo compraron tus padres?
—Me lo compré yo.
—Debes de tener un buen trabajo.
—Recojo las mesas en el Borderline.
Patch hablaba lo menos posible, esforzándose en conservar su halo de misterio. Me pregunté cómo era su vida cuando no estaba conmigo. En el fondo no podía evitar pensar en su pasado aterrador. Hasta ahora había fantaseado con descubrir sus secretos inconfesables porque quería demostrarme a mí y a Patch que era capaz de desenmascararlo, pero ahora quería conocer sus secretos porque eran parte de él. Y pese a que trataba de negarlo, sentía algo por él. Cuanto más tiempo pasaba con él, más segura estaba de que mis sentimientos perdurarían.
Mi madre frunció el entrecejo.
—Espero que el trabajo no entorpezca tus estudios. Personalmente creo que los estudiantes de secundaria no deberían trabajar durante el curso escolar. Menudo agobio tendrás con los platos.
Patch sonrió.
—No hay problema.
—¿Te importa si te pregunto por tu nota media? —continuó mi madre—. ¿Es demasiado grosero?
—¡Caramba, qué tarde se ha hecho! —dije mirando el reloj que no llevaba. No podía creer que mi madre fuese tan inoportuna. Era una mala señal. Sólo podía significar que su primera impresión de Patch era peor de lo que me temía. Aquello no era una presentación. Era un interrogatorio.
—Dos coma dos —respondió él.
Mi madre lo miró fijamente.
—Está bromeando —me apresuré a decir, y lo empujé discretamente en dirección al Jeep—. Patch tiene cosas que hacer. Partidas de billar pendientes. —Me llevé la mano a la boca.
—¿Billar? —repitió mi madre, confundida.
—Nora se refiere al Salón de Bo —aclaró Patch—. Pero no es allí adonde voy. Tengo que hacer unos recados.
—Nunca he estado en el Salón de Bo —comentó mi madre.
—No es nada del otro mundo —dije—. No te lo recomiendo.
—Un momento —dijo ella como si acabara de levantarse una bandera roja en su memoria—. ¿Está sobre la costa? ¿Cerca del Delphic Seaport? ¿No hubo un tiroteo en el Bo hace unos años?
—Ahora es más tranquilo que antes —dijo Patch.
Lo miré con ojos entrecerrados. Me había ganado de mano. Pensaba mentir descaradamente diciendo que allí nunca ocurrían incidentes violentos.
—¿Te apetece entrar a tomar un helado? —lo invitó mi madre, aparentemente aturdida, debatiéndose entre el trato amable y la reacción impulsiva de arrastrarme hasta la casa y echar el cerrojo—. Sólo tenemos de vainilla —añadió para desanimarlo—. Es de hace varias semanas.
Patch negó con la cabeza.
—Tengo que irme. Quizás otro día. Encantado de conocerte, Blythe.
Aproveché la pausa para llevar a mi madre hacia la puerta principal, agradecida de que el encuentro no hubiera ido tan mal como me temía. De repente, mi madre se dio la vuelta y le preguntó a Patch:
—¿Qué habéis hecho tú y Nora esta noche?
Él me miró y levantó un poco las cejas.
—Compramos comida para llevar en Topsham —me adelanté—. Sándwiches y refrescos. Una noche inofensiva.
El problema era que lo que sentía por Patch no era inofensivo.