Capítulo

15

—¿Crees que Elliot ha matado a alguien?

—Chsss —mandé callar a Vee, mirando por encima de las mesas del laboratorio para asegurarme de que nadie nos estuviera oyendo.

—Sin ofender, chica, pero esto empieza a volverse ridículo. Primero que me atacó. Ahora que es un asesino. Perdona, pero ¿Elliot un asesino? Él es, cómo te diría, el chico más encantador que he conocido. ¿Cuándo fue la última vez que olvidó sujetarte la puerta para que pasaras? Pues sí, es cierto… nunca lo olvidó.

Vee y yo estábamos en clase de Biología, y Vee estaba tumbada boca arriba encima de una mesa. Estábamos haciendo una prueba de presión arterial, y se suponía que Vee tenía que estar descansando en silencio durante unos minutos. En condiciones normales habría hecho el trabajo con Patch, pero el entrenador nos había dado el día libre, lo que suponía que teníamos libertad para elegir a un compañero. Vee y yo estábamos en el fondo del laboratorio; Patch estaba trabajando con un hazmerreír llamado Thomas Rookery en la parte de delante laboratorio.

—Lo interrogaron como sospechoso en una investigación de asesinato —susurré, sintiendo los ojos del entrenador dirigirse hacia nosotras. Garabateé unas notas en mi hoja de laboratorio. «El sujeto está calmo y relajado. El sujeto se ha abstenido de hablar durante tres minutos y medio»—. Evidentemente, la policía creía que tenía motivos y medios.

—¿Estás segura de que es el mismo Elliot?

—¿Cuántos Elliot Saunders crees que había en el Kinghorn en febrero?

Vee se masajeó el estómago.

—Es que parece tan, pero tan difícil de creer… Y en cualquier caso, ¿si lo interrogaron qué? Lo importante es que lo liberaron. No lo encontraron culpable.

—Porque la policía encontró una nota de suicidio escrita por Halverson.

—¿Quién es Halverson?

—Kjirsten Halverson —dije con impaciencia—. La chica que supuestamente se ahorcó.

—Quizá sea cierto que se colgó. Quiero decir, ¿qué pasa si un día dijo: «Eh, la vida es una mierda», y se colgó de un árbol? Esas cosas pasan.

—¿No te parece demasiada coincidencia que en el apartamento de ella encontraran pruebas de allanamiento cuando descubrieron la nota de suicidio?

—Vivía en Portland. Los allanamientos son cosas de todos los días.

—Creo que alguien colocó esa nota. Alguien que quería sacar a Elliot del apuro.

—¿Quién iba a querer hacerlo? —preguntó Vee.

Le dirigí mi mejor mirada sarcástica.

Vee se incorporó con su codo ileso.

—Así que, según tú, Elliot subió a Kjirsten Halverson a un árbol, le ató una soga al cuello, la empujó de la rama, luego allanó su apartamento y dejó una evidencia que apuntaba al suicidio.

—¿Por qué no?

Ella me devolvió la mirada sarcástica.

—Porque la policía lo analiza todo. Si ellos dictaminaron que fue un suicidio, yo también.

—¿Y qué me dices de esto? —dije—. Apenas semanas después de ser puesto en libertad, Elliot se cambió de colegio. ¿Por qué alguien dejaría el Kinghorn para venir al Coldwater High?

—En eso tienes razón.

—Creo que está intentando escapar de su pasado. Creo que se le volvió insoportable seguir asistiendo al mismo campus donde mató a Kjirsten. Lleva la culpa sobre su conciencia. —Me golpeé el labio con el lápiz—. Tengo que coger el coche e ir al Kinghorn para averiguar algo. Ella sólo falleció hace tres meses; la gente todavía estará murmurando cosas al respecto.

—No sé, Nora. Me da mala espina empezar una operación de espionaje en el Kinghorn. Quiero decir, ¿vas a ir a preguntar específicamente por Elliot? ¿Y si se entera? ¿Qué va a pensar?

Bajé la vista hacia ella.

—Si no es culpable, no tiene nada de qué preocuparse.

—Y si lo fuera, te mataría para silenciarte. —Vee sonrió como el gato de Cheshire. Yo no sonreí—. Quiero saber quién me atacó tanto como tú —continuó, en tono más serio—, pero te aseguro que no fue Elliot. Lo he recordado unas cien veces. No se le parece ni de lejos. Créeme.

—Vale, quizás Elliot no te atacó —dije, tratando de conformarla pero sin ánimo de limpiar el nombre de Elliot—. Sigue teniendo muchas cosas en su contra. Estuvo implicado en la investigación de un asesinato, para empezar. Y para seguir, es demasiado encantador. Lo cual es extraño. Y para acabar, es amigo de Jules.

Vee frunció el entrecejo.

—¿Jules? ¿Qué pasa con Jules?

—¿No te parece raro que cada vez que quedamos con ellos, Jules desaparece?

—¿Adónde quieres llegar?

—La noche que fuimos al Delphic, Jules se fue casi inmediatamente al lavabo. ¿Regresó? ¿Después de que me fuera a comprar el algodón, Elliot lo encontró?

—No, pero lo atribuyó a problemas intestinales.

—Pues anoche misteriosamente faltó a la cita por enfermedad. —Restregué la goma del lápiz a lo largo de mi nariz, pensativa—. Parece enfermarse mucho.

—Me parece que lo estás analizando demasiado… tal vez padece el SII.

—¿El SII?

—Síndrome del intestino irritable.

Descarté esa suposición en beneficio de alcanzar una idea que se nos escapaba. El Kinghorn estaba a una hora en coche por lo menos. Si el colegio era tan académicamente riguroso como Elliot afirmaba, ¿cómo es que Jules disponía continuamente de tiempo para venir a Coldwater de visita? Yo lo veía casi cada mañana con Elliot cuando pasaba por Enzo camino de la escuela. Además, llevaba a Elliot a casa después del instituto. Era como si Elliot tuviera a Jules en la palma de la mano.

Pero eso no era todo. Me restregué más frenéticamente la goma del lápiz contra la nariz. ¿Qué se me escapaba?

—¿Por qué Elliot mataría a Kjirsten? —me pregunté en voz alta—. Quizás ella lo vio haciendo algo ilegal, y él la mató para silenciarla.

Vee dejó escapar un suspiro.

—Esto está empezando a entrar en territorio del absurdo.

—Hay algo más. Algo que no vemos.

Vee me miró como si mi capacidad de lógica estuviera de vacaciones.

—Personalmente, creo que estás imaginando cosas. Se parece bastante a una caza de brujas.

Y entonces súbitamente supe qué se me estaba escapando. Llevaba todo el día rondándome, reclamando mi atención desde algún rincón de mi mente, pero había estado demasiado abrumada con todo lo demás como para reparar en ello. El detective Basso me había preguntado si faltaba algo. Sólo ahora me daba cuenta: había dejado el artículo sobre Elliot encima de mi cómoda, pero esa mañana no estaba —consulté mi memoria para asegurarme—, había desaparecido. No, no estaba allí.

—¡Oh, Dios mío! —dije—. Elliot entró en mi casa anoche. ¡Era él! Se llevó el artículo. —Dado que el artículo estaba a simple vista, era obvio que él había destrozado la habitación para aterrorizarme, posiblemente como castigo por haber encontrado el artículo a la primera.

—¿Quién, qué? —dijo Vee.

—¿Qué ocurre aquí? —dijo el entrenador, parándose a mi lado.

—Eso digo yo, ¿qué ocurre? —replicó Vee. Me señaló y se rio de mí a espaldas del entrenador.

—Esto… el sujeto parece no tener pulso —dije, dándole a Vee un fuerte pellizco en la muñeca.

Mientras el entrenador tanteaba el pulso a Vee, ella simulaba estar a punto de desmayarse y se abanicaba. El entrenador me fulminó con la mirada por encima de sus gafas.

—Las pulsaciones son fuertes, Nora. ¿Estás segura de que el sujeto se ha abstenido de toda actividad, incluido hablar, durante cinco minutos? Este pulso no es tan lento como me esperaba.

—Al sujeto le cuesta mucho no hablar —interpuso Vee—. Y le resulta difícil relajarse sobre una mesa de piedra. El sujeto quisiera proponer un intercambio para que Nora sea el nuevo sujeto. —Vee utilizó su mano derecha para aferrarse a mí y se incorporó.

—No hagáis que me arrepienta de haberos permitido elegir compañero —nos advirtió el entrenador.

—No haga que me arrepienta de haber venido hoy a la escuela —dijo Vee amablemente.

El entrenador le lanzó una mirada de advertencia, luego cogió mi hoja de laboratorio y repasó el folio casi en blanco.

—El sujeto equipara las clases de laboratorio con los sedantes —dijo Vee.

El entrenador hizo sonar su silbato, atrayendo todas las miradas de la clase.

—¿Patch? —dijo—. ¿Te importaría venir? Parece que tenemos un problema de equipo.

—Sólo bromeaba —se apresuró a decir Vee—. Oiga, haré la tarea.

—Haberlo pensado antes —repuso el entrenador.

—Perdóneme, se lo ruego —suplicó Vee, parpadeando de un modo angelical.

Él le colocó el cuaderno debajo de su brazo ileso.

—No —le dijo.

«Lo siento», me dijo Vee moviendo los labios mientras se dirigía de mala gana hacia delante.

Al instante, Patch se sentó en la mesa a mi lado. Juntó las manos entre las rodillas y me miró fijamente.

—¿Qué? —dije, desconcertada bajo el peso de su mirada.

Sonrió.

—Me estaba acordando de los zapatos de tiburón. Anoche.

Sentí el acostumbrado revuelo en el estómago, y como de costumbre no podía saber si era algo bueno o malo.

—¿Qué tal tu noche? —pregunté con voz cuidadosamente neutra, como para romper el hielo. Mi aventura de espionaje aún se interponía incómodamente entre nosotros.

—Interesante. ¿Y la tuya?

—No tanto.

—Te lo pasaste en grande haciendo los deberes, ¿eh?

Se estaba burlando de mí.

—No hice los deberes.

—¿Qué hiciste?

Me quedé muda un instante. Me quedé allí de pie con la boca abierta.

—¿Te estás insinuando?

—Sólo me intereso por mi competencia.

—¿Por qué no maduras?

Su sonrisa se extendió.

—¿Por qué no te relajas?

—Para el entrenador, ya estoy sobre la cuerda floja, así que hazme un favor y concentrémonos en el ejercicio. No estoy de humor para hacer de sujeto, así que si no te importa… —Miré fijamente la mesa.

—Para mí es imposible —dijo—. No tengo corazón.

Pensé que no lo decía literalmente.

Me recosté sobre la mesa y junté las manos sobre el vientre.

—Dime cuando hayan pasado cinco minutos. —Cerré los ojos, prefiriendo no ver los ojos negros de Patch examinándome.

Al cabo de unos minutos abrí un ojo.

—Tiempo —dijo Patch.

Levanté una muñeca para que me tomara el pulso.

Patch me cogió la mano y una oleada de calor se extendió por todo mi brazo y acabó con un temblor en el estómago.

—El pulso del sujeto aumenta con el contacto —dijo.

—No escribas eso. —Se suponía que tenía que parecer enfadada. En todo caso parecía estar reprimiendo una sonrisa.

—El entrenador quiere que seamos rigurosos.

—¿Y qué es lo que tú quieres?

Patch me miró a los ojos. Se reía por dentro. Estaba segura.

—Además de eso —dije.

Después de clase pasé por el despacho de la señorita Greene para nuestra cita. Al final del día, el doctor Hendrickson siempre dejaba la puerta entreabierta, una invitación implícita para que los alumnos se detuvieran al pasar. Ahora, cada vez que recorría ese tramo de pasillo me encontraba la puerta cerrada. Del todo. Lo implícito en ese caso era el «No molestar».

—Nora —dijo tras abrir la puerta—, adelante, por favor. Siéntate.

Esta vez ya había desembalado todo y la decoración del despacho estaba acabada. Había traído algunas plantas más, y un panel de estampados botánicos colgaba horizontalmente en la pared encima del escritorio.

—He estado pensando acerca de lo que dijiste la última vez —empezó—. Y he llegado a la conclusión de que nuestra relación debe basarse en la confianza y en el respeto. No volveremos a hablar de tu padre, a menos que tú quieras.

—Vale —asentí con cautela. ¿De qué íbamos a hablar?

—Me han llegado noticias bastante decepcionantes —dijo. Su sonrisa se desvaneció y se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre la mesa. Sostenía un bolígrafo, y lo hacía rodar entre sus palmas—. No quiero husmear en tu vida privada, Nora, pero creo que fui muy clara respecto a tu relación con Patch.

No estaba segura de adónde quería llegar.

—No le he dado clases particulares. —Y, en realidad, ¿era asunto suyo?

—El sábado por la noche, Patch te llevó desde el Delphic hasta tu casa. Y tú lo invitaste a entrar.

Me esforcé por reprimir la protesta.

—¿Cómo lo sabe?

—Parte de mi trabajo como psicóloga consiste en aconsejarte. Por favor, prométeme que irás con mucho, mucho cuidado con Patch. —Me miró como si de verdad esperase que se lo prometiera.

—Es complicado —expliqué—. Mi amiga me dejó en el Delphic. No tenía alternativa. No es que esté buscando la ocasión para pasar tiempo con Patch. —Bueno, a excepción de la noche anterior en el Borderline. En mi defensa puedo decir que no esperaba encontrarme con él. Se suponía que tenía la noche libre.

—Me alegra mucho oír eso —respondió, pero no parecía del todo convencida de mi inocencia—. Dejando eso a un lado, ¿hay algo de lo que hoy quieras hablar? ¿Algo que te preocupe?

No iba a contarle que Elliot había allanado mi casa. No me fiaba de aquella psicóloga. Había algo en ella que me molestaba, pero no sabía exactamente qué. Y no me gustaba la manera en que me daba a entender que Patch era peligroso, sin decirme por qué.

Levanté la mochila del suelo y abrí la puerta.

—Pues no —contesté.