Capítulo

12

El móvil sonó en mi bolsillo. Comprobé que ningún bibliotecario me estuviera dirigiendo una mirada asesina y contesté.

—¿Mamá?

—Buenas noticias. La subasta ha concluido antes de lo previsto. Saldré una hora antes y debería llegar más temprano. ¿Dónde estás?

—Vaya. No te esperaba hasta tarde. Estoy saliendo de la biblioteca. ¿Cómo ha ido por el norte de Nueva York?

—Se me ha hecho largo. —Se echó a reír, pero parecía agotada—. Tengo muchas ganas de verte.

Miré alrededor en busca de un reloj. Quería pasar por el hospital y ver a Vee antes de ir a casa.

—La situación es la siguiente —le dije—: ahora tengo que visitar a Vee. Puede que me retrase un poco. Pero me daré prisa, te lo prometo.

—Por supuesto. —Percibí un atisbo de decepción en su voz—. ¿Hay novedades? Esta mañana he recibido tu mensaje sobre la operación.

—La operación ha terminado. Ahora mismo la están llevando a una habitación privada.

—Nora. —Noté un arrebato de emoción en su voz—. Me alegro mucho de que no te ocurriera a ti. Si te pasara algo malo no podría soportarlo. Sobre todo, desde que tu padre… En fin, me alegro de que estés ilesa. Saluda a Vee de mi parte. Te veo luego. Un abrazo y un beso.

—Te quiero, mamá.

El Centro Médico Regional de Coldwater es un edificio de ladrillo de tres plantas con un pasadizo cubierto que conduce a la entrada principal. Crucé las puertas giratorias de cristal y fui al mostrador de información para preguntar por Vee. Me dijeron que la habían llevado a una habitación hacía media hora, y que el horario de visitas terminaba en quince minutos. Localicé los ascensores y pulsé el botón para subir a la planta superior.

Al llegar a la habitación 207 empujé la puerta.

—¿Vee? —Respiré hondo, crucé el recibidor y la encontré reclinada en una cama, con el brazo izquierdo escayolado y en cabestrillo—. Hola —dije al ver que estaba despierta.

Ella soltó un suspiro de colocada.

—Amo las drogas. De verdad. Son increíbles. Incluso mejores que el capuchino de Enzo. Es una señal. Estoy destinada a la poesía. ¿Quieres oír un poema? Soy buena improvisando.

—Ah.

Una enfermera entró y revisó ligeramente a la reina Vee.

—¿Te sientes bien? —le preguntó.

—Olvida lo de la poesía —dijo Vee—. Estoy hecha para la comedia. Toc, toc.

—¿Eh? —dije.

La enfermera puso los ojos en blanco.

—¿Quién es?

—Coge —respondió Vee.

—¿Que coja el qué?

—Coge la toalla que nos vamos a la playa.

—Quizá convendría darle menos sedantes —sugerí a la enfermera.

—Demasiado tarde. Acabo de darle otra dosis. Espera a verla en diez minutos. —Volvió a salir por la puerta.

—¿Y entonces? —le pregunté a Vee—. ¿Cuál es el veredicto?

—¿El veredicto? Que mi médico es una bola de sebo. Se parece a un Oompa-Loompa. No me mires así. La última vez que entró se puso a cantar Pajaritos a volar. Y no para de comer chocolate. Sobre todo, animales de chocolate. ¿Tienes una idea de la cantidad de conejos de chocolate que se venden para Pascua? Eso es lo que cenan los Oompa-Loompa. Y para el almuerzo, pato de chocolate con guarnición de píos amarillos.

—Me refiero al veredicto… —Señalé la parafernalia médica que la adornaba.

—Ah. Un brazo roto, conmoción cerebral, un surtido de cortes, rasguños y moretones. Gracias a mis reflejos logré apartarme de un salto antes de que me hicieran más daño. Cuando se trata de reflejos, soy como un gato. Soy una Catwoman. Soy invulnerable. Si pudo conmigo fue por la lluvia. A los gatos no nos gusta el agua. Nos afecta. Es nuestra kriptonita.

—Lo siento. Yo soy la que debería estar en esa cama.

—¿Y perderme todas estas drogas? De eso nada. Ni hablar.

—¿La policía ha encontrado alguna pista? —pregunté.

—Nanay, nada de nada, cero.

—¿Ningún testigo presencial?

—Ocurrió en un cementerio en medio de la tormenta. La mayoría de la gente normal estaba bajo techo.

Tenía razón. La mayoría de la gente normal estaba bajo techo. Por supuesto, nosotras y la misteriosa perseguidora éramos las únicas personas en la calle.

—¿Qué ocurrió?

—Yo iba caminando hacia el cementerio como lo habíamos planeado, cuando de repente oí pasos que se acercaban por detrás. Entonces me di la vuelta, y todo sucedió muy rápido. El destello de una pistola, y él, que se abalanzó sobre mí. Como les expliqué a los polis, mi cerebro no me decía exactamente: «Cógele la matrícula». Fue algo más del tipo: «Vaya monstruo, me va a aplastar». Él gruñó, me aporreó varias veces con la pistola, cogió mi bolso y echó a correr.

Vaya.

—Un momento. ¿Era un tío? ¿Le viste la cara?

—Claro que era un tío. Tenía ojos oscuros… ojos grises. Pero es todo lo que vi. Llevaba un pasamontañas.

Al escuchar lo del pasamontañas, mi corazón se paró un instante. Era el mismo tipo que había saltado delante del Neon, de eso estaba segura. Vee era la prueba de que no me lo había imaginado. Recordé cómo habían desaparecido todas las evidencias del choque. Tal vez eso tampoco me lo había imaginado. Ese tipo, quienquiera que fuera, era real. Y estaba ahí fuera. Pero si las abolladuras en el Neon no habían sido imaginaciones mías, ¿qué fue lo que realmente ocurrió aquella noche? ¿Acaso mi visión o mi memoria sufrían algún tipo de alteración?

Al instante me vinieron a la mente un montón de preguntas secundarias. ¿Qué quería esta vez? ¿Estaba relacionado con la mujer que esperaba fuera del Victoria’s Secret? ¿Sabía que iría de compras al paseo marítimo? El pasamontañas explicaba que lo tenía todo planeado de antemano, con lo que sabía dónde estaría. Y no quería que yo lo reconociera.

—¿Le dijiste a alguien que nos íbamos de compras? —le pregunté a Vee de repente.

Empujó la almohada detrás de su cabeza, buscando una posición más cómoda.

—A mi madre.

—¿Sólo a ella? ¿A nadie más?

—Puede que se lo mencionara a Elliot.

De pronto, mi sangre pareció detenerse.

—¿A Elliot?

—¿Cuál es el problema?

—Debo contarte algo —dije con seriedad—. ¿Recuerdas la noche que conducía el Neon rumbo a casa y atropellé un ciervo?

—¿Sí? —dijo ella frunciendo el entrecejo.

—No era un ciervo. Era un tipo. Un tipo con pasamontañas.

—Joder, tía —susurró—. ¿Me estás diciendo que no fui atacada por casualidad? ¿Me estás diciendo que ese tipo quería algo de mí? No, espera. Quería algo de ti. Yo llevaba tu chaqueta. Él me confundió contigo.

Mi cuerpo se volvió de plomo.

Después de unos segundos de silencio, ella dijo:

—¿Estás segura de que no le dijiste a Patch que nos íbamos de compras? Porque pensándolo mejor, creo que ese tío tenía el físico de Patch. Alto, delgado, fuerte, sexy, dejando a un lado la parte de la agresión.

—Los ojos de Patch no son grises, son negros —apunté, pero era consciente de que le había dicho a Patch que nos íbamos de compras al paseo marítimo.

Vee encogió los hombros en un gesto de indecisión.

—Quizás el tío tuviera los ojos negros. No lo recuerdo. Sucedió muy rápido. Puedo ser específica con respecto a la pistola —dijo—. Me apuntaba a mí. Quiero decir, directo a mí.

Ordené mentalmente algunas piezas del rompecabezas. Si Patch había atacado a Vee, tenía que haberla confundido conmigo al verla salir de la tienda con mi chaqueta. Y al comprobar que había seguido a la chica equivocada, la había golpeado con la pistola, furioso. El único problema era que no podía imaginar a Patch dándole una paliza a Vee. Improbable. Además, se suponía que estaba en la fiesta de la costa.

—¿Tu agresor se parecía en algo a Elliot? —pregunté.

Observé que Vee asimilaba la pregunta. El sedante que le habían administrado parecía enlentecer su proceso de pensamiento, y casi podía oír cada engranaje de su cerebro funcionando con dificultad.

—Le faltaban kilos y le sobraban centímetros para ser Elliot.

—Todo esto es culpa mía —dije—. Nunca debí dejarte salir de la tienda con mi chaqueta.

—Sé que no quieres oír esto —repuso Vee, conteniendo un bostezo inducido por la droga—, pero cuanto más pienso, más parecidos encuentro entre Patch y mi agresor. La misma figura. El mismo paso largo. Qué pena que su expediente escolar esté vacío. Necesitamos una dirección. Necesitamos investigar a fondo en su barrio. Necesitamos dar con una vecina, una abuelita simplona a la que se pueda engatusar para que coloque una webcam en su ventana orientada hacia la casa de Patch. Porque algo raro pasa con Patch.

—¿De verdad crees que él te hizo esto? —pregunté, aún no convencida.

Vee se mordió el labio.

—Creo que oculta algo. Algo gordo.

Eso no iba a discutírselo.

Vee se hundió en su cama.

—Tengo un hormigueo en todo el cuerpo. Me siento estupendamente.

—No sabemos dónde vive —dije—, pero sí dónde trabaja.

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —preguntó Vee, sus ojos iluminándose por un instante en la bruma de la sedación.

—Basándome en experiencias pasadas, espero que no.

—La verdad es que necesitamos poner en práctica nuestras habilidades detectivescas. Usarlas o perderlas, eso es lo que dice el entrenador. Necesitamos averiguar más sobre el pasado de Patch. Oye, que si nos documentamos estoy segura de que el entrenador nos subirá la nota.

Tenía serias dudas al respecto, dado que si Vee se veía envuelta en la investigación probablemente daría un giro ilegal. Por no mencionar que ese trabajo de investigación en particular no tenía nada que ver con la clase de Biología. Ni de lejos.

La pequeña sonrisa que Vee me había arrancado desapareció. Por muy divertido que fuera tomarse a broma la situación, yo estaba aterrorizada. El tipo del pasamontañas andaba suelto y planeaba el siguiente ataque. Existía la posibilidad de que Patch supiera lo que iba a ocurrir. El tipo del pasamontañas había saltado delante del Neon al día siguiente de que Patch se sentara conmigo en clase de Biología. Quizá no fuera una coincidencia.

La enfermera asomó la cabeza por la puerta.

—Son las ocho en punto —me dijo señalando su reloj—. El horario de visitas ha terminado.

—Ahora salgo —respondí.

En cuanto sus pasos se perdieron por el pasillo, cerré la puerta de la habitación. Quería privacidad antes de hablarle algo sobre la investigación del asesinato que afectaba a Elliot. Pero cuando regresé a la cama de Vee parecía que la medicación ya había surtido efecto.

—Ya está llegando —dijo con una expresión de puro éxtasis—. El subidón de la droga… en cualquier momento… una oleada de calor… adiós, señor dolor.

—Vee…

—Toc, toc.

—Esto es importante, de verdad.

—Toc, toc.

—Vee, se trata de Elliot.

—Toc, toc —repitió con voz cantarina.

Suspiré.

—¿Quién es?

—Bu.

—¿Qué Bu?

—¡Buuuah! Alguien llora y yo no soy. —Estalló en una risa histérica.

Comprendiendo que era inútil intentarlo, le dije:

—Llámame mañana después de que te den el alta. —Cerré la cremallera de mi mochila—. Por cierto, te he traído los deberes. ¿Dónde quieres que te los deje?

Señaló el cubo de la basura.

—Ahí mismo.

Entré el Fiat en el garaje y me guardé las llaves en el bolsillo. No había estrellas en el cielo, y empezaba a llover. Bajé la puerta del garaje hasta el suelo y la cerré con llave. Entré en la cocina. Había una luz encendida en el piso de arriba, y al instante mi madre bajó corriendo las escaleras y me abrazó.

Mi madre tiene el cabello oscuro ondulado y los ojos verdes. Es apenas más baja que yo, pero tenemos la misma estructura ósea. Siempre huele a Love, de Ralph Lauren.

—Me alegra tanto que estés bien… —me dijo, apretándome fuerte.

«Por los pelos», pensé.