Capítulo

11

El lunes lo pasé aturdida. Fui de clase en clase esperando el último timbre del día. Había llamado al hospital antes de ir al instituto y me dijeron que Vee estaba en el quirófano. Tenía fracturado el brazo izquierdo y necesitaba cirugía. No podría verla hasta la tarde, cuando se le hubiera pasado la anestesia y la hubiesen devuelto a su habitación. Era muy importante escuchar su versión de la agresión antes de que olvidara los detalles o los adornara. Cualquier cosa que recordara podría ayudarme a averiguar quién lo había hecho.

Mientras las horas se alargaban a la espera de la tarde, mi atención pasó de Vee a su perseguidora, la mujer que esperaba fuera de Victoria’s Secret. ¿Quién era? ¿Qué quería? Quizá sólo fuera una coincidencia perturbadora que Vee hubiese sido atacada en aquella circunstancia, pero mi instinto decía lo contrario. Ojalá hubiese tenido una imagen más clara de su aspecto. La sudadera con capucha y los tejanos, además de la lluvia, habían hecho un buen trabajo de encubrimiento. Todo lo que sabía era que podía tratarse de Marcie Millar. Pero presentía que no era la asociación correcta.

Abrí mi taquilla para coger el libro de Biología, y me dirigí a la clase. Entré y me encontré la silla de Patch vacía. Era típico de él llegar en el último momento, justo cuando sonaba el timbre, pero sonó y el entrenador se dirigió a la pizarra y empezó a dar la lección.

Yo pensaba en la silla vacía de Patch. Una vocecilla en mi cabeza especulaba con que su ausencia podría estar relacionada con la agresión a Vee. Era un tanto extraño que desapareciera al día siguiente. Y no podía olvidar el escalofrío que sentí momentos antes de mirar fuera de Victoria’s Secret y darme cuenta de que me estaban vigilando. Siempre que había tenido esa sensación anteriormente, era porque Patch estaba cerca.

La voz de la razón rápidamente descartó la implicación de Patch. Podía ser que hubiese pillado un resfriado. O que se hubiera quedado sin gasolina camino del instituto. O quizás había una partida con apuesta alta en el Salón de Bo y creía que eso era más provechoso que pasarse la tarde aprendiendo las complejidades del cuerpo humano.

Al final de la clase, el entrenador me detuvo antes de salir.

—Un momento, Nora.

Me di la vuelta y me descolgué la mochila.

—Dígame.

Me entregó un papel.

—La señorita Greene me pidió que te entregara esto —dijo.

Cogí la nota.

—¿Greene? —No tenía ningún docente con ese nombre.

—Es la nueva psicóloga del instituto. Acaba de reemplazar al doctor Hendrickson.

Desdoblé la nota y leí el mensaje.

Querida Nora:

Ocuparé el lugar del doctor Hendrickson como tu psicóloga en el instituto.

He notado que has faltado a las dos últimas citas con el doctor. Por favor, ven cuanto antes para ponernos al día. He escrito a tu madre para informarle acerca del cambio.

Cordialmente,

Señorita Greene

—Gracias —dije al entrenador, doblando la nota hasta que me cupiera en el bolsillo.

En el pasillo me mezclé entre los estudiantes. Ya no podía escaquearme, tenía que ir. Recorrí los pasillos hasta la consulta del doctor Hendrickson. Como era de esperar, en la puerta había una placa con un nombre nuevo: Greene, psicóloga.

Llamé a la puerta. La señorita Greene tenía una piel pálida inmaculada, ojos azules, una boca exuberante y un pelo rubio fino y liso que le llegaba a la cintura, dividido en la coronilla de su cabeza ovalada. En la punta de su nariz reposaban unas gafas mariposa de color turquesa, y vestía formalmente con una falda tubo gris y una blusa de seda rosa. Tenía una figura esbelta y femenina. No parecía más de cinco años mayor que yo.

—Tú debes de ser Nora Grey. Estás igual que en la foto de tu archivo —dijo, dándome un apretón de mano. Tenía una voz brusca que no resultaba grosera. Una voz de empresaria.

Retrocediendo, me invitó a entrar en su despacho.

—¿Te apetece un zumo o agua?

—¿Qué ha pasado con el doctor Hendrickson?

—Cogió la jubilación anticipada. Yo tenía este puesto en la mira desde hacía tiempo, así que aproveché la ocasión. Estaba en Florida, pero crecí en Portland, y mis padres todavía viven aquí. Es bonito estar otra vez cerca de mi familia.

Examiné el pequeño despacho. Había cambiado mucho desde mi última visita, hacía apenas unas semanas. Las estanterías de pared a pared ahora estaban llenas de manuales académicos, encuadernados en tapas duras de colores sobrios y letras doradas. El doctor Hendrickson utilizaba las estanterías para exponer fotos de su familia, pero no había retratos de la vida privada de la señorita Greene. El mismo helecho de siempre colgaba junto a la ventana, pero cuando estaba bajo los cuidados de Hendrickson solía tener un color más próximo al marrón que al verde. Greene llevaba unos pocos días y todo parecía más vivo y atractivo. Había una silla rosa forrada de cachemira enfrente del escritorio, y varias cajas apiladas en un rincón.

—El viernes fue mi primer día —me explicó al ver que observaba las cajas—. Todavía estoy desembalando. Siéntate.

Dejé la mochila en el suelo y tomé asiento en la silla. No había nada en el despacho que me diera una pista sobre la personalidad de Greene. Había una pila de archivos encima del escritorio, que no estaba ordenado ni desordenado, y una taza blanca que parecía contener té. No había rastros de perfume ni de ambientador. La pantalla del ordenador estaba apagada.

Ella se inclinó sobre un archivador detrás de su escritorio, sacó una carpeta de color manila y escribió mi nombre en la etiqueta con un rotulador negro. Lo dejó sobre el escritorio junto a mi archivo anterior, que exhibía algunas huellas de la taza de café de Hendrickson.

—Me he pasado el fin de semana revisando los expedientes del doctor Hendrickson —dijo—. Entre nosotras, su caligrafía me produce migraña, así que estoy introduciéndolos en el ordenador. Me sorprendió descubrir que no lo hacía. ¿A quién se le ocurre a estas alturas escribir a mano?

Tomó asiento en su silla giratoria, se cruzó de piernas y me sonrió amablemente.

—Bien. ¿Por qué no me cuentas un poco sobre tus sesiones con el doctor? Apenas puedo descifrar sus notas. Al parecer hablabais sobre cómo te sentías con el nuevo trabajo de tu madre.

—No es nada nuevo. Ya lleva un año en ese trabajo.

—Antes, ella solía estar en casa, ¿correcto? Y después del fallecimiento de tu padre cogió un empleo a tiempo completo. —Echó un vistazo a una hoja de mi expediente—. Trabaja para una casa de subastas, ¿correcto? Al parecer coordina subastas de propiedades en diferentes puntos de la costa. —Me miró por encima de sus gafas—. Eso le requiere pasar mucho tiempo fuera de casa.

—Queríamos conservar nuestra casa en las afueras —expliqué, casi a la defensiva—. No podíamos pagar la hipoteca si ella se quedaba a trabajar en la ciudad. —Mis sesiones con el doctor Hendrickson no me agradaban especialmente, pero empezaba a resentirme con él por dejarme en manos de aquella mujer. Percibía su deseo por escarbar en cada rincón oscuro de mi vida.

—Comprendo, pero debes de sentirte muy sola ocupándote de todo en la casa.

—Tenemos una asistenta que se queda conmigo todas las tardes hasta las nueve o las diez de la noche.

—Una asistenta no es lo mismo que una madre.

Lancé una mirada a la puerta. Ni siquiera me molesté en ser discreta.

—¿Tienes una amiga? ¿Un novio? ¿Alguien con quien hablar cuando tu asistenta no es la persona más… apropiada? —Sumergió una bolsita de té en la taza, que luego levantó para beber un sorbo.

—Tengo una amiga. —Decidí ser escueta. Cuanto menos le contara, más pronto acabaría la sesión. Y más rápido podría visitar a Vee.

Enarcó las cejas.

—¿Un novio?

—No.

—Eres una chica atractiva. Imagino que en el sexo opuesto debe de haber algún interesado.

—Se lo explicaré —dije haciendo acopio de paciencia—. De verdad le agradezco que trate de ayudarme, pero ya tuve esta misma conversación con el doctor Hendrickson hace un año cuando murió mi padre. Repetirla con usted no ayuda. Es como volver atrás en el tiempo y revivirlo todo otra vez. Sí, fue trágico y terrible, y sigo enfrentándome a ello cada día, pero lo que de verdad necesito es seguir adelante.

El reloj de la pared hacía tictac.

—Bien —dijo ella por fin, fabricando una sonrisa—. Es muy útil conocer tu punto de vista, Nora. Es lo que he intentado comprender desde el principio. Tomaré nota de lo que piensas. ¿Alguna otra cosa de la que quieras hablar?

—No. —Sonreí amablemente.

Ella pasó unas páginas más de mi expediente. No tenía ni idea de qué podría haber anotado Hendrickson, y tampoco quería quedarme para averiguarlo.

Levanté la mochila del suelo y me desplacé hasta el borde de la silla.

—Me sabe mal suspender la sesión, pero tengo que estar en un sitio a las cuatro.

—Ah, ¿sí?

No me apetecía hablarle de la agresión a Vee.

—Para una búsqueda en la biblioteca.

—¿Para qué clase?

Dije lo primero que me vino a la mente:

—Biología.

—Hablando de clases, ¿cómo lo llevas? ¿Algún problema con alguna asignatura?

—No.

Siguió pasando páginas.

—Excelentes notas —comentó—. Aquí dice que te estás ocupando de la tutoría de tu compañero de Biología Patch Cipriano. —Levantó la vista, esperando una confirmación.

Me sorprendió que mi tarea de tutora fuese tan importante como para figurar en el expediente del psicólogo.

—Hasta el momento no hemos tenido ocasión de acordar un encuentro. Problemas de horarios. —Me encogí de hombros en plan «qué se le va a hacer».

Dejó caer mi carpeta sobre la mesa y acomodó las hojas sueltas en una pila ordenada, que luego introdujo en la nueva carpeta que había etiquetado a mano.

—Pienso hablar con el profesor McConaughy para que establezca algunos parámetros respecto a tus tareas de tutora. Me gustaría que los encuentros se produjeran aquí en el colegio, bajo la supervisión de un profesor u otro miembro docente. No quiero que le des clases particulares fuera del instituto. Sobre todo, no quiero que os veáis a solas.

Un escalofrío me recorrió.

—¿Por qué? ¿Qué ocurre?

—No estoy autorizada para hablar de ello.

La única razón que se me ocurría era que Patch era peligroso. «Mi pasado podría asustarte», había dicho en la plataforma del Arcángel.

—Gracias por tu tiempo —dijo la psicóloga. Caminó hasta la puerta, la abrió y se apoyó en ella con su cadera esbelta. Me dedicó una media sonrisa, pero parecía forzada.

Después de abandonar el despacho llamé al hospital. La cirugía de Vee había concluido, pero ella estaba todavía en la sala de postoperatorio y no podía recibir visitas hasta las siete de la tarde. Consulté el reloj del móvil. Faltaban tres horas. Fui hasta el Fiat, que estaba en el aparcamiento de estudiantes, y me subí, con la esperanza de que una tarde en la biblioteca haciendo los deberes me hiciera más corta la espera.

Pasé la tarde en la biblioteca, y antes de darme cuenta el reloj de pared anunciaba que ya era más de media tarde. Mi estómago rugía en el silencio de la sala, y mis pensamientos se dirigieron hacia la máquina expendedora de la entrada.

La última tarea podía esperar un rato, pero todavía me quedaba un trabajo que requería de una consulta. En casa tenía un ordenador IBM antiguo con acceso a Internet mediante llamada telefónica, y por lo general me ahorraba tener que desquiciarme en la sala de informática de la biblioteca. Tenía tiempo hasta las nueve para enviar una reseña de teatro de Otelo a la redacción de la revista digital, e hice un trato conmigo misma, prometiéndome que iría por comida después de terminarlo.

Tras guardar mis cosas me dirigí al ascensor. Pulsé el botón para cerrar las puertas, sin indicar de inmediato el piso. Saqué el móvil y llamé al hospital.

—Hola —dije a la enfermera que me atendió—. Tengo una amiga en la sala de posoperatorio. Antes he llamado y me han dicho que saldría esta noche. Su nombre es Vee Sky.

Hubo una pausa en que oí las teclas del ordenador.

—La llevarán a una habitación privada en una hora.

—¿A qué hora termina el horario de visita?

—A las ocho.

—Gracias. —Colgué y pulsé el botón de la tercera planta.

Una vez allí, me dirigí a la hemeroteca, con la esperanza de encontrar reseñas teatrales en el periódico local que me inspirasen.

—Disculpe —dije al encargado—. Busco ejemplares del Portland Press del año pasado. Específicamente, la guía de teatro.

—Aquí del año pasado no tenemos nada, pero yo diría que los archivos del Portland Press están disponibles en su página web. Sigue recto por el pasillo que tienes detrás y a tu izquierda verás la sala de informática.

En la sala me conecté a un ordenador. Estaba a punto de sumergirme en mi tarea cuando de pronto me vino una idea. No podía creer que no se me hubiera ocurrido antes. Después de asegurarme de que nadie estuviera mirando, escribí en la barra de Google: «Patch Cipriano». Tal vez encontrara un artículo que arrojase luz sobre su pasado. O quizá tenía un blog.

Miré con el ceño fruncido los resultados de la búsqueda. Nada. Ni Facebook, ni MySpace, ni un blog. Era como si no existiera.

—¿Cuál es tu historia, Patch? —murmuré—. ¿Quién eres en realidad?

Al cabo de media hora había leído varias reseñas y mis ojos se habían puesto vidriosos. Amplié mi búsqueda en Internet a todos los periódicos de Maine. Apareció un enlace del periódico del colegio Kinghorn. Pasaron unos segundos antes de que recordara de dónde me sonaba ese nombre. Elliot había sido trasladado desde el Kinghorn. Decidí investigar. Si el colegio era tan de elite como Elliot afirmaba, probablemente tuvieran un periódico decente.

Hice click sobre el link, repasé la lista de archivos y escogí al azar el del 21 de marzo del año anterior. Al instante ya tenía un titular.

ESTUDIANTE INTERROGADO POR ASESINATO EN EL KINGHORN

Acerqué mi silla, contenta de leer cosas más interesantes que reseñas de teatro.

Un estudiante de dieciséis años del colegio Kinghorn, a quien la policía estaba interrogando por el caso denominado «El ahorcamiento de Kinghorn», ha sido puesto en libertad sin cargos. Después de que el cuerpo de Kjirsten Halverson, de dieciocho años, fuera encontrado colgando de un árbol en el campus del colegio, la policía interrogó al estudiante de segundo año Elliot Saunders, quien fue visto con la víctima la noche de su muerte.

Mi mente tardaba en procesar la información. ¿Elliot fue interrogado como parte de la investigación de un asesinato?

Halverson trabajaba como camarera en Blind Joe’s. La policía confirmó que Halverson y Saunders fueron vistos caminando juntos por el campus la noche del sábado. El cuerpo de Halverson fue descubierto la mañana del domingo, y Saunders fue liberado el lunes por la tarde después de que se encontrara una nota de suicidio en el apartamento de Halverson.

—¿Has encontrado algo interesante?

Di un respingo al oír la voz de Elliot detrás de mí. Me giré y lo vi apoyado en el marco de la puerta. Sus ojos estaban ligeramente entornados; su boca, formando una línea. Algo se extendió por mi rostro, algo así como un rubor, sólo que todo lo contrario.

Moví la silla ligeramente a la derecha, tratando de colocarme enfrente de la pantalla.

—Sólo… sólo estaba terminando mi trabajo. ¿Y tú qué? ¿Qué andas haciendo? No te he oído entrar. ¿Cuánto tiempo llevas ahí de pie? —Mi voz se oía en toda la sala.

Él entró en la sala. Busqué a tientas el botón para apagar la pantalla.

—Estoy intentando inspirarme para escribir una reseña de teatro que debo enviar a la revista esta noche. —Seguía hablando demasiado rápido. ¿Y el botón?

Elliot entornó los ojos para mirar.

—¿Una reseña de teatro?

Mis dedos rozaron un botón y oí cómo el monitor se apagaba.

—Perdona, ¿qué decías que haces aquí?

—Pasaba caminando cuando te he visto. ¿Algún problema? Pareces nerviosa.

—Oh, es la falta de azúcar. —Apilé mis libros y papeles y los metí en la mochila—. No he comido nada desde el almuerzo.

Elliot agarró una silla y la acercó a la mía. Se sentó y se inclinó hacia delante, invadiendo mi espacio personal.

—Tal vez pueda ayudarte con la reseña.

Me eché hacia atrás.

—Vaya, es muy amable de tu parte, pero por ahora me rindo. Necesito comer algo. Es un buen momento para una pausa.

—Deja que te invite a cenar. Hay un restaurante en la esquina.

—Te lo agradezco, pero mi madre me estará esperando. Ha estado toda la semana fuera y regresa esta noche.

Me puse de pie y traté de pasar por su lado, pero él sacó su móvil y extendió el brazo.

—Llámala.

Bajé la vista hacia el teléfono buscando una excusa.

—No me dejan salir por las noches entre semana.

—Se llama mentir, Nora. Dile que la tarea es más larga de lo que esperabas. Dile que necesitas quedarte otra hora en la biblioteca. No notará la diferencia.

Su voz estaba adoptando un tono de crispación que desconocía. Sus ojos azules se entrecerraban fríamente, su boca parecía más fina.

—A mi madre no le gusta que salga con chicos que ella no conoce —dije.

Elliot sonrió, pero sin calidez.

—Los dos sabemos que no haces caso a tu madre, ya que el sábado estabas en el Delphic.

Tenía la mochila colgada de un hombro y estaba ajustando la correa. No dije nada. Pasé por delante de Elliot y salí a toda prisa de la sala, sabiendo que si encendía la pantalla vería el artículo. Pero ya no había nada que yo pudiera hacer.

Camino de la hemeroteca me atreví a mirar por encima del hombro. Las paredes de cristal me permitieron ver que la sala de informática estaba vacía. Elliot no estaba por ninguna parte. Volví sobre mis pasos hasta el ordenador, atenta a si reaparecía. Encendí la pantalla; el artículo sobre la investigación del asesinato seguía allí. Lo imprimí en la impresora más cercana, lo guardé en mi carpeta, salí del sistema y me apresuré a marcharme.