La selección natural ha sido descrita como un medio ambiente que criba selectivamente a aquellos que pueden tener progenie. En lo que concierne a los seres humanos, sin embargo, este es un punto de vista extremadamente limitativo. La reproducción a través del sexo tiende siempre a la experimentación y a la innovación. Esto plantea muchas cuestiones, incluyendo aquella tan antigua acerca de si el medio ambiente es un agente selectivo que actúa después de que la variación haya ocurrido, o si el medio ambiente juega un papel preselectivo determinando las variaciones que desea producir. Dune no respondía realmente a esas cuestiones; simplemente planteaba nuevas cuestiones a las cuales Leto y la Hermandad hubieran intentado responder en el transcurso de las próximas quinientas generaciones.
La Catástrofe de Dune, según HARQ AL-ADA
Las desnudas y herrumbrosas rocas de la Muralla Escudo se diseñaban en la distancia, visibles para Ghanima como la encarnación de aquella aparición que amenazaba su futuro. Permanecía de pie al borde del jardín en el tejado que remataba la Ciudadela, con el sol a su espalda. El sol arrojaba un resplandor profundamente anaranjado a través de las nubes de polvo, un color tan intenso como los bordes de la boca de un gusano. Ghanima suspiró, pensando: Alia, Alia… ¿Tu destino es también el mío?
Sus vidas interiores habían incrementado sus clamores recientemente. Había algo en el condicionamiento femenino en una sociedad Fremen… quizá fuera una auténtica diferencia sexual, pero de todos modos las mujeres eran más susceptibles a aquella marea interior. Su abuela le había prevenido al respecto mientras trazaban sus planes, buceando en la acumulada sabiduría de la Bene Gesserit pero previniéndola acerca de los peligros de tal sabiduría dentro de Ghanima.
—La Abominación —había dicho Dama Jessica—, nuestra definición para prenacido… tiene una larga historia de amargas experiencias tras ella. Parece ser que ello es debido al hecho de que las vidas interiores están divididas. Se agrupan en benignas y en malignas. Las benignas son siempre tratables, útiles. Las malignas parecen unirse en una única y poderosa psique, intentando imponerse a la carne viviente y a su consciencia. Sabemos que el proceso necesita un tiempo considerable, pero los síntomas son bien conocidos.
—¿Por qué habéis abandonado a Alia? —había preguntado Ghanima.
—Huí aterrada ante aquello que yo misma había creado —había dicho Jessica en voz muy baja—. Me alejé. Y ahora mi pesar es… que quizá me alejé demasiado pronto.
—¿Qué quieres decir?
—No puedo explicarlo aún, pero… quizá… ¡No! No quiero darte falsas esperanzas. Ghafla, la abominable perturbación, tiene una larga historia en la mitología humana. Ha sido llamada de muchos modos, pero principalmente posesión. Esto es lo que parece ser. Tú pierdes las riendas en medio de la malignidad, y esta toma posesión de ti.
—Leto… temía a la especia —había dicho Ghanima, dándose cuenta de que podía hablar de él sin estremecerse. Qué terrible precio habían tenido que pagar!
—Y hacía bien —había dicho Jessica. Y no había querido decir más.
Pero Ghanima se había arriesgado a una exploración de sus memorias internas, escrutando tras el extraño y turbio velo que envolvía la causa de los temores Bene Gesserit. La explicación de lo que le había sucedido a Alia no la tranquilizaba en absoluto. La acumulación de experiencia Bene Gesserit mostró un camino para eludir la trampa, y cuando Ghanima aventuró aquella coparticipación interior, primero apeló al Mohalata, una asociación con las vidas benévolas que podía protegerla.
Apeló a aquella coparticipación mientras permanecía de pie a la luz del atardecer, en el borde del jardín superior de la Ciudadela. Inmediatamente sintió la presencia-memoria de su madre. Chani estaba allí, una aparición entre Ghanima y los distantes riscos.
—¡Entra aquí y comerás el fruto del Zaqquum, el alimento del infierno! —dijo Chani—. Cierra esta puerta, hija mía; es tu única salvación.
El clamor interno se alzó en torno a la visión y Ghanima huyó, aferrando su consciencia al Credo de la Hermandad, reaccionando más por desesperación que por fe. Recitó precipitadamente el Credo, moviendo sus labios, reduciendo su voz a un rápido susurro:
«La Religión es la emulación del adulto por parte del niño. La Religión es el enquistamiento de pasadas creencias: la mitología, que no es más que conjeturas, las ocultas creencias en la veracidad del universo, esas afirmaciones hechas por los hombres en búsqueda de un poder personal, todo ello mezclado con fragmentos de iluminismo. Y el definitivo mandamiento inexpresado es siempre: “¡No hagas preguntas!”. Pero hacemos preguntas. Rompemos constantemente este mandamiento. El trabajo en el que nos hemos empeñado es liberar la imaginación, lastrándola tan sólo con el más profundo sentido de la creatividad humana».
Lentamente, un sentido de orden volvió a los pensamientos de Ghanima. Sintió que su cuerpo temblaba, sin embargo, y se dio cuenta de cuán frágil era aquella paz que había obtenido… y cómo aquel turbio velo seguía en su mente.
—Leb Kamai —susurró—. Corazón de mi enemigo, no serás mi corazón.
E invocó el recuerdo de los rasgos de Farad’n, el joven rostro saturnino con sus pobladas cejas y su firme boca.
El odio me hará fuerte, pensó. Odiando, podré resistir el destino de Alia.
Pero la temblorosa fragilidad de su posición permaneció, y todo lo que pudo pensar fue cómo se parecía Farad’n a su abuelo, el difunto Shaddam IV.
—¡Aquí estás!
Era Irulan, avanzando por el lado derecho de Ghanima, dando grandes pasos a lo largo del parapeto con movimientos que recordaban los de un hombre. Girándose, Ghanima pensó: Y ella es la hija de Shaddam.
—¿Por qué insistes en escabullirte fuera a solas? —preguntó Irulan, deteniéndose frente a Ghanima y mirando por encima de ella con rostro ceñudo.
Ghanima se contuvo de decir que no estaba sola, puesto que los guardias la habían visto salir al tejado. La irritación de Irulan provenía del hecho de que estaban allí al aire libre y un arma lejana podía alcanzarlas.
—No llevas destiltraje —dijo Ghanima—. Sabes que en los viejos días cualquiera que era sorprendido fuera del sietch sin un destiltraje era muerto automáticamente. Malgastar agua era poner en peligro a la tribu.
—¡Agua! ¡Agua! —restalló Irulan—. Quiero saber por qué te pones en peligro de esta manera. Vuelve inmediatamente dentro. Estás creando problemas para todos nosotros.
—¿Qué peligro puede haber todavía aquí? —preguntó Ghanima—. Stilgar ha purgado a los traidores. Los guardias de Alia están por todas partes.
Irulan miró hacia arriba, hacia el cada vez más oscuro cielo. Las estrellas empezaban a hacerse visibles sobre un fondo gris azulado. Volvió su atención hacia Ghanima.
—No voy a discutir contigo. He sido enviada a decirte que hemos recibido una respuesta de Farad’n. Acepta, pero por alguna razón desea retrasar la ceremonia.
—¿Cuánto tiempo?
—Todavía no lo sabemos. Está siendo negociado. Pero Duncan ha sido enviado de vuelta a casa.
—¿Y mi abuela?
—Ha elegido quedarse en Salusa por un cierto tiempo.
—¿Quién puede reprochárselo? —dijo Ghanima.
—¡Aquella estúpida disputa con Alia!
—¡No intentes hacerme pasar por tonta, Irulan! Aquello no fue una estúpida disputa. He oído historias al respecto.
—Los temores de la Hermandad…
—Son reales —dijo Ghanima—. Bien, ya has transmitido tu mensaje. ¿Quieres aprovechar ésta oportunidad para intentar de nuevo disuadirme?
—He renunciado a ello.
—Deberías saber mejor que no puedes intentar engañarme —dijo Ghanima.
—¡Muy bien! Seguiré entonces intentando disuadirte. Eso que pretendes hacer es una locura. —E Irulan se dijo por qué consentía que Ghanima la irritase de aquella manera. Una Bene Gesserit no debía irritarse por nada—. Estoy preocupada por el extremo peligro que vas a correr —dijo—. Tú lo sabes bien. Ghani, Ghani… Eres la hija de Paul. ¿Cómo puedes…?
—Debido a que soy su hija —dijo Ghanima—. Nosotros los Atreides nos remontamos a Agamenón, y sabemos que es lo que hay en nuestra sangre. Nunca olvides esto, mujer sin hijos de mi padre. Nosotros los Atreides tenemos una historia de sangre, y aún no hemos terminado con la sangre.
—¿Quién es Agamenón? —preguntó Irulan, aturdida.
—Qué precario demuestra ser vuestro alabado adiestramiento Bene Gesserit —dijo Ghanima—. Siempre olvido que vosotras tendéis a resumir la historia a cuatro rasgos esenciales. Pero mis memorias llegan hasta… —se interrumpió; era mejor no mostrar aquellas sombras de su frágil sueño.
—Recuerdes lo que recuerdes —dijo Irulan—, tendrías que saber lo peligrosa que es esta decisión de…
—Lo mataré —dijo Ghanima—. Me debe una vida.
—Y yo lo impediré, si puedo.
—También sé eso. Pero no vas a tener la menor oportunidad. Alia va a enviarte al sur, a una de las nuevas ciudades, hasta que todo haya pasado.
Irulan agitó desmayadamente la cabeza.
—Ghani, he hecho juramento de protegerte contra cualquier peligro. Daré mi propia vida para ello si es necesario. Si crees que voy a languidecer en cualquier djedida de paredes de barro mientras tú…
—Siempre está el Huanui —dijo Ghanima, hablando suavemente—. Los destiladores de muertos son una alternativa. Estoy segura de que no podrás interferir desde allí.
Irulan palideció, se llevó una mano a la boca, olvidando por un instante todo su adiestramiento. Aquella era una medida de lo mucho que se sentía ligada a Ghanima, de su completa renuncia a todo excepto a su miedo animal. Habló con voz balbuceante por la emoción, intentando dominar el temblor de sus labios.
—Ghani, no temo por mí misma. Me metería en la boca de un gusano por ti. Sí, soy lo que me has llamado, la mujer sin hijos de tu padre, pero tú eres la hija que yo nunca he tenido. Te ruego… —las lágrimas afluyeron a sus ojos.
Ghanima ahogó rabiosamente un nudo en su garganta y dijo:
—Esta es otra diferencia entre nosotras. Tú nunca has sido Fremen. Yo no soy otra cosa. Este es el abismo que nos divide. Alia lo sabe. Se haya convertido en lo que se haya convertido, lo sabe.
—Tú no puedes hablar de lo que sabe Alia —dijo Irulan, hablando amargamente—. Si no supiera que es una Atreides, juraría que está intentando destruir a su propia Familia.
¿Y cómo sabes que todavía es una Atreides?, pensó Ghanima, maravillándose de la ceguera de Irulan. Era una Bene Gesserit, y tenía que saber mejor que nadie la historia de la Abominación. Ni siquiera se permitía pensar en ello, ni siquiera se permitía creerlo. Alia debía haber lanzado alguna brujería sobre aquella pobre mujer.
—Tengo una deuda de agua contigo —dijo Ghanima—. Por ello, protegeré tu vida. Pero tu sobrino está perdido. No me hables más de ello.
Irulan dominó el temblor de sus labios, se secó los ojos.
—Yo amé a tu padre —susurró—. Y no lo supe hasta que hubo muerto.
—Quizá no esté muerto —dijo Ghanima—. Ese Predicador…
—Ghani, a veces no te comprendo. ¿Crees que Paul atacaría a su propia familia?
Ghanima se alzó de hombros, miró hacia el cada vez más oscuro cielo.
—Podría considerarlo divertido.
—¿Cómo puedes hablar con tanta ligereza de…?
—Para mantener lejos la profunda oscuridad —dijo Ghanima—. No me burlo de ti. Los dioses saben que no. Pero no soy tan sólo la hija de mi padre. Soy cada una de las personas que contribuyeron a formar la estirpe de los Atreides. Tú no puedes creer en la Abominación, pero yo no puedo pensar en otra cosa. Soy la prenacida. Sé lo que hay dentro de mí.
—Esa estúpida vieja superstición acerca de…
—¡No lo digas! —Ghanima adelantó una mano hacia la boca de Irulan—. Yo soy todas las Bene Gesserit, de su maldito programa genético, desde la primera hasta mi propia abuela. Y soy mucho más. —Se clavó las uñas en la palma de su mano izquierda, haciendo brotar la sangre—. Este es un cuerpo joven, pero sus experiencias… ¡Oh, dioses, Irulan! ¡Mis experiencias! ¡No! —Adelantó de nuevo una mano cuando Irulan se le acercó—. Conozco todos esos futuros explorados por mi padre. Poseo la sabiduría de tantas vidas, y toda su ignorancia también… todas sus debilidades. Si quieres ayudarme, Irulan, primero aprende a saber quién soy.
Instintivamente, Irulan se inclinó y tomó a Ghanima entre sus brazos, apretándola contra sí, mejilla sobre mejilla.
No me obliguéis a matar a esta mujer, pensó Ghanima. No permitáis que eso ocurra.
Mientras este pensamiento cruzaba su mente, la noche cayó sobre el desierto.