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Periódicamente, la humanidad atraviesa crisis de aceleración en sus asuntos, experimentando a causa de ello confrontaciones entre la vitalidad de renovarse y la atractiva corrupción de la decadencia. En esta periódica confrontación, cualquier causa se convierte en un lujo. Sólo entonces puede uno reflexionar en que todo es permitido, en que todo es posible.

Los Apócrifos de Muad’Dib

El toque de la arena es importante, se dijo a sí mismo Leto.

Podía sentir su crujido bajo él allí donde estaba sentado, bajo un brillante cielo. Le habían obligado a engullir otra enorme dosis de melange, y la mente de Leto giraba sobre sí misma como un remolino. Una pregunta sin respuesta yacía enterrada muy profundamente en lo más recóndito del remolino: ¿Por qué insisten en que lo diga? Gurney era obstinado al respecto; no cabía duda sobre ello. Y había recibido órdenes de Dama Jessica.

Lo habían sacado del sietch a la luz del día para aquella «lección». Tenía la extraña sensación de haber dejado que fuera tan sólo su cuerpo el que realizara el breve viaje desde el sietch, mientras su ser interior mediaba en una batalla entre el Duque Leto y el viejo Barón Harkonnen. Luchó dentro de él, a través de él, porque no había permitido que ambos se comunicaran directamente. Aquella lucha le había mostrado lo que le había ocurrido a Alia. Pobre Alia.

Tenía razón al temer el viaje de la especia, pensó. Una profunda amargura hacia Dama Jessica lo invadió. ¡Su maldito gom jabbar! Lucha y vence, o muere en el intento. Ella no podía apoyar ahora una aguja envenenada contra su cuello, pero había podido precipitarlo en aquel valle de peligro que ya había engullido a su propia hija.

Sonidos de una pesada respiración nasal penetraron en su consciencia. Acudían en oleadas, más fuertes, decreciendo, luego más fuertes… luego decreciendo de nuevo. No tenía ningún medio de determinar si se trataba de su propia realidad o llegaba hasta él a través de la especia.

El cuerpo de Leto se relajó sobre sus brazos cruzados. Sintió el calor de la arena a través de sus nalgas. Tenía una alfombra frente a él, pero se sentaba directamente sobre la arena. Una sombra cruzaba la alfombra: Namri. Leto estudió el borroso dibujo de la alfombra, sintiendo un burbujear de aire en su interior. Su consciencia derivó por sí misma a través de un paisaje que se extendía lleno de verdor hasta el horizonte.

Los tambores resonaban en su cráneo. Sintió calor, fiebre. La fiebre era una ardiente presión que llenaba sus sentidos, empujando a su consciencia fuera de su carne hasta que sólo pudo sentir las movientes sombras de su peligro. Namri y el cuchillo. Presión… presión… Finalmente Leto yació suspendido entre el cielo y la arena, con su mente desgajada de todo excepto de la fiebre. Entonces esperó a que ocurriera algo, sintiendo que cualquier cosa que ocurriera sería lo primero-y-único.

La ardiente y triturante luz del sol se abatía cegadora a su alrededor, implacable, inevitable. ¿Dónde está mi Sendero de Oro? Por todos lados zumbaban los insectos. Por todos lados. Mi piel no es mi piel. Envió mensajes a lo largo de sus nervios, esperó las lentas respuestas de otra persona.

Arriba la cabeza, dijo a sus nervios.

Una cabeza que podría ser la suya se alzó y miró a las manchas de vacío en la brillante luz.

Alguien susurró:

—Se ha sumergido de nuevo.

No hubo respuesta.

El ardiente sol edificaba calor sobre calor sobre calor. Lentamente, desviándose hacia el exterior, la corriente de su consciencia lo empujó más allá de la última pantalla de verdeante vacío y allí, a través de las bajas hileras de dunas, distantes no más de un kilómetro de la recortada silueta del macizo, allí estaba el verde y germinante futuro, surgiendo, fluyendo en un verde interminable, un verde absoluto, verde sobre verde moviéndose hacia el infinito.

En todo aquel verde no había ningún gran gusano.

Enormes extensiones de vegetación salvaje, pero ni la menor huella de Shai-Hulud.

Leto sintió que se había aventurado más allá de las antiguas fronteras hacia un nuevo país que tan sólo la imaginación había entrevisto, y que ahora estaba contemplando directamente a través del auténtico velo que la perezosa humanidad llamaba Desconocido.

Era una realidad sedienta de sangre.

Sintió el rojo fruto de su vida oscilando colgado de una rama, el fluido corriendo hacia él, y el fluido era la esencia de especia corriendo a través de sus venas.

Sin Shai-Hulud no habría más especia.

Había visto un futuro sin la gran serpiente-gusano gris de Dune. Lo sabía, aunque no conseguía arrancarse del trance que lo aprisionaba.

Bruscamente su consciencia se sumergió hacia atrás… hacia atrás, hacia atrás, apartándose de aquel futuro mortal. Sus pensamientos penetraron en sus vísceras, volviéndose primitivos, moviéndose tan sólo accionados por intensas emociones. Se descubrió a sí mismo incapaz de centrarse en ningún aspecto particular de su visión o de lo que la rodeaba, pero había una voz dentro de él. Hablaba una antigua lengua, y la comprendió perfectamente. La voz era musical y melodiosa, pero sus palabras lo golpearon brutalmente.

—No es el presente lo que influencia el futuro, estúpido, sino el futuro el que forma el presente. Lo has entendido todo al revés. Puesto que el futuro es algo inamovible, son los acontecimientos que se están produciendo los que asegurarán que este futuro sea fijo o inevitable.

Aquellas palabras lo paralizaron. Sintió el terror enraizarse en la concreta materia que formaba su cuerpo. Gracias a ello supo que su cuerpo aún existía, pero la despiadada naturaleza y el enorme poder de su visión le dejaron con la sensación de haber sido contaminado, de hallarse indefenso, incapaz de enviar señales a ningún músculo para conseguir que obedeciera. Sabía que cada vez estaba más expuesto a los asaltos de aquellas vidas colectivas cuyas memorias le habían hecho creer que él era real. El miedo lo invadió. Tuvo la sensación de que iba a perder el control interno, cayendo finalmente en la Abominación.

Leto sintió que su cuerpo se contorsionaba por el terror.

Había empezado a creer en su victoria y en la benévola cooperación de aquellas memorias recientemente conquistadas. Pero se habían vuelto contra él, todas ellas… incluso el real Harum, en el que había confiado. Yacía tembloroso en una superficie desenraizada, incapaz de darle un significado a su propia vida. Intentó concentrarse en una imagen mental de sí mismo, y se vio enfrentado a una serie de entramados superpuestos, cada uno de distinta edad: de niño a vacilante anciano. Recordó el primer adiestramiento recibido de su padre: Deja que tus manos se vuelvan jóvenes, luego viejas. Pero su propio cuerpo se veía ahora inmerso en aquella perdida realidad, y toda la progresión de imágenes se fundía en otros rostros, los rasgos de todos aquellos cuyas memorias compartía.

Un rayo parecido a un diamante lo despedazó.

Leto sintió desparramarse las piezas de su consciencia, aunque conservó una sensación de identidad en algún lugar entre el ser y el no ser. Esperanzado de nuevo, sintió que su cuerpo respiraba. Dentro… Fuera. Inspiró profundamente: yin. Expiró: yang.

En algún lugar inmediatamente más allá de su comprensión se hallaba un lugar de suprema independencia, una victoria sobre toda la confusión inherente a su multitud de vidas… no un falso sentimiento de control, sino una victoria real. Ahora comprendió su precedente error: había buscado el poder en la realidad de su trance, en lugar de hacer frente a los miedos que él y Ghanima habían estado alimentando mutuamente.

¡Fue el miedo lo que venció a Alia!

Pero la búsqueda del poder había abierto otra trampa, desviándolo hacia la fantasía. Vio la ilusión. Todo el proceso ilusorio giró media vuelta sobre sí mismo, y entonces se halló en situación de poder ver objetivamente las luchas de sus visiones, de sus vidas internas.

El júbilo lo inundó. Estuvo a punto de echarse a reír a carcajadas, pero se negó a sí mismo aquel placer, sabiendo que le bloquearía las puertas de sus memorias.

Ahhh, mis memorias, pensó. He visto vuestra ilusión. Ya no inventaréis más el siguiente momento para mí. Tan sólo me mostraréis cómo crear los nuevos momentos. Ya no me encadenaré en mis viejas huellas.

Este pensamiento atravesó su consciencia como una ablución purificadora, y en aquel momento sintió de nuevo todo su cuerpo, un einfalle que le informó hasta el más mínimo detalle de cada célula, cada nervio. Entró en un estado de intensa quietud. En aquella quietud, oyó voces, sabiendo que venían desde una enorme distancia, pero oyéndolas claramente como si crearan ecos en una enorme sala vacía.

Una de las voces era de Halleck.

—Quizá le hayamos dado demasiada.

—Le hemos dado exactamente la que ella dijo que debíamos darle —rebatió Namri.

—Quizá debiéramos salir fuera y echarle otra mirada —Halleck.

—Sabiha es buena para tales cosas; nos llamará si algo empieza a ir mal —Namri.

—No me gusta ese asunto de Sabiha —Halleck.

—Es un ingrediente necesario —Namri.

Leto captó una brillante luz fuera de él y una profunda oscuridad dentro, pero la oscuridad era discreta, protectora y cálida. La luz empezó a brillar cada vez más, y se dio cuenta de que provenía de la oscuridad interior, girando hacia afuera como una brillante nube. Su cuerpo se hizo transparente, empujándolo hacia arriba, pero sin dejar de sentir aquel contacto einfalle con cada célula y nervio. La multitud de sus vidas interiores se alineó en perfecto orden, sin agitarse ni mezclarse. Se volvieron muy quietas, como una réplica de su propio silencio interno, cada vida-memoria una entidad separada, incorpórea e indivisible.

Entonces Leto habló a todas ellas:

—Yo soy vuestro espíritu. Yo soy la única vida a la que podéis acceder. Yo soy la morada de vuestro espíritu en el país que no es ninguna parte, en el país que es vuestro único refugio posible. Sin mí, el universo inteligible se convierte en caos. Lo creativo y lo abismal se hallan inextricablemente ligados a mí; sólo yo puedo mediar entre ellos. Sin mí, la humanidad se anegará en la maraña y la vanidad del conocimiento. A través de mí, vosotras y ellos encontraréis el único camino para salir del caos: comprender viviendo.

Con aquello dejó de controlarse a sí mismo y se convirtió en sí mismo, su propia persona abarcando la totalidad de su pasado. No era una victoria, ni siquiera una derrota, sino algo nuevo a compartir con cualquier vida interior que eligiera. Leto saboreó aquella nueva condición, dejando que poseyera cada una de sus células, cada nervio, renunciando al einfalle que le había sido presentado y recobrando al mismo tiempo la totalidad.

Tras un tiempo, se despertó en una deslumbrante oscuridad. Con un destello de consciencia supo donde estaba ahora su carne: sentada en la arena, a un kilómetro de distancia del risco que marcaba el extremo norte del sietch. Y ahora reconoció aquel sietch: era Jacurutu, por supuesto… y también Fondak. Pero era muy distinto de los mitos y leyendas y rumores difundidos por los contrabandistas.

Una mujer joven estaba sentada en una alfombra directamente frente a él, con un brillante globo anclado a su manga izquierda y suspendido directamente sobre su cabeza. Cuando Leto apartó la mirada del globo, vio estrellas. Sabía quién era aquella mujer joven: era la de su precedente visión, la que tostaba el café. Era la sobrina de Namri, tan dispuesta a usar el cuchillo como lo estaba el propio Namri. Había un cuchillo en su regazo. Llevaba un sencillo vestido verde sobre el gris destiltraje. Sabiha, este era su nombre. Y Namri tenía sus propios planes para ella.

Sabiha captó el despertar en sus ojos y dijo:

—Es casi el alba. Has pasado aquí toda la noche.

—Y la mayor parte del día —dijo él—. Haces un buen café.

Aquella afirmación la desconcertó, pero la ignoró con una inconsciente facilidad que hablaba de un duro adiestramiento y de instrucciones explícitas para aquella actual situación.

—Es la hora de los asesinos —dijo Leto—. Pero tu cuchillo ya no es necesario. —Miró al crys en su regazo.

—Namri será quien juzgue esto —dijo ella.

No Halleck, entonces. Ella tan sólo había confirmado su conocimiento interior.

—Shai-Hulud es un gran recolector de desechos y un eliminador de evidencias indeseadas —dijo Leto—. Incluso yo lo he usado de esta forma.

Ella mantuvo la mano apoyada sobre el cuchillo, pero sin sujetarlo.

—Cuántas cosas quedan reveladas por dónde nos sentamos y cómo nos sentamos —dijo él—. Tú te sientas en la alfombra y yo sobre la arena.

La mano de ella se cerró sobre la empuñadura del cuchillo. Leto bostezó, un amplio y crujiente movimiento que hizo chasquear su mandíbula.

—He tenido una visión que te incluía a ti —dijo.

Los hombros de ella se relajaron ligeramente.

—Hemos sido demasiado unilaterales con Arrakis —dijo él—. Ha sido una barbaridad por nuestra parte. Hubo un cierto momento en el que estábamos actuando correctamente, pero ahora debemos deshacer parte de nuestro trabajo. Las escalas deben ser dispuestas de nuevo en su punto de mejor equilibrio.

Una arruga perpleja frunció la frente de Sabiha.

—Mi visión —dijo él—. Hasta que no restauremos la danza de la vida aquí en Dune, el dragón en la superficie del desierto ya no existirá más.

Al usar Leto el viejo nombre Fremen del gran gusano, ella tardó un momento en comprenderle.

—¿Los gusanos? —dijo luego.

—Nos hallamos en un corredor oscuro —dijo él—. Sin especia, el Imperio se derrumbará. La Cofradía no podrá moverse. Lentamente, los planetas irán olvidando sus recuerdos de los demás. Se replegarán cada vez más en sí mismos. El espacio se convertirá en una frontera cuando los navegantes de la Cofradía pierdan su poder. Nosotros nos aferraremos a nuestras dunas e ignoraremos todo lo que hay debajo y encima nuestro.

—Hablas de una forma realmente extraña —dijo ella—. ¿Cómo me has visto en tu visión?

¡Tiene fe en la superstición Fremen!, pensó Leto. Y dijo:

—Hablo un lenguaje universal. Soy un jeroglífico viviente que registra los cambios que deben ocurrir. Si no los registrara, sentirías un tal dolor en tu corazón que ningún ser humano podría soportarlo.

—¿Qué palabras son éstas? —preguntó ella, pero su mano se relajó del cuchillo.

Leto giró su cabeza hacia los riscos de Jacurutu, observando el débil resplandor que indicaba que la Segunda Luna estaba a punto de ocultarse tras las rocas como preludio del alba. El chillido de muerte de una liebre del desierto penetró en él. Notó que Sabiha se estremecía. Luego llegó hasta ellos el batir de alas… pájaros predadores, criaturas de la noche. Vio el brillo de ascua de varios ojos cuando pasaron sobre él, camino de las hendiduras en las rocas.

—Debo seguir los dictados de mi nuevo corazón —dijo Leto—. Tú me miras tan sólo como un chiquillo, Sabiha, pero si…

—Me han prevenido contra ti —dijo Sabiha, y sus hombros se envararon de nuevo.

El captó el miedo en su voz y dijo:

—No me temas, Sabiha. Tú has vivido ocho años más que esta carne mía. Por eso te respeto. Pero yo poseo en mi interior miles de años de otras vidas, muchos más de los que tú hayas conocido. Así que no me mires como si fuera un niño. He visitado muchos futuros y, en uno de ellos, nos he visto a los dos amándonos. Tú y yo, Sabiha.

—¿Qué es…? Esto no… —se detuvo, confusa.

—La idea puede que vaya creciendo en ti —dijo él—. Ahora ayúdame a regresar al sietch, porque he estado en muchos lugares y me siento cansado de mis viajes. Namri debe oír dónde he estado.

Vio la indecisión en ella, y dijo:

—¿No soy acaso el Huésped de la Caverna? Namri debe aprender lo que yo he aprendido. Tenemos muchas cosas que hacer para evitar que nuestro universo degenere.

—No creo esto… esto que has dicho sobre los gusanos —dijo ella.

—¿Ni tampoco lo de nosotros dos amándonos?

Ella agitó la cabeza. Pero él pudo ver los pensamientos yendo a la deriva por su mente como plumas arrastradas por el viento. Las palabras de él la atraían y la repelían al mismo tiempo. Ser la consorte del poder era ciertamente algo embriagador. Pero habían de por medio las órdenes de su tío. Sin embargo, algún día aquel hijo de Muad’Dib podía llegar a gobernar allí en Dune y hasta en los más alejados confines de su universo. Allí encontró una profundamente Fremen aversión hacia un tal futuro. La consorte de Leto sería vista por todo el mundo, se convertiría en un objeto de habladurías y especulaciones. Sin embargo, también poseería riquezas, y…

—Yo soy el hijo de Muad’Dib, capaz de ver el futuro —dijo él.

Lentamente, ella volvió a introducir su cuchillo en la funda, se levantó ágilmente de la alfombra, se acercó a él, y lo ayudó a ponerse en pie. Leto se sintió halagado viéndola moverse a su alrededor, doblando cuidadosamente la alfombra y echándosela sobre el hombro derecho. La observó mientras ella medía la diferencia de sus estaturas, reflexionando en sus palabras: ¿Amándonos?

La estatura es otra cosa que cambia, pensó Leto.

Ella lo sujetó del brazo, para ayudarlo y para controlarlo. Leto tropezó, y ella dijo secamente:

—¡Estamos demasiado lejos del sietch para eso! —refiriéndose al inesperado sonido que podía atraer a un gusano.

Leto sintió que su cuerpo era como un caparazón vacío abandonado por un insecto. Sabía cuál era aquel caparazón: la sociedad edificada sobre el comercio de la melange y su Religión del Elixir Dorado. Había sido vaciado por esos mismos excesos. Los altos fines de Muad’Dib se habían derrumbado en la brujería impuesta por el brazo armado del Auqaf. La religión de Muad’Dib tenía otro nombre ahora: era Shien-san-Shao, una etiqueta ixiana que designaba la intensidad de la locura de todos aquellos que habían creído que podían conducir al universo hasta el paraíso a punta de crys. Pero eso también podía cambiar, como había cambiado Ix. Habitaban tan sólo el noveno planeta de su sol, e incluso habían olvidado el lenguaje que les había dado su nombre.

—La Jihad fue una locura colectiva —murmuró Leto.

—¿Qué? —Sabiha estaba concentrada en el problema de conseguir que él anduviera arrítmicamente, ocultando así su presencia allá afuera, sobre la arena al aire libre. Por un momento se concentró en sus palabras, terminando por interpretarlas como otro producto de su evidente fatiga. Notó su debilidad, la forma como el trance lo había agotado. Aquello le pareció innecesario y cruel. Si debía ser muerto como había dicho Namri, entonces era mejor hacerlo rápidamente, sin toda aquella ceremonia. Leto, sin embargo, había hablado de una maravillosa revelación. Quizás era eso lo que Namri buscaba. Seguramente este debía ser el motivo de la conducta de la propia abuela de aquel chiquillo. ¿Por qué otro motivo hubiera decretado Nuestra Señora de Dune aquellas peligrosas pruebas con un niño?

¿Niño?

Reflexionó nuevamente en sus palabras. Habían alcanzado la base del promontorio y se detuvo, dejando que Leto descansara un momento allí, donde estaban al resguardo. Mirando hacia él a la débil luz de las estrellas, dijo:

—¿Cómo pueden dejar de existir los gusanos?

—Sólo yo puedo cambiar esto —dijo él—. No tengas miedo. Yo puedo cambiarlo todo.

—Pero es…

—Hay preguntas que no tienen respuesta —dijo él—. Yo he visto ese futuro, pero las contradicciones no harán más que confundirte. Este es un universo cambiante, y nosotros somos el cambio más extraño de todos. Resonamos a demasiadas influencias. Nuestros futuros necesitan constantes actualizaciones. Ahora hay una barrera que debemos eliminar. Esto requiere que realicemos cosas brutales, que van contra nuestros deseos más básicos y queridos… Pero deben ser realizadas.

—¿Qué es lo que debe ser realizado?

—¿Tú nunca has matado a un amigo? —preguntó él y, girándose, se dirigió hacia el interior de la hendidura que conducía hasta la entrada secreta del sietch. Se movió tan aprisa como se lo permitió la fatiga de su trance, pero ella corrió tras de él, tiró de sus ropas y lo detuvo.

—¿Qué es esto de matar a un amigo?

—Morirá de todos modos —dijo Leto—. No tengo que hacerlo yo personalmente, pero puedo impedírtelo. Si no lo impido, ¿no es acaso lo mismo que matarlo?

—¿Quién es… quién debe morir?

—La alternativa me obliga a callar —dijo él—. Podría verme obligado a entregar a mi propia hermana a un monstruo.

Se giró de nuevo, y esta vez, cuando ella tiró de sus ropas, se resistió, negándose a responder a sus preguntas. Es mejor que no lo sepa hasta que llegue el momento, pensó.