40

Oh Paul, Muad’Dib,

Mahdi de todos los hombres,

Tu potente aliento

Desencadena el huracán.

Cantos de Muad’Dib

—¡Nunca! —dijo Ghanima—. Lo mataré en nuestra noche de bodas. —Hablaba con una obstinada firmeza que hasta entonces había resistido todos los halagos. Alia y sus consejeros habían intentado convencerla durante más de media noche, manteniendo los apartamentos reales en estado de vela, pidiendo nuevos consejeros, comida y bebida. Todo el Templo y su Ciudadela contigua parecían estremecerse con la frustración de decisiones no aceptadas.

Ghanima permanecía sentada muy compuesta en un sillón verde a suspensor en sus propios apartamentos, una amplia estancia con paredes ásperas que simulaban las rocas de un sietch. El techo, sin embargo, era de cristal imbar que relucía con una luz azul, y el suelo era de losas negras. El mobiliario era escaso: una pequeña mesa escritorio, cinco sillones a suspensor, y una estrecha cama en una especie de nicho, a la manera Fremen. Ghanima llevaba el amarillo atuendo del luto.

—Tú no eres una persona libre que pueda decidir por sí misma todos los actos de su vida —dijo Alia, quizá por centésima vez. ¡Esa pequeña estúpida tiene que comprenderlo tarde o temprano! Debe aceptar el compromiso con Farad’n ¡Debe hacerlo! Que lo mate luego si quiere, pero el compromiso requiere el reconocimiento público por parte de la prometida Fremen.

—Él ha matado a mi hermano —dijo Ghanima, agarrándose al único argumento que podía esgrimir—. Todo el mundo lo sabe. Los Fremen escupirán al pronunciar mi nombre si yo acepto ese compromiso.

Y ésta es una de las razones por las cuales debes aceptar, pensó Alia.

—Fue su madre quien lo hizo —dijo—. La ha desterrado por ello. ¿Qué más quieres de él?

—Su sangre —dijo Ghanima—. Es un Corrino.

—Ha denunciado a su propia madre —protestó Alia—. ¿Por qué tienes que preocuparte por la chusma Fremen? Aceptarán cualquier cosa que queramos que acepten. Ghani, la paz del Imperio exige…

—No lo aceptaré —dijo Ghanima—. No puedes anunciar el compromiso sin mí.

Irulan, entrando en la estancia en el momento en que Ghanima decía esto, miró inquisitivamente a Alia y a las dos mujeres consejeras que permanecían descorazonadas a su lado. Irulan vio el disgustado alzarse de hombros de Alia y se dejó caer en un sillón frente a Ghanima.

—Háblale tú, Irulan —dijo Alia.

Irulan atrajo otro sillón a suspensor hacia sí y se cambió a él, al lado de Alia.

—Tú eres una Corrino, Irulan —dijo Ghanima—. No fuerces tu suerte conmigo. —Se puso en pie, se dirigió hacia su cama y se sentó en ella con las piernas cruzadas, mirando irritadamente a las dos mujeres. Vio que Irulan llevaba una aba negra como la de Alia, con la capucha echada hacia atrás revelando su dorado cabello. Era un cabello de luto bajo la amarilla luz de los flotantes globos que iluminaban la estancia.

Irulan miró a Alia, se puso en pie, y avanzó hasta situarse frente a Ghanima.

—Ghani, lo mataría yo misma si esta fuera la forma de resolver los problemas. Y Farad’n es de mi propia sangre, como tú misma has hecho notar educadamente. Pero tú tienes deberes mucho más grandes que tu obligación hacia los Fremen.

—Esto no suena mejor dicho por ti que viniendo de labios de mi preciosa tía —dijo Ghanima—. La sangre de un hermano no puede ser olvidada. Esto es mucho más que cualquier pequeño proverbio Fremen.

Irulan apretó los labios. Luego dijo:

—Farad’n mantiene prisionera a tu abuela. Tiene también a Duncan, y si nosotros no…

—No me satisfacen vuestras historias acerca de cómo ha sucedido todo esto —dijo Ghanima, mirando más allá de Irulan, directamente a Alia—. En una ocasión Duncan murió antes que dejar que el enemigo capturara a mi padre. Quizá su nueva carne ghola ya no sea la misma que…

—¡Duncan recibió el encargo de proteger la vida de tu abuela! —dijo Alia, girándose bruscamente en el sillón—. Estoy segura de que ha elegido la única forma posible de conseguirlo. —Y pensó: ¡Duncan! ¡Duncan! Se suponía que no era esto lo que tenías que hacer.

Ghanima, captando los ocultos tonos de la insinceridad en la voz de Alia, miró fijamente a su tía.

—Estás mintiendo, oh, Seno del Cielo. He oído cosas acerca de tus dificultades con mi abuela. ¿Qué es lo que temes decir acerca de ella y de tu precioso Duncan?

—Ya lo has oído todo al respecto —dijo Alia, pero captó en su propia voz un asomo de miedo ante aquella abierta acusación y lo que implicaba. Se dio cuenta de que la fatiga la había vuelto imprudente. Se puso en pie y dijo—: Todo lo que sé lo sabes tú también. —Se giró a Irulan—: Ocúpate tú de ella. Hay que conseguir que…

Ghanima la interrumpió con una restallante blasfemia Fremen que sonó chocante en aquellos inmaduros labios. En el brusco silencio que siguió, dijo:

—Creéis que soy tan sólo una niña, que tenéis años a vuestra disposición para trabajarme, que eventualmente terminaré aceptando. Piensa de nuevo en ello, oh Regente celestial. Tú sabes mejor que nadie los años que tengo en mi interior. Los escucharé a ellos, no a ti.

Alia reprimió a duras penas una agria réplica, y miró furiosamente a Ghanima. ¿Abominación? ¿Qué era aquella niña? Un nuevo miedo de Ghanima empezó a brotar en Alia. ¿Había aceptado su propio compromiso con las vidas que penetraron en ella antes de nacer?

—Todavía tenemos mucho tiempo para que entres en razón —dijo.

—Y quizá también bastante tiempo como para que yo pueda ver la sangre de Farad’n chorreando en mi puñal —dijo Ghanima—. Puedes estar segura de ello. Si alguna vez llego a estar a solas con él, te aseguro que uno de los dos morirá.

—¿Crees haber querido a tu hermano más de lo que lo he querido yo? —preguntó Irulan—. ¡Estás actuando como una estúpida! Yo he sido una madre para él, como lo he sido para ti. Yo he sido…

—Tú nunca has llegado a conocerlo —dijo Ghanima—. Todos vosotros, excepto alguna vez mi bienamada tía, habéis persistido en considerarnos como niños. ¡Sois vosotros los estúpidos! ¡Alia lo sabe! Mírala como sale corriendo hacia…

—No salgo corriendo hacia ningún lado —dijo Alia, pero se giró de espaldas a Irulan y Ghanima y se quedó mirando a las dos amazonas que pretendían no estar oyendo su discusión. Obviamente habían renunciado a enfrentarse con Ghanima. Quizás incluso simpatizaban con ella. Enfurecida, Alia las echó de la estancia. Un obvio alivio se dibujó en sus rostros mientras obedecían.

—Sales corriendo —insistió Ghanima.

—He elegido la forma de vida que más me interesa —dijo Alia, girando en redondo para mirar a Ghanima, sentada con las piernas cruzadas en su lecho. ¿Era posible que ella también hubiera aceptado aquel terrible compromiso interior? Alia intentó descubrir los signos en Ghanima, pero era incapaz de leer la menor evidencia. Entonces se preguntó: ¿Los ha visto ella en mí? ¿Pero cómo ha podido?

—Tú siempre has temido convertirte en una ventana para una multitud —acusó Ghanima—. Pero nosotros somos prenacidos y sabemos. Tú serás su ventana, consciente o inconscientemente. No puedes negarlo. —Y pensó: Sí, te conozco… Abominación. Y quizá yo termine como has terminado tú, pero por ahora tan sólo puedo sentir piedad y desprecio hacia ti.

El silencio colgó entre Ghanima y Alia, algo casi palpable que despertó el adiestramiento Bene Gesserit en Irulan. Miró a ambas y luego dijo:

—¿Por qué os habéis quedado tan quietas y tranquilas repentinamente?

—Estoy pensando en algo que requiere una considerable reflexión —dijo Alia.

—Reflexiona a tu comodidad, querida tía —se burló Ghanima.

Alia, apartando la rabia aún más encendida por la fatiga, dijo:

—¡Ya basta por ahora! Dejémosla pensar en ello. Quizá recobre el buen sentido.

Irulan se puso en pie y dijo:

—De todos modos, es casi el alba. Ghani, antes de que nos vayamos, ¿quieres escuchar el último mensaje de Farad’n? El…

—No quiero escucharlo —dijo Ghanima—. Y a partir de ahora, ¡dejad de llamarme con ese ridículo diminutivo, Ghani! Sirve tan sólo para que sigáis creyendo equivocadamente que soy tan sólo una niña a la que podéis…

—¿Por qué tú y Alia os habéis quedado tan repentinamente tranquilas? —dijo Irulan, volviendo a su anterior pregunta, pero sirviéndose esta vez de las delicadas entonaciones de la Voz.

Ghanima echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada.

—¡Irulan! ¿Estás realmente utilizando la Voz conmigo?

—¿Qué? —Irulan se sintió cogida por sorpresa.

—Eres capaz de enseñar a tu abuela a chupar huevos —dijo Ghanima.

—¿Qué estás diciendo?

—El hecho de que yo recuerde esta expresión y tú no la hayas oído antes, debería hacerte pensar —dijo Ghanima—. Es una vieja expresión de menosprecio de cuando vosotras, las Bene Gesserit, erais jóvenes. Pero si no la ha captado, piensa entonces en lo que estaban pensando tus reales padres cuando decidieron llamarte Irulan. ¿O será acaso Ruinal?

Pese a su adiestramiento, Irulan enrojeció.

—Estás intentando irritarme, Ghanima.

—Y tú estás intentando utilizar la Voz conmigo. ¡Conmigo! Recuerdo los primeros esfuerzos humanos en esta dirección. Los recuerdo, Ruinosa Irulan. Ahora largaos, las dos.

Pero ahora Alia estaba intrigada, cautivada por una inspiración interior que había echado a un lado a su fatiga.

—Quizá tenga una sugerencia que pueda hacerte cambiar de idea, Ghani —dijo.

—¡De nuevo Ghani! —Una desabrida risita escapó de labios de Ghanima. Luego—: Pero reflexiona un momento: Si yo deseara matar a Farad’n, necesitaría tan sólo aceptar vuestros planes. Presumo que habréis pensado en ello. Desconfiad de Ghani cuando esté de un humor tratable. ¿Os dais cuenta? Estoy siendo completamente sincera con vosotras.

—Esto es lo que esperábamos —dijo Alia—. Si tú…

—La sangre de un hermano no puede ser olvidada —dijo Ghanima—. No me presentaré a mis bienamados Fremen como una traidora a sus principios. Nunca perdonar, nunca olvidar. ¿No está esto en nuestro catecismo? Os lo advierto, y lo diré públicamente: no podéis proclamar mi compromiso con Farad’n. ¿Quién, conociéndome, podría creer en ello? Ni el propio Farad’n podría creerlo. Los Fremen, al oír de un tal compromiso, reirían dentro de sus mangas y dirían: «¡Mirad! Lo está atrayendo a una trampa». Si vosotras…

—Lo comprendo —dijo Alia, moviéndose hasta situarse al lado de Irulan. Irulan, observó, permanecía inmóvil en un impresionado silencio, casi consciente de adónde había llevado aquella conversación.

—Así que pensáis atraerlo a una trampa —dijo Ghanima—. Si esto es lo que deseáis, estoy de acuerdo, pero no creo que él caiga en ella. Si deseas este falso compromiso como una moneda falsa con la que comprar el rescate de mi abuela y de tu precioso Duncan, de acuerdo. Pero serás tú quien dé la cara. Rescátalos así. Pero Farad’n, de todos modos, es mío. Seré yo quien lo mate.

Irulan se giró hacia Alia antes de que ella pudiera hablar.

—¡Alia! Si faltamos a nuestra palabra… —dejó en suspenso la frase por un momento, mientras la agria sonrisa de Alia reflejaba la ira de las Grandes Casas en la Asamblea de Faufreluches, las destructivas consecuencias de creer en el honor de los Atreides, la pérdida de la fe religiosa, todas las grandes y pequeñas estructuras que iban a derrumbarse.

—Se volverán contra nosotros —protestó Irulan—. Todas las creencias en Paul como profeta quedarán destruidas. El Imperio…

—¿Quién se atreverá a poner en entredicho nuestro derecho a decidir lo que es correcto y lo que no es correcto? —preguntó Alia, en voz muy baja—. Nosotros mediamos entre el bien y el mal. Tan sólo necesito proclamar…

—¡No puedes hacer eso! —protestó Irulan—. La memoria de Paul…

—No es más que otro instrumento de la Iglesia y el Estado —dijo Ghanima—. No digas tonterías, Irulan. —Ghanima tocó el crys en su cinto y miró a Alia—. He juzgado mal a mi hábil tía, Regente de todo lo que es Sagrado en el Imperio de Muad’Dib. Lo confieso, te he juzgado mal. Atrae a Farad’n hasta nuestra alcoba si quieres.

—Esto es demasiado temerario —protestó Irulan.

—¿Consientes en ese compromiso entonces, Ghanima? —preguntó Alia, ignorando a Irulan.

—Bajo mis propios términos —dijo Ghanima, con la mano aún sobre su crys.

—Yo me lavo las manos en esto —dijo Irulan, e hizo explícitamente el ademán para reforzar sus palabras—. No me hubiera importado discutir todo lo que fuera necesario con tal de conseguir un auténtico compromiso que pudiera cicatrizar…

—Alia y yo te proporcionaremos una herida mucho más difícil de cicatrizar —dijo Ghanima—. Tráelo rápido hasta aquí, si es que viene. Y quizá lo haga. ¿Sospechará nunca de una niña de mi tierna edad? Organizaremos una ceremonia formal de compromiso que requiera su presencia. Entonces dame una oportunidad de quedarme a solas con él… tan sólo un minuto o dos…

Irulan se estremeció ante la evidencia de que Ghanima era, después de todo, enteramente Fremen, una niña cuyo terrible instinto sanguinario no se diferenciaba en nada del de los adultos. Después de todo, los niños Fremen eran adiestrados a rematar a los heridos en el campo de batalla, aliviando de aquel trabajo a las mujeres, que así podían dedicarse a recoger los cuerpos y llevarlos a los destiladores de muertos. Y Ghanima, hablando con la voz de un niño Fremen, acumulaba horror sobre horror con la estudiada madurez de sus palabras, con el antiguo sentimiento de vendetta que la ceñía como una aureola.

—De acuerdo —dijo Alia, y se obligó a evitar que su voz y su rostro traicionaran su alegría—. Prepararemos la ceremonia formal de compromiso. Convocaremos como testigos de la firma a una adecuada asamblea escogida entre las Grandes Casas. Farad’n no podrá sospechar de ningún modo…

—Sospechará, pero vendrá —dijo Ghanima—. Y se rodeará de guardias. ¿Pero quién pensará en protegerlo de mí?

—Por el amor de todo lo que Paul intentó hacer —protestó Irulan—, dejad al menos que hagamos parecer la muerte de Farad’n como un accidente, o como consecuencia de la acción de un tercero…

—¡Será una alegría para mí mostrar mi ensangrentado puñal a mis hermanos! —dijo Ghanima.

—Alia, te lo suplico —dijo Irulan—. Abandona esta temeraria locura. Declara el kanly contra Farad’n, cualquier cosa que…

—No necesitamos una declaración formal de vendetta contra él —dijo Ghanima—. Todo el Imperio sabe lo que nosotros sentimos. —Señaló la manga de su vestido—. Llevamos el amarillo del luto. Cuando lo cambie por el negro del compromiso Fremen, ¿crees que esto va a engañar a alguien?

—Ruega para que engañe a Farad’n —dijo Alia—, y a los delegados de las Grandes Casas que invitaremos para dar testimonio de…

—Cada uno de esos delegados se revolverá contra vosotros —dijo Irulan—. ¡Lo sabes muy bien!

—Una excelente observación —dijo Ghanima—. Escoge con cuidado a esos delegados, Alia. Deben ser personas que puedan ser eliminadas luego sin problemas.

Irulan alzó desesperadamente los brazos, se giró y salió en tromba.

—Ponla bajo estrecha vigilancia para que no intente advertir a su sobrino —dijo Ghanima.

—No intentes enseñarme cómo se conduce un complot —dijo Alia. Se giró y siguió a Irulan, pero a pasos lentos. Los guardias de afuera y los ayudantes que esperaban torbellinearon a su alrededor como partículas de arena en el vértice de un gusano emergiendo a la superficie.

Ghanima agitó tristemente la cabeza de un lado a otro cuando la puerta se cerró, pensando: Es tal como el pobre Leto y yo pensábamos. ¡Dioses de las profundidades! Me hubiera gustado que el tigre me matara a mí en lugar de a él.