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Debido a la consciencia unidireccional del Tiempo en la cual permanecen sumergidas las mentes convencionales, los seres humanos tienden a pensar en todo en estructuras secuenciales, expresables en palabras. Esta trampa mental produce conceptos de efectividad y consecuencia a muy corto término, una condición de constante y no planificada respuesta a las crisis.

LIET-KYNES, Manual de Trabajo de Arrakis

Palabras y movimientos simultáneos, se recordó Jessica a sí misma, y concentró sus pensamientos en aquella preparación mental necesaria para el inminente encuentro.

Había pasado apenas una hora desde la comida, y el dorado sol de Salusa Secundus acababa tan sólo de tocar la pared más alejada del jardín interior que podía ver desde su ventana. Se había vestido meticulosamente: la negra capa con capucha de Reverenda Madre, pero llevando la insignia de los Atreides bordada en oro dentro de un circulo recamado cerca del borde y repetido al extremo de cada una de las mangas. Jessica dispuso cuidadosamente los pliegues de sus ropas mientras se giraba de espaldas a la ventana, manteniendo el brazo izquierdo cruzado sobre su pecho para mostrar el Halcón del emblema.

Farad’n observó los símbolos de los Atreides e hizo un leve comentario al entrar, pero no evidenció ni irritación u sorpresa. Jessica detectó un sutil humor en su voz y se preguntó acerca de él. Observó que Farad’n llevaba la malla gris que ella misma le había sugerido. Se sentó en el bajo diván verde que ella le indicó, relajándose, con su brazo derecho a la espalda.

¿Por qué me fío de ella?, se preguntó Farad’n. ¡Es una bruja Bene Gesserit!

Jessica, leyendo aquel pensamiento en el contraste entre su cuerpo relajado y la expresión de su rostro, sonrió y dijo:

—Te fías de mí porque sabes que el nuestro es un buen pacto, y deseas lo que yo puedo enseñarte.

Observó que el asomo de un fruncimiento de cejas rozaba su frente, y agitó su mano izquierda para calmarlo.

—No. No leo la mente. Leo el rostro, el cuerpo, los modales, el tono de voz, la actitud de los brazos. Cualquiera que haya aprendido la manera Bene Gesserit puede hacerlo.

—¿Y me enseñaréis?

—Estoy segura de que has estudiado los informes acerca de nosotras —dijo ella—. ¿Has encontrado en algún lugar un informe que diga que no hemos cumplido una promesa explícita?

—Ningún informe, pero…

—Sobrevivimos en parte por la completa confianza que puede tener la gente en nuestra sinceridad. Y esto aún no ha cambiado.

—Lo encuentro razonable —dijo él—. Estoy ansioso por empezar.

—Me sorprende que nunca hayas solicitado una maestra a la Bene Gesserit —dijo ella—. Se hubieran disputado la oportunidad de convertirte en su deudor.

—Mi madre nunca quiso escucharme cuando le pedía que lo hiciera —dijo él—. Pero ahora… —Se alzó de hombros, un elocuente comentario al destierro de Wensicia—. ¿Podemos empezar?

—Hubiera sido mucho mejor empezar cuando eras más joven —dijo Jessica—. Ahora va a ser muy duro para ti, y mucho más largo. Habrás de empezar aprendiendo paciencia, una extrema paciencia. Ruego por que no encuentres el precio demasiado alto.

—No a cambio de la recompensa que me ofrecéis.

Ella captó su sinceridad, la urgencia de su expectación y un toque de temor, en el tono de su voz. Aquello formaba una base para empezar.

—El arte de la paciencia, entonces, comenzando con algunos ejercicios elementales prana-bindu para piernas y brazos y para la respiración. Dejaremos las manos y los dedos para más tarde. ¿Estás preparado? —se sentó en una banqueta frente a él.

Farad’n asintió, mostrando una expectante expresión en su rostro para ocultar el repentino asalto del miedo. Tyekanik le había advertido de que tenía que haber algún engaño en la oferta de Dama Jessica, algo tramado en connivencia con la Hermandad:

—No podéis creer que la ha abandonado otra vez, o que la Hermandad la haya abandonado a ella —había dicho. Farad’n había cortado la discusión con un irritado acceso de rabia que inmediatamente había lamentado. Su reacción emocional le había hecho aceptar de un modo más consecuente las precauciones de Tyekanik. Farad’n miró a los cuatro ángulos de la estancia, el sutil brillo de los adornos en el techo. Pero todo lo que brillaba no eran adornos: todo lo que ocurriera en aquella estancia sería grabado, y mentes bien adiestradas revisarían cada matiz, cada palabra, cada movimiento que se hubiera producido en ella.

Jessica sonrió, notando la dirección de su mirada pero no dando a entender que sabía lo que llamaba su atención.

Prosiguió:

—Para aprender paciencia a la manera Bene Gesserit, debes empezar por reconocer la esencial y desnuda inestabilidad de nuestro universo. Nosotros llamamos naturaleza, significando con ello su totalidad en todas sus manifestaciones, Supremo No-Absoluto. Para dejar libre tu visión y permitirte reconocer los cambiantes caminos de esta naturaleza condicional, tienes que extender hacia adelante los dos brazos, abrir las manos. Entonces mira hacia tus manos extendiendo primero las palmas, luego el dorso. Examina los dedos, arriba y por abajo. Hazlo.

Farad’n lo hizo, pero se sintió estúpido. Aquellas eran sus propias manos. Las conocía muy bien.

—Imagina que tus manos envejecen —dijo Jessica—. Tienen que hacerse muy viejas a tus ojos. Muy, muy viejas. Observa cómo se reseca la piel…

—Mis manos no cambian —dijo él. Sintió que los músculos de sus brazos temblaban.

—Continúa mirando a tus manos. Hazlas viejas, tan viejas como puedas imaginar. Puede que necesites tiempo. Pero cuando hayas conseguido verlas envejecidas, invierte el proceso. Vuelve de nuevo tus manos jóvenes… tan jóvenes como puedas. Luego esfuérzate en hacerlas pasar de la infancia a la vejez y viceversa, adelante y atrás, adelante y atrás.

—¡No cambian! —protestó él. Sus hombros empezaban a dolerle también.

—Si se lo pides a tus sentidos, tus manos cambiarán —dijo ella—. Concéntrate en visualizar el flujo del tiempo que desees: de la infancia a la vejez, de la vejez a la infancia. Puede ocuparte horas, días, meses. Pero puedes hacerlo. Dominar este flujo te enseñará a ver cualquier sistema como algo girando en una relativa estabilidad… tan sólo relativa.

—Creía que iba a aprender la paciencia —Jessica pudo captar la irritación en su voz, así como un asomo de frustración.

—Y la estabilidad relativa —dijo—. Esta es la perspectiva que tú creas con tus propias creencias, y tus creencias pueden ser manipuladas por la imaginación. Tú has aprendido tan sólo una forma limitada de mirar al universo. Ahora debes hacer del universo tu propia creación. Eso te permitirá controlar cualquier relativa estabilidad para tu propio uso… para cualquier uso que seas capaz de imaginar.

—¿Cuánto tiempo habéis dicho que voy a necesitar?

—Paciencia —le recordó ella.

Una espontánea sonrisa rozó los labios de Farad’n. Sus ojos la miraron, vacilantes.

—¡Mira a tus manos! —restalló ella.

La sonrisa se desvaneció. Sus ojos se clavaron en concentración sobre sus manos extendidas.

—¿Qué debo hacer cuando se me cansen los brazos? preguntó.

—Deja de hablar y concéntrate —dijo ella—. Si te sientes demasiado cansado, déjalo. Vuelve a ello después de pocos minutos de relajación y ejercicios. Debes insistir hasta que tengas éxito. En tus actuales condiciones, esto es mucho más importante de lo que puedes llegar a imaginar. Aprende esta lección, o no recibirás ninguna otra.

Farad’n inhaló profundamente, se mordió los labios, miró fijamente a sus manos. Las giró lentamente: dorso, palma, dorso, palma… Sus hombros se estremecían por la fatiga. Dorso, palma… Nada cambiaba.

Jessica se puso en pie, se dirigió a la única puerta.

Farad’n habló sin apartar la atención de sus manos.

—¿Adónde vais?

—Trabajarás mejor si estás solo. Volveré dentro de una hora. Paciencia.

—¡Lo sé!

Ella lo estudió por unos instantes. Qué concentrado parecía. Por el espacio de un latido de su corazón le recordó bruscamente a su propio perdido hijo. Se permitió un suspiro y dijo:

—Cuando vuelva te enseñaré las lecciones para descansar tus músculos. Lleva tiempo. Te quedarás asombrado cuando descubras lo que puedes hacer con tu cuerpo y tus sentidos.

Salió.

Los omnipresentes guardias ocuparon sus posiciones tres pasos detrás de ella, y la escoltaron en su camino hacia abajo. Su reverente temor era obvio. Eran Sardaukar, triplemente advertidos de sus habilidades, adiestrados en el recuerdo de su fracaso a manos de los Fremen en Arrakis. Aquella bruja era una Reverenda Madre Fremen, una Bene Gesserit y una Atreides.

Jessica, mirando hacia atrás, vio en sus tensos rostros un nuevo hito en sus designios. Apartó la mirada de ellos cuando llegó a la escalinata, descendió delante de ellos y penetró en un corto pasillo que conducía al jardín interior bajo sus ventanas.

Ahora, si tan sólo Duncan y Gurney pudieran cumplir con sus partes, pensó, mientras sentía chirriar la grava del sendero bajo sus pies, y veía la dorada luz filtrarse entre las verdes hojas.