En todas las máximas fuerzas socializantes uno hallará siempre un movimiento subterráneo que pretende conseguir y mantener el poder a través del uso de las palabras. Desde los doctores brujos hasta los sacerdotes y hasta los burócratas, siempre es así. El populacho gobernado debe ser condicionado a aceptar el poder de las palabras como cosas actuales, para confundir el sistema simbolizado con el universo tangible. En el mantenimiento de una tal estructura de poder, algunos símbolos son mantenidos fuera del alcance de la común comprensión… símbolos tales como aquellos que tienen relación con la manipulación económica o aquellos que definen la interpretación local del sano juicio. Una ocultación simbólica de esta clase conduce al desarrollo de sublenguajes fragmentarios, y cada uno de ellos se convierte en una señal que sus usuarios van acumulando como una cierta forma de poder. Debido a esta comprensión de los nuevos procesos de formación del poder, nuestra Fuerza de Seguridad Imperial debe estar siempre alerta a la formación de sublenguajes.
Lección en la Universidad de la Guerra de Arrakis, por la PRINCESA IRULAN
—Quizá sea innecesario decíroslo —observó Farad’n— pero para evitar cualquier error debo anunciar que he situado a un centinela sordomudo con órdenes de mataros a ambos en el momento mismo en que yo muestre señales de estar sucumbiendo a la brujería.
No esperaba apreciar ningún efecto visible ante aquellas palabras. Tanto Dama Jessica como Idaho confirmaron sus expectativas.
Farad’n había elegido cuidadosamente el lugar para su primer examen de la pareja. La antigua Sala de Audiencias Oficiales de Shaddam. Lo que le faltaba en grandeza quedaba compensado por lo exótico de la decoración. Afuera reinaba un atardecer de invierno, pero la iluminación de la estancia, sin ventanas, simulaba un radiante día de verano, bañada por la dorada luz de varios globos del más puro cristal ixiano sabiamente dispuestos.
Las noticias llegadas de Arrakis habían llenado a Farad’n de una tranquila exaltación. Leto, el gemelo masculino, estaba muerto, despedazado por un tigre asesino. Ghanima, la hermana superviviente, estaba bajo la custodia de su tía, presumiblemente como rehén. El informe en su totalidad explicaba mucho de la presencia de Idaho y de Dama Jessica. Estaban pidiendo asilo. Los espías de los Corrino informaban de una situación de incertidumbre en Arrakis. Alia había aceptado someterse a una prueba denominada «El Juicio de la Posesión», cuyo propósito no había sido completamente explicado. De todos modos, no había sido fijada ninguna fecha para aquel juicio, y dos de los espías de Corrino coincidían en creer que nunca tendría lugar. De todos modos, había algunas cosas evidentes: se habían producido encuentros entre los Fremen del desierto y los Fremen del Ejército Imperial, una abortada guerra civil que había conducido al gobierno a una inmovilidad temporal. El territorio de Stilgar era ahora un terreno neutral, señalado como tal tras un intercambio de rehenes. Evidentemente Ghanima había sido considerada uno de esos rehenes, aunque no quedaba clara la forma en que se había producido.
Jessica e Idaho habían sido llevados a la audiencia concienzudamente atados en sillas a suspensor. Ambos estaban inmovilizados por delgados y mortíferos hilos shiga que cortarían su carne al menor gesto violento. Dos soldados Sardaukar los habían traído hasta allí, habían controlado las ligaduras, y luego se habían ido en silencio.
La advertencia de Farad’n había sido, por supuesto, innecesaria. Jessica había visto inmediatamente al soldado sordomudo de pie junto a la pared, a su derecha, con una antigua pero eficiente arma a proyectiles en su mano. Dejó vagar su mirada por la exótica decoración. Las anchas hojas del raro arbusto de hierro habían sido incrustadas con perlas ojo y luego entrelazadas para formar el crucero de la bóveda en forma de domo del techo. El suelo debajo de ella estaba formado por bloques alternados de madera diamante y conchas kabuzu embutidas en franjas rectangulares de huesos de passaquet. Los bloques habían sido encajados en el suelo, cortados al láser y luego pulidos. Materiales duros seleccionados decoraban las paredes formando diseños que resaltaban las cuatro posiciones del símbolo del León reivindicado por los descendientes del difunto Shaddam IV. Los leones habían sido moldeados en oro sin refinar.
Farad’n había decidido recibir a los cautivos de pie. Llevaba el pantalón corto del uniforme y una ligera chaquetilla dorada de seda de elfo abierta en el cuello. Su único adorno era la explosión estelar correspondiente a los príncipes que su familia real llevaba a la izquierda en el pecho. Estaba asistido por el Bashar Tyekanik, vestido con uniforme Sardaukar color marrón y gruesas botas; una adornada pistola láser colgaba en la parte delantera de su cinturón, metida en su funda. Tyekanik, cuyo macizo rostro era conocido de Jessica a través de los informes de la Bene Gesserit, se mantenía inmóvil tres pasos a la izquierda y ligeramente detrás de Farad’n. Un trono de madera oscura descansaba en el suelo cerca de la pared, directamente detrás de ambos.
—Ahora —dijo Farad’n, dirigiéndose a Jessica—, ¿tenéis algo que decir?
—Desearía saber por qué hemos sido atados así —dijo Jessica, indicando el hilo shiga.
—Acabamos de recibir informes procedentes de Arrakis que explican vuestra presencia aquí —dijo Farad’n—. Quizás os deje libres ahora —sonrió—. Si vos… —se interrumpió al entrar su madre por la puerta de autoridades tras los cautivos.
Wensicia casi rozó a Jessica e Idaho al pasar por su lado, sin siquiera echarles una mirada, y entregó un pequeño cubo de mensajes a Farad’n, activándolo. Farad’n estudió la superficie iluminada, mirando ocasionalmente a Jessica y luego al cubo. La superficie iluminada se oscureció de nuevo y Farad’n devolvió el cubo a su madre, indicándole que se lo mostrara a Tyekanik. Mientras ella obedecía, Farad’n miró a Jessica con el ceño fruncido.
Tras un momento, Wensicia se situó al lado de Farad’n, a la derecha, con el apagado cubo en su mano, parcialmente oculto en un pliegue de su blanco vestido.
Jessica miró a su izquierda, a Idaho, pero él rehusó cruzar su mirada.
—La Bene Gesserit está descontenta conmigo —dijo Farad’n—. Creen que soy el responsable de la muerte de vuestro nieto.
Jessica mantuvo su rostro impasible, mientras pensaba: Así pues, la historia de Ghanima ha sido comprobada, a menos que… No le gustaban las incógnitas que se desprendían de ello.
Idaho cerró los ojos, luego los abrió para mirar a Jessica. Ella continuó con la vista clavada en Farad’n. Idaho le había hablado de su visión Rhajia, pero ella había aparentando no darle importancia. No sabía cómo catalogar su ausencia de emociones. De todos modos, era obvio que ella sabía algo que no quería revelar.
—Esta es la situación —dijo Farad’n, y procedió a explicar todo lo que sabía acerca de los acontecimientos en Arrakis sin olvidar nada. Concluyó—: Vuestra nieta ha sobrevivido, pero me han informado que está bajo la custodia de Dama Alia. Esto debería tranquilizaros.
—¿Has sido tú quien ha matado a mi nieto? —preguntó Jessica.
Farad’n respondió con sinceridad:
—No he sido yo. He sabido recientemente de un complot, pero no ha sido maquinado por mí.
Jessica miró a Wensicia, captó la expresión de maligna alegría en aquel rostro en forma de corazón: ¡Ha sido ella! La leona tiembla por su cachorro. Aquel era un juego que la leona iba a lamentar, si seguía con vida.
Volviendo de nuevo su atención a Farad’n, Jessica dijo:
—Pero la Hermandad cree que tú lo has matado.
Farad’n se giró hacia su madre.
—Muéstrale el mensaje.
Wensicia dudó. Farad’n adoptó un tono irritado que Jessica anotó para futuro uso.
—¡Te he dicho que se lo muestres!
Con el rostro pálido, Wensicia presentó a Jessica la cara del cubo que contenía el mensaje y lo activó. Las palabras se deslizaron a través de la cara, respondiendo a los movimientos de los ojos de Jessica: «El Consejo de la Bene Gesserit en Wallach IV envía una protesta formal contra la Casa de los Corrino en relación con el asesinato de Leto Atreides II. Las argumentaciones y las pruebas aportadas han sido dirigidas a la Comisión de Seguridad Interna del Landsraad. Será elegido un terreno neutral, y los nombres de los jueces serán sometidos para su aprobación a todas las partes. Se solicita una respuesta inmediata. Sabit Rekush, por el Landsraad».
Wensicia regresó al lado de su hijo.
—¿Qué vas a responder? —preguntó Jessica.
—Desde el momento en que mi hijo aún no ha sido investido formalmente como cabeza de la casa de los Corrino —dijo Wensicia—, yo… ¿Adónde vas? —sus últimas palabras iban dirigidas a Farad’n que, mientras ella hablaba, se había girado y se dirigía hacia una puerta lateral junto al vigilante sordomudo.
Farad’n se detuvo y se giró a medias.
—Regreso a mis libros y a todas las demás investigaciones, que tienen mucho más interés para mí.
—¿Cómo te atreves? —exclamó Wensicia. Un teñido rubor surgió de su cuello a sus mejillas.
—Me atreveré a muchas cosas en mi propio nombre —dijo Farad’n—. Tú has tomado decisiones en mi nombre, decisiones que yo considero extremadamente desagradables. ¡O bien desde este momento tomo las decisiones en mi propio nombre, o puedes ir a buscarte otro heredero para la Casa de los Corrino!
Jessica pasó rápidamente su mirada por los participantes en aquella disputa, captando la auténtica irritación de Farad’n. El Ayudante Bashar permanecía de pie en posición de firmes, intentando aparentar que no había oído nada. Wensicia vaciló, al borde de echarse a gritar de rabia. Farad’n parecía perfectamente dispuesto a aceptar cualquier salida de aquel enfrentamiento. Jessica se vio obligada a admirar su serenidad, captando varias cosas en aquella confrontación que más tarde podrían ser de gran valor para ella. Parecía que la decisión de enviar tigres asesinos contra sus nietos había sido tomada sin el conocimiento de Farad’n. Apenas podían quedar dudas de su sinceridad cuando había dicho que había sabido del complot tras su puesta a punto. No cabía error en la auténtica ira que brillaba en sus ojos mientras permanecía de pie allá, dispuesto a aceptar cualquier decisión.
Wensicia inspiró profunda y temblorosamente.
—Muy bien —dijo—. La investidura formal tendrá lugar mañana. Pero puedes actuar desde ahora como si ya se hubiera producido. —Miró a Tyekanik, que se negó a cruzar su mirada.
Habrá una auténtica batalla de gritos apenas madre e hijo hayan salido de aquí, pensó Jessica. Pero creo que el vencedor va a ser él. Dejó que sus pensamientos regresaran al mensaje del Landsraad. La Hermandad había elaborado su mensaje con una sutileza típica de la Bene Gesserit. Oculto en aquella nota formal de protesta había un mensaje para los ojos de Jessica. Las interlíneas del mensaje decían que los espías de la Hermandad sabían la situación de Jessica y habían calificado a Farad’n con una suprema exactitud al calcular quién le iba a mostrar el mensaje a su prisionera.
—Desearía una respuesta a mi pregunta —dijo Jessica, dirigiéndose a Farad’n apenas este giró el rostro hacia ella.
—Diré al Landsraad que no tengo nada que ver con este asesinato —dijo Farad’n—. Añadiré que comparto la repugnancia de la Hermandad por el modo en que ha sido realizado, aunque no pueda sentirme totalmente disgustado por los resultados. Mis excusas por el dolor que este hecho os haya podido causar. El destino golpea en cualquier lugar.
¡El destino golpea en cualquier lugar!, pensó Jessica. Aquella había sido una de las frases favoritas de su Duque, y algo en las maneras de Farad’n indicaba que debía saberlo muy bien. Se forzó a sí misma a ignorar la posibilidad de que realmente hubiera sido él el causante de la muerte de Leto. Debía asumir que los temores de Ghanima en relación a Leto habían motivado una completa revelación de los planes de los gemelos. Los contrabandistas pondrían a Gurney en situación de encontrarse con Leto, y entonces la Hermandad podría actuar. Leto debía ser probado. Tenía que serlo. Sin la prueba estaba condenado, como Alia estaba condenada. Y Ghanima… Bueno, se ocuparía de aquello más tarde. No había forma de enviar a la prenacida a la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam ahora.
Jessica suspiró profundamente.
—Más pronto o más tarde —dijo—, a alguien se le ocurrirá que tú y mi nieta podríais unir nuestras dos casas y cicatrizar así las viejas heridas.
—Ya se me ha hablado de ello como una posibilidad —dijo Farad’n, mirando brevemente a su madre—. Mi respuesta fue que prefiero esperar al resultado de los recientes acontecimientos en Arrakis. No necesitamos una decisión apresurada.
—Existe también la posibilidad de que tú le hayas hecho el juego a mi hija —dijo Jessica.
Farad’n se envaró.
—¡Explicaos!
—Las cosas en Arrakis no son como pueden parecerte —dijo Jessica—. Alia lleva a cabo su propio juego. El juego de una Abominación. Mi nieta está en peligro a menos que Alia encuentre un medio de servirse de ella.
—¿Esperas hacerme creer que vos y vuestra hija estáis en campos opuestos, que los Atreides luchan con los Atreides?
Jessica miró a Wensicia, luego de nuevo a Farad’n.
—Los Corrino luchan con los Corrino.
Una agria sonrisa se dibujó en los labios de Farad’n.
—Tocado. ¿Cómo creéis que le he hecho el juego a vuestra hija?
—Dejándote implicar en la muerte de mi nieto, secuestrándome.
—Secues…
—No creas a esa bruja —advirtió Wensicia.
—Yo elegiré a quién debo creer, madre —dijo Farad’n—. Perdonadme, Dama Jessica, pero no comprendo ese asunto del secuestro. Se me ha dado a entender que vos y vuestro fiel secuaz…
—Que es el esposo de Alia —dijo Jessica.
Farad’n dirigió una inquisitiva mirada a Idaho, luego miró al Bashar.
—¿Qué opinas tú, Tyek?
Aparentemente, el Bashar pensaba casi lo mismo que Jessica. Dijo:
—Me gusta su razonamiento. Es cauteloso.
—Él es un ghola-mentat —dijo Farad’n—. Podemos sondearlo hasta la muerte sin conseguir arrancarle una respuesta segura.
—Pero es una buena premisa trabajar pensando que podemos ser engañados —dijo Tyekanik.
Jessica supo que había llegado el instante de efectuar su movimiento. Si tan sólo la pesadumbre de Idaho lo mantenía dentro de los límites de la parte reservada a él. Le desagradaba utilizarlo de aquella manera, pero había otras consideraciones más importantes.
—Para empezar —dijo Jessica—, puedo anunciar públicamente que he venido aquí por mi propia y libre elección.
—Interesante —dijo Farad’n.
—Deberás tener confianza en mí y garantizarme la completa libertad en Salusa Secundus —dijo Jessica—. No debe haber la menor apariencia de que estoy hablando bajo coerción.
—¡No! —protestó Wensicia. Farad’n la ignoró.
—¿Qué razón aduciréis?
—Que soy la plenipotenciaria de la Hermandad enviada para tomar a mi cargo tu educación.
—Pero la Hermandad acusa…
—Esto requiere una acción decisiva por tu parte —dijo Jessica.
—¡No confíes en ella! —dijo Wensicia.
Con extremada cortesía, Farad’n miró a su madre y dijo:
—Si me interrumpes una vez más, haré que Tyek te saque de aquí. Ha oído tu consentimiento a mi investidura formal. Esto lo ata a mí ahora.
—¡Te digo que es una bruja! —Wensicia miró al guardia sordomudo junto a la pared lateral.
Farad’n vaciló. Luego:
—Tyek, ¿qué piensas de esto? ¿Te sientes embrujado?
—No, a mi modo de ver. Ella…
—¡Ambos estáis embrujados!
—Madre —el tono de Farad’n era llano y conclusivo.
Wensicia apretó los puños, intentó hablar, se giró bruscamente y salió de la estancia.
Dirigiéndose una vez más a Jessica, Farad’n preguntó:
—¿Consentirá esto la Bene Gesserit?
—Lo hará.
Farad’n absorbió las implicaciones de aquello, sonrió ácidamente.
—¿Qué espera obtener la Hermandad con todo esto?
—Tu matrimonio con mi nieta.
Idaho lanzó una interrogativa mirada a Jessica, pareció como si fuera a hablar, pero permaneció en silencio.
—¿Ibas a decir algo, Duncan? —preguntó Jessica.
—Iba a decir que la Bene Gesserit desea lo que siempre ha deseado: un universo que no interfiera con ella.
—Una hipótesis obvia —dijo Farad’n—, pero difícilmente veo por qué haces hincapié en ella.
Las cejas de Idaho suplieron el alzarse de hombros que el hilo shiga no le permitía efectuar. Desconcertantemente sonrió.
Farad’n captó su sonrisa y se giró para enfrentarse a Idaho.
—¿Te divierto?
—Toda esta situación me divierte. Alguien en vuestra familia ha comprometido a la Cofradía Espacial usándola para transportar instrumentos de asesinato a Arrakis, instrumentos cuyo destino no podía ser ocultado. Habéis ofendido a la Bene Gesserit matando a un macho que deseaban para su programa de…
—¿Me estás llamando mentiroso, ghola?
—No. Creo que no sabíais nada de la conjura. Pero pienso que la situación necesita ser enfocada.
—No olvides que es un mentat —hizo notar Jessica.
—En ello pensaba —dijo Farad’n. De nuevo hizo frente a Jessica—. Supongamos que os dejo libre y que vos hacéis vuestro anuncio. Queda en el aire la cuestión de la muerte de vuestro nieto. El mentat está en lo cierto.
—¿Ha sido tu madre? —preguntó Jessica.
—¡Mi Señor! —avisó Tyekanik.
—Está bien, Tyek —Farad’n hizo un gesto con la mano—. ¿Y si yo dijera que ha sido mi madre?
Arriesgándolo todo en un intento de abrir aún más aquella brecha en el seno de los Corrino, Jessica dijo:
—Deberías denunciarla y exiliarla.
—Mi Señor —dijo Tyekanik—, aquí podría haber un engaño dentro de otro engaño.
—Y Dama Jessica y yo somos quienes hemos sido engañados —dijo Idaho.
La mandíbula de Farad’n se endureció.
Y Jessica pensó: ¡No interfieras, Duncan! ¡No ahora! Pero las palabras de Idaho habían puesto en movimiento sus habilidades Bene Gesserit. Aquello la impresionó. Y empezó a preguntarse si no habría la posibilidad de que ella estuviera siendo usada en una forma que no conseguía comprender. Ghanima y Leto… Los prenacidos podían alcanzar incontables experiencias interiores, un inmenso depósito de consejos mucho más extenso que todo lo que cualquier Bene Gesserit viva podía utilizar. Y había también aquella otra cuestión: ¿Había sido su propia Hermandad completamente sincera con ella? Podía ser que aún no confiaran en ella por completo. Después de todo, ya la había traicionado en una ocasión… por su Duque.
Farad’n miró a Idaho con el ceño perplejamente fruncido.
—Mentat, necesito saber qué es para ti ese Predicador.
—Ha arreglado nuestro viaje hasta aquí. Yo… no hemos intercambiado más de diez palabras. Otros han actuado por él. Podría ser… podría ser Paul Atreides, pero no tengo ninguna seguridad. Todo lo que sé con certeza es que había llegado para mí el tiempo de irme y él disponía de los medios.
—Has dicho que has sido engañado —le recordó Farad’n.
—Alia espera que vos nos asesinéis discretamente y ocultéis toda evidencia de ello —dijo Idaho—. Habiéndola librado de Dama Jessica, yo ya no soy de ninguna utilidad para ella. Y Dama Jessica, habiendo servido a los propósitos de su Hermandad, ya no es de ninguna utilidad para la misma. Alia pedirá cuentas de ello a la Bene Gesserit, pero ésta triunfará.
Jessica cerró los ojos, concentrándose. ¡Tenía razón! Podía oír la firmeza del mentat en su voz, aquella profunda sinceridad en su declaración.
El esquema completo encajó en su lugar sin una grieta. Inspiró profundamente dos veces y activó el trance mnemónico, hizo rodar los datos en su mente, saltó del trance y abrió los ojos. Todo aquello se produjo en los breves instantes en que Farad’n se alejaba de ella para situarse a medio paso de Idaho… un recorrido de no más de tres pasos.
—No digas nada más, Duncan —dijo Jessica, y pensó tristemente en cómo Leto lo había puesto en guardia contra el condicionamiento Bene Gesserit.
Idaho, a punto de hablar, cerró la boca.
—Aquí soy yo quien manda —dijo Farad’n—. Continúa, mentat.
Idaho permaneció en silencio.
Farad’n se giró a medias para estudiar a Jessica.
Ella miraba a un punto en la pared más alejada, revisado lo que Idaho y el trance habían edificado en su mente.
La Bene Gesserit no había abandonado la línea Atreides, por supuesto. Pero buscaban el control de un Kwisatz Haderach y habían invertido demasiado en aquel largo programa de selección genética. Deseaban un enfrentamiento abierto entre los Atreides y los Corrino, una situación en la que pudieran actuar como árbitros. Y Duncan tenía razón.
Aquello surgiría con el control de Ghanima y de Farad’n. Era el único compromiso posible. Lo alucinante era que Alia no se hubiera dado cuenta de ello. Jessica intentó deglutir el nudo que se formó en su garganta. Alia… ¡Una Abominación! Ghanima tenía razón al sentir piedad por ella. ¿Pero quién sentiría piedad por Ghanima?
—La Hermandad ha prometido situarte en el trono con Ghanima como compañera —dijo Jessica.
Farad’n retrocedió un paso. ¿Acaso las brujas podían leer los pensamientos?
—Han trabajado en secreto y no a través de tu madre —dijo Jessica—. Te han dicho que yo no estaba al corriente de sus planes.
Jessica leyó la confirmación en el rostro de Farad’n. Qué claro era ahora todo. Y era cierto, toda la estructura. Idaho había demostrado una habilidad maestra como mentat viendo a través de todos los velos con los limitados datos que tenía disponibles.
—Así que han jugado un doble juego y te lo han dicho —observó Farad’n.
—No me han dicho nada de esto —dijo Jessica—. Duncan estaba en lo cierto: me engañaron. —Asintió para sí misma. Había sido la clásica acción dilatoria según el esquema tradicional de la Hermandad… una historia razonable, fácilmente aceptada debido a que encajaba con todo lo que se podía creer acerca de sus motivaciones. Pero deseaban a Jessica fuera de su camino… una hermana defectuosa que ya les había fallado una vez.
Tyekanik se situó al lado de Farad’n.
—Mi Señor, esos dos son demasiado peligrosos para…
—Espera un momento, Tyek —dijo Farad’n—. Hay ruedas dentro de otras ruedas aquí. —Hizo frente a Jessica—. Tenemos razones para creer que Alia podría ofrecerse a mí como esposa.
Idaho experimentó un involuntario sobresalto, pero se controló inmediatamente. La sangre empezó a manar de su muñeca izquierda, allá donde el hilo shiga había cortado la carne.
Jessica se permitió una pequeña reacción abriendo mucho los ojos. Ella, que había conocido al Leto original como amante y padre de sus hijos, confidente y amigo, reconoció allí su característico rasgo de frío razonamiento infiltrado ahora a través de las alteraciones de una Abominación.
—¿Aceptaríais? —preguntó Idaho.
—Es una posibilidad que hay que considerar.
—Duncan, te he dicho que te mantuvieras callado —dijo Jessica. Se dirigió a Farad’n—. Su precio son dos muertes insignificantes… nosotros dos.
—Hemos sospechado la traición —dijo Farad’n—. ¿No fue tu hijo quien dijo: «la traición engendra la traición»?
—La Hermandad está intentando controlar tanto a los Atreides como a los Corrino —dijo Jessica—. ¿Acaso no es obvio?
—Estoy estudiando la idea de aceptar vuestra oferta, Dama Jessica. Pero Duncan Idaho debería ser enviado de nuevo a su amante esposa.
El dolor es una función nerviosa, se recordó a sí mismo Idaho. El dolor llega como la luz llega al ojo. El esfuerzo viene de los músculos, no de los nervios. Era un viejo ejercicio mentat, y lo completó en el espacio de un suspiro: flexionó su muñeca derecha, y apretó una arteria contra el hilo shiga.
Tyekanik saltó hacia la silla, golpeó el dispositivo que soltaba las ligaduras, y pidió ayuda médica. Fue revelador el que los sirvientes aparecieran inmediatamente a través de una serie de puertas ocultas en los paneles de las paredes.
Siempre ha existido un asomo de estupidez en Duncan, pensó Jessica.
Farad’n estudió por un momento a Jessica mientras los médicos auxiliaban a Idaho.
—No he dicho que estuviera dispuesto a aceptar a su Alia.
—No es por eso por lo que se ha cortado la vena —dijo Jessica.
—¿Oh? Creí que simplemente quería suicidarse.
—No eres tan estúpido —dijo Jessica—. Deja de fingir conmigo.
Él sonrió.
—Soy bien consciente de que Alia me destruiría.
Ni siquiera la Bene Gesserit conseguiría convencerme de aceptarla.
Jessica clavó en Farad’n una interrogadora mirada. ¿Qué era aquel joven retoño de la Casa de los Corrino? No sabía representar bien el papel de estúpido. Recordó una vez más las palabras de Leto respecto a que encontraría a un estudiante digno de interés. Y el Predicador también quería esto, había dicho Idaho. Deseó ardientemente haberse encontrado con aquel Predicador.
—¿Vas a exiliar a Wensicia? —preguntó Jessica.
—Me parece un acuerdo razonable —dijo Farad’n.
Jessica miró a Idaho. Los médicos habían terminado con él. Ligaduras menos peligrosas lo mantenían ahora sujeto a la silla flotante.
—Los mentats deberían prevenirse contra los absolutos —dijo.
—Estoy cansado —dijo Idaho—. No tenéis idea de lo cansado que estoy.
—Cuando es superexplotada, incluso la lealtad termina por desgastarse —dijo Farad’n.
Jessica le dirigió de nuevo una inquisitiva mirada. Farad’n, dándose cuenta de ello, pensó: Con el tiempo llegará a conocerme mejor, y esto será valioso para mí. ¡Una Bene Gesserit renegada a mi disposición! Eso fue lo que tuvo su hijo y no he tenido yo. Dejemos que por ahora tenga tan sólo una vislumbre de mí. El resto lo podrá ver más tarde.
—Un intercambio honesto —dijo Farad’n—. Acepto vuestra oferta en vuestros términos. —Hizo una seña al guardia sordomudo apoyado contra la pared con un complejo agitar de dedos. El sordomudo asintió. Farad’n se inclinó sobre los controles de la silla y liberó a Jessica.
—Mi Señor, ¿estáis seguro? —preguntó Tyekanik.
—¿No fue eso lo que discutimos? —preguntó Farad’n.
—Sí, pero…
Farad’n se echó a reír, dirigiéndose a Jessica.
—Tyek sospecha de mis fuentes de enseñanza. Pero uno aprende de los libros y de las bobinas tan sólo algunas de las cosas que puede hacer. La verdadera enseñanza requiere que uno haga realmente estas cosas.
Jessica meditó en aquello mientras se levantaba de la silla. Su mente regresó a las señas de la mano de Farad’n. ¡Tenía un lenguaje de batalla al estilo del de los Atreides! Aquello indicaba un atento análisis. Alguien allí estaba copiando conscientemente a los Atreides.
—Por supuesto —dijo Jessica—, desearás que te enseñe del mismo modo en que son enseñadas las Bene Gesserit.
Farad’n la miró radiante.
—Esta es una oferta a la cual no me puedo resistir —dijo.