21

La hipótesis de que los seres humanos existen dentro de un universo esencialmente no permanente, tomada como una base operativa, exige que el intelecto se convierta en un instrumento de equilibrio totalmente consciente. Pero el intelecto no puede reaccionar así sin arrastrar a todo el organismo. Un tal organismo puede ser reconocido por su comportamiento ardiente, impulsivo. Y lo mismo ocurre con una sociedad considerada como un organismo. Pero aquí nos encontramos con una vieja inercia. Las sociedades se mueven bajo el estímulo de antiguos y reactivos impulsos. Exigen permanencia. Cualquier tentativa de mostrarle el universo no permanente trae como resultado esquemas de rechazo, miedo, ira y desesperación. Entonces, ¿cómo podemos explicar la aceptación de la presciencia? Simplemente: el dispensador de visiones prescientes, debido a que habla de una absoluta (permanente) realización, puede ser recibido con alegría por la humanidad incluso cuando predica los más terribles acontecimientos.

El Libro de Leto, según HARQ AL-ADA

—Es como luchar en la oscuridad —dijo Alia.

Midió rabiosamente sus pasos arriba y abajo de la Cámara del Consejo, de los altos tapices plateados que tamizaban la luz de la mañana en las ventanas orientadas al este hasta los divanes agrupados bajo los grandes paneles decorativos en la pared al otro lado de la estancia. Sus sandalias cruzaron las alfombras de fibra de especia, el parquet de madera, las losas de granito y, de nuevo, las alfombras. Finalmente se detuvo ante Irulan e Idaho, que permanecían sentados la una frente al otro en divanes de piel de ballena gris.

Idaho se había resistido a regresar desde el Tabr, pero ella le había dado órdenes perentorias. El secuestro de Jessica era ahora más importante que nunca, pero tendría que esperar. Necesitaba las percepciones mentat de Idaho.

—Todo esto forma parte de un mismo esquema —dijo Alia—. Forma parte de un complot que viene de muy lejos.

—Quizá no —aventuró Irulan, pero miró inquisitivamente a Idaho.

El rostro de Alia se crispó con una sonrisa franca. ¿Cómo podía ser Irulan tan inocente? A menos que… Alia dirigió una aguda y penetrante mirada a la Princesa. Irulan llevaba una simple aba negra que enmarcaba las sombras que se formaban en sus ojos color índigo a causa de la especia. Sus rubios cabellos estaban recogidos en una apretada trenza enrollada en su nuca, acentuando su aguileño perfil, afilado por los años pasados en Arrakis. Aún conservaba la altivez que había adquirido en la corte de su padre, Shaddam IV, y Alia había sospechado a menudo que su orgullosa actitud podía enmascarar los pensamientos de un conspirador.

Idaho permanecía recostado, enfundado en su uniforme verde y negro de la Guardia de la Casa de los Atreides, desprovisto de toda insignia. Su aire afectado había causado muchas veces el secreto resentimiento de varios de los actuales guardias de Alia, especialmente de las amazonas, que glorificaban las insignias de su oficio. Pero sobre todo no les gustaba la presencia de aquel mentat-maestro de armas-ghola, en particular debido a que era el esposo de su ama.

—Así que las tribus quieren que Dama Jessica se siente de nuevo en el Consejo de Regencia —dijo Idaho—. ¿Pero cómo puede esto…?

—¡Han sido unánimes en su petición! —dijo Alia, señalando una arrugada hoja de papel de especia en el diván junto Irulan—. Farad’n es una cosa, pero esto… ¡esto hiede a otras conspiraciones!

—¿Qué piensa Stilgar de ello? —preguntó Irulan.

—¡Su firma está en ese papel! —dijo Alia.

—Pero si él…

—¿Cómo iba a renegar de la madre de su dios? —dijo burlonamente Alia.

Idaho alzó la vista hacia ella, pensando: ¡Qué terriblemente cerca está de romper con Irulan! Se preguntó de nuevo por qué Alia lo había hecho regresar sabiendo como sabía lo necesario que era en el Sietch Tabr si quería que el plan del secuestro fuera llevado a cabo. ¿Era posible que supiera algo del mensaje que el Predicador le había enviado? Aquellos pensamientos lo agitaron. ¿Cómo podía saber aquel mendicante místico la señal secreta con la cual Paul Atreides llamaba siempre a su maestro de espadas? Idaho temblaba de impaciencia aguardando a que terminara aquella inútil reunión y pudiera regresar para hallar una respuesta a aquella pregunta.

—No hay duda de que ese Predicador ha realizado un viaje fuera del planeta —dijo Alia—. La Cofradía no se atrevería a engañarnos al respecto. Me pregunto si…

—¡Cuidado! —dijo Irulan.

—Sí, debes tener cuidado —dijo Idaho—. La mitad del planeta cree que él es… —se alzó de hombros—… tu hermano. —E Idaho confió en que sus palabras hubieran sonado de un modo totalmente casual. ¿Cómo podía conocer aquel hombre aquella señal?

—Pero si se trata de un mensajero o de un espía de…

—No ha entrado en contacto con nadie de la CHOAM ni de la Casa de los Corrino —dijo Irulan—. Podemos estar seguros de que…

—¡No podemos estar seguros de nada! —Alia no intentó ocultar su desprecio. Dio la espalda a Irulan e hizo frente a Idaho. Él sabía por qué estaba allí. ¿Por qué no se comportaba tal como se esperaba de él? Estaba en el Consejo porque también estaba Irulan. Las motivaciones que habían conducido a una Princesa de la Casa de los Corrino al seno de los Atreides no podían prestarse a error. Una alianza, una vez cambiada, puede ser vuelta a cambiar de nuevo. Los poderes de mentat de Duncan debieran haber espiado a Irulan para captar cualquier posible falta, cualquier sutil desviación en su modo de actuar.

Idaho se agitó y miró a Irulan. Aquellos eran los momentos en los que sentía el terrible peso de sus funciones impuestas de mentat. Sabía lo que estaba pensando Alia. E Irulan también debía saberlo. Pero aquella Princesa-esposa de Paul Muad’Dib había superado la ignominia de las decisiones que habían hecho de ella algo más insignificante que la concubina real, Chani. No había dudas acerca de la devoción de Irulan hacia los gemelos reales. Había renunciado por completo a la familia y a la Bene Gesserit para dedicarse a los Atreides.

—¡Mi madre forma parte de este complot! —insistió ella—. ¿Por qué otras razones la habría enviado aquí la Hermandad en un momento como este?

—La histeria no nos va a ayudar —dijo Idaho.

Alia se giró furiosa y se alejó de él, tal como había esperado. Y aquello lo alivió un poco: le costaba tanto contemplar aquel rostro antes tan amado y ahora retorcido por una posesión ajena.

—Bien —dijo Irulan—, no podemos confiar completamente en la Cofradía para…

—¡La Cofradía! —se burló Alia.

—No podemos buscarnos la enemistad de la Cofradía o de la Bene Gesserit —dijo Idaho—. Pero debemos asignarles una categoría especial como combatientes esencialmente pasivos. La Cofradía se aferra a su regla básica: Nunca Gobernar. Es una excrecencia parasitaria, y lo sabe. No hará nada que pueda matar al organismo que la mantiene con vida.

—Su idea con respecto al organismo que la mantiene con vida puede ser distinta de la nuestra —objetó Irulan. El tono laxo con el que pronunció las siguientes palabras era lo más parecido al desprecio—. Has olvidado un punto, mentat.

Alia pareció desconcertada. No había esperado que Irulan reaccionara de aquella manera. No era un aspecto de la cuestión sobre el cual insistiera un conspirador.

—Indudablemente —dijo Idaho—. Pero la Cofradía no se situará nunca abiertamente contra la Casa de los Atreides. La Hermandad, en cambio, podría correr el riesgo de algún tipo de fractura política a través del cual…

—Si lo hace, será a través de otro frente: alguien o algún grupo que pueda ser desautorizado —dijo Irulan—. La Bene Gesserit ha existido durante todos estos siglos gracias a su reconocimiento del valor de la propia renuncia. Siempre ha preferido hallarse tras el trono que sentada en él.

¿La propia renuncia?, se dijo Alia. ¿No había sido aquella la elección de Irulan?

—Precisamente esto era lo que quería decir con respecto a la Cofradía —dijo Idaho. Sentía la necesidad de ayuda por parte de las explicaciones y discusiones. Aquello mantenía su mente alejada de otros problemas.

Alia se acercó de nuevo a grandes pasos hacia las ventanas iluminadas por el sol. Conocía el punto ciego de Idaho; cada mentat lo tenía. Debían hacer declaraciones. Esto creaba una tendencia a depender de lo absoluto, a verlo todo bajo límites bien definidos. Todos eran conscientes de ello. Formaba parte de su entrenamiento. Sin embargo, seguían actuando más allá de los parámetros de esta autolimitación. Debería haberlo dejado en el Sietch Tabr, pensó Alia. Y hubiera sido mejor que hubiera dejado a Irulan en manos de Javid para que la interrogara.

Dentro de su cráneo, Alia oyó una resonante voz:

—¡Exacto!

¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!, pensó. Un peligroso error empezó a diseñarse en aquellos momentos en su mente, pero no consiguió captar sus contornos. Lo que pudo captar fue tan sólo la sensación de peligro. Idaho tendría que ayudarle a salir de aquella situación. Él era un mentat. Los mentats eran necesarios. Las computadoras humanas reemplazaban a los ingenios mecánicos destruidos por la Jihad Butleriana. ¡No crearás una máquina a semejanza de la mente humana! Pero Alia hubiera deseado ahora una máquina sumisa. Que no sufriera las limitaciones de Idaho. Uno no desconfía de una máquina.

Alia oyó la voz arrastrada de Irulan.

—Una finta en una finta en una finta en una finta —dijo Irulan—. Todos nosotros hemos aceptado el esquema de un ataque contra el poder. No le reprochemos a Alia sus sospechas. Claro que sospecha de todos… incluso de nosotros. Aunque ignoremos esto último por ahora. ¿Quiénes quedan en primer plano de los motivos, la más fértil fuente de peligro para la Regencia?

—La CHOAM —dijo Idaho, con su átona voz de mentat. Alia se concedió una sardónica sonrisa. La Combine Honnete Ober Advancer Mercantiles. Pero la Casa de los Atreides dominaba a la CHOAM con el cincuenta y uno por ciento de sus acciones. El Sacerdocio de Muad’Dib poseía otro cinco por ciento, y además había la pragmática aceptación de las Grandes Casas de que Dune controlaba la inapreciable melange. No sin razón la especia era llamada a menudo «la moneda secreta». Sin la melange, los cruceros de la Cofradía Espacial no podrían moverse. La melange precipitaba el «trance de navegación», durante el cual se hacía «visible» un sendero transluminoso a través del cual se podía viajar. Sin la melange y su amplificación del sistema inmunológico humano, la expectación de vida de los muy ricos se vería reducida como mínimo a una cuarta parte. Incluso un gran porcentaje de la clase media del Imperio consumía pequeñas cantidades de melange diluidas al menos en una de las comidas diarias.

Pero Alia había captado la sinceridad mentat en la voz de Idaho, un sonido que había llegado hasta ella con una terrible fuerza.

La CHOAM. La Combine Honnete era mucho más que la Casa de los Atreides, mucho más que Dune, mucho más que los Sacerdotes o la melange. Era el estigma, la piel de ballena, el hilo shiga, los artefactos y los artistas ixianos, el intercambio de gente y lugares, el Hajj, esos productos que llegaban desde los límites de la legalidad de la tecnología tleilaxu; era las drogas adictivas y las técnicas médicas; el transporte (la Cofradía) y todo el supercomplejo comercio de un Imperio que abarcaba centenares de planetas conocidos más algunos otros que se alimentaban secretamente de ellos, en los límites, tolerados por los servicios que rendían. Cuando Idaho decía la CHOAM, hablaba de un fermento constante, intrigas dentro de intrigas, un juego de poderes donde la minucia de una duodécima cifra decimal en los pagos de dividendos podía hacer cambiar la propiedad de todo un planeta.

Alia se giró para detenerse frente a la pareja sentada en los divanes.

—¿Hay algo específico acerca de la CHOAM que os preocupe? —preguntó.

—Hay algunas Casas que siguen almacenando especia con fines especulativos —dijo Irulan.

Alia se dio una palmada en los muslos con ambas manos, y luego señaló al arrugado papel de especia al lado de Irulan.

—¿Y esta demanda no te intriga, viniendo como viene…?

—¡De acuerdo! —gruñó Idaho—. Adelante con esto. ¿Qué es lo que estás ocultando? Tú sabes mejor que nadie que no puedes negarte a facilitarme los datos y esperar luego que funcione como…

—Se ha producido un reciente y muy significativo incremento en la búsqueda de gente con cuatro especialidades específicas —dijo Alia. Y se preguntó si realmente aquella información sería nueva para la pareja.

—¿Qué especialidades? —preguntó Irulan.

—Maestros de armas, mentats pervertidos por los tleilaxu, médicos condicionados por la escuela Suk, y contables expertos en trampas fiscales; especialmente estos últimos. ¿Por qué este repentino interés por contables tramposos? —La pregunta iba dirigida a Idaho.

¡Funciona como un mentat!, pensó Duncan. Bien, aquello era mejor que darle vueltas a lo que se había convertido Alia. Se concentró en las palabras de ella, repitiéndolas mentalmente a la manera mentat. ¿Maestros de armas? Aquella había sido su propia vocación, en su tiempo. Los maestros de armas eran, por supuesto, mucho más que unos simples luchadores cuerpo a cuerpo. Podían reparar escudos de fuerza, planear campañas militares, diseñar utensilios militares de refuerzo, improvisar armas. ¿Mentats pervertidos? Los tleilaxu, obviamente, seguían creando mentats pervertidos. Pero, siendo él mismo un mentat, Idaho sabía la frágil inseguridad de la perversión tleilaxu. Las Grandes Casas adquirían tales mentats con la esperanza de controlarlos absolutamente. ¡Imposible! Incluso Piter de Vries, que había servido a los Harkonnen en su asalto a la Casa de los Atreides, había mantenido su dignidad esencial, aceptando la muerte antes que manchar la sagrada intimidad de su yo. ¿Doctores Suk? Su condicionamiento los garantizaba supuestamente contra la deslealtad hacia sus pacientes. Los doctores Suk eran muy caros. El incremento en la búsqueda de Suks debía traer consigo sustanciales cambios de fondos.

Idaho sopesó todos estos hechos ante el incremento de los contables tramposos.

—Primera computación —dijo, subrayando claramente el hecho de que estaba hablando de hechos inductivos—. Se ha producido un reciente incremento de riqueza entre las Casas Menores. Algunas se están moviendo sigilosamente hacia el estatus de las Grandes Casas. Esta riqueza puede provenir tan sólo de algunos cambios específicos en las alianzas políticas.

—Con esto llegamos finalmente al Landsraad —dijo Alia, expresando así sus propias convicciones.

—La próxima sesión del Landsraad no está prevista hasta dentro de dos años estándar —le recordó Irulan.

—Pero las alianzas políticas nunca cesan —dijo Alia—. Y estoy segura de que entre esas firmas tribales —señaló al papel junto a Irulan— están las de no pocas Casas Menores que han hecho nuevas alianzas.

—Quizá —dijo Irulan.

—El Landsraad —dijo Alia—. ¿Qué mejor para la Bene Gesserit? ¿Y qué mejor agente para la Hermandad que mi propia madre? —Alia se plantó directamente frente a Idaho—. ¿Y bien, Duncan?

¿Por qué no funcionas como un mentat?, se dijo a sí mismo Idaho. Ahora veía por dónde iban las sospechas de Alia. Después de todo, Duncan Idaho había sido guardia personal de Dama Jessica por muchos años.

—¿Duncan? —urgió Alia.

—Deberás examinar atentamente cualquier borrador legislativo que se esté preparando para la próxima sesión del Landsraad —dijo Idaho—. Podría plantearse el postulado legal de que la Regencia no pueda vetar cierta clase de legislación… específicamente ajustes en las tasas y actividades de los monopolios. Hay otros, pero…

—No sería una postura pragmática muy buena por su parte si adoptaran esta posición —dijo Irulan.

—Estoy de acuerdo —dijo Alia—. Los Sardaukar no tienen dientes, y nosotros poseemos nuestras legiones Fremen.

—Cuidado, Alia —dijo Idaho—. Nuestros enemigos no desearían nada mejor que hacernos aparecer como monstruos. No importa cuantas legiones están a tus órdenes, en último término el poder descansa en el sufragio popular en un Imperio tan extendido como éste.

—¿El sufragio popular? —preguntó Irulan.

—Quieres decir el sufragio de las Grandes Casas —dijo Alia.

—¿Y cuántas Grandes Casas deberemos afrontar con estas nuevas alianzas? —preguntó Idaho—. ¡El dinero se está acumulando en extraños lugares!

—¿En los márgenes del Imperio? —preguntó Irulan.

Idaho se alzó de hombros. Era una pregunta sin respuesta. Todos ellos sospechaban que algún día los tleilaxu o cualquier desconocido genio de la tecnología en los márgenes del Imperio conseguirían anular el Efecto Holtzmann. Aquel día, los escudos dejarían de ser útiles. El precario equilibrio que mantenía a los feudos planetarios se desmoronaría.

Alia se negaba a considerar tal posibilidad.

—Actuaremos con lo que tengamos —dijo—. Y lo que sí tenemos es la seguridad de que a través del directorio de la CHOAM nosotros podemos destruir la especia si nos vemos obligados a ello. No se atreverán a correr este riesgo.

—Volvamos entonces a la CHOAM —dijo Irulan.

—A menos que alguien haya conseguido duplicar el ciclo trucha de arena-gusano de arena en otro planeta —dijo Idaho. Miró especulativamente a Irulan, excitada por aquella cuestión—. ¿Salusa Secundus?

—Mis contactos allí me mantienen informada —dijo Irulan—. No es Salusa.

—Entonces mi respuesta sigue siendo válida —dijo Alia, mirando a Idaho—. Actuaremos con lo que tengamos.

Ahora me toca mover a mí, pensó Idaho.

—¿Por qué me has apartado de aquel importante trabajo? —dijo—. Hubieras podido arreglártelas tú sola.

—¡No uses este tono conmigo! —restalló Alia.

Idaho abrió mucho los ojos. Por un instante había visto a aquella otra persona ajena en el rostro de Alia, y aquello lo aterró. Desvió su atención hacia Irulan, pero esta no había visto nada… o al menos no lo aparentaba.

—No necesito una educación elemental —dijo Alia, con su voz vibrando aún con aquella rabia ajena.

Idaho consiguió esbozar una deplorable sonrisa, pero el pecho seguía doliéndole por la impresión.

—Nunca nos alejamos demasiado de la riqueza y de todos sus enmascaramientos cuando tratamos con el poder —comentó Irulan—. Paul fue una mutación social y, como tal, tenemos que recordar que alteró el antiguo equilibrio de la riqueza.

—Tales mutaciones no son irreversibles —dijo Alia, apartándose de ellos como si no quisiera que fuera apreciada su terrible diferencia—. Esté donde esté la riqueza en este Imperio, ellos lo saben.

—Y también saben —dijo Irulan— que solamente hay tres personas que pueden perpetuar esta mutación: los gemelos y… —señaló a Alia.

¿Están locas, esas dos?, se dijo Idaho.

—¡Intentarán asesinarme! —jadeó ella.

E Idaho permaneció en un impresionado silencio, con su consciencia mentat girando y girando. ¿Asesinar a Alia? ¿Por qué? Sería mucho más fácil desacreditarla. Podían desgajarla de su relación con los Fremen y cazarla luego a voluntad. Pero los gemelos… Se dio cuenta de que no estaba en posesión en estos momentos de la calma mentat adecuada para hacer una evaluación, pero debía intentarlo. Tenía que ser tan preciso como fuera posible. Al mismo tiempo, sabía que aquella precisión contenía absolutismos no digeridos. La naturaleza no era precisa. El universo no era preciso cuando era reducido a escala humana; era vago e indistinto, lleno de inesperados movimientos y cambios. La humanidad como un todo debía entrar en aquella computación en la forma de un fenómeno natural. Y la totalidad del proceso de análisis preciso requería un distanciamiento, un alejarse de las incesantes corrientes del universo. Debía contemplar atentamente aquellas corrientes, ver su movimiento.

—Estábamos en lo cierto al enfocar el asunto en la CHOAM y en el Landsraad —dijo Irulan, arrastrando las palabras—. Y la sugerencia de Duncan ofrece una primera línea de investigación para…

—El dinero considerado como una traslación de energía no puede ser separado de la energía que expresa —dijo Alia—. Todos nosotros sabemos esto. Pero debemos responder a tres cuestiones específicas: ¿Cuándo? ¿Usando qué armas? ¿Dónde?

Los gemelos… los gemelos, pensó Idaho. Son los gemelos quienes están en peligro, no Alia.

—¿No estás interesada en quién o cómo? —preguntó Irulan.

—Si la Casa de los Corrino o la CHOAM o cualquier otro grupo emplea instrumentos humanos en este planeta —dijo Alia—, tenemos como máximo un sesenta por ciento de posibilidades de descubrirlos antes de que actúen. Sabiendo cuándo actuarán y dónde nuestras posibilidades son mucho mayores. ¿Cómo? Esto equivale a preguntar ¿con qué armas?

¿Por qué ellas no pueden ver las cosas como las veo yo?, se preguntó Idaho.

—De acuerdo —dijo Irulan—. ¿Cuándo?

—Cuando la atención esté centrada en algún otro —dijo Alia.

—La atención estuvo centrada en tu madre en la Convocación —dijo Irulan—. No hubo ninguna tentativa.

—El lugar no era el adecuado —dijo Alia.

¿Qué pretende hacer?, se preguntó Idaho.

—¿Dónde, entonces? —quiso saber Irulan.

—El mejor lugar es aquí, en la Ciudadela —dijo Alia—. Es aquí donde me siento más segura y estoy menos protegida por mis guardias.

—¿Con qué armas? —quiso saber todavía Irulan.

—Convencionales… cualquier cosa que un Fremen pueda llevar encima: un crys envenenado, una pistola maula, un…

—Hace mucho tiempo que nadie ha usado un cazador-buscador —dijo Irulan.

—No funcionaría en una multitud —dijo Alia—. Y ocurrirá en medio de una multitud.

—¿Un arma biológica? —preguntó Irulan.

—¿Un agente infeccioso? —dijo Alia, sin ocultar su credulidad. ¿Cómo podía pensar Irulan que un agente infeccioso pudiera tener éxito contra las barreras inmunológicas que protegían a los Atreides?

—Estaba pensando más bien en algún tipo de animal —dijo Irulan—. Un pequeño animal de compañía, por ejemplo, entrenado a morder a alguna víctima específica, infligiéndole algún veneno con su mordida.

—Los hurones de la Casa lo prevendrían —dijo Alia.

—¿Uno de ellos, entonces? —preguntó Irulan.

—Imposible. Los hurones de la Casa se echarían sobre cualquier extraño, matándolo. Tú lo sabes bien.

—Tan sólo estaba explorando posibilidades con la esperanza de que…

—Alertaré a mis guardias —dijo Alia.

Cuando Alia dijo guardias, Idaho puso una mano sobre sus ojos tleilaxu, intentando prevenir el exigente envolvimiento que se apoderaba de él. Era el Rhakia, el movimiento del Infinito tal como era expresado por la Vida, el latente cáliz de inmersión total en la consciencia mental que yacía a la espera en cada mentat. Lanzó su consciencia hacia el universo como una red, y cayó y definió las formas que había en él. Vio a los gemelos acurrucados en la oscuridad, mientras gigantescas garras arañaban el aire a su alrededor.

—No —susurró.

—¿Qué? —Alia miró hacia él, como si se sorprendiera de hallarlo todavía allí.

El apartó la mano de sus ojos.

—Los trajes que ha enviado la Casa de los Corrino —dijo—. ¿Han sido enviados a los gemelos?

—Por supuesto —dijo Irulan—. Son perfectamente seguros.

—Nadie intentará nada contra los gemelos en el Sietch Tabr —dijo Alia—. No con todos esos perfectamente entrenados guardias de Stilgar a su alrededor.

Idaho la miró fijamente. No poseía ningún dato particular que reforzara una argumentación basada en una computación mentat, pero lo sabía. Lo sabía. Aquello que había experimentado estaba muy cerca del visionario poder que había conocido Paul. Ni Irulan ni Alia lo creerían, viniendo de él.

—Me gustaría advertir a las autoridades portuarias para que no admitan la importación de ningún animal de otros planetas —dijo.

—No estarás tomando en serio la sugerencia de Irulan —protestó Alia.

—¿Por qué correr ningún riesgo? —dijo él.

—Díselo a los contrabandistas —dijo Alia—. Yo depositaré mi confianza en los hurones de la Casa.

Idaho agitó la cabeza. ¿Qué podían hacer los hurones de la Casa contra garras del tamaño de las que había entrevisto? Pero Alia tenía razón. Sobornos en los lugares precisos, una aquiescente Cofradía de navegantes, y cualquier lugar en la Región Vacía podía convertirse en un campo de aterrizaje. La Cofradía se resistiría a tomar una posición abierta en cualquier ataque contra la Casa de los Atreides, pero si el precio era lo suficientemente alto… Bien, en la Cofradía se podía pensar tan sólo como en algo parecido a una barrera geológica que hacía difíciles los ataques, pero no imposibles. Siempre podía protestar diciendo que ella tan sólo era «una agencia de transportes». ¿Cómo podía saber para qué uso en particular se destinaba tal o cual cargamento?

Alia rompió el silencio con un gesto puramente Fremen, un puño alzado con el dedo pulgar horizontal. Acompañó el gesto con una imprecación tradicional que significaba: «Descargaré el Tifón contra el Enemigo». Obviamente se veía a sí misma como el único blanco lógico de los asesinos, y el gesto era una protesta contra un universo lleno de incógnitas amenazas. Estaba diciendo que desencadenaría el viento de la muerte contra cualquiera que la atacase.

Idaho sintió la inutilidad de cualquier protesta. Vio que ella ya no sospechaba de él. Iba a volver inmediatamente al Sietch Tabr, y ella esperaba una perfecta ejecución del secuestro de Dama Jessica. Se levantó del diván, sintiendo que la adrenalina de la rabia se esparcía por sus venas, pensando: ¡Si tan sólo Alia fuera el blanco! ¡Si tan sólo los asesinos consiguieran alcanzarla! Por un instante permaneció con su mano apoyada en su propio cuchillo, pero nunca hubiera hecho algo así. Cuánto mejor sería, pensó, que ella muriera como una mártir en lugar de vivir desacreditada y acosada en una tumba de arena.

—Sí —dijo Alia, malinterpretando su expresión como preocupación por ella—. Será mejor que te apresures a volver al Tabr. —Y pensó: ¡Qué tontería por mi parte sospechar de Duncan! ¡Es mío, no de Jessica! Había sido la demanda de las tribus lo que la había alterado, pensó. Le dijo adiós a Idaho mientras éste se retiraba.

Idaho abandonó la Sala del Consejo sintiéndose desamparado. Alia no sólo estaba ciega con su posesión ajena, sino que se volvía más insana a cada nueva crisis. Había rebasado ya el punto en que era imposible volver atrás, y se había condenado. ¿Pero qué era lo que podía hacer por los gemelos? ¿A quién podía convencer? ¿A Stilgar? ¿Y qué podría hacer Stilgar que no estuviera ya haciendo?

¿Dama Jessica, entonces?

Sí, podía explorar esta posibilidad… pero también ella estaba atrapada en aquel juego de conjura con su Hermandad. Se hacía pocas ilusiones con respecto a aquella concubina Atreides. Ella haría algo si le era ordenado por la Bene Gesserit… incluso volverse contra sus propios nietos.