15

Y tuvo la visión de una armadura. La armadura no era su propia piel; era tan fuerte como el plastiacero. Nada penetraba su armadura… ningún cuchillo ni veneno ni arena, ni el polvo del desierto ni su desecante calor. En su mano derecha sostenía el poder de crear la tormenta de Coriolis, de estremecer la tierra y erosionarla hasta la nada. Sus ojos estaban fijos en el Sendero de Oro, y en su mano izquierda sostenía el cetro del dominio absoluto. Y más allá del Sendero de Oro, sus ojos miraban hacia la eternidad que sabía era el alimento de su alma y de su carne imperecedera.

«Heighia, el Sueño de mi Hermano», del Libro de Ghanima

—Sería mejor que nunca llegara a ser Emperador —dijo Leto—. Oh, no quiero decir que haya cometido el mismo error que mi padre y mirado al futuro a través de una lente de especia. Digo esto por simple egoísmo. Mi hermana y yo necesitamos desesperadamente un tiempo de libertad para aprender a vivir tal como somos.

Guardó silencio, mirando inquisitivamente a Dama Jessica. Había representado su parte tal como él y Ghanima habían acordado. Ahora, ¿cuál iba a ser la respuesta de su abuela?

Jessica estudió a su nieto a la débil luz de los globos que iluminaban sus apartamentos en el Sietch Tabr. Eran las primeras horas de la mañana de su segundo día allí, y había oído ya cosas intranquilizadoras con respecto a la noche de vigilia que los gemelos habían pasado fuera del sietch. ¿Qué era lo que estaban tramando? Ella tampoco había dormido bien, y sentía los ácidos de la fatiga exigiéndole que interrumpiera la constante y tensa vigilancia que había mantenido a través de todas las urgentes necesidades hasta aquella crucial escena en el espaciopuerto. Aquel era el sietch de sus pesadillas… pero fuera no había el desierto que ella recordaba. ¿De dónde han surgido todas esas flores? Y el aire a su alrededor era demasiado húmedo. La disciplina de los destiltrajes se había relajado entre los jóvenes.

—¿Quiénes sois vosotros, chiquillos, que necesitáis tiempo para aprender sobre vosotros mismos? —preguntó.

Leto agitó suavemente su cabeza, sabiendo que aquel era un extraño gesto de adulto en un cuerpo de niño, recordándose a sí mismo que no debía dar tregua a aquella mujer.

—En primer lugar, yo no soy un chiquillo. Oh… —se tocó el pecho—, este es un cuerpo de chiquillo, no hay ninguna duda sobre ello. Pero yo no soy un chiquillo.

Jessica se mordió el labio inferior, aun sabiendo que aquel gesto la traicionaba. Su Duque, muerto hacía tantos años en aquel condenado planeta, siempre se había reído de ella cuando se lo había descubierto. Tu única reacción incontrolada, era como definía a aquel gesto de morderse el labio. Me dice que estás turbada, y yo debo besar esos labios para calmar su temblor.

Ahora, este nieto que llevaba el nombre de su Duque la impresionó hasta el punto de detener por un instante los latidos de su corazón simplemente sonriendo y diciéndole:

—Estás turbada; lo veo en el temblor de tus labios.

Necesitó la más profunda disciplina del adiestramiento Bene Gesserit para recuperar una apariencia de calma. Consiguió decir:

—¿Te estás burlando de mí?

—¿Burlarme de ti? Nunca. Pero debo hacerte comprender claramente lo muy diferentes que somos. Permíteme recordarte aquella orgía del sietch, hace tanto tiempo, cuando la Vieja Reverenda Madre te cedió sus vidas y sus memorias. Sintonizó contigo y te cedió aquella… aquella larga cadena de embutidos, cada uno de ellos una persona. Aún la tienes en tu interior. Así que sabes algo de lo que Ghanima y yo experimentamos.

—¿Y Alia? —preguntó Jessica, probándolo.

—¿No has discutido eso con Ghani?

—Quiero discutirlo contigo.

—Muy bien. Alia negó lo que era, y se convirtió en lo que más temía. El pasado-interior no puede ser relegado al inconsciente. Es algo peligroso para cualquier ser humano, pero para nosotros los prenacidos es peor que la muerte. Y esto es todo lo que diré acerca de Alia.

—Así, tú no eres un chiquillo —dijo Jessica.

—Tengo millones de años de edad. Esto requiere ajustes que ningún ser humano se ha visto obligado a realizar hasta ahora.

Jessica asintió, ahora calmada, mucho más cautelosa de lo que había sido con Ghanima. ¿Y dónde estaba Ghanima? ¿Por qué Leto había venido solo?

—Bien, abuela —dijo Leto—, ¿somos Abominaciones, o somos la esperanza de los Atreides?

Jessica ignoró la pregunta.

—¿Dónde está tu hermana?

—Está distrayendo a Alia para impedirle que venga a molestarnos. Es necesario. Pero Ghani no te iba a decir más de lo que te he dicho yo. ¿No te diste cuenta de ello ayer?

—Lo que yo observé ayer es asunto mío. ¿Por qué vais parloteando sobre Abominaciones?

—¿Parloteando? No me vengas con tu jerga Bene Gesserit, abuela. Podría hacer lo mismo contigo, palabra sobre palabra, sacándolo todo de tus propias memorias. Quiero algo más que el temblor de tus labios.

Jessica agitó la cabeza, captando la frialdad de aquella… persona que llevaba su propia sangre. Los recursos de que disponía la intimidaron. Intentó mantenerse en su lugar y preguntó:

—¿Qué es lo que sabes de mis intenciones?

Leto inspiró ruidosamente.

—No necesitas investigar si hemos cometido el mismo error que cometió mi padre. No hemos mirado fuera de nuestro jardín del tiempo… al menos no lo hemos hecho deliberadamente. Dejamos el conocimiento absoluto del futuro a esos momentos de déjà vu que cualquier ser humano puede experimentar. Conozco la trampa de la presciencia. La vida de mi padre me habla de todo lo que necesito saber al respecto. No, abuela: conocer absolutamente el futuro es verse atrapado absolutamente en este futuro. Es algo que colapsa el tiempo. El presente se convierte en futuro. Yo necesito mucha más libertad que eso.

Jessica sintió que su lengua se movía con palabras no pronunciadas. ¿Cómo podía responderle con algo que él ya no supiera? ¡Aquello era monstruoso! ¡Él es yo! ¡Él es mi bienamado Leto! Aquel pensamiento la impresionó. Momentáneamente se preguntó si aquella máscara infantil no se transformaría en aquellos otros queridos rasgos y resucitar… ¡No!

Leto inclinó la cabeza, alzando su mirada para estudiarla. Sí, después de todo era posible manipularla. Dijo:

—Cuando tú piensas en la presciencia, que espero sea muy de tarde en tarde, probablemente no lo haces de una forma distinta de la que lo haría cualquier otro. La mayor parte de la gente imagina lo maravilloso que sería conocer las referencias de mañana del precio de la piel de ballena. O si un Harkonnen volverá a gobernar de nuevo su mundo natal de Giedi Prime. Pero, por supuesto, nosotros conocemos muy bien a los Harkonnen incluso sin presciencia, ¿no es cierto, abuela?

Ella rehusó picar aquel anzuelo. Por supuesto, él debía saber que corría sangre Harkonnen por las venas de ambos.

—¿Quién es un Harkonnen? —dijo él, incitante—. ¿Quién es la Bestia Rabban? Cualquiera de nosotros, ¿no? Pero estoy divagando. Estaba hablando del mito popular de la presciencia: ¡conocer absolutamente el futuro! ¡Todo él! Qué fortunas podrían ser acumuladas… y perdidas… con tal conocimiento absoluto, ¿no? La chusma cree esto. Cree que si un poco de algo es bueno, mucho más tiene que ser mejor. ¡Qué maravilloso! Pero si le das a alguien el escenario completo de su vida, todas sus acciones y palabras hasta el momento de su muerte… qué regalo infernal sería. ¡Qué profundo aburrimiento! A cada instante de su vida se vería obligado a representar aquello que conocía ya absolutamente. Sin ninguna desviación; Podría anticipar cada respuesta, cada palabra… una vez y otra y otra y otra y otra y… —agitó la cabeza—. La ignorancia tiene sus ventajas. ¡Un universo de sorpresas, ese es todo mi ruego!

Era una larga perorata y, mientras escuchaba, Jessica se sintió maravillada de la forma de hablar de Leto, de sus entonaciones, que formaban como un eco de su padre… su perdido hijo. Incluso las ideas: aquellos pensamientos hubieran podido surgir de la boca de Paul.

—Me recuerdas a tu padre —dijo.

—¿Eso te causa dolor?

—En un cierto sentido, pero me reconforta saber que vive en ti.

—Qué poco comprendes hasta qué punto vive en mí.

Jessica captó una profunda amargura en el tono átono en que fueron pronunciadas aquellas palabras. Alzó la cabeza para mirarle directamente.

—O como tu Duque vive en mí —dijo Leto—. Abuela, ¡Ghanima es tú! Es tú hasta tal punto que tu vida no tiene ningún secreto para ella hasta el instante en que diste a luz a nuestro padre. ¡Y yo! Qué catálogo de registros carnales soy yo. Hay momentos en que se me hace difícil soportarlo. ¿Has venido aquí para juzgarnos? ¿Has venido aquí para juzgar a Alia? ¡Sería mejor que nosotros te juzgáramos a ti!

Jessica buscó una respuesta y no encontró ninguna. ¿Qué pretendía hacer aquel chiquillo? ¿Por qué aquel énfasis en su diferencia? ¿Quería provocar un rechazo? ¿Había alcanzado la condición de Alia… la Abominación?

—Esto te inquieta —dijo él.

—Sí, me inquieta —se permitió a sí misma un fútil alzarse de hombros—. Me inquieta… y por razones que tú sabes muy bien. Estoy segura de que tienes en tu interior todo mi adiestramiento Bene Gesserit. Ghanima lo admite. Y sé que… también lo tiene. Conoces las consecuencias de tu diferencia.

Él la escrutó con inquietante intensidad.

—No queríamos plantear las cosas así contigo —dijo, y había un cierto eco de su propia fatiga en la voz del niño—. Conocemos el temblor de tus labios tan bien como lo conocía tu amante. Cualquier palabra cariñosa que hubiera susurrado tu Duque en tu oído en la intimidad de vuestro dormitorio podríamos repetírtela en cualquier momento. Tú has aceptado esto intelectualmente, sin la menor duda. Pero te advierto que esta aceptación intelectual no es suficiente. Si alguno de nosotros se convierte en una Abominación… ¡será porque tú dentro de nosotros la habrá creado! ¡O mi padre… o mi madre! ¡O tu Duque! Cualquiera de vosotros puede poseernos… y las condiciones serían las mismas.

Jessica sintió un ardor en su pecho, una humedad en sus ojos.

—Leto… —consiguió pronunciar, permitiéndose finalmente a sí misma emplear aquel nombre. Se dio cuenta de que el dolor era menos intenso de lo que había imaginado, y se obligó a continuar—. ¿Qué es lo que quieres de mí?

—Quiero revelarte algo.

—¿Revelarme qué?

—La pasada noche, Ghani y yo representamos los papeles de nuestro padre y nuestra madre; esto casi nos destruyó, pero aprendimos mucho. Hay cosas que uno puede saber tan sólo en condiciones especiales de su consciencia. Algunas acciones pueden ser predichas. Alia, por ejemplo… desde esta noche sabemos con certeza que está complotando para secuestrarte.

Jessica parpadeó, sorprendida por la repentina acusación. Conocía muy bien aquel truco, lo había empleado muchas veces: haz seguir a una persona una línea coherente de razonamiento, y entonces introdúcele el factor sorpresa dentro de otra línea completamente distinta. Recuperó casi inmediatamente su compostura con un profundo suspiro.

—Sé lo que Alia ha hecho… lo que es, pero…

—Abuela, apiádate de ella. Utiliza tu corazón tanto y tan bien como tu inteligencia. Otras veces lo has hecho. Tú constituyes una amenaza, y Alia quiere el Imperio para ella… o al menos lo quiere la cosa que se ha apoderado de ella y es ella ahora.

—¿Cómo puedo saber que no es otra Abominación la que me está hablando?

Él se alzó de hombros.

—Es aquí donde debe intervenir tu corazón. Ghanima y yo sabemos por qué cayó ella. No es fácil resistir el clamor de esa multitud interior. Suprime sus egos, y acudirán a ti en clamorosa muchedumbre cada vez que evoques un recuerdo. Un día… —intentó deglutir, pero su garganta estaba seca—, el más fuerte de la horda interior decide que ya es tiempo de compartir aquella carne.

—¿Y no hay nada que tú puedas hacer? —hizo la pregunta temiendo la posible respuesta.

—Creemos que hay algo… sí. No debemos sucumbir a la especia; esto es lo más importante. Y no debemos suprimir enteramente el pasado. Debemos usarlo, hacer una amalgama de él. Finalmente, cuando los hayamos mezclado a todos ellos con nosotros mismos, ya no seremos nuestras personalidades originales… pero no habremos sido poseídos.

—Has hablado de un complot para secuestrarme.

—Es algo obvio. Wensicia es ambiciosa para con su hijo, Alia es ambiciosa para consigo misma, y…

—¿Alia y Farad’n?

—No hay ningún indicio —dijo Leto—. Pero Alia y Wensicia están siguiendo actualmente caminos paralelos. Wensicia tiene una hermana en la casa de Alia. ¿Qué cosa más simple que enviar un mensaje a…?

—¿Sabes algo acerca de ese mensaje?

—Como si lo hubiera visto y leído palabra por palabra.

—¿Pero lo has visto realmente?

—No lo necesito. Sólo necesito saber que los Atreides están reunidos todos aquí en Arrakis. Toda el agua en una sola cisterna —hizo un gesto abarcando el planeta.

—¡La Casa de los Corrino no se atrevería a atacarnos aquí!

—Alia tendría todas las de ganar si se atrevieran —el tono zumbón de su voz la irritó.

—¡No tengo por qué ser tratada condescendientemente por mi propio nieto! —dijo.

—¡Entonces maldita sea, mujer, deja de pensar en mí como en tu nieto! ¡Piensa en mí como en tu Duque Leto! —El tono y la expresión facial, incluso el gesto abrupto de su mano, fueron tan exactos, que ella permaneció en silencio, confusa.

Con una seca y remota voz, Leto dijo:

—He intentado prepararte. Concédeme esto, al menos.

—¿Por qué querría Alia secuestrarme?

—Para inculpar a la Casa de los Corrino, por supuesto.

—No puedo creer en ello. Incluso para ella, esto sería… monstruoso. Demasiado peligroso. ¿Cómo podría hacerlo sin…? ¡No puedo creerlo!

—Cuando ocurra, deberás creerlo. Ahh, abuela, Ghani y yo necesitamos tan sólo bordear nuestro interior para saber. Es una simple autopreservación. ¿Cómo podríamos de otro modo intuir siquiera los errores que se cometen a nuestro alrededor?

—Me niego a aceptar ni siquiera un minuto que este secuestro forme parte de un plan de Alia…

—¡Bendito sea Dios! ¿Cómo puedes ser tú, una Bene Gesserit, tan obtusa? Todo el Imperio sospecha las razones por las cuales estás aquí. Los propagandistas de Wensicia están todos ellos preparados para desacreditarte. Alia no puede esperar a que esto suceda. Si tú cayeras, la Casa de los Atreides podría sufrir un golpe mortal.

—¿Qué es lo que todo el Imperio sospecha? —Jessica pronunció aquellas palabras de la forma más fría posible, sabiendo que no podía dominar a aquel no-niño con ningún truco de la Voz.

—Que Dama Jessica planea emparejar a los dos gemelos —dijo él con voz ronca—. Esto es lo que desea la Hermandad. ¡Un incesto!

Ella parpadeó.

—Rumores vanos —dijo. Tragó saliva—. La Bene Gesserit no permitirá que un rumor así se esparza incontroladamente por el Imperio. Todavía poseemos una cierta influencia. Recuérdalo.

—¿Rumores? ¿Qué rumores? Seguramente has pensado abiertamente en esta posibilidad. —Agitó la cabeza cuando ella intentó hablar—. No lo niegues. Déjanos pasar la pubertad viviendo en la misma casa y tú en esa casa, y tu influencia no será más que un pañuelo agitado frente a un gusano de arena.

—¿Crees que somos estúpidas hasta tal punto? —preguntó Jessica.

—Por supuesto que lo creo. Tu Hermandad no es más que un puñado de malditas viejas mujeres estúpidas que son incapaces de pensar más allá de su precioso programa genético. Ghani y yo sabemos la leva que tienen en mano. ¿Acaso piensas que nosotros dos somos estúpidos?

—¿Leva?

—¡Ellas saben que tú eres una Harkonnen! Lo tienen en sus registros genéticos: Jessica, nacida en Tanidia Nerus, de su unión con el Barón Vladimir Harkonnen. Este registro, hecho público accidentalmente, podría ponerte en una situación bastante…

—¿Crees que la Hermandad se rebajaría hasta el chantaje?

—Sé que lo harían. Oh, han endulzado la píldora. Te han dicho que investigues los rumores que corren acerca de tu hija. Han alimentado tu curiosidad y tu miedo. Han invocado tu sentido de la responsabilidad, te han hecho sentirte culpable de haberte refugiado en Caladan. Y te han ofrecido la alternativa de salvar a tus nietos.

Jessica solo pudo quedárselo mirando en silencio. Era como si hubiera estado presente en su entrevista con las Superioras de la Hermandad. Se sintió completamente deprimida por sus palabras, y empezó a aceptar la posibilidad de que estuviera diciendo la verdad con respecto a los planes de Alia de raptarla.

—¿Sabes, abuela? Debo tomar una decisión difícil —dijo Leto—. ¿Debo seguir la mística de los Atreides? ¿Debo vivir para mis súbditos… y morir por ellos? ¿O debo elegir otro camino… uno que me permita vivir un millar de años?

Jessica retrocedió involuntariamente. Aquellas palabras dichas tan fácilmente tocaban un tema que la Bene Gesserit había hecho casi impensable. Muchas Reverendas Madres podrían haber elegido aquel camino… o haberlo intentado. Las manipulaciones de la química interna estaban al alcance de las iniciadas de la Hermandad. Pero si una sola de ellas lo hubiera hecho, más tarde o más temprano todas las demás lo hubieran intentado también. Y una tal acumulación de mujeres jóvenes no hubiera podido ser ocultada. Sabían con certeza que aquella senda las habría conducido a la destrucción. La humanidad de corta vida se hubiera vuelto contra ellas. No… Era impensable.

—No me gusta el curso que siguen tus pensamientos —dijo.

—Tú no comprendes mis pensamientos —dijo él—. Ghani y yo… —Agitó la cabeza—. Alia lo tenía en sus manos y lo desechó.

—¿Estás seguro de ello? Ya he informado a la Hermandad de que Alia practica lo impensable. ¡Mírala! No ha envejecido ni un día desde la última vez en que yo…

—¡Oh, eso! —barrió todo el equilibrio corporal Bene Gesserit con un gesto de su mano—. Estoy hablando de algo muy distinto… una perfección del ser de un alcance mucho mayor de lo que nunca ha conseguido ningún ser humano.

Jessica permaneció en silencio, aterrada ante la facilidad con que él le había arrancado aquella revelación. Leto sabía seguramente que un tal mensaje representaba una sentencia de muerte para Alia. Y no importaba el hecho de que hubiera cambiado las palabras, la intención seguía siendo la misma. ¿Acaso no se daba cuenta de lo peligrosas que eran sus palabras?

—Explícate mejor —dijo finalmente.

—¿Cómo? —preguntó él—. A menos que comprendas que el Tiempo no es lo que aparenta, ni siquiera puedo iniciar una explicación. Mi padre lo sospechaba. Se detuvo al borde de la comprensión, pero retrocedió. Ahora es el turno de Ghani y mío.

—Insisto en que te expliques mejor —dijo Jessica, rozando con el dedo la aguja envenenada oculta en un pliegue de su ropa. Era el gom jabbar, tan mortal que la más ligera rozadura mataba en segundos. Y pensó: Me advirtieron que tal vez tuviera que usarlo. Aquel pensamiento tensó los músculos de su brazo en un estremecimiento que se extendió en oleadas y que sólo sus amplias ropas consiguieron ocultar.

—Muy bien —suspiró Leto—. Primero, con respecto al Tiempo: no existe diferencia entre diez mil años y un año; no existe diferencia entre cien mil años y un latido del corazón. No existe ninguna diferencia. Este es el primer hecho acerca del Tiempo. Y el segundo hecho: todo el universo, con todo su Tiempo, están en mi interior.

—¿Qué estupidez es ésta? —preguntó ella.

—¿Te das cuenta? No comprendes. Intentaré explicártelo de otra forma, entonces. —Levantó su mano derecha para ilustrar su aseveración, agitándola a medida que hablaba—. Vamos hacia adelante, volvemos hacia atrás.

—¡Esas palabras no explican nada!

—Correcto —asintió él—. Hay cosas que las palabras no pueden explicar. Uno debe experimentarlas sin palabras. Pero tú no estás preparada para una tal aventura, del mismo modo que miras hacia mí y no me ves.

—Pero… te estoy mirando directamente. ¡Por supuesto que te veo! —Lo miró furiosamente. Las palabras de Leto reflejaban el conocimiento del Código Zensunni tal como era enseñado en las escuelas Bene Gesserit: juegos de palabras para confundir las ideas y las más profundas convicciones filosóficas.

—Algunas cosas ocurren más allá de nuestro control —dijo Leto.

—¿Y cómo explica esto esa… esa perfección que se halla tan más allá de cualquier otra experiencia humana?

Él asintió.

—Si uno retarda la vejez y la muerte con el uso de la melange o con esos cuidadosos ajustes del equilibrio corporal que vosotras las Bene Gesserit tanto teméis, un tal retardo invoca tan sólo una ilusión de control. Cuando uno atraviesa a pie el sietch, lo haga rápidamente o a paso lento, siempre termina atravesándolo. Y este paso del tiempo es experimentado en forma interna.

—¿Por qué juegas de esa forma con las palabras? Gasté mi diente del juicio en esas tonterías mucho antes de que naciera tu padre.

—Pero luego aquel diente creció —dijo él.

—¡Palabras! ¡Palabras!

—¡Ahhh, ahora estás muy cerca!

—¡Ja!

—¿Abuela?

—¿Sí?

Leto permaneció en silencio durante un largo espacio de tiempo. Luego:

—¿Te das cuenta? Puedes responder como tú misma. —Le sonrió—. Pero no puedes ver a través de las sombras. Yo estoy aquí. —Sonrió de nuevo—. Mi padre llegó muy cerca de esto. Cuando vivió, vivió, pero cuando murió, no consiguió morir.

—¿Qué estás diciendo?

—¡Muéstrame su cuerpo!

—¿Crees que ese Predicador…?

—Es posible, pero aunque fuera así, aquel no es su cuerpo.

—No me has explicado nada —acusó ella.

—Tal como te previne.

—Entonces, ¿por qué…?

—Tú preguntaste. Necesitabas que te lo mostraran. Ahora volvamos a Alia y a su plan de secuestro para…

—¿Estás planeando lo impensable? —preguntó ella, sujetando el venenoso gom jabbar bajo sus ropas.

—¿Serás tú su ejecutora? —preguntó él, con su voz decepcionadamente suave. Apuntó un dedo hacia la mano oculta tras las ropas de su abuela—. ¿Piensas que te va a permitir usar esto? ¿O que te voy a dejar usarlo yo?

Jessica intentó inútilmente tragar saliva.

—En respuesta a tu pregunta —dijo él—, no estoy planeando lo impensable. No soy tan estúpido. Pero estoy dispuesto contigo. Te atreves a juzgar a Alia. ¡Por supuesto que está infringiendo el precioso mandamiento Bene Gesserit! ¿Y qué esperabas? La abandonaste, la dejaste aquí como reina en todo menos en nombre. ¡Todo este poder! Mientras tú corrías de regreso a Caladan a restañar tus heridas en brazos de Gurney. No tengo nada contra ello. ¿Pero quién eres tú para juzgar a Alia?

—Te advierto que no voy a con…

—¡Oh, cállate! —Apartó la mirada de ella, disgustado. Pero sus palabras habían sido pronunciadas de aquella especial manera Bene Gesserit… la controlada Voz. La hicieron callar como si una mano hubiera tapado su boca. Y ella pensó: ¿Quién puede saber mejor que él cómo dominarme con la Voz? Aquello mitigó un tanto sus lastimados sentimientos. Muchas veces había usado la Voz sobre otros, y nunca había esperado que ella misma fuera susceptible de recibir el mismo tratamiento… nunca antes… nunca desde aquellos lejanos días de la escuela en los que…

Leto se giró hacia ella.

—Lo siento. Acabo de darme cuenta de lo ciegamente que reaccionas cuando…

—¿Ciegamente? ¿Yo? —Se sintió mucho más ultrajada por aquello de lo que se había sentido por la experta forma que él había usado la Voz contra ella.

—Tú —dijo él—. Ciegamente. Si queda aún un poco de honestidad en ti, podrás reconocer tus propias reacciones. Pronuncio tu nombre y tú dices: «¿Sí?». Hago callar tu lengua. Invoco todos tus mitos Bene Gesserit. Mira dentro de ti misma en la forma en que te enseñaron. Esto, al menos, es algo que puedes hacer para tu…

—¡Cómo te atreves! ¿Qué sabes tú de…? —su voz se apagó. ¡Por supuesto que sabía!

—¡Mira dentro de ti misma, te digo! —la voz de Leto era imperiosa.

De nuevo se sintió fascinada por aquella voz. Sintió que sus sentidos se paralizaban, que su respiración se hacía jadeante. Justo debajo de su consciencia acechaba un corazón martilleante, el jadear de… Bruscamente se dio cuenta de que aquel corazón agitado, aquella respiración jadeante, no le pertenecían, no estaban dominados por su control Bene Gesserit. Sus ojos se desorbitaron ante la terrible comprensión, sintió que su carne obedecía otras órdenes. Lentamente recuperó su impasibilidad, pero su descubrimiento permaneció. Aquel no-niño había estado jugando con ella cómo quien toca un delicado instrumento durante toda su conversación.

—Ahora sabes cuán profundamente condicionada estás por tu preciosa Bene Gesserit —dijo él.

Ella tan sólo pudo asentir. Su fe en las palabras yacía despedazada. Leto la había obligado a contemplar de frente su universo físico, y se había sentido impresionada por ello, con su mente empapada de una nueva consciencia. «¡Muéstrame su cuerpo!». Y él le había mostrado el propio cuerpo de ella como si fuera el de un recién nacido. Desde aquellos primeros días escolares en Wallach, desde aquellos terribles días antes de que los compradores del Duque vinieran a buscarla, desde entonces, nunca había sentido tal terrible inseguridad acerca de los próximos momentos.

—Dejarás que te secuestren —dijo Leto.

—Pero…

—No quiero discutir sobre este punto —dijo él—. Lo harás. Piensa en ello como en una orden de tu Duque. Verás su finalidad cuando haya ocurrido todo. Y tendrás que enfrentarte con un alumno muy interesante.

Leto se puso en pie, asintió con la cabeza. Dijo:

—Algunas acciones tienen un fin pero no un principio; algunas empiezan pero no terminan nunca. Todo depende del lugar donde esté situado el observador. —Se giró, y salió de la estancia.

En la segunda antecámara, Leto encontró a Ghanima que se apresuraba hacia sus apartamentos privados. Ella se detuvo al verle.

—Alia está muy ocupada con su Convocación de la Fe —dijo. Miró interrogativamente hacia el pasillo que conducía a los apartamentos de Jessica.

—Ha funcionado —dijo Leto.