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El sietch al borde del desierto

Fue de Liet, fue de Kynes,

Fue de Stilgar, fue de Muad’Dib,

Y, una vez más, fue de Stilgar.

Los Naib, uno a uno, duermen en la arena,

Pero el sietch permanece.

De una canción Fremen

Alia sintió que su corazón latía fuertemente cuando se alejó de los gemelos. Por algunos angustiosos segundos tuvo la sensación de que no conseguiría irse de allí, de que iba a pedir su ayuda. ¡Vaya estúpida debilidad! Se obligó a sí misma a recobrar la calma. ¿Habrían practicado alguna vez la presciencia aquellos gemelos? El sendero que había engullido a su padre tenía que atraerlos… el trance de la especia, con sus visiones del futuro ondeando como una sutil bruma agitada por un viento voluble.

¿Por qué yo no puedo ver el futuro?, se preguntó Alia. Lo he intentado muchas veces. ¿Por qué me elude?

Tenía que conseguir que los gemelos lo intentaran, se dijo a sí misma. La tentación sería irresistible para ellos. Poseían la curiosidad propia de los niños, incrementada con memorias ancestrales que se extendían a lo largo de milenios.

Así fue para mí, pensó Alia.

Sus guardias abrieron los sellos de humedad de la Puerta Principal del sietch y permanecieron a un lado mientras ella salía a la explanada donde aguardaban los ornitópteros.

Un viento procedente del desierto esparcía arena por el cielo, pero el día era luminoso. Saliendo de la penumbra de los globos del sietch a la luz del día, Alia sintió que sus pensamientos surgían también al exterior.

—¿Por qué Dama Jessica regresaba en este preciso instante? Habían corrido historias por Caladan, historias acerca de cómo la Regente había…

—Debemos apresurarnos, mi Dama —dijo uno de los guardias, alzando la voz por encima del sonido del viento.

Alia dejó que la ayudaran a subir a su ornitóptero y fijaran los cinturones de seguridad, pero sus pensamientos brincaban desbocados.

¿Por qué ahora?

Cuando las alas del ornitóptero empezaron a pulsar y el aparato saltó al aire, sintió la magnificencia y el poder de su posición casi como algo físico… ¡pero cuán frágil, oh, cuán frágil!

¿Por qué ahora, cuando los planes aún no se habían completado?

Los vórtices de polvo se apartaron, se disolvieron, y pudo ver la brillante luz del sol sobre el cambiante paisaje del planeta: amplias extensiones de verdeante vegetación allá donde la reseca tierra había sido dominada.

Sin una visión del futuro, puedo fracasar. ¡Oh, qué maravillas podría realizar si tan sólo pudiera ver como veía Paul! Y yo no caería en la amargura que las visiones prescientes parecen llevar consigo.

Un tremendo deseo de que se le permitiera renunciar a su poder la atravesó. Oh, ser como eran los demás… ciegos en la más segura de todas las cegueras, viviendo tan sólo aquella hipnótica semivida a la que precipitaba a la mayor parte de los seres humanos el shock del nacimiento. ¡Pero no! Ella había nacido Atreides, víctima de aquella consciencia de eones de profundidad infligida por la adicción de su madre a la especia.

¿Por qué mi madre regresa hoy?

Gurney Halleck vendría con ella… siempre el devoto sirviente, presto a matar por ella, leal y honesto, un músico que mataba con la misma sencillez con que tocaba su baliset de nueve cuerdas. Algunos decían que se había convertido en el amante de su madre. Eso era algo que tendría que comprobar; podía ser una información valiosa.

El deseo de ser como los demás la abandonó.

Leto debe ser empujado al trance de la especia.

Recordó haberle preguntado en una ocasión al muchacho cómo se habría entendido con Gurney Halleck. Y Leto, sintiendo implicaciones subyacentes en su pregunta, había respondido que Halleck era leal «hasta el exceso», añadiendo: «Él… adoraba a mi padre».

Ella había notado aquella pequeña vacilación. Había estado a punto de decir: «me» en lugar de «a mi padre». Sí, a veces era difícil separar los recuerdos genéticos de los propios. Gurney Halleck no le hubiera hecho más fácil aquella distinción a Leto.

Una dura sonrisa rozó los labios de Alia.

Gurney había elegido regresar a Caladan con Dama Jessica tras la muerte de Paul. Su regreso había enmarañado muchas cosas. Regresando a Arrakis, iba a añadir sus propias complejidades a las tramas existentes. Había servido al padre de Paul… y ésta era la sucesión: de Leto I a Paul a Leto II. Y fuera del programa genético de la Bene Gesserit: de Jessica a Alia a Ghanima… una línea colateral. Gurney, añadido a la confusión de identidades, podría ser inapreciable.

¿Qué haría si descubriera que llevamos en nosotros sangre de los Harkonnen, esos Harkonnen a los que odia tan amargamente?

La sonrisa en los labios de Alia se hizo introspectiva. Los gemelos eran, después de todo, unos niños. Eran como niños con incontables padres, cuyas memorias pertenecían tanto a estos como a ellos mismos. Seguramente estarían de pie al borde del Sietch Tabr, observando el rastro de la nave de su abuela aterrizando en la depresión de Arrakeen. Aquella señal ardiente que hacía visible el paso de la nave en el cielo, ¿hacia que la llegada de Jessica fuera más real para sus nietos?

Mi madre me preguntará acerca de su adiestramiento, pensó Alia. Querrá saber si utilizo las disciplinas prana-bindu juiciosamente. Y yo le contestaré que ellos se adiestran a sí mismos… tal como hice yo. Le transmitiré las palabras de su nieto: «Entre las responsabilidades del mando está la necesidad de castigar… pero tan sólo cuando la víctima lo exige».

Se le ocurrió que si conseguía centrar la atención de Dama Jessica tan sólo en los gemelos, otras personas podrían escapar a su aguda inspección.

Era algo plausible. Leto era muy parecido a Paul. ¿Y por qué no? Podía ser Paul todas las veces que quisiera. Incluso Ghanima poseía esta estremecedora habilidad.

Tal como yo puedo ser mi madre o cualquiera de las otras que han compartido su vida con nosotras.

Apartó de sí aquellos pensamientos, observando pasar el paisaje de la Muralla Escudo. Entonces pensó: ¿Qué la habrá empujado a dejar la cálida seguridad del fértil en agua Caladan y regresar a Arrakis, a este planeta desierto donde el Duque fue asesinado y su hijo murió como un mártir?

¿Por qué había regresado Dama Jessica en aquel preciso momento?

Alia no halló ninguna respuesta… ninguna plausible. En el pasado podían haber compartido otras egoconsciencias, pero cuando sus respectivas experiencias tomaron caminos divergentes, sus motivaciones también divergieron. Las causas primarias de sus acciones eran individuales. Para la prenacida, la multinacida Atreides, esta era la suprema realidad, en sí misma otra forma de nacer: era la absoluta separación. En la carne viva, respirante, cuando esta carne abandonaba el seno materno que la había afligido con aquellas múltiples consciencias.

Alia no consideraba extraño el amar y odiar simultáneamente a su madre. Era una necesidad, un equilibrio necesario sin lugar para la culpa o los reproches. ¿Cómo era posible delimitar el amor y el odio? ¿Podía alguien reprocharle a la Bene Gesserit el haber dirigido a Dama Jessica en una dirección muy precisa? La culpa y los reproches se difuminaron cuando los recuerdos cubrían milenios. La Hermandad había intentado tan sólo crear un Kwisatz Haderach: el macho equivalente a una Reverenda Madre totalmente desarrollada… y más aún, un ser humano de sensibilidad y consciencia superiores, el Kwisatz Haderach que podía estar en varios lugares a la vez. Y Dama Jessica, tan sólo un peón en aquel programa genético, había tenido el mal gusto de enamorarse del compañero genético que le había sido asignado. Demasiado complaciente a los deseos de su bienamado Duque, había producido un hijo en lugar de la hija que la Hermandad le había ordenado como primogénito.

¡Y permitiendo que yo naciese tras haberse habituado a la especia! Y ahora no me quieren. ¡Ahora me tienen miedo! Y por una buena razón…

Habían conseguido a Paul, su Kwisatz Haderach, una generación demasiado pronto… un pequeño error de cálculo en un plan tan a largo plazo. Y ahora tenían otro problema: la Abominación, que llevaba consigo los preciosos genes que habían estado buscando durante tantas generaciones.

Alia notó una sombra cruzando sobre ella y miró hacia arriba. Su escolta estaba situándose en sus posiciones altas de guardia preparatorias del aterrizaje. Agitó la cabeza, irritada por sus erráticos pensamientos. ¿Para qué servía evocar toda una serie de viejas existencias y recrearse en sus antiguos errores? La suya era una existencia nueva, distinta de todas las demás.

Duncan Idaho había utilizado sus cualidades de mentat para responder a la pregunta de por qué Dama Jessica regresaba precisamente en este instante, evaluando el problema con su lógica de computadora humana, su principal cualidad. Había dicho que volvía para tomar posesión de los gemelos para la Hermandad. También los gemelos llevaban en sí aquellos inapreciables genes. Duncan podía estar en lo cierto. Aquella motivación podía ser suficiente como para arrancar a Dama Jessica de su autoimpuesta reclusión en Caladan. Si la Hermandad ordenaba… Bueno, ¿por qué otras razones iba a volver al escenario de tantos acontecimientos dolorosos para ella?

—Ya veremos —murmuró Alia.

Sintió cómo el ornitóptero se posaba en el techo de su Ciudadela, un inconfundible chirrido que la llenó con siniestras anticipaciones.