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CASI COMO MAGIA

Tiempo atrás, Madrigal había sido lo que lo había impulsado a marcharse. Esta vez, fue Karou. En aquel momento, su destino había sido Loramendi, la ciudad enjaulada de las bestias. Ahora, era Marrakech. De nuevo abandonaba a Hazael y Liraz, pero esta vez sin dejarlos en la ignorancia. Ahora sabían toda la verdad.

Lo que harían con aquella información era algo que no podía adivinar.

Liraz lo había llamado traidor, y había añadido que su presencia le resultaba insoportable. Hazael solo lo había mirado fijamente, pálido y con rechazo.

Sin embargo, le habían permitido marchar sin derramar sangre —ni la suya ni la de ellos—, y eso era lo mejor que habría podido esperar. Si informarían al comandante —o incluso al emperador— y regresarían para capturarlo o lo cubrirían, no lo sabía. No podía pensar en ello. Volando sobre el Mediterráneo con el hueso de la suerte apretado en la mano, sus pensamientos pertenecían a Karou. La imaginaba esperando en la tumultuosa plaza marroquí donde sus ojos quedaron atrapados por primera vez en los de ella. Podía verla con claridad, incluso la forma en que levantaría la mano hacia la garganta para acariciar el hueso de la suerte antes de recordar, con un nuevo estremecimiento cada vez, que no lo tenía.

Lo tenía él. Todo lo que implicaba, sobre el pasado, sobre el futuro, estaba justo en su mano —casi como magia, le había dicho Madrigal en cierta ocasión.

Hasta la noche en la que, por fin, había visto de nuevo a Madrigal, él no sabía siquiera lo que era un hueso de la suerte. Ella llevaba uno atado con un cordel en torno al cuello; un objeto tan fuera de lugar sobre su vestido de seda, sobre su piel de seda.

—Bueno, sí. Es un hueso de la suerte. Cada uno coloca un dedo alrededor de una punta, así, y entonces pedimos un deseo y tiramos. El que se quede con el trozo más grande verá cumplido su deseo.

—¿Es magia? —le había preguntado Akiva—. ¿De qué pájaro proceden estos huesos que producen magia?

—No, no es magia. En realidad, los deseos no se cumplen.

—Entonces, ¿por qué hacerlo?

Ella se encogió de hombros.

—¿Esperanza? La esperanza puede ser muy poderosa. Tal vez no haya verdadera magia en el hueso, pero cuando sabes qué es lo que anhelas y lo mantienes como una luz dentro de ti, puedes hacer que las cosas sucedan, casi como magia.

Akiva sintió que se perdía en los ojos de Madrigal. El resplandor de aquella mirada despertó algo en su interior, algo que le descubría que había pasado toda su vida en una neblina de sentimientos truncados.

—Y ¿qué es lo que deseas? —preguntó Akiva con el anhelo de conseguírselo, fuera lo que fuese.

Ella respondió con timidez:

—Se supone que no debes decirlo. Ven, pide un deseo conmigo.

Akiva alargó la mano y rodeó con un dedo la delgada punta del hueso. Lo que deseaba con todas sus fuerzas era algo en lo que nunca antes había pensado, hasta conocer a Madrigal. Y aquella noche se convirtió en realidad, y muchas noches después. Un breve y luminoso lapso de felicidad en torno al cual giraba su vida entera. Todos sus actos posteriores tendrían su origen en su amor por Madrigal, y en su pérdida, y la pérdida de sí mismo.

¿Y ahora? Estaba volando hacia Karou con la verdad en la mano, encerrada en aquel frágil objeto, «casi mágico».

¿Casi? Esta vez no.

Ese hueso de la suerte emanaba magia. La rúbrica de Brimstone era tan poderosa en él como en los portales que provocaban dentera a Akiva. El hueso contenía la verdad, y junto a ella, el poder para que Karou lo odiara.

Y si desapareciera —algo tan pequeño perdido en medio de un océano—, ¿qué ocurriría? Karou no tenía por qué saber nada. Entonces, podría mantenerla a su lado, amarla. Y algo más importante, si el hueso se desvaneciera, ella podría amarlo.

Aquel pensamiento envenenó su mente, y Akiva sintió desprecio por sí mismo. Trató de acallarlo, pero el hueso hostigaba su imaginación. «Ella nunca lo sabrá», parecía decirle desde su mano abierta. Y allí abajo el Mediterráneo, veteado, resplandeciente por el sol y profundo, lo confirmaba.

Ella nunca lo sabrá.