VOLAR ES FÁCIL
Karou descubrió, con alegría, que volar era fácil. La euforia difuminó el cansancio, y con él, la apatía que se había instalado en su ánimo tras demasiados encuentros con los traficantes de dientes de Brimstone. Tomó altura, maravillada por las estrellas y la sensación de encontrarse entre ellas. Eran increíbles. Había que admitir que aunque Bain carecía de gusto para la decoración, al menos vivía en compañía de las estrellas. El cielo parecía azucarado.
Se alejó de la cabaña y siguió la carretera en dirección a Boise. Se movía arriba y abajo, entre las corrientes de aire. Experimentó la velocidad —sin esfuerzo, aunque los ojos se le llenaron de lágrimas heladas—. No tardó mucho en adelantar al taxi que la había abandonado a su suerte e imaginó escenas malévolas. Podría volar junto al coche, golpear la ventanilla y agitar el puño antes de remontar de nuevo el vuelo.
Eres perversa, pensó, y escuchó la voz de Brimstone en su cabeza censurando aquella travesura como insensata. Bueno, tal vez un poquito.
No obstante, ¿qué pensaría Brimstone del deseo en sí —volar— y del plan del que formaba parte? ¿Cómo reaccionaría cuando Karou se presentara en su puerta, con el pelo despeinado por el viento de dos mundos? ¿Se alegraría de verla o seguiría enfurecido y rugiría que estaba loca, echándola de nuevo? ¿Debía buscar a Brimstone o él deseaba que escapara como una mariposa a través de una ventana, sin mirar atrás, como si nunca hubiera tenido una familia de monstruos?
Si esperaba que hiciera aquello, es que no la conocía en absoluto.
Iría a Marruecos y localizaría a Razgut bajo el montón de basura o el carro que le sirviera de escondite y juntos —¡juntos!, se estremecía incluso al pensar en aquella palabra que la unía a él— volarían a través de una abertura en el cielo para emerger en Otra Parte.
De repente comprendió que aquello era a lo que Brimstone se refería al afirmar que «la esperanza realiza su propia magia». Los deseos no le habían permitido abrir un portal sin más, pero gracias a su fuerza de voluntad, a su esperanza, y justo cuando daba por perdidas a sus quimeras, lo había conseguido: había encontrado un camino. Allí estaba, volando, y con un guía que la esperaba para conducirla hasta el lugar al que deseaba ir. Se sentía orgullosa, y creyó que Brimstone también lo estaría, lo demostrara o no.
Empezó a tiritar. En el cielo hacía frío y el entusiasmo inicial iba dejando paso al castañeteo de dientes y el cansancio, así que aterrizó en medio de la carretera, con facilidad, como si lo hubiera hecho miles de veces, y esperó a que el taxi la alcanzara.
Por supuesto, el taxista se sorprendió al verla. La miró como si se tratara de un fantasma y, de regreso al aeropuerto, pasó más tiempo observándola a través del espejo retrovisor que mirando a la carretera. Karou se sentía demasiado agotada como para pensar siquiera que era gracioso. Cerró los ojos, buscó el hueso de la suerte con la mano, bajo el cuello del abrigo, y cogió las puntas de la espoleta entre sus dedos.
Estaba casi dormida cuando sonó su teléfono. El nombre de Zuzana se iluminó en la pantalla.
—Hola, hada rabiosa.
Su amiga resopló.
—Cállate. Tú eres la única aquí que podría ser un hada.
—Yo no soy un hada. Soy un monstruo. Y adivina qué. Hablando de hadas, tengo una sorpresa para ti.
Karou trató de imaginar la cara de Zuzana cuando viera cómo se elevaba del suelo. ¿Debía contárselo, o sorprenderla? Tal vez podría fingir que se caía de una torre…, ¿o sería demasiado malvado?
—¿Qué? —preguntó Zuzana—. ¿Me has comprado un regalo?
Ahora le tocaba resoplar a Karou.
—Eres como una niña cuando sus padres regresan a casa de una fiesta, hurgando en sus bolsillos en busca de un trozo de tarta.
—Mmm, tarta. Me comería un trozo de tarta. Pero no de un bolsillo, eso es asqueroso.
—No te llevo tarta.
—Ah… ¿Qué clase de amiga eres? Aparte de la más ausente.
—Ahora mismo, la más cansada. Si escuchas ronquidos, no te ofendas.
—¿Dónde estás?
—En Idaho, de camino al aeropuerto.
—¡El aeropuerto, estupendo! Entonces, ¿vuelves a casa? No te has olvidado. Sabía que te acordarías.
—Por favor. Llevo semanas deseándolo. No te puedes ni imaginar. Ha sido como pensar: cazador repugnante, cazador repugnante, cazador repugnante, ¡espectáculo de marionetas!
—Por cierto, ¿cómo vas con esos cazadores repugnantes?
—Repugnantemente. Pero olvídate de ellos. ¿Estás lista?
—Sí. Asustada, pero dispuesta. La marioneta está terminada y ha quedado estupenda, aunque está feo que yo lo diga. Lo único que falta es que pongas en funcionamiento tu magia —hizo una pausa—. Me refiero a tu magia no mágica. La típica brujería de Karou. ¿Cuándo estarás de vuelta?
—Imagino que el viernes. Solo tengo que hacer una paradita rápida en París…
—Una paradita rápida en París —repitió Zuzana—. ¿Sabes?, un alma menos elevada que la mía acabaría su amistad contigo alegando frases detestables como «solo tengo que hacer una paradita rápida en París».
—¿Existen almas menos elevadas que la tuya? —replicó Karou.
—¡Oye! Puede que mi cuerpo sea pequeño, pero mi espíritu es grande. Por eso llevo zapatos con plataforma. Para estar a la altura de mi alma.
Karou rió, un alegre tintineo que atrajo la mirada del taxista hacia su reflejo en el retrovisor.
—Y también para besar —añadió Zuzana—. Porque de otro modo solo podría salir con enanos.
—Por cierto, ¿cómo está Mik? Aparte de que no es un enano.
La voz de Zuzana adquirió un tono meloso.
—Bieeeeeeen —respondió estirando la palabra como un caramelo masticable.
—¿Hola? ¿Quién está ahí? Que se vuelva a poner Zuzana. ¿Zuzana? Hay una tía ñoña al teléfono haciéndose pasar por ti…
—Cierra la boca —gritó Zuzana—. Solo vuelve, ¿de acuerdo? Te necesito.
—Voy de camino.
—Y tráeme un regalo.
—Ya. Como si lo merecieras.
Karou colgó el teléfono con una sonrisa en los labios. Zuzana merecía un regalo, y esa era la razón por la que iba a detenerse en París antes de regresar a su casa en Praga.
Su casa. Aquella expresión todavía le resultaba extraña, pero la mitad de su vida había quedado seccionada, y la otra mitad —la mitad normal— estaba en Praga. Su diminuto apartamento con filas y filas de cuadernos de dibujo; Zuzana y sus marionetas; la escuela, los caballetes y viejos desnudos con boas de plumas; La Cocina Envenenada, esculturas con máscaras antigás y platos de goulash humeantes sobre tapas de ataúdes; incluso el imbécil de su ex novio acechando en las esquinas disfrazado de vampiro.
Bueno, la mitad normalita.
Y aunque parte de su ser se mostraba ansioso por llegar a Marruecos, recoger a su horripilante compañero de viaje y emprender el camino hacia Otra Parte, no podía soportar la idea de desaparecer sin más, no después de todo lo que había perdido. Suponía que regresaba para despedirse, y para disfrutar de la normalidad por última vez en un futuro inmediato.
Además, no tenía intención de perderse el espectáculo de marionetas de Zuzana.