15

LA OTRA PUERTA

En el vestíbulo, Karou cayó de rodillas. Con la respiración entrecortada, se apoyó sobre el cuerpo de serpiente de Issa.

—¡Karou! —Issa la recogió en un abrazo que las manchó a ambas de sangre—. ¿Qué ha sucedido? ¿Quién te ha hecho esto?

—¿No lo has visto? —preguntó Karou aturdida.

—¿A quién?

—Al ángel…

Issa reaccionó de forma brusca. Echó el cuerpo hacia atrás como una sierpe dispuesta a atacar.

¿Un ángel? —silbó.

Todas sus serpientes —repartidas por el pelo, la cintura y los hombros— se retorcieron con ella, y silbaron. Karou aulló de dolor cuando el repentino movimiento le abrió las heridas.

—Oh, querida, mi dulce niña. Perdóname —Issa se relajó de nuevo y acunó a Karou como a un bebé—. ¿Qué has querido decir con un ángel? Seguramente no…

Karou parpadeó con la mirada fija en Issa. Las sombras comenzaban a envolverlas.

—¿Por qué quería matarme?

—Mi amor, mi amor —respondió Issa inquieta. Retiró el abrigo rajado por la espada y la bufanda para ver las heridas de Karou, pero la hemorragia era abundante y aún no se había detenido, y el vestíbulo estaba poco iluminado.

—¡Cuánta sangre!

Karou sintió como si las paredes se fueran arqueando lentamente a su alrededor. Esperaba ansiosa que la puerta interior se abriera, pero no lo hacía.

—¿No podemos entrar? —su voz sonaba muy débil—. Quiero ver a Brimstone.

Recordó cómo la había cogido cuando regresó sangrando de San Petersburgo. La confianza y la tranquilidad que había sentido, ya que estaba segura de que él la curaría. Y así fue, y lo haría de nuevo…

Issa enrolló la bufanda empapada en sangre y trató de contener la hemorragia.

—Ahora no está aquí, mi dulce niña.

—¿Dónde está?

—Bueno…, no se le puede molestar.

Karou gimoteó. Quería ver a Brimstone. Lo necesitaba.

—Pues moléstalo —replicó, y empezó a sentirse a la deriva.

A caer.

La voz de Issa quedó muy lejana.

Y luego, nada.

Poco a poco, surgieron imágenes parpadeantes, como en una película mal montada: los ojos de Issa y los de Yasri, próximos, angustiados. Manos suaves, agua fría. Sueños: Izîl y la criatura de su espalda, con la cara abotargada y el color marrón púrpura de la fruta magullada, y el ángel con los ojos clavados en Karou, como si pudiera abrasarla con la mirada.

—¿Qué puede significar que estén en el mundo de los humanos? —preguntó Issa con voz susurrante y cautelosa.

—Deben de haber encontrado un camino de regreso. Han tardado mucho, a pesar de la elevada opinión que tienen de sí mismos —respondió Yasri.

Esto no formaba parte del sueño. Karou había recuperado la consciencia como quien nada hasta una playa muy lejana —con gran esfuerzo—, y permaneció en silencio, escuchando. Se encontraba en la cuna de su infancia, en la parte trasera de la tienda; lo supo sin necesidad de abrir los ojos. Las heridas le escocían y el olor acre del ungüento cicatrizante impregnaba el ambiente. Las dos quimeras estaban al final del pasillo cubierto con estanterías de libros, susurrando.

—Pero ¿por qué atacar a Karou? —silbó Issa.

—¿No pensarás que…? No es posible que sepan nada de ella —respondió Yasri.

—Por supuesto que no. No seas ridícula —exclamó Issa.

—No, no, claro que no —suspiró Yasri—. Ojalá volviera Brimstone. ¿Crees que deberíamos ir a buscarlo?

—Sabes que no se le puede interrumpir. Pero seguro que no tarda.

—Tienes razón.

Tras una tensa pausa, Issa aventuró:

—Se va a enfadar mucho.

—Sí —afirmó Yasri con la voz temblorosa por el miedo—. Seguro que sí.

Karou notó la mirada de las dos quimeras y trató de parecer inconsciente. No le resultó difícil. Se sentía perezosa, y le dolían el pecho, el brazo y la clavícula. Cuchilladas para acompañar a sus cicatrices de bala. Estaba sedienta y sabía que con solo dejar escapar un susurro, Yasri acudiría rápidamente con agua y una mano tranquilizadora, pero permaneció callada. Había demasiado en lo que pensar.

«No es posible que sepan nada de ella», había dicho Yasri.

Saber ¿el qué?

Tanto secretismo resultaba exasperante. Sintió deseos de levantarse y gritar: «¿Quién soy yo?», pero se contuvo. Simuló estar dormida, porque había algo más que le rondaba por la cabeza.

Brimstone no estaba en la tienda.

Y él siempre estaba allí. Nunca le habían permitido acceder a la tienda en su ausencia, y la extraordinaria circunstancia de que su vida corriera peligro era lo único que justificaba aquella infracción.

Aquella oportunidad.

Karou se mantuvo a la espera hasta que escuchó cómo Yasri e Issa se alejaban, y miró a través de sus pestañas para asegurarse de que se habían ido. Sabía que tan pronto como se incorporara, los muelles de la cuna chirriarían y la delatarían, así que alcanzó la hilera de scuppies que llevaba en torno a la muñeca.

Otro uso más para deseos casi inútiles: silenciar somieres que chirrían.

Se incorporó y trató de recuperar el equilibrio, mareada y dolorida, pero en completo silencio. Yasri e Issa se habían llevado sus botas, el abrigo y el jersey, por lo que únicamente llevaba puestos los vendajes, una camiseta manchada de sangre y unos pantalones vaqueros. Descalza, rodeó un par de armarios y pasó bajo hileras de dientes de camello y jirafa; luego se detuvo, escuchó y escrutó la tienda.

El escritorio de Brimstone estaba sumido en la oscuridad, al igual que el de Twiga, y no había ningún farol encendido que atrajera el aleteo de los colibríes-polilla. Issa y Yasri se encontraban en la cocina, fuera de su vista, y la tienda estaba en penumbra, lo que resaltaba aún más la otra puerta, que dejaba escapar un resplandor a su alrededor.

Por primera vez en su vida, la veía entornada.

Con el corazón golpeándole el pecho, se acercó a ella. Esperó un instante con una mano sobre el pomo, abrió una rendija y miró dentro.