12 de febrero

Resquicio de esperanza

MIRÉ EL MÓVIL. Se había roto.

En la pantalla aún se veía la hora: 23:59.

Pero yo sabía perfectamente que era medianoche pasada, pues habían empezado los fuegos artificiales. La batalla de Honey Hill había terminado otro año más.

Yacía tumbado en un campo fangoso, calado por la lluvia. Todo me parecía turbio mientras veía cómo unos fuegos artificiales de poca monta intentaban explotar en el lluvioso cielo nocturno. No lograba concentrarme. Al caerme, me había dado un buen porrazo en la cabeza y en otras partes del cuerpo: me dolía el estómago y la cadera, y todo el costado izquierdo en general. Amma iba a matarme cuando apareciera en casa hecho un Cristo.

Todos mis recuerdos terminaban en el momento en que me aferraba a esa estúpida talla del ángel y un segundo después estaba tendido de espaldas sobre el barro. Pensé que una parte de la estatua se había resquebrajado mientras intentaba subirme al techo de la cripta, pero en realidad no estaba muy seguro. Link debía de haberme arrastrado fuera después de caerme como un idiota. Aparte de eso, tenía la mente completamente despejada.

Supongo que ese era el motivo por el cual no comprendía los llantos de Marian, la tía Del y la abuela, apiñadas en la cripta. Nada me había preparado para la escena que vi cuando llegué allí andando a trompicones.

Macon Ravenwood había muerto.

Tal vez lo había estado siempre, eso lo ignoraba, pero ahora se había ido. Eso lo sabía muy bien. Lena se aferraba al cuerpo del difunto mientras la lluvia los calaba a ambos.

Era la primera vez que la lluvia mojaba a Macon.

A la mañana siguiente reconstruí unos cuantos hechos relativos a la noche del cumpleaños de Lena. Macon fue la única baja. Al parecer, Hunting le había vencido después de que yo perdiera el conocimiento. La abuela explicó que la sangre es un nutriente mucho más poderoso que los sueños. Supongo que él jamás tuvo ninguna oportunidad de ganar a su hermano, pero aun así, eso no le había disuadido de intentarlo.

Macon siempre dijo que haría cualquier cosa por su sobrina, y al final, hizo honor a su palabra.

Todo el mundo parecía encontrarse bien, al menos físicamente. La tía Del, la abuela y Marian se habían arrastrado como habían podido para volver a Ravenwood. Boo las había seguido, lloriqueando como un cachorro. La tía Del era incapaz de comprender qué le había pasado a Larkin. Nadie sabía muy bien cómo soltarle la noticia de que en la familia había dos ovejas negras y no una, así que al final nadie dijo ni pío.

La señora Lincoln no se acordaba de nada y Link las pasó canutas para explicarle qué hacía con medias y enaguas en mitad del campo de batalla. Se horrorizó al verse en compañía de la familia de Macon Ravenwood, pero estuvo suave como la seda mientras su hijo la llevaba hasta el Cacharro. Link tenía un montón de preguntas, pero supuse que podían esperar hasta la clase de matemáticas. Eso nos daría algo con lo que entretenernos cuando las aguas volvieran a su cauce, ocurriera cuando ocurriera.

Y Sarafine.

Sarafine, Hunting y Larkin habían desaparecido; lo supe porque cuando recobré el conocimiento ellos ya no estaban allí, allí estaba Lena, que se apoyó en mí mientras regresábamos a la mansión Ravenwood. Yo me hacía un lío con los detalles, un poco lo mismo que ahora, pero al parecer tanto Macon como su sobrina habían subestimado los poderes de Lena como Natural. No se sabía muy bien cómo, pero después de todo se las había arreglado para apartar la luna y eludir ser Llamada. Y sin la Llamada, Sarafine, Hunting y Larkin habían huido, al menos por el momento.

Lena seguía sin hablar de ello, bueno, en realidad, no hablaba casi nada.

Yo me había quedado dormido en el suelo de su dormitorio, junto a ella, todavía con nuestras manos entrelazadas. Cuando me desperté, se había marchado. Las paredes de su dormitorio, las mismas que habían estado cubiertas de pintadas negras hasta el punto de que resultaba imposible ver el color blanco de debajo, ahora estaban limpias del todo, excepto una, la pared que estaba frente a la ventana estaba cubierta por un montón de palabras escritas del techo al suelo, pero los textos ya no se parecían a los de Lena, habían desaparecido esas palabras de chica introvertida. Toqué la pared como si de ese modo pudiera sentir las palabras, y entonces supe que se había pasado escribiendo toda la noche.

Macon Ethan

apoyé la cabeza sobre su pecho y lloré porque había sobrevivido

porque él había muerto

un océano seco, un desierto de emoción

feliz tristeza, luz oscura, gozo doloroso, todo me invade y me recorre

logré escuchar el sonido, pero no entendí las palabras

y entonces comprendí que el ruido lo hacía yo al romperme

lo sentí todo y no sentí nada, todo en un momento

estaba hecha pedazos, me había salvado, lo había perdido todo, me habían dado

todo lo demás

una parte de mí murió y otra nació, sólo supe

que la chica se había ido

quienquiera que fuera yo, jamás voy a ser ella otra vez

así es como va el mundo

no acaba con una explosión, sino con un gemido

Llámate a ti misma, llámate, reclámate, reclama

gratitud ira amor desesperación esperanza odio

el primer verde de la naturaleza es oro pero nada verde perdura

no

intentes

que

perdure

nada

verde

T. S. Eliot, Robert Frost, Bukowski. Reconocí los versos de algunos poetas en los textos de la pared, pero excepto el poema de Frost, los había escrito al revés, lo cual era impropio de ella. Nada dorado perdura, sobre eso versaba el poema.

Nada verde.

Quizás ahora todo le pareciera igual.

Bajé a rastras hasta la cocina. La tía Del y la abuela cuchicheaban sobre los preparativos del funeral. Recordaba los tonos bajos y los preparativos de cuando murió mi madre, y aborrecía a ambos. Me acuerdo de cuánto dolía seguir vivo, cuánto les costaba a las abuelas y a las tías hacer planes, telefonear a los parientes y poner todo en marcha del mejor modo posible cuando todo lo que deseas es meterte tú también en el féretro, o tal vez plantar un limonero, freír unos tomates o erigir un monumento con las manos desnudas.

—¿Dónde está Lena?

No hablé en voz baja, pero Del dio un respingo. La abuela permaneció inalterable, ella jamás se sobresaltaba.

—¿No está en su dormitorio? —inquirió la tía Del, aturullada.

La abuela se sirvió otra taza de té con mucha calma.

—Creo que sabes dónde está, Ethan.

Lo sabía.

Lena permanecía tumbada en la cripta, en el lugar donde habíamos encontrado a Macon. Llevaba la ropa húmeda y cubierta de barro de la noche anterior y mantenía la mirada fija en el cielo gris de la mañana. Ignoraba cuándo se habían llevado el cuerpo, pero entendía su impulso de acudir a ese lugar: estar con su tío incluso sin su presencia.

Me oyó llegar, pero no me miró.

—Jamás tendré ocasión de retirar todas aquellas cosas horribles que le dije. Nunca sabrá lo mucho que le quería.

Mi cuerpo dolorido se quejó cuando me tendí en el barro junto a ella. La estudié: el negro pelo ensortijado y las mejillas sucias y humedecidas. Las lágrimas le surcaban las mejillas, pero no hizo intento alguno de secárselas, y yo tampoco.

—Murió por mi culpa.

Mantuvo la vista fija y sin parpadear en el cielo. Me hubiera gustado poder decirle algo que la hubiera hecho sentir mejor, pero nadie mejor que yo sabía que esas palabras no existían, y no las pronuncié. En vez de eso, le besé todos los dedos de la mano, y me detuve cuando mis labios detectaron un sabor a metal, y entonces lo vi: llevaba el anillo de mi madre en un dedo de la mano derecha.

Alzó esa mano.

—No quiero perderlo. El collar se rompió anoche.

Los nubarrones aparecían y desaparecían en el cielo. Aún no habíamos visto la última tormenta, bien que lo sabía yo. Rodeé sus manos con la mía.

—Nunca te he amado más que ahora, en este preciso momento, y jamás te querré menos que ahora, en este preciso momento.

El vasto cielo gris conocía un momento de calma desprovista de sol, un interludio entre la tormenta en ciernes y la que había cambiado nuestras vidas para siempre.

—¿Es eso una promesa?

Le apreté la mano.

No la olvides.

Jamás.

Nuestras manos se entrelazaron. Ladeó la cabeza y, cuando la miré a los ojos, advertí por primera vez que uno era verde y el otro de color avellana, de hecho, era más bien dorado.

Era casi mediodía cuando inicié el largo paseo de vuelta a casa. Rayos dorados y pinceladas de gris oscuro hendían el cielo azul. La presión atmosférica iba en aumento, pero daba la impresión de que tardaría unas horas en empezar a llover. Lena estaba en estado de shock, o eso pensaba, pero yo ya estaba listo para la tormenta, y cuando se desatara, un tornado de la época de huracanes parecería un chaparrón primaveral a su lado.

Del se había ofrecido a llevarme en coche hasta casa, pero yo prefería dar un paseo. A pesar de que me dolía todo el cuerpo, necesitaba aclarar las ideas. Hundí las manos en los bolsillos de los vaqueros y me encontré con un bulto muy familiar: el guardapelo. Lena y yo teníamos que encontrar la forma de devolvérselo al otro Ethan Wate, el que descansaba en su tumba, tal y como Genevieve hubiera deseado. Tal vez eso diera a Ethan Cárter Wate un poco de paz. Era mucho lo que le debíamos.

Descendí el abrupto camino de acceso a Ravenwood y me encontré de nuevo en la bifurcación de la carretera, esa que parecía tan aterradora antes de que yo conociera a Lena, antes de que supiera adónde iba, antes de probar el sabor del miedo y del amor de verdad.

Caminé por delante de los campos y bajé hacia la Route 9, pensando en aquel primer viaje, en esa primera noche de tormenta. Le di vueltas a todo, incluso a cómo había estado a punto de perder a mi padre y a Lena, en cómo había abierto los ojos y la había visto allí, mirándome fijamente, y sólo era capaz de pensar en la suerte que tenía, eso antes de saber que habíamos perdido a Macon.

Pensé en el tío de Lena, en sus libros atados con cordeles y papel, en sus camisas perfectas y sin una arruga y en su compostura aún más perfecta. Pensé en lo duras que iban a ser las cosas para Lena a partir de entonces, echándole de menos, deseando poder oír su voz una vez más, pero yo iba a estar a su lado, con ella, del modo en que a mí me habría gustado tener a alguien conmigo cuando perdí a mi madre.

Y tampoco pensaba que Macon Ravenwood se había ido del todo, no cuando mi madre nos había enviado un mensaje al cabo de unos meses después de su muerte. Tal vez siguiera en algún sitio de por ahí, velando por nosotros. Se había sacrificado por Lena, de eso estaba seguro.

Lo correcto y lo fácil nunca son lo mismo, y nadie lo sabía mejor que Macon.

Alcé los ojos y advertí que empezaban a deslizarse unos trazos grisáceos sobre aquel cielo de color añil claro, un azul idéntico al del techo de mi cuarto. Me pregunté si ese tono azulado impediría de verdad anidar a los abejorros carpinteros y si en verdad esas aves confundirían el techo pintado con el cielo.

La de locuras que puedes llegar a ver cuando no miras de verdad.

Saqué el iPod del bolsillo y lo encendí. Había una nueva canción en la lista de reproducción.

La miré fijamente durante un buen rato.

Diecisiete lunas.

Pulsé el botón.

Diecisiete lunas o decimoséptimo año,

si la Luz o la Oscuridad en tus ojos aparece

el dorado sí o el verde no

nadie sabrá, hasta llegar al diecisiete.