11 de febrero
La llamada
«LOS CASTER NO pueden estar con los mortales sin matarlos».
Ahora, todo tenía sentido. La conexión entre nosotros, la electricidad, la asfixia cada vez que nos besábamos, el ataque al corazón que casi acabó conmigo. No podíamos estar materialmente juntos.
Era cierto. Recordé las palabras de Macon con Amma aquella noche en el pantano y la conversación en mi cuarto.
«Ellos no tienen futuro juntos».
«Ahora no ves las cosas como son, ciertas cosas están más allá de cualquier tipo de control por nuestra parte».
Lena estaba temblando. También ella sabía que era verdad.
—¿Qué has dicho? —preguntó con un hilo de voz.
—Que Ethan y tú jamás podréis estar juntos de verdad. Jamás podréis casaros ni tener hijos. Jamás tendréis un futuro, al menos no uno real. No puedo creer que no te lo hayan contado. ¡Pues sí que os han mantenido protegidas a Ridley y a ti!
Lena se volvió hacia su tío.
—¿Por qué no me lo has dicho? Sabes que le quiero.
—Jamás habías tenido un novio, y mucho menos uno mortal. A ninguno de nosotros se nos pasó siquiera la posibilidad por la cabeza. No comprendimos lo fuerte que era tu conexión con Ethan hasta que fue demasiado tarde.
Oía sus voces, pero no les estaba escuchando. Jamás podríamos estar juntos. Nunca podría estar cerca de ella.
El aire empezó a soplar con renovados bríos. Cada golpe de viento convertía las cortinas de agua en una granizada de cristales. El resplandor de los relámpagos desgarraba los cielos y los rayos impactaban en el suelo con tal fuerza que este se estremecía. Era obvio que ya no estábamos en el ojo de la tormenta y yo sabía que Lena no iba a poder controlarse durante mucho más tiempo.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo? —chilló ella, haciéndose oír por encima del viento.
—Después de que eligieras en la Llamada.
—Pero ¿no lo ves, Lena? —terció Sarafine, cazando al vuelo la oportunidad en cuanto la vio—. Tenemos una fórmula para que tú y Ethan podáis estar juntos el resto de vuestras vidas, os caséis y tengáis hijos, y cualquier otra cosa que tú quieras.
—Ella nunca lo permitirá, Lena —saltó Macon—. Incluso si eso fuera posible, los Caster Oscuros desprecian a los mortales. Jamás permitirán que se diluya la pureza de su linaje con la sangre de un mortal. Esa es una de nuestras grandes diferencias.
—Eso es cierto, pero en este caso estaríamos dispuestos a hacer una excepción si consideras nuestra alternativa. Hemos hallado el modo de hacerlo factible. —Y con un encogimiento de hombros agregó—: Y eso es mejor que la muerte.
—¿Matarías a toda tu familia para estar con Ethan? —replicó Macon, mirando a su sobrina—. ¿A la tía Del? ¿A Reece? ¿A Ryan? ¿A la abuela?
Sarafine extendió sus amplias y enérgicas manos de forma voluptuosa, mostrando su poder.
—Toda esa gente te importará un pimiento una vez que estés Desviada, y me tendrás a mí, que soy tu madre, a tu tío, y a Ethan. ¿Acaso no es él la persona más importante de tu vida?
Una sombra empañó los ojos de Lena. Lluvia y neblina se arremolinaron a su alrededor con tal estruendo que ahogaron las descargas de la artillería en Honey Hill. Había olvidado que podíamos morir de un momento a otro, víctimas de cualquiera de las dos batallas que se libraban aquella noche.
Ravenwood cogió a su sobrina por los brazos.
—Ella está en lo cierto: no sentirás remordimientos si accedes a esto, pues dejarás de ser tú misma. La persona que eres en este momento morirá. Lo que tu madre no te dice es que no vas a recordar tus sentimientos por Ethan. Tu corazón se habrá vuelto tan negro que él no significará nada para ti dentro de unos meses. La Llamada tiene un efecto de poder increíble sobre los Naturales. Puede incluso que le mates, serás perfectamente capaz de hacer semejante maldad, ¿a que sí, Sarafine? Dado que te has convertido en la defensora de la verdad, cuéntale a Lena cómo falleció su padre.
—Tu padre te apartó de mi lado, hija. Lo ocurrido fue una desgracia, un accidente.
Lena parecía afligida. Que su padre había muerto a manos de su madre era una de las cosas que había tenido que oír de la demente señora Lincoln ante el comité de disciplina. Era otro suceso cuya veracidad debía esclarecerse.
Macon aprovechó para llevar el asunto a su terreno.
—Díselo, Sarafine. Cuéntale cómo su padre murió devorado por las llamas en su propia casa, víctima de un incendio provocado por ti. Y todos nosotros sabemos cuánto te gusta jugar con fuego.
—Has interferido durante dieciséis años, ¿sabes? —replicó ella, mirándole con ojos acerados—. Creo que deberías mantenerte al margen en este asunto.
Hunting apareció de la nada a pocos centímetros de Macon, pero ahora tenía menos aspecto humano y guardaba más parecido con su naturaleza demoníaca: el negro pelo lacio se le había puesto de punta, como el del lomo de un lobo a punto de atacar, las orejas se le habían aguzado hasta terminar en punta y se vio una dentadura de animal cuando entreabrió los labios. Entonces desapareció, se desmaterializó.
Hunting reapareció en un pispas encima de su hermano. Sucedió tan deprisa que yo ni siquiera estaba seguro de haber visto lo sucedido. Macon aferró al atacante por la chaqueta y lo lanzó contra un árbol. Jamás me había dado cuenta de la fuerza real del tío de Lena. Hunting salió volando por los aires, pero en vez de estamparse contra el tronco, lo atravesó y rodó por el suelo. En ese mismo momento, Macon desapareció y reapareció sobre él, derribando a Hunting con tal fuerza que la superficie se cuarteó a sus pies. Hunting yació sobre el terreno, derrotado.
Macon se volvió para mirar a su sobrina, momento que aprovechó Hunting para levantarse sonriente a sus espaldas. Grité en un intento de avisar a Macon, pero nadie pudo oírme por culpa del huracán que se estaba formando a nuestro alrededor. Hunting se lanzó sobre su hermano y gruñó brutalmente mientras hundía los dientes en el cuello del señor de Ravenwood como un perro durante una pelea.
Macon soltó un grito gutural y desapareció, pero su hermano debía de habérsele colgado encima, porque se diluyó con él, y cuando reaparecieron en el límite del claro, Hunting seguía sujeto al cuello de su víctima.
¿Qué hacía? ¿Se alimentaba? No estaba lo bastante enterado como para saber si eso era posible, pero fuera lo que fuera que absorbiera Hunting, parecía estar succionando a Macon. Iracunda, Lena profirió unos gritos espeluznantes.
Hunting retiró de un empujón el cuerpo de Macon. Este yació sobre el barro, desmadejado y azotado por la lluvia. Retumbó otra descarga de bombas. Di un respingo, sobresaltado por la proximidad de la munición real. La recreación avanzaba hacia Greenbrier, cada vez más cerca de nosotros. Los confederados oponían la última resistencia.
El estruendo de las descargas enmascaró un ruido diferente pero conocido: el gruñido de Boo Radley, que acudía en defensa de su amo. Aulló y se precipitó de un brinco sobre Hunting. Justo cuando Boo se abalanzaba sobre su objetivo, el cuerpo de Larkin comenzó a retorcerse en espiral hasta formar un montón de serpientes delante del perro. Las víboras sisearon mientras se deslizaban unas sobre otras.
Boo no se dio cuenta de que las serpientes sólo eran una ilusión y que podía atravesarlas. Retrocedió sin dejar de ladrar y con la atención puesta en los serpenteantes ofidios. Esa era la oportunidad que necesitaba Hunting: desapareció para reaparecer detrás del perro, a quien empezó a ahogar con su vigor sobrenatural. El cuerpo del perro se convulsionaba mientras intentaba luchar contra Hunting, pero toda resistencia era inútil. Hunting era demasiado fuerte. Al final, arrojó el cuerpo desmadejado junto al de Macon. Boo permaneció quieto.
El perro y su amo yacían inmóviles en el barro.
—¡Tío Macon! —gritó Lena.
Hunting se pasó los dedos por el pelo lacio y sacudió la cabeza, lleno de energía.
Larkin miró la luna y luego su reloj.
—Y media pasadas. La medianoche está al llegar.
—La decimosexta luna, el decimosexto año —proclamó Sarafine, alzando en cruz los brazos, como si pretendiera abarcar el cielo.
Hunting, con el rostro embadurnado de barro y de sangre, dedicó una ancha sonrisa a Lena.
—Bienvenida a la familia.
Lena no albergaba intención alguna de unirse a esa familia. Eso lo cacé al vuelo. Hizo un esfuerzo para permanecer de pie, estaba empapada de los pies a la cabeza y cubierta de barro por culpa de la lluvia torrencial que ella misma había provocado. El pelo negro se le pegaba a la cara. Apenas podía resistir la embestida del viento y se inclina hacia atrás, como si de un momento a otro fuera a salir despedida del suelo y perderse en el cielo negro. Tal vez fuera capaz. Habíamos llegado a unos extremos en que ya no me sorprendía nada.
Larkin y Hunting se desplazaron en silencio al amparo de las sombras hasta situarse frente a Lena, uno a cada lado de Sarafine. Esta se acercó más.
Su hija alzó una sola mano con la palma extendida.
—Alto. Ahora.
Lena cerró el puño cuando su madre no se detuvo y se alzó una línea de fuego entre las hierbas. Las rugientes llamas separaron a la madre de la hija. Sarafine se detuvo en seco. No había esperado que su hija fuera capaz de invocar otra cosa diferente a lo que para ella debían de ser cuatro gotas y un poco de viento. Lena la había pillado por sorpresa.
—Jamás te ocultaré nada, como sí ha hecho el resto de la familia. Te he explicado las alternativas y te he contado la verdad. Quizá me odies, pero sigo siendo tu madre, y puedo ofrecerte algo que ellos no pueden: un futuro con el mortal.
Las llamaradas se hicieron más altas y el incendio se extendió como si tuviera voluntad propia hasta rodear por completo a Sarafine, Hunting y Larkin. Lena soltó una risotada siniestra, como la de su madre, que me hizo temblar incluso a mí, que estaba en la otra punta del claro.
—No tienes por qué fingir que te preocupas por mí. Todos sabemos la clase de bruja que eres, madre. Creo que eso es en lo único que todos estamos de acuerdo.
La Oscura frunció los labios como si fuera a mandar un beso y resopló. Cuando lo hizo, las lenguas de fuego se agrandaron y se dirigieron hacia la maleza cercana a Lena.
—Y tú que lo digas, querida. Híncale a esto el diente.
Lena sonrió.
—¿Intentas quemar a una bruja? ¡Menudo cliché!
—Ya estarías muerta si quisiera calcinarte, Lena. Recuerda, no eres la única Natural.
Lena alargó lentamente el brazo y metió una mano en las llamaradas. No torció un músculo del rostro, que permaneció completamente inexpresivo. Luego, introdujo la otra mano en el fuego y alzó ambas por encima de su cabeza, sosteniendo las llamas como si fueran una pelota ígnea, y la lanzó hacia mí con todas sus fuerzas.
La bola impactó contra el roble situado a mis espaldas, por cuyas ramas el fuego se extendió más deprisa que si fuera leña seca y enseguida bajó por el tronco. Avancé en un intento de quitarme de en medio y no dejé de moverme hasta llegar al muro invisible de mi prisión, sólo que en esta ocasión no había impedimento alguno para que siguiera hacia delante, y me arrastré penosamente centímetro a centímetro por aquel barrizal. Miré de refilón a Link, caído junto a mí. El roble que había detrás de él ardía con más intensidad aún que el mío. Las llamaradas se alzaron hacia el cielo negro y comenzaron a extenderse por el terreno circundante. Eché a correr hacia Lena. No podía pensar en otra cosa. Link se acercó a su madre dando tumbos.
Sólo Lena y la línea de fuego parecían mediar entre nosotros y Sarafine. Tenía pinta de ser suficiente por el momento.
Le toqué el hombro a Lena. Tal vez se hubiera sobresaltado en medio de la negrura, pero sabía que era yo, y eso que ni siquiera me miró.
Te quiero, L.
No digas nada, Ethan. Ella puede oírlo todo. No estoy segura, pero creo que siempre ha sido capaz de escucharnos.
Recorrí el campo con la mirada, pero no fui capaz de ver a la Caster Oscura, ni a Hunting ni a Larkin más allá de las llamas. Sabía que estaban ahí y también que probablemente intentarían matarnos, pero estaba con Lena, y durante un instante, nada más me importó.
—¡Ve en busca de Ryan, Ethan! Tío Macon necesita ayuda y yo no voy a poder contenerla durante mucho más tiempo.
Eché a correr antes de que Lena dijera nada más. Fuera lo que fuera lo que Sarafine había hecho para desactivar la conexión entre nosotros, ya no funcionaba. Lena había regresado a mi corazón y a mi cabeza, y sólo eso me importaba mientras corría por el accidentado bosque.
Excepto una cosa: casi era medianoche. Apreté el paso.
Yo también te quiero, date prisa…
Miré la hora en el móvil. Eran las 23:25. Golpeé con violencia la puerta de Ravenwood y aporreé la luna creciente del dintel como un poseso. No sucedió nada. Larkin debía de haber hecho algo para sellar el umbral, pero no tenía ni idea de qué podía ser.
—¡Ryan, tía Del, abuela!
Tenía que encontrar a Ryan. Macon estaba herido y Lena podía ser la próxima. Era incapaz de prever qué le haría Sarafine a su hija cuando esta la rechazara. Link subió las escaleras a trompicones detrás de mí.
—Ryan no está aquí.
—¿Ryan es médico? Mi madre necesita ayuda.
—No. Ella es… Luego te lo explico.
—¿Algo de todo esto es verdad? —se preguntó Link mientras paseaba por el porche arriba y abajo.
Pensar. Tenía que pensar, estaba solo en este aprieto. La mansión era virtualmente una fortaleza aquella noche. Nadie podría entrar en ella, o al menos no un mortal. Y no podía fallarle a Lena.
Le di un telefonazo a la única persona que sabía que era capaz de codearse sin problemas con dos Caster Oscuros y un íncubo de sangre en medio de un huracán de origen sobrenatural. Alguien que también era una fuerza de la naturaleza: Amma.
—No contesta. Estará con mi padre.
23:30. Sólo había otra persona capaz de ayudarme. Marqué el número de la biblioteca del condado.
—Marian tampoco está. Ella sabría qué hacer, fijo. ¿Qué demonios pasa? Nunca sale de la biblioteca, ni siquiera después de cerrar.
Link iba de un lado a otro como un loco.
—No hay nada abierto. Es un puñetero festivo, por lo de la batalla de Honey Hill, ¿no te acuerdas? Lo único que nos queda es ir hasta la zona de seguridad en busca de asistencia sanitaria.
Le miré fijamente, como si al abrir la boca le hubiera salido un chispazo entre los labios y me hubiera dado en la cabeza, iluminándome la mente.
—Es festivo. No hay nada abierto —repetí.
—Ya, es lo que acabo de decirte, así que ¿qué hacemos?
Mi amigo parecía profundamente infeliz.
—Link, eres un verdadero genio, un genio de flipar.
—Lo sé, tío, pero ¿qué tiene que ver eso ahora?
—¿Tienes por ahí el Cacharro? —Asintió—. Debemos irnos de aquí.
Link encendió el motor; resopló, pero acabó por encenderse, como siempre. Luego, puso a toda pastilla la maqueta de los Holy Rollers, y grabados eran tan malos como de costumbre. Vaya, Ridley se había tomado en serio lo de poner buen rock en su canto de Siren cuando actuaron en la fiesta.
—¿Adónde vamos?
—A la biblioteca.
—Pensé que habías dicho que estaba cerrada.
—A la otra biblioteca.
Link asintió como si me entendiera, aunque no era así, pero de todos modos siguió adelante, como en los viejos tiempos. El Cacharro voló sobre el camino de grava como cualquier mañana de lunes cuando llegábamos tarde a primera hora de clase. Sólo que no era el caso.
Eran las 23:40.
Link ni siquiera intentó entender nada cuando dio un frenazo y el coche derrapó hasta detenerse frente a la Sociedad Histórica de Gatlin. Salí disparado por la puerta antes de que él tuviera tiempo siquiera de apagar la música. Me alcanzó cuando doblaba la esquina del segundo edificio más antiguo del condado.
—Esa no es la biblioteca.
—Cierto.
—Es el edificio de las Hijas de la Revolución Americana.
—Cierto.
—Y tú las aborreces.
—Cierto.
—Mi madre se planta aquí casi todos los días.
—Cierto.
—¿Qué hacemos aquí, colega?
Me encaminé hacia el enrejado y metí la mano a través del metal, bueno, de lo que parecía ser metal, lo cual hacía que mi brazo tuviera aspecto de estar amputado por la muñeca.
Link me agarró.
—Ridley me ha debido de echar algo en la botella de Mountain Dew, tío, porque juraría que tu brazo… que tu brazo… olvídalo, estoy alucinando.
Volví a sacar el brazo y moví los dedos delante de su rostro.
—En serio, colega, después de todo lo que has visto esta noche, ¿todavía crees que sufres una alucinación? ¿Todavía?
Comprobé la hora. Las 23:45.
—No tengo tiempo de contártelo, pero a partir de ahora todo va a ser más extraño todavía. Vamos a bajar a la biblioteca, pero en realidad no es exactamente una biblioteca, y seguramente se te va a ir la olla, así que si prefieres esperarme en el coche, por mí, sin problemas.
Link intentaba comprender mis palabras casi tan deprisa como las estaba pronunciando, lo cual era complicado.
—¿Vienes o no?
Mi amigo miró la rejilla. No dijo esta boca es mía y metió la mano. Esta desapareció.
Estaba dentro.
Me agaché al cruzar la entrada y empecé a descender por los gastados escalones de piedra.
—Venga, manos a la obra. —Link celebró su propia broma con una risilla nerviosa mientras bajaba a trompicones detrás de mí—. ¿Lo pillas? Obra, libro, biblioteca…
Descendíamos a duras penas y en medio de la oscuridad cuando de pronto las antorchas se encendieron. Saqué una del candelabro con forma de media luna sujeto en la pared y se la pasé a Link. Las demás se encendieron una tras otra conforme nos dirigíamos al centro de la cámara. Las columnas emergían de la penumbra a la parpadeante luz de otras que se encontraban fijas en la pared. Las palabras Domus Lunae Libri reaparecieron en la sombra de la entrada, donde las había visto la última vez.
—¿Estás aquí, tía Marian?
Cuando ella me dio en el hombro desde detrás, pegué un brinco del susto y me choqué con Link. Este profirió un alarido y soltó la antorcha, que cayó al suelo. Apagué las llamas a pisotones antes de que algo se prendiera fuego.
—¡Ostras, doctora Ashcroft! Menudo susto me ha dado, casi me da algo.
—Lo siento, Wesley. Ethan, ¿te has vuelto loco? ¿Se te ha olvidado quién es la madre de este pobre chico?
—La señora Lincoln está inconsciente; Lena, metida en un apuro, y Macon está herido. Necesito entrar en Ravenwood, pero no encuentro manera de hacerlo y no localizo a Amma. Necesito ir por los túneles.
De pronto, volvía a ser un niño pequeño y todas las palabras me salían farfullando. Me dirigía a Marian del mismo modo que le hablaba a mi madre, o al menos a alguien que sí sabía cómo le hablaba a mi madre.
—No puedo hacer nada por ayudarte. De un modo u otro, la Llamada tiene lugar a medianoche. No puedo detener el reloj, ni salvar a Macon ni a la madre de Wesley ni a nadie. No puedo interferir. —Miró a Link—. Lamento lo de tu madre, no pretendía ser irrespetuosa.
Link parecía derrotado.
—No me entiendes. No quiero que hagas nada diferente a lo que haría cualquier otro bibliotecario Caster.
—¿Qué…?
Le dirigí una mirada elocuente.
—Tengo que llevar un libro a Ravenwood. —Me acuclillé junto al montón de libros más cercanos y saqué uno al azar, chamuscándome las yemas de los dedos—. La guía completa de la ponzoña y la patraña.
Marian se mostró escéptica.
—¿Esta noche?
—Exacto, esta misma noche. Macon me ha pedido que se lo lleve personalmente antes de la medianoche.
—El único mortal que conoce los túneles de la Lunae Libri es el bibliotecario Caster. —Marian me dedicó una mirada astuta y cogió el libro de mis manos—. Da la casualidad de que soy yo, menos mal.
Link y yo seguimos a la bibliotecaria a través de los sinuosos túneles de la Lunae Libri. Fui contando las puertas de roble conforme las íbamos atravesando, pero lo dejé cuando llegamos a dieciséis. Los túneles eran un laberinto, y cada una era diferente. Se sucedían unos pasajes de techos bajos donde Link y yo debíamos agachar la cabeza y unos vestíbulos de techumbres tan elevadas que parecían no tener tejado alguno. Aquello era otro mundo en el sentido literal del término.
Algunos corredores eran toscos y sus paredes de mampostería rudimentaria estaban desnudas mientras que otros parecían ser galerías de un museo o de un castillo bien conservado, llenos de tapices, mapas antiguos enmarcados y óleos colgados de las paredes. En otras circunstancias me habría detenido a leer las plaquitas de latón situadas al pie de los retratos. Tal vez fueran Caster famosos, ¿quién sabe?
Los túneles sólo tenían una cosa en común: el olor a tierra y a abandono, y el número de veces que Marian debió buscar a tientas el llavero que llevaba en torno a la cintura para coger la llave con forma de luna creciente y abrir una puerta.
Después de lo que pareció una eternidad, llegamos a la puerta. Las antorchas casi se habían consumido y tuve que alzar la mía para poder leer el rótulo grabado en las planchas verticales: MANSIÓN RAYVENWOODE. Marian metió la luna creciente en la última cerradura metálica, la giró y abrió la puerta. Unos escalones tallados en piedra nos condujeron al interior de la casa y, por lo que pude atisbar, nos encontrábamos en la planta baja.
—Gracias, tía Marian. —Alargué la mano para coger el libro—. Se lo daré a Macon.
—No tan deprisa. Aún no he visto un carné de lector extendido a tu nombre, Ethan Wate. —Me guiñó un ojo—. Yo misma le daré el libro.
Miré el móvil. Eran las 23:45 otra vez, lo cual resultaba del todo imposible.
—¿Cómo puede ser la misma hora que cuando llegamos a la Lunae Libri?
—Es cosa del tiempo lunar. Los chicos nunca prestáis atención. Ahí abajo las cosas no siempre son como parecen.
Link y Marian me habían seguido escaleras arribas hasta el vestíbulo de la entrada, donde vimos que Ravenwood estaba exactamente igual que como la dejamos, los restos de pastel cortados sobre los platos, el juego de té, el montón de regalos sin abrir.
—¡Tía Del, Reece, abuela! ¿Hola…? ¿Dónde está todo el mundo? —grité hasta que salieron de quién sabe dónde. Del se hallaba junto a las escaleras, llevaba una lámpara encima de la cabeza, como si fuera a estampársela a Marian de un momento a otro. La abuela permanecía en la entrada, protegiendo a Ryan con el brazo. Reece se ocultaba debajo de las escaleras, con el cuchillo de cortar tarta en la mano.
Todas se pusieron a hablar al mismo tiempo.
—¡Marian, Ethan! Estábamos muy preocupadas. Lena ha desaparecido y cuando oímos la campana de los túneles, pensamos que era…
—¿La has visto? ¿Está ahí fuera?
—¿Has visto a Lena? Empezamos a angustiarnos cuando Macon no regresó.
—Y Larkin. No le ha hecho daño, ¿verdad?
Las miré sin dar crédito a mis ojos. Le quité la lámpara de las manos a Del y se la di a Link.
—¿Una lámpara? ¿De verdad crees que vas a salvarte con esto?
La tía Del se encogió de hombros antes de responder.
—Barclay ha subido al desván para mutar en armas las varas de las cortinas y los decorados del solsticio pasado. No he encontrado otra cosa.
Me arrodillé junto a Ryan. No disponíamos de mucho tiempo, catorce minutos para ser exactos.
—¿Recuerdas lo que hiciste cuando me puse malo y tú me ayudaste, Ryan? Necesito que hagas lo mismo ahora en Greenbrier. El tío Macon se ha caído, él y Boo están heridos.
Ryan parecía a punto de echarse a llorar.
—¿También Boo se ha hecho daño?
Link, en el fondo de la habitación, carraspeó.
—¿Y mi madre…? Quiero decir, sé que ella ha sido como un dolor de muelas y todo eso, pero ¿podría ayudar a mi madre?
—Y quiero que ayudes también a la madre de Link.
La abuela puso a Ryan detrás de ella y le dio unas palmadas en la mejilla.
—Entonces, vale, iremos Del y yo. Reece, quédate aquí con tu hermana. Dile a tu padre adonde hemos ido.
—Abuela, necesito a Ryan.
—Yo seré Ryan esta noche, Ethan —sentenció, y cogió su bolsa.
—No voy a irme de aquí sin Ryan. —No di mi brazo a torcer, pues había mucho en juego.
—No podemos arrastrar ahí fuera a una niña aún sin ser Llamada, no durante la decimosexta luna. Podría acabar muerta.
Reece me miró como si fuera idiota. Una vez más me sentía fuera de juego en estos líos de los Caster.
Del me cogió del brazo para darme confianza.
—Mi madre es una Empath, tan perceptiva a los poderes ajenos que puede tomarlos prestados durante un tiempo. Justo ahora está usando los de Ryan. No durará mucho tiempo, pero de momento puede hacer lo mismo que ella. Y la abuela ya ha sido Llamada, aunque haya llovido mucho desde entonces, por supuesto, así que nosotras te acompañaremos.
Miré el móvil. Eran las 23:49.
—¿Y si no lo hacemos a tiempo?
Marian sonrió y alzó el libro.
—Me falta por hacer una entrega en Greenbrier, bueno, Del, ¿crees que encontrarás el camino?
—Los Palimpsésticos siempre encuentran viejas puertas olvidadas —respondió Del asintiendo; luego, se puso las gafas—. Sólo tenemos problemas de verdad con las de estilo moderno.
Y dicho esto se dirigió hacia los túneles y desapareció, seguida de cerca por Marian y la abuela. Link y yo nos apresuramos a ir tras ellas y corrimos hasta darles alcance.
—Para ser un puñado de viejas, no veas lo deprisa que se mueven —comentó Link entre jadeos.
Esta vez anduvimos por unos pasillos pequeños a punto de venirse abajo en cuyas paredes y techumbres crecía musgo verdoso y negro, y probablemente también en el suelo, pero resultaba imposible verlo en la penumbra. Llevábamos un total de cinco antorchas, gracias a sus llamas oscilantes no caminábamos a oscuras, pero dado que Link y yo íbamos al final del grupo, el humo flotaba y se me metía en los ojos, llorosos a causa del picor.
Saturaba los túneles un humo que no procedía de las antorchas, sino de los pasajes ocultos que conducían al exterior, y eso me permitió saber que nos acercábamos a Greenbrier.
—Es por ahí —anunció tía Del entre toses mientras alargaba la mano para palpar una revuelta pronunciada en el muro de piedra y asegurar su avance.
Marian frotó la superficie mohosa hasta dejar al descubierto una puerta. La llave lunae encajó a la perfección, como si la cerradura estuviera en uso a diario en vez de no haberse abierto en miles de días. La puerta en cuestión no era de roble, sino de piedra. No me cabía en la cabeza que la tía Del tuviera la fuerza necesaria para empujarla.
Se detuvo en el hueco de la escalera y se hizo a un lado para dejarme pasar, sabedora de que casi se nos había acabado el plazo. Agaché la cabeza y pasé por debajo del musgo. Olisqueé el aire húmedo mientras ascendía por los escalones de piedra. Continué la subida hasta salir del túnel, pero me quedé helado cuando llegué a la cripta de piedra en cuyo centro estaba la mesa en donde había permanecido durante tantos años el Libro de las Lunas.
Y supe que era la misma mesa porque el libro descansaba allí de nuevo.
Era el mismo libro que yo había dejado en la balda superior de mi armario y que había desaparecido esa misma mañana. ¿Cómo había llegado hasta allí? No tenía ni idea, pero no había tiempo para preguntas. Escuché el chisporroteo de las llamas incluso antes de ver el fuego.
El incendio crepitaba estruendoso con rabia e intensidad, sembrando la destrucción. Me sentí asfixiado por la humareda que saturaba el aire y las llamas me chamuscaron los brazos. Era como la visión del guardapelo, o aún peor, como una de mis últimas pesadillas, esa en la que Lena era consumida por el fuego.
Tuve la corazonada de que la estaba perdiendo, de que el sueño se estaba cumpliendo.
¿Dónde estás, Lena?
Ayuda a tío Macon, me ordenó con voz apagada. Agité la mano para apartar el humo y poder ver la pantalla del móvil. Eran las 23:53. Faltaban siete minutos para la medianoche. Se nos terminaba el tiempo.
La abuela me cogió de la mano.
—No te quedes ahí parado. Necesitamos a Macon.
La abuela y yo corrimos entre las lenguas de fuego cogidos de la mano. La salida abovedada de acceso al cementerio y a los jardines estaba flanqueada por una larga hilera de sauces en llamas. Ardía absolutamente todo: los arbustos, los robles blancos, las serenoas, el romero y los limoneros. Escuché a lo lejos el detonar de la artillería. La batalla de Honey Hill estaba a punto de acabar y yo sabía que los participantes en la recreación pronto empezarían con los fuegos artificiales, como si pudieran rivalizar con los que se habían desatado aquí. Los alrededores de la cripta, tanto el parque como el claro, estaban ardiendo.
La abuela y yo anduvimos a trompicones a través del humo hasta acercarnos a los robles en llamas. Encontramos a Macon tumbado donde le habíamos dejado. Se reclinó sobre él y le tocó la mejilla con la mano.
—Está débil, pero se recuperará.
En ese mismo momento, Boo Radley rodó y se incorporó. Avanzó con el rabo entre las piernas y se tendió junto a su amo.
Ravenwood hizo un gran esfuerzo para ladear la cabeza hacia la abuela y preguntó con un hilo de voz:
—¿Dónde está Lena?
—Ethan ha ido a buscarla. Descansa. Voy a ayudar a la señora Lincoln.
Y sin decir nada más se encaminó rápidamente hacia la señora Lincoln y Link, que se encontraba al lado de su madre. Yo permanecí de pie y traté de encontrar a Lena, pero no vi en ninguna parte ni rastro de ella, ni de Hunting, Larkin o Sarafine. No vi a nadie.
Estoy aquí arriba, en lo alto de la cripta, pero creo que estoy herida.
Aguanta, L, ya voy.
Me abrí paso entre las lenguas de fuego, procurando utilizar únicamente los senderos de Greenbrier donde había estado con Lena. Las llamas eran cada vez más altas conforme me aproximaba a la cripta. Tenía la sensación de que la piel se me caía a trozos aunque sabía que sólo se me estaba chamuscando.
Me encaramé a una lápida que no tenía grabado ningún nombre y encontré un punto de apoyo en el desmoronado muro de piedra; me alcé todo lo que pude. En lo alto de la cripta había una estatua, una especie de ángel, con el cuerpo roto. Me agarré a ella, no supe muy bien a qué parte, aunque al tacto parecía ser un tobillo, y tiré con fuerza para auparme por encima del saliente.
¡Date prisa, Ethan! Te necesito.
Y fue entonces cuando me encontré cara a cara con Sarafine.
Me hundió la hoja de un cuchillo en el estómago.
Un cuchillo muy real en el estómago, igualmente real.
Ese era el fin del sueño que nunca se me había permitido ver, sólo que esta parte no tenía nada de onírico, y lo sabía porque se trataba de mis tripas y me dolía cada centímetro de la hoja hundida en ellas.
¿Te sorprende, Ethan? ¿Acaso pensabas que Lena era la única oyente en este canal?
La voz de Sarafine empezó a desvanecerse.
Déjala ahora que intente continuar siendo Luminosa.
A medida que me alejaba, sólo era capaz de pensar en una cosa: era como Ethan Cárter Wate si me vestían con un uniforme confederado, tenía incluso una herida en el vientre y guardaba en el bolsillo el mismo guardapelo. Incluso existía otra semejanza más: había abandonado el equipo de baloncesto del instituto exactamente igual que él desertó del ejército de Lee.
Me marchaba pensando en una joven Caster a la que amaría siempre, como el otro Ethan.
¡Ethan, no!
¡No, no, no!
Estuve gritando un minuto, pero luego, el sonido se me pegó a la garganta.
Recuerdo la caída de Ethan y la sonrisa de mi madre, el centelleo del cuchillo, y la sangre, la sangre de Ethan.
No podía estar sucediendo eso.
Todo estaba inmóvil, absolutamente todo. Todo se había detenido y permanecía tan petrificado como una escena en un museo de cera. Las nubes de humo continuaban allí, todavía eran esponjosas y agrisadas, pero no iban a ninguna parte, ni subían ni bajaban. Se limitaban a seguir suspendidas en el aire como si estuvieran hechas con cartulina y formaran parte del decorado de una obra de teatro. Las llamas aún eran transparentes, todavía quemaban, pero no ardían ni hacían ruido. Ni siquiera el aire se movía. Todo se hallaba exactamente igual que hacía un segundo.
La abuela se acuclillaba cerca de la señora Lincoln y su mano se había detenido en el aire cuando estaba a punto de tocarle la mejilla. Arrodillado en el suelo como un niño asustado, Link apretaba la mano de su madre. La tía Del y Marión permanecían agachadas en los escalones inferiores del pasaje de la cripta para protegerse el rostro de la humareda.
El tío Macon yacía tendido en el suelo y Boo se agazapaba a su lado. Hunting se apoyaba sobre un árbol a escasos metros de allí y admiraba su obra. La cazadora de cuero de Larkin estaba ardiendo y él iba en la dirección equivocada, estaba en medio del camino que conducía a Ravenwood. Como era de esperar, rehuía la acción en vez de acercarse a ella.
Y Sarafine, mi madre, sostenía por encima de la cabeza una daga curva, una reliquia Oscura. Su rostro febril hervía de rabia, furia, fuego y odio. La hoja todavía chorreaba sangre sobre el cuerpo inerte de Ethan. Permanecían suspendidas en el aire incluso las gotas de sangre.
El brazo extendido de Ethan colgaba por un extremo del tejado del mausoleo. Oscilaba por encima del cementerio.
Como en nuestro sueño, pero a la inversa.
Yo no me había escurrido de entre sus brazos, lo habían arrancado a él de los míos.
Llegué al pie de la cripta, me estiré y aparté las llamas y el humo hasta entrelazar mis dedos con los de Ethan. Me había puesto de puntillas, pero apenas si podía alcanzarle.
Ethan, te quiero. No me dejes. No puedo hacer esto sin ti.
Podía haber visto su semblante a la luz de la luna, pero no había luna, ni siquiera eso, y la única luz procedía del fuego, aún detenido, que me rodeaba por todas partes. El cielo estaba vacío y completamente negro. No había nada. Esa noche lo había perdido todo.
Sollocé hasta que no pude respirar y mis dedos se deslizaron por entre los suyos, sabiendo que estos nunca jamás iban a recorrer mis cabellos de nuevo.
Ethan.
Quise gritar su nombre incluso aún no habiendo nadie que me oyera, pero ya no me quedaba ni un grito en las entrañas. No me quedaba nada, excepto aquellas palabras. Me acordé de las palabras de las visiones. Las recordé todas y cada una de ellas.
Sangre de mi corazón.
Vida de mi vida.
Cuerpo de mi cuerpo.
Alma de mi alma.
—No hagas eso, Lena Duchannes. No hagas el tonto con el Libro de las Lunas y empieces otra vez con toda esta oscuridad.
Abrí los ojos. Amma estaba a mi lado, en las llamas. El mundo circundante permanecía inmóvil.
La miré.
—¿Han hecho esto los Notables?
—No, chiquilla. Todo esto es obra tuya. Los Notables sólo me han ayudado a llegar hasta aquí.
—¿Y cómo lo he hecho?
Se sentó en el suelo junto a mí.
—Todavía ignoras de lo que eres capaz, ¿verdad? Al menos en eso Melquisedec tenía razón.
—¿De qué hablas, Amma?
—Siempre le dije a Ethan que un día haría un agujero en el cielo, pero he de admitir que lo has hecho tú.
Intenté enjugarme el llanto, pero seguía llorando, y cuando las lágrimas se deslizaron dentro de mi boca, me inundó su sabor a hollín.
—¿Soy… soy… Oscura?
—Todavía no, ahora no.
—¿Soy Luminosa?
—No, tampoco puedo decir que lo seas.
Alcé la vista al firmamento. El humo lo cubría todo: los árboles, el cielo, y donde tenían que estar la luna y las estrellas sólo había un negro manto vacío. Ceniza, y fuego, y humo, y nada.
—Amma.
—¿Sí?
—¿Dónde está la luna?
—Bueno, si tú no lo sabes, niña, yo seguro que no. Hace un minuto estaba mirando tu decimosexta luna y tú estabas debajo de ella, contemplando las estrellas como si sólo Dios en los cielos pudiera ayudarte, con las manos alzadas como si sostuvieran el firmamento. Y después… nada de nada. Sólo esto.
—¿Y qué hay de la Llamada?
—Bueno. —La anciana hizo una pausa para sopesar la respuesta—. No sé qué sucede cuando a medianoche no hay luna el día de tu cumpleaños en el decimosexto año. Jamás ha sucedido, hasta donde yo sé, pero tengo el presentimiento de que no hay Llamada si no hay decimosexta luna.
Debería haber sentido alivio, gozo, confusión, pero sólo era capaz de experimentar dolor.
—Entonces, ¿todo ha terminado?
—No lo sé.
Me tendió la mano y tiró de mí hasta que ambas nos pusimos de pie. Su palma era cálida y fuerte, y de pronto sentí que mi mente se aclaraba. Era como si las dos supiéramos lo que iba a hacer acto seguido, tal y como Ivy había sabido el siguiente movimiento de Genevieve en este mismo lugar hace más de cien años, o al menos esa fue mi sospecha.
Supe qué página debía pasar en cuanto abrimos la agrietada tapa del libro, era como si lo hubiera sabido todo el tiempo.
—Esto no es natural, eres consciente de ello, y también que dará lugar a una serie de consecuencias.
—Sí.
—Y sabes que no hay garantías de que funcione. No salió demasiado bien la última vez, pero puedo decirte esto: tengo a mi tía bisabuela Ivy entre las Notables, y ellas nos echarán una mano si pueden.
—Amma, por favor, no tengo elección.
Me miró a los ojos y al final asintió.
—Sé que nada de lo que diga te va a impedir hacerlo, porque tú quieres a mi chico, y yo voy a ayudarte porque también le quiero.
La miré y entonces comprendí.
—Por eso trajiste el Libro de las Lunas aquí esta noche.
Asintió con lentitud.
Luego, alargó la mano hacia mi cuello y de debajo de la sudadera del Instituto Jackson sacó mi collar, donde todavía estaba el anillo de Ethan.
—Este es el anillo de Lila. Debe de quererte muchísimo para habértelo dado.
Ethan, te quiero.
—El amor es algo poderoso, Lena Duchannes. El amor de una madre no es algo con lo que se pueda jugar. A mí me parece que Lila ha intentado ayudarte cuanto ha podido.
Arrancó el anillo dando un tirón al collar. Sentí una marca y un rasguño en la piel allí donde se rompió la cadena. Luego, deslizó el anillo en mi dedo corazón.
—Lila te habría gustado. Tienes la única cosa que le faltó a Genevieve cuando usó el libro: el amor de dos familias.
Cerré los ojos y sentí el frío metal contra mi piel.
—Ojalá tengas razón.
—Espera.
Amma se inclinó y sacó del bolsillo de Ethan el guardapelo de Genevieve, todavía envuelto en el pañuelo de la familia de esta.
—Esto es sólo para recordar a todos que ya pesa sobre ti la maldición. —Suspiró con inquietud—. No deseamos que te juzguen dos veces por la misma causa. —Dejó el guardapelo sobre el libro—. Esta vez vamos a hacerlo bien.
Entonces, se quitó el gastado amuleto de su propio cuello y lo puso sobre el libro, cerca del guardapelo. El pequeño disco dorado casi parecía una moneda cuya imagen se hubiera borrado por efecto del uso y el tiempo.
—Y esto es para recordar a todos que si fastidian a mi muchacho, me fastidian a mí.
Cerró los párpados y yo la imité. Puse las manos en las páginas y comencé a canturrear, al principio en voz baja, y luego cada vez más alto.
Cruor pectoris mei, tutela tua est.
Vita vitae meae, corripiens tuam, corripiens meam.
Pronuncié las palabras con confianza, con esa seguridad que se experimenta cuando de verdad a uno le da igual vivir o morir.
Corpus Corporis mei, medulla mensque,
Anima, animae meae, animam nostram conecte.
Grité esas palabras al paisaje detenido a pesar de que no había nadie para oírlas, salvo Amma.
Cruor pectoris mei, luna mea, aestus meus.
Cruor pectoris mei, fatum meum, mea salus.
Amma alargó el brazo y cogió mis manos temblorosas entre las suyas, muy firmes, y juntas volvimos a pronunciar el Hechizo. Esa vez lo recitamos en el lenguaje de Ethan y de su madre, Lila, y del tío Macon, y de la tía Del, y de Amma, y de Link, y de la pequeña Ryan y de cuantos amaban a Ethan, y quienes nos querían. Esta vez nuestras palabras se convirtieron en una canción. Una canción de amor para Ethan Lawson Wate de parte de las dos personas que más le habían querido y que más le echarían de menos si nosotras fracasábamos.
La sangre de mi corazón te protege.
Si tu vida se pierde, la mía con la tuya se va.
Cuerpo de mi cuerpo, mente y tuétano de mis huesos,
alma de mi alma, que nuestros espíritus enlaza,
sangre de mi corazón, mi luna, mi marea.
Sangre de mi corazón, mi condena y mi salvación.
Nos cayó un rayo, a mí, al libro, a la cripta y a Amma, o al menos eso pensé yo que nos había ocurrido, pero después recordé las visiones donde Genevieve también había sentido lo mismo. Amma salió despedida hacia el muro, se golpeó la cabeza contra las piedras.
Fui consciente de cómo la electricidad recorría mi cuerpo y me abandoné a ella, aceptando el hecho de que si moría, al menos estaría con Ethan. Le sentí. ¡Qué cerca estaba! ¡Cuánto le amaba! El anillo me quemaba el dedo. Cuánto me quería él.
Sentía una quemazón en los ojos y veía un fulgor de luz dorada mirase donde mirase, como si fuera yo quien la emitiera.
—Mi chico —susurró Amma.
Me volví hacia Ethan, bañado por la luz dorada, como todo lo demás. Seguía inmóvil. Miré a Amma, aterrada.
—No ha funcionado.
Se inclinó sobre el altar de piedra y cerró los ojos.
—No ha funcionado —grité.
Me alejé del libro a trompicones por el barro y alcé la vista al firmamento, donde la luna había recuperado su lugar. Alcé los brazos hacia el cielo. Por mis venas corría fuego en vez de sangre. La ira me desbordaba sin encontrar un destino adónde ir y advertí que aquella me consumía. Supe que la cólera me destruiría a menos que encontrara el modo de quitármela de encima.
Hunting. Larkin. Sarafine.
El depredador, el cobarde y mi madre, la asesina que vivía con el propósito de destruir a su propia hija. Las ramas nudosas de mi árbol genealógico de Caster.
¿Cómo se me iba a ocurrir Llamarme a mí misma cuando ellos se habían llevado lo único que me importaba? El fuego me subió por las manos como si tuviera voluntad propia mientras un relámpago zigzagueaba en el cielo. Supe dónde iba a caer antes de que lo hiciera.
Tres puntos en una brújula sin un norte como referencia.
El rayo estalló en llamas y alcanzó tres objetivos de forma simultánea, impactó en quienes me lo habían quitado todo aquella noche. Me habría gustado mirar hacia otro lado, pero no lo hice. La estatua que un momento antes había sido mi madre resultaba de una belleza extraña a la luz de la luna cuando la envolvió la llamarada del chispazo.
Bajé los brazos y me limpié los ojos de tierra, ceniza y lágrimas de pesar, y cuando volví a mirar ella había desaparecido.
Habían desaparecido los tres.
Empezó a llover y la visión emborronada se me agudizó hasta que fui capaz de ver caer las cortinas de agua sobre los humeantes robles, sobre los campos, sobre los matorrales. Vi con claridad por primera vez en mucho tiempo, tal vez como no lo había hecho jamás. Regresé hacia la cripta, hacia Ethan.
Pero este había desaparecido.
Había otra persona allí donde momentos antes estaba Ethan. El tío Macon.
No lo entendí y me volví a Amma en busca de respuestas. Sus ojos estaban dilatados por el espanto.
—¿Dónde está Ethan, Amma? ¿Qué ha sucedido?
Pero no me respondió: se había quedado sin habla por primera vez en su vida. Atónita, no apartaba la vista del cuerpo de mi tío.
—Jamás se me ocurrió que esto pudiera terminar así, Melquisedec, después de tantos años juntos aguantando el peso del mundo sobre nuestros hombros. —Amma le hablaba como si él pudiera oírle, incluso ahora, que hablaba con la voz más baja que jamás le había escuchado—. ¿Cómo voy a mantener en pie todo esto yo sola?
Los huesos agudos de Amma se me clavaron en las manos cuando la agarré por los hombros y le pregunté:
—¿Qué está pasando?
Alzó los ojos en busca de los míos.
—No puedes quitarle nada al libro sin darle algo a cambio —replicó con un hilo de voz, y una lágrima rodó por la piel apergaminada de su mejilla.
No podía ser cierto. Me arrodillé junto al tío Macon y, muy despacio, alargué la mano hasta acariciar ese rostro suyo tan perfectamente afeitado. Por lo general, habría asociado su calor engañoso con el de un ser humano, impulsado por la energía de las esperanzas y los sueños de los mortales, pero hoy no. Hoy, su piel estaba fría como el hielo, como la de Ridley, como la de los muertos.
Y sin recibir nada a cambio.
—No… Por favor.
Había acabado con mi tío y ni siquiera me había Llamado a mí misma, ni siquiera había elegido la Luz, pero le había matado.
Me invadió otra vez la ira y el viento sopló con más fuerza a nuestro alrededor, girando cada vez más, en un remolino muy similar a mis emociones. Empezaba a sentirle como algo familiar, muy semejante a un viejo amigo. El libro había sellado alguna especie de horrible trato, uno que yo no había pedido. Y entonces lo entendí.
Un trato.
Si mi tío estaba tendido en el mismo sitio donde yacía muerto Ethan, ¿podía eso significar que tal vez este estaba vivo?
Me puse de pie y eché a correr en dirección opuesta a la cripta. La luz dorada teñía el paisaje congelado. A lo lejos vislumbré a Ethan, tendido sobre la hierba junto a Boo, donde tío Macon había estado hasta hacía unos segundos. Me encaminé hacia él y le cogí de la mano, pero estaba fría. Ethan seguía muerto y Macon se había ido también.
¿Qué había hecho? Los había perdido a los dos. Me arrodillé en el barro y enterré la cabeza en el pecho de Ethan antes de echarme a llorar. Sostuve su mano sobre mi mejilla y pensé en todas las veces que me había negado a aceptar mi destino, a rendirme, a despedirme.
Bueno, pues ahora me tocaba.
—No voy a decir adiós, no pienso decirlo.
Y así debía ser: un sencillo susurro en un campo de hierbajos calcinados. Fue entonces cuando noté que los dedos de Ethan se movían en busca de los míos.
¿Lena?
Apenas podía oírle. Sonreí mientras me echaba a llorar y le besé la palma de la mano.
¿Eres tú, Lena Beana?
Entrelacé mis dedos con los suyos y me prometí no soltarlos nunca; luego, alcé el rostro y dejé que la lluvia lo bañara y se llevara todo el hollín.
Estoy aquí.
No te vayas.
No voy a irme a ningún sitio, y tú tampoco.