11 de febrero
Reunión familiar
REGRESÉ A LA FIESTA en cuanto dejé a mi padre en las capacitadas manos de los servicios médicos de la recreación. Me abrí camino entre las chicas del instituto; se habían quitado las cazadoras y tenían una pinta tremenda con los tops de tirantes y las camisetas playeras mientras daban vueltas al ritmo de los Holy Rollers. Menos Link, en cuyo favor tengo que decir que venía pisándome los talones. Aquello era un follón. El concierto en vivo del grupo sonaba a toda pastilla y las descargas de artillería eran atronadoras. El ruido era tal que apenas oí a Larkin.
—¡Ethan, por aquí!
Larkin estaba entre los árboles, justo detrás de la cuerda amarilla fluorescente que avisaba: «Vas-a-llevarte-un-disparo-en-el-culo-si-cruzas-esta-línea-de-seguridad». ¿Qué hacía en el bosque, más allá de la zona de seguridad? ¿Por qué no había regresado a la mansión? Le hice un gesto con la mano y me contestó por señas antes de desaparecer tras una pendiente. Sortear la cinta de un salto habría sido una elección temeraria y difícil otro día, pero no hoy: no me quedaba más alternativa que seguirle. Link venía a trompicones detrás de mí, pero conseguía aguantar mi ritmo, tal y como solía ocurrir.
—Eh, Ethan.
—¿Sí?
—Es sobre Ridley. Tenía que haberte escuchado.
—Está bien, tío. No podías evitarlo. Y yo tenía que habértelo contado todo.
—No sufras, tampoco te habría creído.
El fuego de artillería resonó por encima de nuestras cabezas. Ambos las agachamos de forma instintiva.
—Espero que sea munición de fogueo —admitió Link, algo nervioso—. ¿No sería una locura que mi propio padre me pegase un tiro aquí?
—Con la suerte que tengo últimamente, no me sorprendería que nos alcanzara a los dos con el mismo disparo.
Llegamos a lo alto de la pendiente, desde donde divisé los matorrales, los robles y el humo de la artillería de campaña.
—¡Estamos aquí! —nos avisó Larkin desde el otro lado del matorral. Ese plural me hizo asumir que le acompañaba Lena, por lo cual corrí más deprisa, como si su vida dependiera de ello, lo que, por lo que sabía, podía ser cierto.
Me hice composición de lugar sobre dónde estábamos. En Greenbrier había un pasaje abovedado que conducía hacia el jardín. Lena y Larkin nos esperaban en el claro, al otro lado del jardín, en el mismo lugar donde habíamos exhumado la tumba de Genevieve haría cosa de unas semanas. Nos encaminamos hacia allí.
Cuando nos encontrábamos a pocos metros de ellos, una figura salió de las sombras y ocupó la zona bañada por la luz de la luna. Estaba oscuro, sí, pero teníamos la luna llena justo encima de nosotros.
Parpadeé. Era… Era…
—¡Mamá! Pero ¿qué demonios haces tú aquí?
Link se llevó una sorpresa mayúscula cuando vio delante de nosotros a su madre, la señora Lincoln, la peor de mis pesadillas, o al menos una de las fijas en mi top ten. La señora Lincoln parecía encajar o estar fuera de lugar, depende de cómo se mirase. Llevaba unas enaguas ridículamente grandes y ese estúpido vestido de percal que le apretaba demasiado en la cintura. Estaba justo encima de la tumba de Genevieve.
—Vamos, vamos, jovencito, ya conoces mi opinión sobre el lenguaje vulgar.
Link se frotó la cabeza. No tenía sentido ni para él ni para mí.
¿Qué está pasando, Lena? ¿Lena?
No hubo respuesta. Algo iba mal.
—¿Se encuentra bien, señora Lincoln?
—Estupendamente, Ethan. ¿No es una batalla maravillosa? Y hoy Lena cumple años, me lo ha contado. Os estábamos esperando, o al menos, a uno de vosotros.
Link se acercó.
—Bueno, ya estoy aquí, mamá. Voy a llevarte a casa. No deberías estar fuera de la zona de seguridad. Vas a conseguir que te vuelen la cabeza. Ya conoces la mala puntería de papá.
Agarré a mi amigo por el brazo para retenerle. Pasaba algo raro de verdad. Algo no encajaba en la forma en que su madre nos sonreía ni en el semblante aterrado de Lena.
¿Qué está pasando, Lena?
¿Por qué no me contestaba? Sacó el anillo de mi madre de la sudadera y sostuvo la cadena en la mano. Vi cómo movía los labios en la oscuridad, pero yo apenas oía nada, poco más que un susurro perdido en el rincón más recóndito de mi mente.
¡Vete, Ethan! ¡Vete con tío Macon! ¡Corre!
Pero no podía moverme. No podía abandonarla.
—Link, cielo, ¡qué chico tan considerado eres!
¿Link? La señora que teníamos delante no podía ser la señora Lincoln. Era imposible.
Era igual de raro que le llamara Link, y no Wesley Jefferson Lincoln, como que saliera corriendo por las calles desnuda. Cada vez que llamábamos a su casa y preguntábamos por Link, ella le recriminaba: «¿Por qué usas ese ridículo apodo cuando tienes un nombre tan digno?».
Link detuvo su avance al notar mi mano sobre su brazo. También se había dado cuenta, lo leí en su rostro.
—¿Mamá?
—¡Ethan, vete! Larkin, Link, que alguien avise a tío Macon —gritó Lena.
No dejó de vociferar. Nunca la había visto tan asustada y corrí hacia ella.
Entonces oí el sonido de una bala al salir por la boca de un cañón, y luego le siguió la ráfaga de viento característica de toda descarga de artillería.
Algo me golpeó en la espalda con gran estruendo. Fue como si me abrieran la cabeza y durante unos instantes todo se volvió borroso.
—¡Ethan!
Oí el grito de Lena, pero fui incapaz de moverme. Me habían disparado, estaba seguro. Luché por mantenerme consciente.
Recuperé la nitidez de la visión al cabo de unos instantes. Estaba en el suelo, con la espalda apoyada sobre un enorme roble. Debía de haber salido disparado hacia atrás hasta estamparme contra el tronco del árbol. Busqué la herida con los ojos, pero no encontré rastro alguno de sangre ni el orificio de entrada de la bala. Link estaba recostado sobre otro árbol a pocos metros de mí. Tenía pinta de estar tan grogui como yo. Me incorporé y me acerqué a Lena dando tumbos hasta chocar de frente contra algo y caer de espaldas sobre el suelo. Era exactamente como cuando en casa de las Hermanas, no advertí que la puerta corredera estaba cerrada porque era de cristal, y literalmente me la tragué.
No me habían disparado. Me habían herido con otro tipo de arma.
—¡Ethan! —gritó Lena.
Me puse de pie y avancé muy despacio. A mi alrededor había un muro intangible tan imperceptible como aquella puerta de cristal. La emprendí a golpes, pero no hubo ruido alguno cuando mi puño dio con esa superficie invisible. ¿Qué más podía hacer? Fue entonces cuando me di cuenta de que también Link golpeaba las paredes invisibles de su jaula.
La señora Lincoln me dedicó una sonrisa mucho más malvada que cualquiera que hubiera logrado esbozar Ridley en su día más inspirado.
—¡Suéltalos! —aulló Lena.
Los cielos se abrieron y las nubes vaciaron literalmente su pesada carga. Parecía como si alguien hubiera vertido un enorme cubo de agua. Aquello era cosa de Lena, cuyo pelo se ensortijaba con furia. La lluvia se convirtió en una cortina de agua y empezó a caer inclinada, atacando a la señora Lincoln desde todas las direcciones. Se caló hasta los huesos en cuestión de segundos.
La señora Lincoln, o quienquiera que fuera, sonreía. Había algo especial en esa sonrisa suya. Era como si estuviera orgullosa.
—No voy a hacerles daño. Sólo deseo tener un rato para que podamos hablar tú y yo. —Un trueno retumbó por encima de su cabeza—. Esperaba tener la oportunidad de ver alguno de tus talentos. ¡Cuánto lamento no haber estado a tu lado para perfeccionar tus dones!
—Calla, bruja.
Lena tenía una expresión hosca. Nunca había visto una mirada tan acerada en sus ojos verdes, ahora duros como el pedernal, fijos en la señora Lincoln. En ellos había resolución, odio e ira. Era como si quisiera arrancarle la cabeza y parecía muy capaz de hacerlo.
Al fin descubrí lo que tanto le había preocupado durante todo el año. Yo sólo había visto su poder de amar, pero también tenía el de destruir. Cuando descubres que posees ambos, ¿cómo los manejas?
La señora Lincoln se volvió hacia Lena.
—Espera a comprender todo lo que puedes hacer y cómo eres capaz de manipular los elementos, ese es el verdadero don de un Natural, algo que las dos tenemos en común.
¿Algo que tenían en común?
La señora Lincoln alzó los ojos y la lluvia empezó a caer. Ella no se mojó, parecía que estuviera refugiada bajo un paraguas.
—Ahora mismo provocas aguaceros, pero pronto aprenderás a controlar también el fuego. Déjame enseñarte cómo se juega con el fuego.
¿Aguaceros? ¿Bromeaba? Estábamos en medio de un auténtico monzón.
Un relámpago traspasó las nubes y el cielo se llenó de carga eléctrica en cuanto alzó la palma de la mano. Mantuvo en alto tres dedos con sus uñas perfectamente arregladas. Saltó un chispazo cuando sacudió un dedo: el relámpago impactó en el suelo, levantando un montón de tierra, a poco más de medio metro de donde se encontraba atrapado Link. Movió otro dedo: el rayo hendió por la mitad el roble situado detrás de mí. Y otro más: el relámpago alcanzó a Lena; esta se limitó a alzar la mano con los dedos extendidos. La llama del rayo rebotó y cayó a los pies de la señora Lincoln. La hierba de los alrededores comenzó a humear y a arder.
La señora Lincoln se carcajeó e hizo un gesto con la mano para apagar el fuego de la hierba.
—No está mal. —Miró a Lena con un destello de orgullo—. De tal palo, tal astilla. Me alegra.
No era posible.
Lena la fulminó con la mirada y dobló las manos en una postura defensiva.
—¿Ah, sí? ¿Y qué dicen de los palos podridos?
—Nada. Nadie ha vivido para contarlo. —Luego, la señora Lincoln, con la trenza oscilando sobre la espalda, las enormes enaguas y ese vestido de percal, se puso frente a Link y a mí. Nos miró fijamente con sus flameantes ojos dorados—. Lo siento mucho, Ethan. Esperaba que nuestro primer encuentro se produjera en circunstancias muy diferentes. No todos los días una conoce al primer novio de su hija. —Se giró hacia Lena—. Ni a su propia hija.
Tenía razón. Sabía quién era y con quién nos la estábamos jugando.
Sarafine.
Unos instantes después, el rostro, el vestido y la propia señora Lincoln comenzaron a rasgarse y a partirse. Se le empezó a caer la piel por todas partes, como el envoltorio arrugado de un helado. Cuando el cuerpo se desgajó por la mitad, todo se cayó como un abrigo puesto sobre los hombros. Había alguien debajo.
—Yo no tengo madre —chilló Lena.
Sarafine torció el gesto, como si quisiera parecer dolida. Era la madre de Lena, y eso era una verdad genética incuestionable. Tenía el mismo pelo negro rizado de su hija, salvo que esta era de una belleza sobrecogedora mientras que Sarafine sólo sobrecogía. Su semblante era alargado y hermoso, como el de Lena, pero en vez de sus hermosos ojos verdes, tenía los mismos refulgentes ojos azafranados de Ridley y Genevieve. Y los ojos marcaban la diferencia.
Sarafine llevaba unas botas negras moteras de caña alta y lucía un vestido de terciopelo verde oscuro con corsé, era una mezcla de vestido moderno, en plan rollo gótico, y estilo fin de siglo, todo en uno. Salió literalmente del cuerpo de la humana, cuyos trozos volvieron a unirse como un tejido cosido con puntadas. La verdadera señora Lincoln se derrumbó sobre la hierba entre el revuelo de su miriñaque, quedando al descubierto sus enaguas y la banda elástica de las ligas a la altura de las rodillas.
Link estaba estupefacto.
Sarafine se enderezó y se sacudió para liberarse de todo el peso.
—Mortales. Ese cuerpo era insufrible, torpe e incómodo. Y estaba zampando cada cinco minutos. ¡Qué criaturas tan desagradables!
—¡Mamá, mamá, despierta!
Link se puso a dar golpes en lo que era un campo de fuerza, o algo por el estilo. Daba igual que la señora Lincoln fuera un dragón, era el dragón de Link, y debía de ser muy duro ver cómo la tiraban a un lado igual que a un despojo humano inservible.
Sarafine hizo un ademán. Link seguía moviendo los labios, pero de ellos no salía ningún sonido.
—Eso está mejor. Tienes suerte de que en estos últimos meses no haya tenido que estar todo el tiempo dentro del cuerpo de tu madre. Estarías muerto de otro modo. No sabes la de veces que he estado a punto de matarte, aburrida de que me dieras la tabarra con lo de ese estúpido grupo de rock.
Ahora todo tenía sentido. La cruzada contra Lena, la sesión del comité de disciplina, las mentiras sobre los informes escolares de Lena, incluso los bizcochos de chocolate y nueces tan raros de Halloween. ¿Cuánto tiempo llevaba Sarafine haciéndose pasar por la señora Lincoln?
Dentro de la señora Lincoln.
Nunca hasta ese momento había sabido contra qué nos enfrentábamos. La Caster Oscura más poderosa de la época. Ridley parecía inofensiva a su lado. No me extrañaba que Lena llevara temiendo aquel día tanto tiempo.
Sarafine se dio la vuelta y contempló a su hija.
—Tal vez creas que no has tenido una madre, Lena, pero eso es verdad sólo porque tu tío y tu abuela te apartaron de mí. Yo siempre te he querido.
Desconcertaba la facilidad con la que Sarafine pasaba de una emoción a otro, de la sinceridad y el arrepentimiento al asco y al desprecio. Y cada una era tan vacía y falsa como la anterior.
Lena le dedicó una mirada glacial.
—Entonces, ¿por qué has intentado matarme, madre?
Sarafine hizo un esfuerzo por aparentar preocupación, o tal vez sorpresa. No era fácil saberlo, ya que su expresión era poco natural, muy forzada.
—¿Es eso lo que te han contado? Únicamente intenté establecer contacto y hablar contigo. Mis intentos jamás te habrían puesto en peligro de no haber sido por todos esos Vínculos que realizaron, un hecho del que ellos eran conscientes. Comprendo su preocupación, por supuesto. Soy una Caster Oscura, una Cataclyst, pero Lena, tú mejor que nadie sabes que no tuve alternativa en ese asunto. No tomé esa decisión y eso tampoco cambia lo que siento por ti, mi única hija.
—No te creo —le espetó Lena, pero parecía dubitativa incluso mientras lo decía, como si no supiera qué pensar.
Le eché un vistazo al reloj del móvil. Eran las 21:59. Faltaban dos horas para la medianoche.
Link se desplomó sobre el árbol con la cabeza entre las manos. Yo no era capaz de apartar los ojos de la señora Lincoln, tendida inerte sobre la hierba. También Lena la miraba.
—Ella no está…, ya sabes, ¿verdad? —Necesitaba saberlo por Link.
La bruja intentó hacerse la simpática, pero estaba seguro de que había perdido todo interés en Link y en mí, lo cual casi nos venía bien.
—Volverá a ser igual de desagradable que siempre dentro de un rato. ¡Asquerosa mujer! No tengo interés alguno en ella ni en su retoño. Sólo intentaba mostrar a mi hija la verdadera naturaleza de los mortales: con qué facilidad pueden ser manipulados y lo vengativos que son. —Se volvió hacia su hija—. Han bastado unas pocas palabras de esa mujer para volver a todo un pueblo contra ti. No perteneces a ese mundo, perteneces al mío. —Entonces se volvió hacia Larkin—. Y hablando de cosas desagradables, Larkin, ¿por qué no nos enseñas esos ojitos tuyos de color azul claro? Bueno, quería decir, amarillos.
Larkin sonrió y entrecerró los párpados hasta reducirlos a dos ranuras mientras alzaba los brazos como si se desperezara después de una larga siesta, pero algo había cambiado cuando abrió los ojos. Bizqueó con vehemencia, y sus ojos se alteraron con cada parpadeo. Casi era posible ver cómo se le recolocaban las moléculas hasta que en el lugar ocupado por Larkin sólo hubo un montón de serpientes. Los ofidios se enroscaron y se subieron uno encima de otro hasta que Larkin volvió a surgir del retorcido montón. Alargó dos serpientes de cascabel a modo de brazos, estas sisearon mientras retrocedían lentamente para meterse dentro de la chupa de cuero y convertirse en sus manos. Sólo entonces volvió a abrir los ojos, pero no eran los que yo estaba acostumbrado a ver. Nos devolvió la mirada con los mismos ojos dorados de Ridley y Sarafine.
—El verde nunca ha sido mi color. Una de las ventajas de ser un Illusionist.
—¿Larkin? —Se me cayó el alma a los pies. Era uno de ellos, un Oscuro. Las cosas iban peor de lo que pensaba.
—¿Qué eres, Larkin? —Lena pareció perpleja, aunque sólo durante unos instantes—. ¿Por qué?
Pero la respuesta se hallaba en los ojos que nos miraban fijamente.
—¿Por qué no?
—¿Por qué no? Oh, no sé, ¿y qué hay de la lealtad a mi familia, por ejemplo?
Larkin giró la cabeza y lamió su mejilla con la lengua mientras la gruesa cadena dorada de su cuello se retorcía como una serpiente.
—La lealtad no es lo mío.
—Has traicionado a todos, incluso a tu propia madre. ¿Cómo puedes vivir con eso?
Sacó la lengua. La serpiente del cuello se le metió en la boca y desapareció. Se la tragó.
—Es mucho más divertido ser Oscuro que Luminoso, prima. Ya lo verás. Somos lo que somos. Estaba destinado a ser esto. No existe razón alguna para luchar contra ello. —Sacó la lengua, ahora bífida, con tanta doblez como la serpiente que habitaba en su interior—. No veo por qué le das tantas vueltas. Mira a Ridley, se lo pasa en grande.
—¡Eres un traidor! —Lena estaba perdiendo el control. El trueno retumbó sobre nuestras cabezas y el aguacero se intensificó.
—No es el único traidor, hija —replicó Sarafine, y dio varios pasos en dirección a Lena.
—¿De quién hablas?
—De tu querido tío Macon —respondió Sarafine con amargura. Me di cuenta de que a Sarafine no se le había pasado por alto que Macon había hecho de todo para arrebatarle a su hija.
—Mientes.
—Es él quien te ha mentido todo este tiempo. Te ha dejado creer que tu destino estaba predeterminado y que no tenías alternativa. La Luz o la Oscuridad te reclamarán esta noche, durante tu decimosexto cumpleaños.
—Así es. —Lena sacudió la cabeza con obstinación y alzó las palmas de las manos. Un trueno retumbó y empezó a caer un auténtico diluvio. Tuvo que gritar para hacerse oír—. Le sucedió a Ridley, a Reece y a Larkin.
—Tienes razón, pero tú eres diferente. Esta noche no vas a ser Llamada, vas a Llamarte a ti misma.
Las palabras flotaron en el aire como si tuvieran el poder de detener el tiempo. «Llámate a ti misma».
—¿Qué has dicho? —susurró Lena con el rostro tan lívido que durante unos instantes pensé que iba a desmayarse.
—Puedes elegir. Tu tío no te lo ha dicho, estoy segura.
—Eso es imposible. —El ulular del viento sofocaba la voz de Lena, apenas audible.
—Se te permite elegir porque eres mi hija, la segunda Natural nacida en la familia Duchannes. Tal vez ahora sea una Cataclyst, pero un día fui la primera Natural de nuestro linaje. —Sarafine hizo una pausa y luego recitó un verso—: «La primera será Oscura, pero la segunda podrá elegir volverse Oscura o no».
—No te entiendo —repuso Lena, cuya larga melena chorreaba por todas partes. Las piernas se le doblaron y cayó de rodillas sobre el fango y las hierbas.
—Siempre has tenido la posibilidad de elegir y tu tío lo ha sabido en todo momento.
—¡No te creo! —Lena alzó los brazos y el espacio que había entre ella y su madre se desgajó en montones de tierra que empezaron a girar impulsados por el vendaval. Me protegí los ojos con las manos cuando el polvo y los guijarros volaron como perdigones en todas las direcciones.
—No le hagas caso, Lena —grité para hacerme oír por encima del estruendo de la tormenta—. Ella es Oscura. No le importa nadie. Tú misma me lo dijiste.
—¿Por qué el tío Macon me ocultó la verdad?
Lena me miró fijamente, como si fuera el único capaz de saber la respuesta, y no era así. No podía decir nada. Luego, se puso de pie, dio un pisotón y el suelo comenzó a temblar. Noté la sacudida bajo mis pies. Era la primera vez que un terremoto alcanzaba el condado de Gatlin. Sarafine sonrió. Sabía que su hija estaba perdiendo el control y, por tanto, ella estaba ganando. El aparato eléctrico de la tormenta no cesaba de aumentar en el cielo.
—¡Ya basta, Sarafine! —La voz de Macon retumbó y apareció de la nada—. Deja en paz a mi sobrina.
Ravenwood, a la luz de la luna, parecía diferente esa noche. Tenía un aspecto menos humano y guardaba más semejanza con su verdadera naturaleza, y había algo más, su rostro parecía más joven y delgado. Preparado para luchar.
—¿Te refieres a la hija que me arrebataste?
Sarafine se irguió y empezó a menear los dedos como un soldado cuando revisa su arsenal antes de la batalla.
—Como si ella significara algo para ti —replicó Ravenwood con aplomo mientras se alisaba la chaqueta, tan impecable como de costumbre.
Boo irrumpió de entre los arbustos, como si hubiera acudido a la carrera detrás de él. Su aspecto se correspondía exactamente con lo que era: un enorme lobo.
—Me siento honrada, salvo que, por lo visto, me he perdido la fiesta de cumpleaños de mi hija, pero está bien, siempre nos queda la noche de la Llamada. Todavía faltan un par de horas, y eso no me lo perdería por nada del mundo.
—En tal caso, supongo que te habrás llevado un chasco al no estar invitada.
—Es una pena, ya que yo había convidado a alguien por mi cuenta y se muere de ganas de verte.
Esbozó una sonrisa y agitó los dedos. Igual de deprisa que se había materializado Macon, apareció un hombre recostado sobre un tronco de sauce. Allí no había nadie hacía unos segundos.
—¿Hunting? ¿De qué agujero te ha sacado Sarafine?
El recién llegado guardaba un extraordinario parecido con Macon, pero le superaba en estatura y era algo más joven. Tenía el pelo brillante y lacio, negro como la tinta, y una piel tan pálida como la de su hermano, pero donde Macon ofrecía un marcado aire a un caballero sureño de otro tiempo, aquel hombre vestía de lo más chic y todo de negro: jersey de cuello vuelto, vaqueros y una cazadora de aviador. Parecía más una de esas estrellas de cine que se veían en las portadas de las revistuchas que ese porte a lo Cary Grant de Macon, pero una cosa sí estaba clara: también era un íncubo, y no de los buenos, si es que eso existía. Fuera lo que fuera Macon, Hunting era diferente.
Hunting esbozó una mueca que para los de su especie podría pasar por una sonrisa. Anduvo en círculos alrededor de Macon.
—Cuánto tiempo, hermano.
Macon no le devolvió la sonrisa.
—No lo suficiente. No me sorprende nada que hayas tomado partido a favor de alguien como ella.
Hunting soltó, unas carcajadas roncas y sonoras.
—¿Y con quién más iba a relacionarme? ¿Con un grupo de Luminosos como hiciste tú? La idea de que uno puede alejarse de su verdadera naturaleza y del legado familiar se me antoja absurda.
—Hice una elección, Hunting.
—¿Una elección? ¿Así es como lo llamas? —inquirió su hermano, y se rio otra vez sin dejar de dar vueltas alrededor de Macon—. Tiene más pinta de ser una quimera. No puedes escoger lo que eres, hermano. Eres un íncubo, una criatura Oscura, te alimentes o no de sangre.
—¿Es cierto lo que ella dice, tío Macon? —quiso saber Lena, poco interesada en el reencuentro de los hermanos.
Sarafine soltó una estridente carcajada.
—Dile la verdad a la chiquilla por una vez en la vida, Macon.
Macon miró a su sobrina con obcecación.
—No es tan sencillo.
—Pero ¿es cierto? ¿Puedo elegir?
El pelo le seguía chorreando por los húmedos rizos. Macon y Hunting estaban secos, por supuesto. El segundo encendió un cigarrillo sin dejar de sonreír, saboreando el momento.
—¿Es verdad, tío Macon? —suplicó Lena.
Este, exasperado, observó a Lena unos segundos y luego desvió la mirada.
—Puedes elegir, Lena, pero es una elección complicada y de graves consecuencias.
Dejó de llover en el acto y el aire se quedó en calma. Si aquello era un huracán, nos encontrábamos en su mismo centro. Las emociones de Lena eran un caos. Aun sin escuchar su voz en mi mente, yo conocía sus sentimientos: felicidad por haber obtenido lo único que siempre había deseado, elegir su propio destino, e ira por haber perdido a la única persona en quien había confiado.
Lena miró a Macon como si le viera con ojos nuevos. Pude ver cómo la oscuridad se deslizaba por su rostro.
—¿Por qué no me lo dijiste? Me he pasado la vida entera aterrada porque iba a volverme Oscura.
Se oyó un trueno en el cielo y comenzaron a caer gotas suavemente, como si fueran lágrimas, pero Lena no estaba llorando, estaba enfadada.
—Puedes escoger, Lena, pero hay consecuencias que no podías entender siendo una niña. En realidad, tampoco puedes comprenderlas ahora. Aun así, desde que naciste, me he pasado toda la vida sopesándolas, y como tu querida madre sabe muy bien, las condiciones de este trato quedaron establecidas hace mucho.
—¿Qué clase de consecuencias?
Lena miró a Sarafine con escepticismo y cautela, como si abriera la mente a otras posibilidades. Supe qué le rondaba por la cabeza. Si no podía confiar en su tío, si este le había ocultado semejante secreto todo aquel tiempo, tal vez su madre le revelara la verdad.
¡No escuches a tu madre, L! No confíes en ella…
Pero no hubo respuesta. La presencia de Sarafine interfería en nuestra conexión. Era como si alguien hubiera cortado esa línea existente entre nosotros.
—Lena, te presionan para que elijas y es muy posible que no entiendas qué tipo de elección debes hacer ni tampoco que hay un riesgo.
La lluvia pasó del tamborileo de las lágrimas al aullido de una tromba de agua.
—Como si pudiera confiar en ti después de mil mentiras —terció Sarafine, que fulminó a Macon con la mirada y se volvió hacia su hija—. Me gustaría que tuviéramos más tiempo para hablar, Lena, pero has de hacer la Elección, y yo estoy obligada a explicarte los riesgos. Hay consecuencias; tu tío no te ha mentido respecto a eso. —Hizo una pausa—. Si eliges volverte Oscura, morirán todos los Luminosos de tu familia.
Lena se puso pálida.
—¿Y por qué iba a estar de acuerdo en hacer algo así?
—Porque si te decantas por la Luz, fallecerán todos los Oscuros y los Lilum de nuestra familia. —Sarafine se volvió para mirar a Macon—. Y cuando digo todos, me refiero a todos. Tu tío, el hombre que ha sido como un padre para ti, dejará de existir. Le destruirás.
Ravenwood desapareció para materializarse en menos de un segundo delante de su sobrina.
—Escúchame, Lena, yo estoy dispuesto a sacrificarme. Por esa razón no te conté nada. No quería que te sintieras culpable por mi marcha. Siempre he sabido cuál es tu Elección. Hazla. Déjame marchar.
A Lena la cabeza le daba vueltas. ¿De veras podía destruir a Macon si la Caster Oscura le decía la verdad? Pero si eso era cierto, ¿qué otra elección tenía? Macon era una sola persona, incluso aunque ella le quisiera tanto.
—Yo puedo ofrecerte algo más —agregó Sarafine.
—¿Qué puedes ofrecerme para que prefiera acabar con la abuela, la tía Del, Reece y Ryan?
Sarafine se acercó unos cuantos pasos con cautela.
—A Ethan. Disponemos de una forma para que ambos podáis estar juntos.
—¿De qué me hablas? Ya estamos juntos.
Sarafine ladeó la cabeza lentamente y entornó los ojos, por los cuales cruzó una sombra, la del reconocimiento.
—No lo sabes, ¿verdad? —Sarafine se volvió hacia Macon y se echó a reír—. No se lo habéis contado. Bueno, eso no es jugar limpio.
—¿Saber el qué? —inquirió Lena con brusquedad.
—Ethan y tú nunca podréis estar juntos, al menos físicamente. Ni los Caster ni los Lilums pueden estar con mortales. —Ella sonrió, saboreando el momento—. Al menos, no sin matarlos.