11 de febrero
La chica de la piruleta
LENA Y YO SEGUÍAMOS bailando al ritmo de la música cuando Link se abrió paso a codazos entre la multitud.
—Eh, tío, te he buscado por todas partes.
Al llegar a donde estábamos, se dobló en dos y apoyó las manos en las rodillas mientras intentaba recobrar el aliento.
—¿Dónde está el fuego?
—Se trata de tu padre: se ha subido en pijama al balcón de Fallen Soldiers.
Según la Guía de viaje de Carolina del Sur, Fallen Soldiers era un museo de la Guerra de Secesión, pero en realidad sólo era la vieja casa de Gaylon Evans, que estaba repleta de sus recuerdos sobre la contienda. Gaylon había legado la casa y la colección de bártulos a su hija Vera y esta, desesperada por convertirse en miembro de las Hijas de la Revolución Americana, había dado permiso a las compinches de la señora Lincoln para que la restaurasen y la convirtieran en el único museo de Gatlin.
—Genial.
No le bastaba con avergonzarme en casa, ahora había decidido aventurarse fuera. Link pareció perplejo. Probablemente, había esperado por mi parte una reacción de sorpresa al saber que mi padre vagaba por ahí en pijama. Ignoraba que aquello era un incidente de lo más normal. Eso me hizo caer en la cuenta de lo que poco que él sabía de mi vida en los últimos tiempos, considerando que era mi mejor amigo, mi único amigo.
—Ethan, está en el balcón. Es como si fuera a saltar.
Fui incapaz de moverme. Oía sus palabras, pero no podía reaccionar. Me había avergonzado de mi padre en los últimos tiempos, pero le seguía queriendo, y estuviera o no como una regadera, no podía perderle. No me quedaba ningún familiar más.
¿Estás bien, Ethan?
Miré a Lena. Sus enormes ojos verdes mostraban preocupación. Esa noche también podía perderla a ella, podía perderlos a los dos.
—¿Me has oído, Ethan?
Debes ir, Ethan. Vamos, todo irá bien.
—¡Venga, tío! —me urgía Link, tirando de mí.
La estrella de rock había desaparecido y ahora sólo quedaba mi mejor amigo intentando salvarme de mí mismo, pero no podía abandonar a Lena.
No pienso dejarte aquí sola, dependiendo sólo de ti.
Por el rabillo del ojo vi a Larkin acercándose hacia nosotros. Se había soltado del abrazo de Emily por unos momentos.
—¡Larkin!
—Sí, ¿qué ocurre?
Parecía percibir que algo se había puesto en marcha; de hecho, parecía preocupado, y eso era mucho para un tipo cuya expresión solía ser siempre de desinterés.
—Necesito que lleves a Lena de vuelta a Ravenwood.
—¿Por qué?
—Tú limítate a llevarla a la mansión.
—Voy a estar bien, Ethan, vete tranquilo. —Lena me empujó hacia Link. Estaba tan preocupada como yo. Aun así, no me moví.
—Que sí, hombre —concedió Larkin—, la llevaré a casa ahora mismo.
Link tiró de mí una última vez y los dos atravesamos la multitud. Ambos sabíamos que yo podía estar a pocos minutos de convertirme en alguien con sus padres muertos.
Corrimos por los campos de Ravenwood, llenos de gente, en dirección a la carretera y a Fallen Soldiers. Enseguida nos encontramos con el aire saturado por la pólvora de la recreación y al cabo de pocos segundos se pudo oír una descarga de fusilería. La parte vespertina de la campaña estaba en todo su apogeo. Nos estábamos acercando al extremo de la plantación Ravenwood, donde terminaba esta y comenzaba Greenbrier. Pude ver en la oscuridad el centelleo de las cuerdas de amarillo fosforito que señalizaban la zona de seguridad.
¿Y si llegábamos demasiado tarde?
Fallen Soldiers estaba a oscuras. Link y yo subimos los escalones de dos en dos, intentando ascender los cuatro pisos lo más deprisa posible. Me detuve de forma instintiva nada más llegar al tercer piso. Link se percató enseguida, como hacía cuando estaba a punto de pasarle la pelota cada vez que intentaba agotar el tiempo de posesión, y se detuvo a mi lado.
—Tu padre está ahí arriba.
Pero no fui capaz de moverme. Mi amigo me lo adivinó en la cara, supo a qué le tenía miedo. Había estado a mi lado en el funeral de mi madre: repartió claveles blancos entre los asistentes para que pudieran depositarlos encima del féretro mientras mi padre y yo mirábamos la tumba como si también nosotros estuviéramos muertos.
—¿Y si…? ¿Y si ha saltado ya?
—De ningún modo. Rid está con él. Ella jamás permitiría que sucediera eso.
«Si usa tu poder contigo y te dice que saltes por un barranco, tú lo haces».
Empujé a Link al pasar para subir el último tramo de escaleras y observé el corredor desde la entrada. Todas las puertas estaban cerradas, excepto una. La luz de la luna bañaba el sucio suelo de tablones de pino.
—Está aquí —me informó Link, pero ya lo sabía.
Entrar allí fue como retroceder en el tiempo. Las Hijas de la Revolución Americana habían hecho un trabajo realmente soberbio. En un rincón había un enorme hogar de piedra con una gran repisa de madera repleta de velas alargadas que goteaban cera conforme se iban consumiendo y al otro lado de la chimenea se hallaba una cama con dosel; los ojos de los caídos de la Confederación devolvían fijamente la mirada desde sus retratos de color sepia, pero, aun así, había algo fuera de lugar: un olor dulzón a almizcle, demasiado dulce, una mezcla de peligro e inocencia, aunque Ridley fuera cualquier cosa menos inocente.
Ridley estaba de pie junto al balcón, con el pelo ondulado por el viento. Las puertas en cuestión estaban abiertas de par en par y las cortinas cubiertas de polvo se metían en la habitación casi a empujones, por efecto del viento. Como si alguien ya hubiera saltado.
—Le encontré —anunció Link a Ridley.
—Eso ya lo veo. ¿Cómo va eso, Perdedor? —Me dedicó una dulce sonrisa de lo más forzada, tanto que me dieron ganas de vomitar y al mismo tiempo estuve tentado de devolvérsela.
Me acerqué despacio al balcón, temeroso de que mi padre ya no estuviera allí, pero se encontraba en el estrecho saledizo, al otro lado de la barandilla, descalzo y vestido sólo con su pijama de franela.
—¡Papá, no te muevas!
Patos, llevaba dibujados patos en el pijama, lo cual estaba un poco fuera de lugar, considerando que podía saltar desde un edificio.
—No te acerques más o saltaré, Ethan —me avisó. Parecía tener la mente despejada y hacía meses que no se le veía tan lúcido y decidido. Su voz sonaba muy parecida a la de mi padre, y supe que no era él quien hablaba, o al menos no lo hacía por iniciativa propia. Todo era cosa de Ridley y su poder de persuasión exprimido al máximo.
—Papá, tú no quieres saltar. Déjame ayudarte. —Me acerqué un par de pasos.
—¡Alto ahí! —gritó mientras soltaba una mano para señalarme.
—No deseas la ayuda de tu hijo, ¿a que no, Mitchell? Sólo anhelas algo de paz. Sólo quieres ver de nuevo a Lila —intervino Ridley, apoyada en la pared con la piruleta suspendida en el aire y lista para empezar a darle lametones.
—¡No menciones el nombre de mi madre, bruja!
—Pero ¿qué haces, Rid? —inquirió Link, de pie ante la puerta del balcón.
—Mantente al margen, Encogido. Esta liga no es la tuya.
Me puse enfrente de Ridley, interponiéndome entre ella y mi padre, como si eso pudiera desviar su poder.
—¿Por qué haces esto, Ridley? Él no tiene nada que ver con Lena ni conmigo. Si quieres hacerme daño, adelante, hazlo, pero deja a mi padre fuera de esto.
Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada que sonó seductora y perversa.
—No tengo especial interés en hacerte daño, Perdedor. Sólo hago mi trabajo. No es nada personal.
Se me heló la sangre en las venas.
Su trabajo.
—Haces esto por Sarafine.
—Vamos, por favor, ¿y qué esperabas, Perdedor? Tú has visto cómo me trata mi tío y conoces todo el embrollo familiar. Ahora mismo no tengo otra opción.
—¿De qué hablas, Rid? ¿Quién es Sarafine? —preguntó Link, y se acercó hacia ella.
Ridley le miró. Durante un segundo creí ver algo en su semblante, algo que parecía una emoción auténtica, pero se la quitó de encima y desapareció tan pronto como había llegado.
—Creo que quieres regresar a la fiesta, ¿verdad, Encogido? El grupo está calentando motores para una segunda actuación. Recuerda: estamos grabando este directo para la nueva maqueta. Yo misma voy a llevarla a un sello discográfico de Nueva York —ronroneó sin dejar de mirarle intensamente.
Link parecía desconcertado, como si de verdad quisiera volver a la fiesta, pero no estuviera seguro del todo.
—Papá, escúchame. No quieres hacer esto. Ella te está controlando. Es capaz de influir en la gente, eso es lo que hace. Mamá jamás habría querido que tú hicieras esto.
Le miré en busca de algún indicio de que mis palabras causaban algún efecto, de que me escuchaba, pero no lo encontré. A lo lejos se oían los gritos de los hombres de la batalla y el estruendo de las bayonetas.
—No tienes ningún motivo para vivir, Mitchell. Has perdido a tu esposa, eres incapaz de escribir una línea y tu hijo se irá a la universidad en un par de años. Si no me crees, pregúntale acerca de esa caja de zapatos llena de folletos sobre campus universitarios. Vas a quedarte solo.
—¡Cállate!
Ridley se volvió hacia mí mientras le quitaba el envoltorio a otra piruleta.
—Lamento todo esto, Perdedor, de veras que sí, pero todo el mundo debe representar un papel, y este es el mío. Tu padre va a tener un accidente esta noche, igual que le ocurrió a tu madre.
—¿Qué acabas de decir?
Link estaba hablando, yo lo sabía, pero no podía oír su voz; de hecho, era incapaz de escuchar nada, salvo esas palabras que retumbaban una y otra vez en mi cabeza.
«Igual que le ocurrió a tu madre».
—¿Mataste tú a mi madre? —pregunté mientras avanzaba hacia ella. Me daba igual cuáles fueran sus poderes, si ella había matado a mi madre…
—Cálmate, grandullón. No fui yo. Eso ocurrió antes de que llegara mi momento.
—¿De qué demonios va todo esto, Ethan? —Link se había situado junto a mí.
—Ella no es lo que parece, tío. Es… —No encontraba la forma de explicárselo de modo que pudiera entenderlo—. Es una Siren, algo muy similar a una bruja. Te ha estado controlando exactamente igual que ahora domina a mi padre.
Mi amigo se echó a reír.
—Una bruja. A ti te falta un tornillo, tío.
No aparté la mirada de Ridley. Esbozó una sonrisa y recorrió el pelo de Link con los dedos.
—Vamos, cielo, tú sabes que te encantan las chicas malas.
Yo no tenía ni idea del alcance de sus poderes, pero sabía que era capaz de matar a cualquiera después de lo que había visto en Ravenwood. No tenía que haberla tratado como si sólo fuera cualquier otra chica inofensiva de la fiesta. Aquello me venía grande, pero sólo ahora empezaba a darme cuenta de hasta qué punto era así.
Link nos miraba sin saber a quién creer.
—No bromeo, colega. Debería habértelo contado antes, pero te juro que te estoy diciendo la verdad. ¿Por qué razón si no está intentando matar a mi padre?
Link empezó a andar de un lado a otro. No me creía. Lo más probable era que pensara que me había vuelto loco. Me pareció una locura incluso a mí cuando lo expresé en voz alta.
—¿Es eso cierto, Ridley? ¿Has usado algún poder sobre mí durante todo este tiempo?
—Si quieres buscarle tres pies al gato…
Mi padre soltó una mano de la barandilla y extendió el brazo como si anduviera por la cuerda floja y con ese gesto quisiera mantener el equilibrio.
—¡Papá, no!
—No hagas esto, Rid —pidió Link. La cadena de su llavero tintineó cuando se acercó a ella lentamente.
—¿No has oído a tu amigo? Soy una bruja… mala. —Se quitó las gafas de sol, dejando ver sus dorados ojos felinos. Noté cómo a Link se le formaba un nudo en la garganta y le costaba respirar, como si la viera como realmente era por primera vez, pero sólo duró un instante.
—Tal vez sí, pero no eres del todo mala. Eso lo sé. Hemos pasado tiempo los dos juntos, hemos compartido cosas.
—Eso formaba parte del plan, tío bueno. Necesitaba a alguien que estuviera en el ajo para poder estar cerca de Lena.
A Link se le descompuso el rostro. Con independencia de lo que Ridley le hubiera hecho o el hechizo que hubiera usado, los sentimientos de mi amigo hacia ella persistían.
—¿Todo era de pega? Vamos, no te creo.
—Créete lo que quieras, pero es la verdad, o lo más parecido a la verdad que soy capaz de decir.
Observé cómo mi padre, todavía con el brazo estirado, cambiaba el peso de un pie a otro. Daba la impresión de estar probando sus alas para ver si era capaz de volar. Un proyectil de artillería golpeó el suelo a pocos metros de distancia y levantó un montón de tierra.
—¿Y qué hay de todo eso que me habías contado sobre que habíais crecido juntas y que erais como hermanas? ¿Por qué ibas a querer hacerle daño?
Algo ensombreció las facciones de la Siren. No estaba seguro, pero me pareció arrepentimiento. ¿Sería eso posible?
—No es cosa mía. Yo no llevo las riendas. Como ya he dicho, este es mi cometido: alejar a Ethan de Lena. No tengo nada en contra de ese viejales, pero su mente es débil. Ya sabes, pan comido. —Dio una chupada a la piruleta—. Sólo era un objetivo fácil.
«Alejar a Ethan de Lena».
Todo aquello era una simple distracción para separarnos. Aún oía la voz de Arelia con la misma claridad que si estuviera arrodillada junto a mí y diciendo: «No es la casa lo que la protege. Ningún Caster puede interponerse entre ellos».
¿Cómo podía haber sido tan tonto? La cuestión no era si yo tenía o no alguna clase de poder. No se refería a mí, sino a nosotros.
El poder era lo que existía entre nosotros, lo que siempre había estado ahí. Cuando nos encontramos bajo la lluvia en la Route 9, en la bifurcación, no había sido necesario un hechizo de Vinculación para mantenernos juntos. Ahora que habían conseguido separarnos, yo me hallaba impotente y Lena estaba sola la noche en que más me necesitaba.
Era incapaz de pensar con claridad. No tenía tiempo y no iba a perder a una de las personas que más quería. Corrí hacia mi padre; a pesar de que se encontraba a unos pocos metros, aquello fue como correr sobre la arena. Vi cómo Ridley se adelantaba con los cabellos revueltos por el viento; parecía Medusa: serpientes por cabellos.
Link dio un paso adelante y la cogió por el hombro.
—No lo hagas, Rid.
Durante una centésima de segundo no tuve ni idea de lo que estaba a punto de ocurrir, pero lo vi todo a cámara lenta.
Mi padre se dio la vuelta para mirarme.
Vi cómo empezaba a soltarse de la barandilla.
Atisbé cómo se ensortijaban las hebras rubias y rosas de la Siren.
Y vi a Link plantarse delante de ella y mirar aquellos ojos dorados antes de susurrar algo que no logré escuchar. Ella le miró, y sin mediar palabra, la piruleta salió disparada por encima del balcón y describió un arco mientras caía sobre el suelo, donde explotó como una granada.
Todo se había terminado.
Mi padre se volvió hacia la barandilla, y hacia mí, tan deprisa como se había alejado. Le sujeté por los hombros y tiré de él hacia delante, pasó por encima de la barandilla y lo llevé a tierra firme, donde se desplomó como un saco de patatas, y allí tendido me buscó con la mirada igual que un niño asustado.
—Gracias, Ridley, de veras. Sea como sea, gracias.
—No quiero tu agradecimiento —se burló, apartándose de Link con un empujón y ajustándose el top—. Tampoco te he hecho ningún favor. No me apetecía matarle… hoy.
Hizo lo posible por resultar amenazante, pero acabó por parecer una pura chiquillada.
—Aunque esto va a enfadar horriblemente a alguien —añadió mientras se retorcía un mechón rosado del pelo.
No necesitaba aclarar a quién se refería, pero vi pánico en sus ojos. Durante un segundo pude apreciar que gran parte de su personaje era pura farsa, apariencia, una cortina de humo.
A pesar de todo, me daba lástima incluso ahora, mientras intentaba tirar de mi padre para que se pusiera de pie. Ridley podía tener a cualquier chaval del planeta, aun así, estaba totalmente sola. Su fortaleza no se acercaba a la de Lena ni por asomo.
Lena.
Lena, ¿estás bien?
Lo estoy. ¿Ocurre algo malo?
Miré a mi padre, incapaz de mantener los ojos abiertos y con problemas para sostenerse en pie.
Nada. ¿Estás con Larkin?
Sí, estamos regresando a la mansión Ravenwood. ¿Está bien tu padre?
Sí. Te lo contaré todo cuando llegue allí.
Deslicé un brazo por debajo del hombro de mi padre y Link le sujetó por el otro lado.
Quédate con Larkin y vuelve dentro con tu familia. No estás a salvo sola.
Ridley pasó junto a nosotros dando grandes zancadas y, antes de que pudiéramos dar un paso, llegó a la entrada y cruzó el umbral rápidamente con esas piernas suyas kilométricas.
—Lo siento, chicos. Voy a pillar un avión. Me voy a borrar del mapa una temporada. Tal vez vuelva a Nueva York. —Se encogió de hombros—. Es una ciudad chula.
Mi amigo no podía dejar de mirarla aunque fuera un monstruo.
—¡Eh, Rid!
Ridley se detuvo y se volvió a mirarle, casi a regañadientes, como si no pudiera evitar ser lo que era, igual que un tiburón no puede dejar de serlo, pero si pudiera…
—¿Sí, Encogido?
—No eres toda maldad.
Ella le miró fijamente y esbozó una media sonrisa.
—Ya sabes lo que suele decirse: es que soy así.